THORN

¿Qué se puede decir cuándo todo está perdido?

Es un sino cruel…

Sólo le pedí una cosa al destino, y éste me la ha negado.

¿Tanto le costaba concederme mi único deseo?

Y ahora, toda mi vida ha sido en vano.

Destrozada… por dos palabras.

Y, si aún pudiera partir, irme, olvidar, esta angustia sería más soportable.

Quizá debería intentarlo.

Si me descubren, me condenarán a muerte.

Pero los Palacios de Mandos son más soportables… que esto.

No hay mayor dolor que el que estoy sintiendo ahora.

Lo intentaré.

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Soy libre.

Pero no tardaré en volver a mi jaula de oro, a mi encadenamiento con grilletes de adamante, a ahogarme entre pañuelos de seda.

Pero, en este momento, soy libre.

Quizá podría escapar definitivamente de la Ciudad Escondida, dejando todos mis recuerdos encerrados entre sus muros blancos. Podría irme a las Mansiones de los Enanos, donde me tratarían con honores y podría dedicarme sin fisuras a la extracción de metales.

¿Seré capaz?

No, susurro, y la realidad cae sobre mi como una losa.

Los sueños… sueños son.

No soy capaz de abandonarla.

La luz de pies níveos me hiere, pero no puedo apartarme de ella.

Soy esclavo de su voluntad.

No importa que me odie, que me desprecie, que me rechace.

La sigo deseando, como la Luna desea el Sol, aunque se queme.

Y yo estoy negro y gris de ceniza, carbonizado, por un amor imposible.

Y la sigo queriendo.

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Mi padre era estúpido.

Rebosaba de rencor y orgullo, y por eso mismo era estúpido.

Eso pensé siempre.

Pero ahora no estoy tan seguro.

Si le hubiera obedecido, no estaría lamentándome ahora.

No tendría que soportar verla casada con un simple mortal.

No tendría que soportar verme desplazado por un simple mortal.

Viviría en la oscuridad, pero libre al fin y al cabo.

No estaría maldecido por este hado oscuro que lanzó sobre mi.

Y mi madre… aún estaría viva.

Triste destino el de mi familia.

No sé que sintió mi padre cuando se enteró de que matado a su esposa, pero debió ser muy cercano al dolor.

Nunca lo demostró, pero estoy seguro de que amaba a mi madre.

¿Sería la muerte una liberación para él, tal como lo sería para mi, si no fuera tan cobarde?

¿O estaría temeroso del Juicio de Mandos?

Nunca lo sabré. Nunca sabré nada.

Nada menos que me odia y me maldice desde su tumba.

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¿Dije que no podía sufrir más?

Me equivoqué.

He caído en el abismo del que no hay retorno.

Estoy en manos del opresor, del demonio del norte.

Todo iba como siempre.

Había salido afuera del cerco, más allá de las colinas, a buscar vetas del frío metal.

Pero entonces, una horda de orcos me descubrió.

Ahora estoy cautivo.

Y ya nunca me desharé de este terror que me atenaza.

Estoy hundido en sus ojos oscuros.

La jaula de oro se ha trocado por una negra y horrorosa.

Me han destrozado el cuerpo, pero eso no es nada, comparado con lo que me han destrozado el alma.

Me ha recordado, una y mil veces, quién es el dueño de la luz dorada.

Me ha recordado una y mil veces que su unión es indisoluble hasta el fin del mundo.

Me ha recordado una y mil veces que ella nunca será mía.

A menos que…

Sus palabras, profundas e hirientes como alabardas de hielo, quedaron flotando en el aire, y rió…

"Dime donde está Gondolin, y ella será tuya."

¿Qué debo hacer?

Me gustaría que, si alguien habla de mi en los días por venir, pudiera decir que permanecí firme y no me doblegué como un esclavo ante los pies del Mal.

Pero no será así.

Ya siento los pasos rápidos del destino que me persigue.

No puedo escapar de él.

Mi deseo por la luz me ha llevado a la desgracia.

¿Dije que mi padre era estúpido?

Yo lo soy más.

El rencor y el amor me han derrotado.

"Dime donde está Gondolin, y ella será tuya. Podrás quedarte con la ciudad, y tus enemigos… morirán presos de grandes sufrimientos."

Estoy arrodillado ante él.

Estoy firmando mi traición.

Estoy dejando el listón tan alto, que nadie más en toda la Historia de Arda podrá recamar el título de traidor.

Ahora… viene la noche.