EL MANUSCRITO PERDIDO
I. PRÓLOGO
Año del nacimiento de Athena.
El sol brillaba con fuerza sobre las colinas aledañas al Santuario de Athena. Era un día como cualquier otro para los caballeros que vivían ahí. El rumor era que, uno de esos dìas, Athena descendería a los pies de su estatua, renovada como una niña recién nacida, para volver a traer paz en el mundo.
Conforme el día se acercaba, los preparativos para el nacimiento de la diosa se intensificaban. Desafortunadamente, la muerte prematura del antiguo Patriarca había interferido con los mismos. Arles, el hermano del Patriarca fallecido, había tomado su puesto.
Aioros, el joven caballero dorado de Sagitario, acababa de ser elegido sucesor del nuevo Patriarca a los 14 años de edad. Su hermano menor, Aioria, estaba a punto de comenzar las pruebas para obtener la armadura dorada de Leo.
-Has hecho bien, Aioria- dijo Aioros, quien se encontraba mirando a su hermano mientras entrenaba, recargado en una de las columnas del Santuario. El santo de Sagitario cruzó los brazos y esbozó una sonrisa traviesa- pronto serás un santo de oro también…-
Aioria sonrió y suspendió su entrenamiento para acercarse a su hermano mayor.
-¿Es cierto que Athena llegará pronto?- dijo Aioria, y su hermano asintió- ¿y que bajará del cielo a la estatua que está más allá de la casa del Patriarca?-
-No lo sé, Aioria- dijo Aioros, alzando una ceja- supongo que sí-
Aioria volvió sus ojos a las Doce Casas, y más allá. La gran estatua de Athena se encontraba en la parte más alta del Santuario, bañada por los dulces rayos de sol, y acentuó su sonrisa. Su corazón se encontraba lleno de emoción. Se volvió hacia su hermano, y su sonrisa se borró.
Aioros se encontraba cruzado de brazos, aún con la espalda recargada en la columna, mirando tristemente hacia el lado contrario que Aioria había estado mirando: hacia la moderna ciudad de Atenas. Tenía una expresión tan poco común el joven, que muy pocas personas habían visto. Quizá solo Aioria la conocía. Dudaba mucho que el fiero guerrero mostrara ese tipo de debilidad a los otros caballeros, aunque fueran sus amigos, como Saga y Shura.
-¿Aioros?- dijo Aioria, confundido, sacándolo de sus pensamientos- ¿estás bien?-
Viéndose sorprendido, Aioros solo sacudió la cabeza.
-Sí, por supuesto que sí- dijo Aioros, volviéndose de nuevo a su hermano y sonriendo- creo que te lo debí haber dicho antes. El Patriarca me ha concedido permiso de salir a la ciudad por unas horas esta noche-
-¿Qué dices?- dijo Aioria, sorprendido y, a la vez, enfadado- ¡es tan injusto!-
-Shhh- dijo Aioros- no te conviene hablar así del Patriarca. Ahora escúchame. Pronto serás un santo de oro, y tendrás la misma oportunidad de salir a la ciudad. Ten paciencia por lo pronto…-
Aioria bufó. Sabía que desde que Aioros había entrado al Santuario de Athena cuando era niño, solamente había salido de él en una ocasión: cuando fue a casa de su familia a recoger a Aioria y llevarlo al Santuario, para convertirlo también en un caballero. No sabía cuanto tiempo tendría que pasar para que Aioria tuviera el mismo favor.
-Oye- dijo Aioros, detectando el mal humor de su hermano- estoy seguro que se sentirán orgullosos cuando les cuente lo fuerte que te has vuelto-
Aioria no pudo evitar sonreí.
-Está bien, hermano- dijo Aioria- pero regresa pronto, para que me cuentes como está… como están todos-
Aioros asintió.
-Ahora, regresa a las casas de los aprendices con Milo y los otros- dijo Aioros, revolviendo el cabello de su hermano- nos veremos más tarde-
Aioria asintió y obedeció de inmediato. Mientras lo veía alejarse, Aioros sonrió orgulloso de su hermano menor. Tomó la enorme caja con su armadura y, colocándosela sobre la espalda, comenzó a caminar hacia la base de la colina donde se encontraba situado el Santuario, hacia la ciudad.
