Bueno, un nuevo fic que se me ha ocurrido. Ya que estoy terminando varios fics, he pensado en subir este primer capitulo. Yo lo considero un paseo por la mente de Todd. A ver que os parece, y si gusta, sigo.


Tan Iguales, Tan Diferentes.


El Sr. Todd caminaba por la calle, despacio, en una oscura noche. Las calles, ya abandonadas a su suerte y sin transeúntes, se cernían amenazadoras, mientras una leve brisa las mecía suavemente, pero que a Sweeney Todd se le antojaban más acogedoras que su propia habitación, con su silla y su navaja. Eran esos momentos, esos "casos" extraños en los que la calma llenaba cada rincón de su ser, en los que no se permitía pensar en nada, para disfrutar tan solo y únicamente de la soledad. Aunque, habitualmente, esta misma lo embargaba a todas horas del día, se veía normalmente interrumpida por los correteos de una frenética mujer que no podía quedarse quieta ni un minuto para poder dejarle respirar profundamente , concentrándose en lo que de verdad importaba; su Lucy y su venganza. No más. Por eso, no se sorprendió cuando pasó distraídamente por el barrio más… animado a esas horas de la noche. Era normal ver a prostitutas y rameras por la calle haciendo esquinas (todo el mundo me entiende, ¿no?) en esa parte de la ciudad. Lugar que él no frecuentaba y ni siquiera había pensado en la posibilidad de usar sus 'variados' servicios. Pero cuando oyó el paso de una mujer cerca, morena, de unos 42, con ojeras, más baja que él, hablando con un baboso de esos, 'ofreciéndole' sus servicios, se quedó paralizado. Conocía a aquella mujer. La veía todos los días. La tenía enfrente de él a diario, pero no se solía fijar en ella. Por eso, al examinarla un par de metros más cerca, escondido en la poca penumbra de la calle, no pudo dar crédito a sus oídos ni a sus ojos. Aquella mujer, era nada más y nada menos que la Sra. Lovett, en todo su esplendor, tuvo que reconocer. No supo si acercarse y reclamar que hacía allí, o irse por donde había venido. Al fin y al cabo, era la vida de ella, y era libre de realizar los trabajos que quisiese siempre que no interfiriesen en la venganza de él o en la alianza de ambos. Alianza que casi-casi estaba sellada con sangre. Decidió que no haría nada. Si necesitaba dinero, y así pensaba ganárselo, era problema de ella, no suyo. Dio media vuelta y se alejó a paso certero a su barbería, ahora las frías y calmadas calles no podían ayudarlo en su estado. No dejaba de pensar en lo que había visto. Tal vez la había confundido, tal vez sus ojos le habían jugado una mala pasada. Aún así, estaba seguro de que la voz de ella, ya inconfundible de tantas veces haberla oído, tenía la tonalidad exacta de su actual dueña y posadera. De todos modos, no estaba seguro de querer volver a esa calle para comprobarlo, así que desechó la idea.

Llegó a la entrada de la Calle Fleet, la cual era aún más tenebrosa que cualquiera de las otras calles de Londres. Pero lo que le sorprendió aún más, fue descubrir las luces de la tienda de ella encendidas. Pensó que tal vez se debía a que el niño, al que hacía poco habían adoptado, no podía dormir. Entró dispuesto a devolverle a su cama, ya que no podía dejar que trasnochase después de la gran reapertura que se había dado debajo de su barbería aquel día. Pero lo que le sorprendió aún más fue no encontrarse al niño en sí, si no a una Sra. Lovett exhausta, dormida encima de la mesa, con un vaso de ginebra vacío a su lado. Había estado esperándole.
No es posible –pensó-. Acabo de verla allí…

Sí, seguramente era debido a sus ojos. Últimamente, debido a la preparación de la tienda, estaba más cansado de lo normal. La cogió en brazos con cuidado –aún podía ser suave, gracias a Dios-, y la llevó a su habitación. Con un resignado suspiro la dejo en su cama y la tapó con las sábanas. Mañana vería que hacer respecto a su nuevo descubrimiento.

