Hola a todos, he titulado a este fic así debido a una canción de Taylor Swift (yo sé, que raro), esta es una secuela de mi fic "I Almost do", aunque si no lo has leído no te preocupes, no tienes que hacerlo, la redacción está preparada para que te metas en la historia incluso si no sabes nada de "I Almost do"
Entrando en materia, Anna y Elsa decidieron dar rienda suelta a su amor, a pesar de los obstáculos que la vida les impuso, familia y amigos, algunos supieron entender su relación, otros no. Ha pasado un año desde entonces
¿Realmente una relación como esa podría tener un final feliz?
I
¿FELICES POR SIEMPRE?
— Tranquila, estaré ahí a la hora acordada.
Una llamada sorpresiva había provocado que Elsa se detuviera de pronto a mitad de la acera, no había saludado, ni si quiera había mirado la pantalla del móvil para conocer el nombre del contacto. Sabía bien quien era y el porqué de su llamado.
— ¿Ah? ¿Cómo sabías que yo…? — Al otro lado de la línea se escuchó a Anna responder con voz sorprendida.
La curva en los labios de la rubia se agrandó, sonrió aún más mostrando incluso su blanca dentadura, cerrando los ojos arrugando un poco el entrecejo. También sabía que Anna reaccionaría de ese modo, y el impresionante talento que la pelirroja tenía para convertir todo en ella predecible le causaba un cálido sentimiento de ternura.
— ¿Tú ya estas lista?
Elsa retomó el andar, aunque un poco más lento, con el teléfono aún contra el oído. Mirando hacia el frente, como buscando algo en el cielo, mas sin borrar su sonrisa.
— Si, el taxi me espera abajo, pero quería llamarte antes para recordarte. — La voz de Anna al teléfono era acompañada por otros sonidos que evidenciaban que estaba por salir. Puertas cerrándose, llaves, pasos apresurados, entre otras cosas.
— ¿Ya vienes de vuelta? — Continuo Anna, aparentemente preocupada por Elsa y el itinerario para aquella noche.
— He terminado todos mis pendientes, tan sólo necesito ir a recoger algo y listo, te veré allá a las ocho en punto ¿Está bien? — Elsa dijo con la voz más serena que pudo ofrecerle a su hermana, quería tranquilizarla.
Aunque la rubia no era en lo absoluto fanática de la impuntualidad, durante las últimas semanas había estado retrasándose en sus encuentros con Anna. La nueva novela de la escritora estaba por publicarse y aún había muchos detalles que atender, la editorial esperaba hacer el lanzamiento antes de fin de año, por cuestiones de maketing. Lo que significaba que Elsa se encontraba verdaderamente ocupada, situación que dejaba muy mal parada su vida social. Anna lo entendía, pero aquella noche en particular esperaba que Elsa se presentara sin retardos, y ninguna excusa que tuviera que ver con el trabajo.
El cumpleaños del mejor amigo de Anna, Olaf, sería celebrado, ambos pelirrojos habían organizado una fiesta especial, y aunque el chico esperaba muchos invitados, a quienes quería ver más que a nadie era a Elsa y Anna. Cada vez resultaba más difícil quedar para ellos, el trabajo y las obligaciones de "adultos" como las llamaba Anna los distanciaban de poco en poco.
— De acuerdo, llámame cuando hayas llegado y bajaré por ti ¿sí? — Anna ya estaba saliendo del edificio, y podía ver al taxi que le esperaba al frente.
— Oye ¿Sabes que conozco bien el departamento de Olaf? Puedo subir sola y encontrarlos ahí.
Elsa desvió la mirada a la derecha, su rostro se vio reflejado en el cristal de los brillantes escaparates, adornados con escarcha artificial y elegantes luces blancas, todas las tiendas de la ciudad compartían aquel intenso espíritu navideño.
— Lo sé, lo sé, pero los invitados de Olaf… Ya sabes, la mayoría son… De… Ambiente — Anna se escuchó un momento más lejos de la bocina del teléfono, su atenuada voz deseo buenas noches al conductor y le indicó la dirección que correspondía al domicilio de su pelirrojo amigo.