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Aioros bajó a la ciudad, y pronto se adentró entre las calles de la misma. No pasó mucho tiempo cuando llegó a una vieja casa, pequeña pero hermosa. Sonrió al ver las flores que se abrían en la enredadera que abrazaba las blancas paredes de la casa. El joven santo respiró hondo, aspirando el dulce aroma de las mismas, y el olor le hizo recordar aquella cálida sensación de sentirse en casa, con su propia familia.
El joven llamó a la puerta un par de veces y esperó a que abrieran. Un hombre de edad mayor atendió. Cuando vio a Aioros, sus ojos se llenaros de lágrimas.
-¡Aioros!- exclamó el hombre- ¡no puedo creerlo! Aquí estás…-
-Buenas noches, padre- dijo el joven caballero con una sonrisa- tengo asuntos que atender en el pueblo, pero no quise dejar pasar la oportunidad de saludarlos-
El hombre lo hizo pasar. Aioros lo siguió hacia dentro de la casa, y sonrió al encontrarse cara a cara con su madre, quien estaba bordando en un sillón en la sala.
-Aioros, eres tú- dijo su madre, dejando su bordado a un lado y levantándose para ver a su hijo mayor más de cerca- ¡qué grande y apuesto te has vuelto! ¿Cómo está Aioria?-
-Cada día se vuelve más fuerte, madre- dijo Aioros con una sonrisa- y además…-
En ese momento, el llanto de un bebé lo interrumpió. Aioros se sobresaltó al escucharlo, mostrando una mirada confundida. Su madre sonrió, a modo de disculpa, y se fue al cuarto contiguo. El joven santo se quedó inmóvil hasta que su madre volvió unos segundos después, con un pequeño bebé en sus brazos.
-Madre…- apenas atinó a decir Aioros- ¿que…?-
-No teníamos manera de darles la noticia, querido hijo- dijo su madre, como una disculpa- ella es tu hermana. Decidimos llamarla Aioniah-
Aioros estaba demasiado sorprendido para decir algo. Inconscientemente, levantó su mano y la acercó a los cabellos castaños de la pequeña, como para verificar que fuera real y no su imaginación. Al sentir el contacto de los dedos del joven, la pequeña tomó los dedos de su hermano con sus minúsculas manos y rió.
Al escuchar la risa de la pequeña, el corazón de Aioros se sintió más cálido. Tomó a la pequeña de los brazos de su madre, para total deleite de la pequeña. La niña apoyó su cabeza en el tórax de Aioros y dejó escapar un bostezo, para después sonreír y cerrar sus ojos.
-Aioniah- repitió Aioros, sonriendo. Levantó a la pequeña en sus manos, para mirarla a los ojos. Tenía el mismo color de cabello que Aioria, y los mismos ojos vivaces de sus hermanos mayores. Aioros besó la frente de su hermana y la devolvió a los brazos de su madre- tengo que irme. Nos veremos pronto. Madre…-
Tras despedirse de sus padres, Aioros corrió de vuelva al Santuario con la armadura de Sagitario en su espalda, y con una sonrisa en sus labios.
-Espera a que Aioria se entere- dijo para sí mismo, sonriendo- Aioniah…-
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Esa noche, Aioros regresó al Santuario un poco antes de que se terminara el tiempo que el Patriarca le había concedido. Con cuidado, cruzó entre las casas de los aprendices, hasta llegar a la pequeña choza que habitaba su hermano. Llamó a la puerta y espero a que éste le abriera.
-¡Aioros!- dijo Aioria, sorprendido de ver a su hermano tan tarde en su casa- ¿qué sucede?¿Nuestros padres están bien?-
Aioros sonrió antes de responderle.
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Semanas más tarde, después del nacimiento de Athena.
Shura caminaba de regreso al Santuario, después de haber llevado a cabo la misión del Patriarca, muy seguro de sí mismo. Acababa de darle su merecido al traidor Aioros. ¿Quién hubiera pensado que su querido amigo de la infancia, su compañero de entrenamiento, había traicionado a Athena e intentado asesinarla? Él no, ciertamente.