Él día amaneció claro, sin nubes, y eso a él no le gustaba. Siempre había preferido un día nublado, tal vez si llovía no tendría que salir otra vez por la noche a comprobar lo que no quería corroborar, ya que cierta pesada no le dejaba ni tan siquiera asomar medio pelo por la puerta si una tormenta se desarrollaba fuera, pero no, tenía que ser uno de esos día tan raros y soleados en Londres. ¡Ja! ¡Esos los odiaba! Siempre que amanecía así, le daban ganas de volver a su cama, con tal de no tener que recordar aquellos días tan felices que tenía con su Lucy, cuando aún Benjamin existía y Johanna aún no había crecido, cuando aún era un bebé y él tenía todo el tiempo del mundo para verla crecer, tener amigas, enamorarse, casarse y tal vez darles un par de nietos. Pero no, el maldito Juez aquél tuvo que enamorarse de su mujer y quitarle a él de en medio. Él sufrió muchísimo, cuando estaba en la cárcel, pensando lo que aquél depravado podría estar haciéndole a su mujer en los mismos momentos en lo que a él lo torturaban los compañeros de celda. Tuvo que aprender a sobrevivir casi sin comida, a ser fuerte. ¿Qué pensó la gente cuando vio la horripilante cana que nacía en las raíces de su pelo para acabar al final de su cabello? Tuvieron miedo, porque supieron entonces, que lo que le habían estado haciendo durante 3 años, sin descanso, había originado y desembocado en un monstruo. Un monstruo en buscaría de venganza contra todo aquel que se metiera en sus asuntos o camino. Después de aquello, pronto hizo amistades, la gente le temía. Consiguió escapar matando a un par de guardias, muy fácil. Ya solo pensaba en lo bien que viviría con su mujer y su hija cuando llegase a casa. Pero, cuando llegó, tan solo había una mujer en la quiebra que le confirmó sus sospechas. Su mujer muerta, su hija encerrada. Aquello acentuó tan solo la pequeña parte de locura que se había generado en su cabeza, llegando a poblar la mayor parte de ella, creando una vorágine de candados alrededor de todo sentimiento puro, dejando tan solo maldad. Pero a él no le importaba, nunca le había importado, no desde que volvió.

-¿Sr. Todd? ¿Está bien? –le preguntó la Sra. Lovett, que al ver que no contestaba a su llamado en la puerta, había decidido entrar, preocupada. Él tan solo gruñó en respuesta-. Le traigo el desayuno, querido –dejó la bandeja en el tocador, sobre la cajita que semanas atrás le había entregado-. Sr. Todd… ¿puedo hacerle una pregunta?

Él estaba apoyado sobre la ventana, como de costumbre. Se lo pensó un momento, las preguntas de ella siempre eran peligrosas.

-¿Qué? –decidió preguntar, se la soltaría de todas maneras-.

-¿Fue usted ayer el que me llevó a mi cama? Estuve esperándole un buen rato, pero debí quedarme dormida.

-Sí, fui yo –contestó secamente. No pensaba preguntar. Sweeney Todd nunca pregunta, solo actúa, y ese momento aún no había llegado.

Mientras la Sra. Lovett le daba las gracias y empezaba su, ya tradicional, retahíla de preguntas a las que él contestaba con un gruñido para más tarde empezar un monologo, el se dedicó a pensar en lo que hubiese pasado si al llegar, estuviese su mujer. Tal vez no sería así, o tal vez ella se habría asustado. Pero aquél maldito Juez le había quitado todo cuanto tenía y quería. ¿Qué podía hacer al respecto? Ahora nada. Ya nada. Solo podía hacerle pagar. Cogió su afilador y se puso a mimar a su querida amiga, mientras contestaba con otro gruñido. ¿Y que más daba si sufría el Juez o no? El daño ya estaba hecho, ya nada traería de vuelta a su Lucy. Cuantas veces se había preguntado lo mismo. Cuantas veces había llegado a la misma solución. Matar al Juez, vengar a su Lucy y por fin, un descanso en paz para él. Pero ya había asesinado a personas, lo cual le condenaba al infierno. Pero él ya había estado en el infierno 15 años, ¿qué más daba toda la eternidad? Gruñó a otra pregunta. Cuando Benjamin existía había sido muy religioso, buen amante y esposo. Pero cuando lo destinaron al confín de la tierra, dejó de creer. Dios no se apiada de la gente, la trae a un mundo a sufrir. ¿Para qué? Para la diversión de él. Gruñó otra vez. Y se dio la vuelta. Ella ya no estaba allí, hacía media hora que se había ido, aburrida de ver como no la hacía caso.