Elsa enarcó una ceja, verificó donde se encontraba mirando los encabezados de las tiendas a su costado, ella parecía haber llegado al sitio donde recogería su último pendiente.
— Ya sé, Olaf es gay, tiene amigos homosexuales. — Habló con obviedad. — No creo que estés en posición de decir algo al respecto, Anna. — Dijo Elsa con un aire tenuemente divertido en la voz.
— Amigos y amigas homosexuales. — Repitió Anna. — Amigas. — Enfatizó, consiguiendo que el taxista alzara la mirada al espejo retrovisor, prestando atención de pronto a la conversación que tenía su pasajera por puro morbo.
Elsa dejo salir una risa muda, mientras se acercaba al mostrador principal de aquella tienda, acariciándose la ceja derecha con las yemas de los dedos medio, índice y anular.
— Anna, por favor, me ofendes ¿Por quién me tomas?
El rostro de la pelirroja era iluminado fugazmente por luz, tras luz, que penetraban la ventana del taxi al pasar. Los espectaculares luminosos, las figuras que aludían las festividades, los arboles sin una sola hoja encima, pero si rodeados en espiral con metros y metros de luces navideñas.
— Por quien eres, una mujer joven, inteligente, tierna, exitosa, bella y… — Tomó aire, estaba hablando demasiado rápido. — Groseramente sexy.
El taxista carraspeó, alzando las cejas con evidente pasmo, Anna ni si quiera lo notó.
— Pero que dices.
— Es la verdad, confío en ti, pero no en el resto del mundo no, he visto cómo te miran las otras chicas.
— Anna. — La nombró pidiendo una intervención.
— Incluso los chicos ¿Qué les ocurre? No eres un filete ahumado, pero pareciera que incluso se relamen cuando te ven.
— Yo no creo que tengas preocuparte por eso.
Elsa entregó a la empleada tras el mostrador una tarjeta, la chica miró el contenido, asintió sonriendo suavemente y con un ademan le pidió a la rubia aguardar un momento.
— ¿Cómo qué no? ¿Es que no te has dado cuenta? — Respondió casi con indignación.
— La que parece no haberse dado cuenta eres tú. — Elsa vio a la empleada volver con una pequeña bolsa, misma de la que sacó una diminuta y elegante caja blanca. Abriendo la misma frente a los ojos de la rubia, como si estuviese revelando un cofre con un tesoro invaluable.
— ¿Ah?
Elsa guardó silencio un momento, contemplando el impresionante trabajo de joyería que tenía frente a sus ojos, bajó un poco la voz y continuó.
— No importa el resto del mundo, lo que hagan o lo que digan, yo nací para estar con una sola persona.
Anna se mordió el pulgar de la mano libre, escuchar a Elsa hablar en voz baja, diciendo palabras como esas, hacía que un calor hormigueante se apoderara de su estómago.
— Estoy hablando con ella justo ahora, la veré dentro de una hora y la besaré tanto que no le quedaran ganas de preocuparse ni un poco.
Anna ya tenía los ojos cerrados, aunque apenas se notaba en la oscuridad del taxi. Sin darse cuenta, ya no era el dedo pulgar el que mordisqueaba, sino sus nudillos.
— Elsa… — Musitó su nombre. — Te quiero tanto.
— También te quiero, pon atención al camino, nos vemos a las ocho.
La llamada culminó, dejando a Anna apretando el teléfono contra su pecho, como si así pudiera guardar las palabras intercambiadas con Elsa en lo más profundo de su corazón.
La empleada tras el mostrador miraba a la rubia con ojos confidentes. Elsa se disculpó y guardó el teléfono por fin en el bolsillo de su abrigo.
— Estoy segura que va a encantarle.
La escritora volvió a mirar el interior de la cajita, había encargado días atrás aquel detalle, esta mañana habían llamado de la joyería para avisar que podría recogerlo ese mismo día. Ante el comentario, Elsa sólo sonrió.