El santo de Capricornio suspiró mientras caminaba de regreso a la casa que protegía. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que, repentinamente, se había quedado solo en el Santuario. Los nuevos caballeros dorados no eran sus amigos. El viejo maestro Dohko de Libra seguía sin presentarse en el Santuario. Su querido amigo Saga se había vuelto huraño y amargado desde que descubrieron que su hermano había conspirado en contra de Athena, y era cada vez más difícil encontrar. Y ahora, Aioros, su otro gran amigo y compañero, estaba muerto.
Shura suspiró. A pesar de todo, estaba orgulloso de ser uno de los santos más fieles a Athena.
Mientras pasaba el recinto de las amazonas y subía hacia las Doce Casas y a la sala del Patriarca, para entregarle el reporte de la muerte de Aioros, escuchó una conmoción al pasar por las casas de los aprendices. Y fue cuando Shura recordó que Aioros tenía un hermano menor, que recientemente había sido elegido para portar la armadura de Leo.
Shura se apresuró a donde se escuchaba la conmoción. Encontró a una veintena de guardias rodeando al niño, amenazándolo.
-¿Dónde está tu hermano, el traidor?- le repetían.
-Mi hermano no es un traidor- decía Aioria, con sus manos en la cabeza.
-O hablas, o te haremos hablar- le amenazó un guardia.
-Basta- dijo Shura, interrumpiéndolos.
-¡Señor Shura!- dijeron los guardias, inclinándose.
Shura los miró, entrecerrando los ojos. Sabía que no eran más que unos inútiles.
-El santo de Sagitario ya fue localizado, y ya me hice cargo de él- dijo Shura pacientemente- este aprendiz claramente no tenía idea de lo que su hermano hizo…-
-Pero señor Shura- dijo otro de los guardias, el que se encontraba más cercano a Aioria, que aún tenía el puño cerrado amenazantemente hacia el joven aspirante- todos los asociados con el traidor Aioros son igual de culpables-
Shura frunció el entrecejo, y encendió su cosmo.
-Aioros era uno de mis mejores amigos- dijo Shura, en tono amenazante- ¿estás insinuando que yo soy un traidor también?-
Los soldados palidecieron.
-No… ¡por supuesto que no, señor Shura!- dijo el guardia.
-Entonces fuera de aquí- dijo Shura.
Los guardias no lo dudaron y huyeron despavoridos, dejando solo al caballero de Capricornio con Aioria. Shura suspiró, algo fastidiado de la actitud de los guardias, y se volvió al asustado Aioria. Le ofreció la mano.
-De pie, joven caballero- dijo Shura en tono severo- tu hermano pudo haber sido un traidor, pero tú no eres culpable de sus crímenes-
-Shura…- dijo Aioria, conteniendo las lágrimas- no entiendo que está pasando. ¿Porqué están buscando a Aioros?¿qué sucedió?-
Shura lo miró con algo de tristeza. Iba a ser difícil explicar a Aioria lo que había sucedido. Miró con un poco de tristeza al niño, que le recordaba enormemente a su hermano mayor, al que había tenido que combatir hacía escasos minutos.
-El Patriarca encontró a Aioros entró a la habitación de Athena- dijo Shura- y fue testigo de que intentó… que tu hermano intentó asesinarla-
Aioria lo escuchó sorprendido.
-No…- dijo Aioria, sacudiendo la cabeza- no puede ser… Aioros no… no es capaz de hacer algo tan vil- Shura se encogió de hombros.
-El Patriarca no miente, Aioria- dijo Shura- él vio a tu hermano…- y se interrumpió.
Aioria sacudió la cabeza, sin poder creerlo aún. Shura guardó silencio unos momentos.
-¿Y qué pasó con mi… con Aioros?-
-Me encargué de él- dijo Shura simplemente, sin mirarlo a los ojos y dándole la espalda- sus pecados ya fueron purgados con su sangre. De seguro tú también lo sentiste. Está muerto-
Shura podía adivinar los pensamientos del joven Aioria. Sabía lo doloroso que sería para él haber perdido a su hermano y su maestro. Se volvió nuevamente hacia él y le puso la mano en el hombro.
-No te diré que no llores la muerte de tu hermano- le dijo el caballero de Capricornio- pero sí te diré esto. Tendrás que trabajar muy duro para limpiar el nombre de tu familia…-
Y diciendo esto, Shura dejó al pequeño Aioria con sus lágrimas, y comenzó a ascender a las Doce Casas para entregar su reporte al Patriarca.
