Estaba observando una foto de Edward en mi pared y me salió esto, es corto pero espero que les guste. Los reviews me alientan a seguir escribiendo besitos :*
Sin Edward mis calificaciones habían mejorado, cuando llegaba a casa tenía tiempo de sobra debido a mi poco entusiasmo de salir por las tardes con mis amigos, cuando sonaba el teléfono ya no lo contestaba, pues no tenía ganas de aparentar que me importaban sus problemas, sobre todo los de Jesica. Luego de dejar lista la cena de Charlie, subía las escaleras hasta mi habitación y comenzaba con mis deberes del instituto, procurando mantener mi mente completamente concentrada en ellos, impidiéndole vagar en los recuerdos de mi pasado.
Aún dolía recordar su nombre, era como un vacío en el estómago que no podría llenarse con nada, y cuando aquella sensación se desvanecía, lo reemplazaba el vacío en mi pecho. Ya no podía sentir los latidos de mi corazón al alterarse por ver sus dorados ojos cuando cerraba los míos o al escuchar el suave ronroneo de un auto pasar cerca de mí; las heridas continuaban ahí, sin demostrar mejora alguna y posiblemente así se quedarían hasta el final de mis días.
Sabía que él nunca volvería, que se había marchado para siempre, con su familia y la mitad de mi alma, pero, tontamente, mantenía la esperanza de que algún día volvería y tomaría mi mano para conducirme al centro de mi paraíso, hacerme estremecer con su gélido roce y perderme dentro de su alma al observarlo profundamente a sus ojos.
Mi piel brillaba bajo los rayos del sol de la madrugada de ese día. Si alguien nos hubiese visto, habría caído de espalda o quedado atónito ante nuestra figura, pero nos encontrábamos lo suficientemente lejos de cualquier sendero y alcance de otras personas que estuvieran en alguna excursión para que descubrieran nuestro secreto.
Había pasado un poco más de tiempo, lo supe por el largo de mi cabello, que bailaba en el viento detrás de mi espalda. Yo seguía igual, sólo que mis ojeras estaban un poco más marcadas debajo de mis ojos del color del topacio y Edward permanecía tan perfecto y pálido como el día en que lo había visto por primera vez en la cafetería del instituto de Forks. Ambos corríamos entre los árboles que se colaban ante nuestro paso y a quienes los dejábamos atrás en cosa de segundos.
No podía sentir el viento sobre mi rostro, era como si no pudiese chocar contra él, sólo podía sentirlo en mi cabello y en mi ropa pero no sobre mi piel, era extraño, como si mis sensaciones táctiles se hubiesen esfumado, como si ya no fuese capaz de sentir nada más, sólo sed, sed de sangre.
Me detuve en seco al percatarme de ese detalle, pero Edward no estaba a mí alrededor. En el bosque reinaba la paz y la tranquilidad, nadie corría detrás de mí, estaba sola y herida, sentía la sangre correr por mi brazo derecho, aquella antigua herida había vuelto a abrirse producto de las espinas y ramas de los árboles, el dolor me hacía arrugar la nariz y el olor a la sangre fresca hacía que mi cabeza diera vueltas. Caí en el suelo húmedo del bosque, entre las hojas secas y el musgo mientras la lluvia caía sobre mí y me empapaba, el sol había desaparecido y ahora me encontraba en medio de la noche, en medio de la nada, con un vacío en el pecho y con ganas de desaparecer del mundo. Edward ya no estaba.
Quería que alguien llamara mi nombre, que me sobreprotegiera como había estado acostumbrada aquel casi medio año, que se alertara y desesperara al no verme cerca, pero nadie lo hacía. Estaba sola y abandonada moriría ahí, en medio de la nada, pero ¿qué pasaba si la muerte era el mejor remedio a la soledad? Sin dudas lo tomaría como primera opción, ya no quería sentir aquel frío que calaba mis huesos ni tampoco la humedad que me empapaba por completo; quería desparecer, quería fundirme entre el barro y las hojas para no volver a sentir jamás.