— Es de los mejores que hay, ella debe ser muy afortunada. — La empleada volvió a cerrar la caja, y cuidadosamente la introdujo de nuevo en la bolsa de papel acartonado, con el logo de la tienda en el centro de ambas caras.
— La afortunada soy yo, se lo aseguro.
Elsa respondió tomando la bolsa, agradeció a la empleada y se despidió dejando la tienda.
A los 25 años Elsa se sabía segura, determinada y valerosa, con respecto a con quien quería pasar el resto de su vida. El amor de la niñez es muchas veces menospreciado, pues «los niños no se enamoran », el amor adolescente se considera todavía menos, aunque no se menosprecia en intensidad, ese es su mayor defecto. Para los adultos el amor de los adolescentes suele ser loco, irracional y difícilmente duradero.
Sin embargo, teniendo ya vivido un cuarto de siglo, la escritora podía asegurar, que el amor de su niñez, el amor de su pubertad y adolescencia, era el mismo de su ahora adultez: Anna.
Ambas habían atravesado una variedad de fuertes adversidades para poder estar juntas, se habían enfrentado ante amigos, familiares, sus propios padres. Hacía poco más de un año que el contacto con sus progenitores se había fracturado, y aunque se dice que el tiempo lo cura todo, el panorama para una reconciliación familiar lucía bastante oscuro. La madre de ambas se comunicaba una vez al mes, se esforzaba por no romper el vínculo con sus hijas, se esforzaba por hablar con normalidad, por no perder contacto. Los primeros meses se le oía con la voz quebrada, terminando por romper en llanto, cuestionando que habían hecho mal ella y su esposo, en que les habían fallado para que las cosas terminarán de aquel modo.
La mujer ya no lloraba al teléfono, en su lugar le hablaba a su hija mayor acerca de Giselle, la antigua ¿Novia? De Elsa, sugiriendo llamarla, que había pasado mucho tiempo, que estaría bien salir, visitarla, retomar contacto con ella. Con desesperadas ilusiones de que Anna y Elsa, volvieran al buen camino, y dejaran de romper su corazón y el de su esposo. Quien a diferencia de la madre de ambas, no llamaba a menudo, y si podía evitar hablar con ellas, lo hacía. El hombre se sentía aún más decepcionado de su desempeño como padre, de lo que su esposa.
Para Olaf y Eugene, amigos de Elsa y Anna desde el colegio ya no resultaba tan raro, es más, ellos lo veían incluso más natural que la pareja de hermanas. Quizá porque estaban enterados de lo que ocurría desde que su época como estudiantes, y por qué a través de los años habían visto el desarrollo de esa trágica y complicada historia de amor.
— Mira cuanta gente, y decías que mi departamento era demasiado grande para una persona. — Olaf decía con una emocionada sonrisa en los labios, codeando a Anna, casi derramando la bebida por el choque.
— Pues justo ahora luce como un salón de fiestas ¿Conoces a toda esta gente? — Preguntó la pelirroja a su amigo, con el mismo asombro que él.
— No realmente, pero he saludado a ejecutivos importantes, ni si quiera sabían que se trataba de mi cumpleaños. Pero ya me han dado sus números ¿A que es genial? — Olaf sacó las tarjetas de presentación de los mencionados y las puso frente al rostro de Anna, alzando y bajando las cejas con presunción.
Anna sólo negó sonriendo.
— ¡Olaf! — Se escuchó una voz entre la multitud.
Un sofocado Eugene se movía entre los cuerpos a medio danzar para conseguir llegar frente a ambos pelirrojos.
— ¿Por qué ninguno de los dos contesta sus teléfonos? Llevó media hora aquí tratando de encontrarlos ¿Por qué tu apartamento es tan grande? — Se quejó el castaño, mientras extendía una bolsa de regalo hacía el cumpleañero.
— Creo que lo aplaste un poco mientras trataba de defenderme de tus afeminados amigos. — Dijo Eugene refiriéndose al contenido de la bolsa, obsequio que había traído a Olaf como presente.