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Una vez que Shura entregó su reporte, el Patriarca le agradeció, y le ordenó enviar a varios guardias a recuperar el cuerpo de Aioros y la armadura dorada de Sagitario. Una vez que se quedó solo, el Patriarca comenzó a hablar consigo mismo.
-Ese Aioros estuvo a punto de arruinarlo todo- dijo el Patriarca, cruzándose de brazos, mientras estaba sentado en su trono- por suerte, ninguno de los otros caballeros creyó su versión, y ahora está muerto-
"¿Cómo pudiste hacer eso?", dijo la voz de Saga en su interior "Aioros era mi amigo".
-Y era también un estorbo- continuó el Patriarca- menos mal que me libré de él-
"No cantes victoria. Como él, otros van a sospechar y se lanzarán contra ti", continuó la voz de Saga "no saldrás impune de esto".
-Cállate- dijo el Patriarca- tu cuerpo y tu mente me pertenecen. Tu alma va a morir sin poderse liberar. No hay nada que puedas hacer para detenerme-
La voz de Saga en su interior se apagó. En ese momento, llegaron los guardias.
-Señor Arles- dijo uno de los guardias- buscamos por todo el Santuario, siguiendo las indicaciones de el señor Shura, pero no encontramos el cuerpo de Aioros ni la armadura dorada de Sagitario-
-¿Qué dices?- gruñó Arles, poniéndose de pie repentinamente. Los guardias dieron involuntariamente un paso atrás.
-Al parecer algún turista lo encontró en las ruinas- dijo el guardia.
-¿Aioros estaba vivo?-preguntó Arles.
-Lo dudo, Excelencia- dijo el guardia- el caballero de Sagitario se desangró por completo. No hay manera de que esté vivo después de eso. Además, todos sentimos cuando su cosmo se apagó-
"Lo sentí", dijo Saga en su interior "el cosmo de Aioros se apagó para siempre".
-Bien, déjenme solo- dijo el Patriarca, dándoles la espalda.
Cuando los guardias se retiraron, el Patriarca se sentó nuevamente en el trono, y la voz de Saga volvió.
"Aioros te detuvo", dijo Saga en un tono astuto "seguramente Athena sobrevivió. Puedo sentirlo"
-Aioros perdió- dijo el Patriarca orgullosamente- el caballero de Sagitario está muerto por mis órdenes-
"Pero Aioros te venció al final", dijo la voz de Saga "su objetivo era salvar a Athena, y Athena sobrevivió. Y regresará algún día a quitarte todo el poder que crees haber obtenido"
-¡Silencio!- gritó el Patriarca, furioso, levantándose una vez más- yo le enseñaré a Aioros…¡guardias!-
"No lo hagas", dijo la voz de Saga, dándose cuenta de sus planes "no te atrevas. Aioros ya está muerto… no vale la…"
-Claro que vale la pena- dijo el Patriarca- Aioros pudo haberse burlado de mí, pero yo tendré la última palabra. ¡Guardias!-
Un grupo de guardias entraron a la sala del Patriarca y se arrodillaron delante de él.
-Quiero que bajen inmediatamente a la ciudad- dijo el Patriarca- en el primer cuadro hay una pequeña casa blanca, con flores trepando en sus paredes. Ustedes han escuchado hablar de la casa de la familia de Aioros de Sagitario. Maten a sus habitantes y quémenla-
"¡No!" gritaba Saga en su interior, con un tono desesperado que nadie podía escuchar, "¡no te atrevas!"
-Esperen. Pensándolo bien- añadió el Patriarca, sonriendo maléficamente bajo la máscara- masacren y quemen todo en el primer cuadro de la ciudad. No quiero ningún sobreviviente-
Los guardias se sorprendieron, pero estaban demasiado asustados como para preguntar o reclamar.
-Son conspiradores, aliados con el traidor Aioros- añadió el Patriarca- elimínenlos a todos. No quiero que quede un solo hombre, una sola mujer o un solo niño vivo-
Los guardias asintieron y salieron apresuradamente del recito. El Patriarca se quedó solo, riendo de su propia maldad.