El pelirrojo tomó el regalo sonriente, le divertía ver a Eugene tan estresado, por alguna razón, sabía que se sentía algo incómodo estando entre tantos hombres "no heterosexuales", como decía el para no sonar intransigente.
— Cielos, diez llamadas perdidas. — Olaf miró el teléfono tras recibir el regalo, para comprobar lo dicho por el castaño. — No debí oírlo por el sonido de la música, lo siento ¡Pero me alegra que hayas podido venir! ¡Y a mis amigos también! — Río divertido.
— Que gracioso el niño. — Eugene puso la mano sobre los cabellos de Olaf y los desordenó "cariñosamente".
Anna también había mirado el móvil, dándose cuenta de que Elsa había avisado su llegada con un mensaje, y aunque el texto decía expresamente "Ya estoy aquí, no bajes, subiré por mi cuenta", Anna no dudo el avisarles a sus amigos que saldría un momento y volvería con Elsa.
— ¡Dile que preparé motores! Esta vez beberemos hasta el amanecer — Eugene le gritó a Anna quien ya corría rumbo a la salida.
Anna dejó el ambiente festivo atrás, corrió de prisa por el pasillo, quería bajar antes de que Elsa subiera, frente a las puertas del ascensor presionó el botón insistentemente, aunque esto no hiciera ninguna diferencia. Desvió la mirada y al sentirse desesperada, hizo lo mismo con la puerta del elevador contiguo, como si fuera una máquina de juegos, presionó una y otra vez el botón, hasta que escuchó la campanilla de la puerta de junto abrirse. Se volvió en seguida, como si estuviera en una pista de carreras y el disparo ya hubiese sido lanzado. Sin embargo cuando estuvo por dar el primer paso al interior de la cabina se dio cuenta de que Elsa se encontraba ahí, con la palma de la mano derecha apuntando hacia arriba, la vista gacha, sobre su delicado reloj de plata que rodeaba su delgada y pálida muñeca.
Cuando Elsa miró el apuntador de pisos, al darse cuenta que había llegado al indicado, quiso echar un último vistazo a la hora. Faltaban tres minutos para las ocho en punto, había llegado más que puntual, se sentía satisfecha.
La rubia alzó lentamente la vista al sentir una presencia frente suyo.
— Anna. — Dijo sorprendida, casi asustada.
Anna no respondió nada, aún tenía un pie dentro del cubículo y las manos a los lados sosteniendo las puertas.
— No tenías que venir, te dije que podía subir sola ¿Lo ves?
Elsa alzó las manos a los lados, sugiriendo que la mirara, que se diera cuenta de que estaba intacta.
Sin embargo Anna no parecía reaccionar, seguía en la misma postura, con los ojos puestos en Elsa, quien se miraba a sí misma, suponiendo que Anna hacía lo mismo, a punto de atreverse a retarla porque le encontrara algún desperfecto, seguro que no lo encontraría.
Pero de todas las cosas que pasaban por la cabeza de Anna, la última era encontrarle alguna seña a Elsa, según su última conversación. Los pensamientos de Anna, más bien, delineaban ese peligroso borde entre lo que podía hacerse en la intimidad y lo que no.
¿Por qué de pronto?
Elsa no había hecho nada, no había dicho nada para provocarla, aun así, apenas las puertas metálicas del ascensor se deslizaron a los lados, nada más verla ahí, inclinando la muñeca para ver la hora, con el flequillo ladeado ligeramente a la derecha, las gafas casi invisibles sin armazón delinear sus sienes, el fino tabique de su nariz, el cuello intacto de su camisa, la bufanda colgando por su cuello con exagerada perfección, ni una arruga, ni un doblez en su abrigo, tan pulcra, tan limpia, esa imagen de Elsa tan femenina, delicada, cuidada, alineada al cien, le provocaba algo más fuerte que ella misma.