"Algún día me liberaré", dijo la voz de Saga, "algún día pagarás por lo que has hecho"
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Mu había dejado el Santuario de Atena y se había dirigido a Jamir unos días después del nacimiento de Athena. El sensible caballero notó inmediatamente que el Patriarca no era su maestro Shion. Poco antes de que Athena bajara a la tierra, había ganado la armadura dorada de Aries, que había pertenecido a su maestro.
Una vez que llegó a Jamir, decidió mantenerse al margen de lo que ocurría en el Santuario. Sabía que algo no andaba bien. Dejó su armadura en el palacio de Jamir y continuo con su vida en solitario.
Un día, varios meses después del nacimiento de Athena, escuchó el llamado, proveniente de la cascada en Rozan. Sonrió al recordar que el antiguo maestro Dohko de Libra aún residía en ese sitio. Su maestro Shion le había contado que estaba ahí cumpliendo una misión para Athena. Sin dudarlo, Mu cerró los ojos y se transportó a Rozan.
Una vez ahí, no fue difícil encontrar al anciano Dohko, el cual se encontraba sentado en la cascada, mirando la torre frente a él. Mu se acercó sin hacer ruido, y tomó asiento junto al viejo maestro.
-Que gusto verte tan crecido, Mu- dijo el viejo maestro, sin quitar la vista de la torre frente a ellos- ya todo un caballero de oro. Tu maestro Shion hubiera estado muy orgulloso de ti…-
Mu sonrió tristemente.
-Gracias, maestro- dijo Mu tristemente- pero, como yo, creo que debe estar consciente de que el maestro Shion ya no es el Patriarca que está en el Santuario. Y hay algo con el nuevo Patriarca que no me agrada…-
-Tienes razón, Mu- dijo el viejo maestro- y creo que has hecho bien al trasladarte a Jamir-
Mu asintió.
-Pero te llamé esta noche para atender un asunto- dijo el viejo maestro- algo malo está sucediendo en Atenas-
Mu se sorprendió.
-¿Algo malo?- preguntó Mu.
-Debes haberlo percibido también tú, Mu- dijo el viejo maestro Dohko- escucho las voces de los habitantes gritando por sus vidas. ¿No las oyes?-
Mu cerró los ojos y lo vio todo. El primer cuadro de la ciudad estaba en llamas. La gente corría por las calles, intentando escapar. Los guardias del Santuario entraban e incendiaban las casas. No pudo soportarlo, y abrió los ojos.
-¿Los guardias del Santuario… están atacando a inocentes?- dijo Mu, sin aliento.
-¿Que dices?- dijo el viejo maestro- ¿viste a los guardias del Santuario atacar a esas personas?-
Mu asintió y se puso de pie.
-¿A dónde vas, Mu?- dijo el viejo maestro.
-A Atenas, tengo que detener esa masacre- dijo Mu.
-Ten cuidado, Mu- dijo el viejo maestro, cuando Mu se dio la vuelta- si los guardias están atacando por órdenes del Patriarca y te reconocen, podrías quedar marcado como traidor. Toma- añadió, entregándole una capa.
Mu se encogió de hombros, pero asintió, tomando la capa y cubriéndose con ella.
-No me reconocerán, maestro- dijo Mu con seriedad, acomodándose la capucha- solo… sacaré a los sobrevivientes de ese sitio…-
El viejo maestro suspiró.
-Ve con cuidado, Mu- dijo el viejo maestro, y éste asintió antes de desaparecer.
"Guardias del Santuario…", dijo el viejo maestro, pensando en lo que Mu había dicho "¿el Patriarca estará detrás de esto?"
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Mu apareció en el primer cuadro de la ciudad, y rápidamente se escondió detrás de una pared que aún se encontraba de pie. Sin su armadura, parecía un niño común y corriente de 7 años, una más de las víctimas de aquel lugar. El joven santo de oro sintió un escalofrío al ver el desolado paisaje que presentaba la ciudad.
"Llegué demasiado tarde", pensó Mu.
Caminó entre los escombros y los restos quemados de las casas, a la busca de sobrevivientes. No había ninguno. Si alguien había sobrevivido, de seguro ya se habían ido lejos. Tanta destrucción y muerte hicieron que el joven santo se entristeciera. Y fue entonces cuando lo sintió. Una presencia viva.
Mu se apresuró. Caminó entre las casas hasta subir una pequeña colina, donde se encontraba una casa blanca, con una enredadera cuyas ramas se encontraban completamente chamuscadas. La puerta había sido tumbada a la fuerza. Mu entró, dudoso. El espectáculo que presentaba la entrada de la casa era completamente horrible. Un hombre y una mujer se encontraban muertos en el suelo de la misma, empapados en un charco de su propia sangre. Mu se llevó las manos a la boca. Había visto muchos caballeros y guerreros muertos, pero jamás una inocente familia.
"¿Porqué han hecho esto?"
El joven se dio la vuelta para salir de la casa destruida. Y fue entonces cuando se dio cuenta. La mujer muerta extendía su brazo hacia el cuarto contiguo. El caballero caminó hacia donde el brazo de la mujer le indicaba, y encontró una canasta cubierta por una tela blanca y varios escombros de la misma casa. Cuando Mu removió los mismos, encontró la presencia que había detectado. Una niña pequeña, de menos de un año de edad, con cabellos castaños y ojos verdes, que Mu estaba seguro que ya había visto al menos una vez en alguien más. La niña parecía encontrarse ilesa, salvo una herida en forma de estrella en su brazo izquierdo. Mu la tomó en sus brazos, y la envolvió con una tela intacta que encontró en la casa. Dando un último vistazo atrás, Mu se teletransportó junto con la pequeña.
Poco después de que los dos desaparecieron, los soportes de la casa cedieron, y ésta se vino abajo.
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Mu apareció a las afueras de Atenas, en la puerta de un orfanato. Miró a la niña una vez más. Ya había vendado su herida. La pequeña sonreía como si no hubiera sucedido nada.
"Pobre niña", pensó Mu "acaba de perder a su familia, y ni siquiera lo sabe"
El caballero de Aries suspiró. La niña le volvió a sonreír, y Mu la besó en la frente, como una señal de protección. Miró que traía un dije que decía "Aioniah. 29 de febrero". Volvió a suspirar, y llamó a la puerta del orfanato. Una monja abrió.
-¿Qué haces solo a estas horas de la noche, niño?- dijo la monja- ¿qué traes ahí?-
-Disculpe- dijo Mu amablemente- hubo un horrible incendio en el primer cuadro de la ciudad. Encontré a esta niña con vida entre los escombros de su casa. Sus padres están muertos. Estoy seguro- añadió tristemente.
La monja se llevó las manos a la boca.
-Sí escuché lo del incendio- dijo la mujer, muy alarmada- y no habían reportado ningún sobreviviente hasta ahora. Que suerte tiene esta niña, de haberse salvado cuando cientos de personas murieron-
Mu asintió, y entregó a la niña en brazos de la monja.
-Muchas gracias por traerla, pequeño- dijo la monja- aquí estará a salvo. Creo que lo mejor para esta pequeña es no enterarse de las circunstancias en las que llegó aquí-
-Espero que pueda encontrar un buen hogar- dijo Mu.
-De hecho, creo que esta niña tiene más suerte de lo que crees- dijo la monja, pensativa, mirando a la niña mientras sonreía mirando la luz en la entrada del orfanato- mañana mismo vendrá un lord inglés, que quiere adoptar a una niña pequeña-
Mu sonrió y asintió. La monja entró al orfanato, y cerró la puerta tras de sí.
-Suerte, pequeña- dijo Mu, a la puerta cerrada- hasta que nos volvamos a ver-
Y desapareció rumbo a Jamir.
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Milo tragó saliva al ver como los guardias del Santuario se burlaban de Aioria. No lo atacaban, pues Shura había dado la orden de no tocarlo, pero lo molestaban sin piedad por la traición de su hermano. Milo agradecía en el alma no tener hermanos que lo pudieran meter en tantos problemas.
Una vez que los guardias se fueron, Milo se acercó al joven Aioria, y le puso la mano en el hombro.
-Vete, Milo, no te conviene ser mi amigo- fue la respuesta que recibió el joven al acercarse a Aioria- no querrás que te vean con el hermano de un traidor-
Milo lo ignoró y le dio otra palmada en el hombro.
-Vamos, Aioria, tú no tienes la culpa de compartir sangre con tu hermano- dijo Milo- además, incluso el Patriarca sabe que tu jamás osarías poner un dedo encima a Athena…-
Aioira levantó la vista, encontrándose con la amplia sonrisa de Milo. No pudo evitar sonreír.
-Así está mejor- dijo Milo- vete a dormir, Aioria. Verás como en unos días nos convertiremos en santos de Athena, y nadie se volverá a meter contigo-
Aioria asintió. Milo le dio una palmada en el hombro, y salió para dirigirse a su propia casa. Aioria, mientras tanto, sentía que algo no andaba bien.
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A la mañana siguiente, el Patriarca envió a Camus a hacer una tarea nada envidiable. El joven acababa de ser nombrado caballero de Acuario, y llevaba escasos días de portar la armadura de oro. No podía creer las noticias que el Patriarca había enviado a dar a Aioria. Sí, el solía ser frío y no dejaba que sus sentimientos se interpusieran en su desempeño como santo de Athena, pero esto era completamente diferente.
Camus conocía muy bien a Aioria. Era un gran amigo de Milo y, además, había conocido a su hermano. De la noche a la mañana, Aioros había sido etiquetado como traidor, y había muerto a manos de Shura. Camus suspiró. Al parecer, las malas noticias para Aioria no parecían terminar.
Llegó a la casa del joven Aioria, quien se estaba preparando para salir a entrenar. Milo había pasado a ver como se encontraba, y se sorprendió de ver al nuevo santo de Acuario ahí.
-¡Camus!- dijo Milo- ¿qué estás haciendo aquí?-
Camus hizo una mueca.
-He venido a traer un mensaje para Aioria, de parte del Patriarca- dijo Camus, y se volvió al joven candidato a la armadura de Leo- no hay manera sencilla de decirte esto. El Patriarca lamenta mucho enviarte la noticia de que… anoche, un incendio consumió gran parte del primer cuadro de la ciudad-
Aioria parecía paralizado. Camus sabía que, en su mente, deseaba que no completara el mensaje que tenía que darle.
-No hubo ningún sobreviviente, Aioria- continuó Camus, cerrando los ojos para no ver el dolor de Aioria- tu casa se derrumbó, como efecto del incendio. Tus padres… se encuentran entre las víctimas mortales. Lo siento mucho-
Camus abrió los ojos después de unos segundos, al no recibir respuesta. Tanto Aioria como Milo estaban horrorizados por la noticia.
-El Patriarca… considera que… puedes salir a la ciudad, para despedirte- dijo Camus- y pide que regreses antes del anochecer-
Camus vio aparecer algunas lagrimas en los ojos del joven, y por primera vez, sintió compasión de otro guerrero. Milo lo apoyaba, poniendo su mano en el hombro del castaño.
-Gracias, Camus- dijo Aioria con la voz entrecortada- agradece al Patriarca, por favor-
Camus se inclinó levemente, y se dio la espalda para retirarse, cuando Aioria lo llamó de nuevo.
-Camus- dijo Aioria de pronto- ¿tienes alguna noticia de Aioniah?-
-¿Quién?- dijo Camus.
-Tengo… tenía una hermana- dijo Aioria con la voz quebrada por el dolor- una niña de escasos meses de nacida. Nunca la conocí, pero… sé que tenía una hermana llamada Aioniah, que vivía con mis padres-
Camus lo miró con verdadera lástima. No solo él, sino también Milo.
-Hombres, mujeres y niños perecieron, Aioria- dijo Camus, con cuidado de no ser tan rudo al decirlo- no hubo ningún sobreviviente. Tu hermana… debió perecer con los demás-
Aioria asintió tristemente. Camus reanudó su camino de regreso al templo de Acuario, deseando no haber sido quien entregara esas noticias a su compañero. Mientras se alejaba, escuchó la voz del joven.
-Gracias por tu apoyo, Milo, pero quiero estar solo un rato- Camus a Aioria decir en voz alta antes de retirarse.
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CONTINUARÁ…
¡Hola a todos! Después de casi 10 años regreso con un fic de Saint Seiya. Por mucho, es el tema que más me gusta para hacer fanfics, ya que es una de mis series favoritas de la infancia, que aún me hace gritar de emoción cuando la veo.
Espero que disfruten su lectura tanto como yo disfruté escribiéndolo. Saludos a todos, y espero sus comentarios, para saber que les pareció.
Abby L.