— No fui el filete ahumado de nadie. — Dijo victoriosa Elsa, levantando la vista por fin, encontrándose con una Anna que le obligó a separar los labios inseguros.
— Aun no. — Respondió Anna con la voz, casi seca.
— ¿Cómo? — Más confundida que antes, la rubia frunció el ceño con extrañeza. — Anna, ¿Te sientes b…?
La pelirroja terminó por entrar a la cabina del ascensor, dejando que las puertas se cerrasen por fin tras ella, sus manos empuñaron el abrigó de su hermana por los pliegues, presionando su cuerpo con tanta fuerza que consiguió mover el cuerpo de la mayor de ambas, provocando que la espalda de esta chocara con el helado muro de metal. Elsa abrió los ojos más de lo usual, ante el repentino actuar de Anna, habría objetado de no ser que sus labios se encontraban ya, presas, por los de Anna. Quien los había capturado en un arrebatado beso.
— A-Anna, estamos en un elevador. — Murmuró Elsa, tratando de retroceder más.
De nada servía, tras ella no había más espacio entre su espalda y la pared del ascensor.
— Dijiste que ibas a besarme. — Respondió la pelirroja contra sus labios, sin intención de separarse ni un poco.
Anna se pintaba intrépida, sus dedos se movían presurosos, tratando de desabotonar la camisa de su hermana mayor, algunas veces resbalaban entre los botones y la lisa tela, pero ya había conseguido deshacerse de los primeros tres de arriba hacia abajo, mientras una contenida Elsa se fingía esforzarse por detenerla.
— Pero, Anna, aguarda, estamos… En… Alguien… Puede entrar. — Con la respiración agitada, respondía la rubia, quien sostenía sin mucha fuerza las muñecas de la pelirroja. Era peligroso montar semejante escena ahí, pero en el fondo le producía una excitación extraña. Aunado a que esos momentos en los que Anna perdía el sentido común, le enloquecían verdaderamente.
La campanilla del elevador sonó nuevamente, las puertas se estarían abriendo en un piso distinto. Elsa se sobresaltó, con las mejillas enrojecidas por la agitación del encuentro, el flequillo apenas desordenado, la respiración precipitada y la camisa a medio abrir, con las copas del sujetador expuestas, lo mejor que pudo hacer fue encogerse y tomar por los extremos su gabardina, cerrándola efusivamente.
Anna por su lado, miró rápidamente de reojo tras su hombro, y en seguida se movió junto a Elsa, hombro a hombro, carraspeando, fingiendo que sus uñas eran de pronto muy interesantes de mirar.
Frente a las hermanas Arendelle, una expectante anciana, cuyo abrigo apenas dejaba salir su pequeña cabeza de él, de lo grueso y afelpado que parecía ser. Debajo, un pequeño chihuahua, mismo que llevaba un suéter tejido que lo hacía ver quizá, también más pequeño de lo que realmente era.
El cachorro parecía estar desesperado por entrar a la cabina, más la anciana no parecía tan segura, pero tuvo que ceder ante el canino que hizo tensar la correa al avanzar desesperado al interior del ascensor.
La mujer les dio la espalda, temiendo lo que pudiera ocurrir detrás de ella.
Elsa volteó a ver dónde Anna, lanzándole una mirada inquisidora, pero la pelirroja al verla, fuera de sentirse culpable, sólo pudo cubrirse la boca y contener una risita burlona, señalando con el dedo índice a Elsa.
— Me-las-vas-a-pagar. — Elsa movió la boca, pero no hizo algún sonido, esperando que Anna pudiera leerle los labios.
Por su parte la pelirroja cada vez, se sentía más divertida.
Cuando se hubieron solas nuevamente, la pasión de hacía un momento se había transformado en otra cosa, Anna se sentía tan divertida, por ver a Elsa apresurada por volver su vestimenta en su lugar, mientras refunfuñaba regaños para Anna, sobre que se podía hacer y que no en público. Pero su hermana pequeña, no paraba de reír, al grado que, la rubia al final termino contagiada por el hecho, riendo con la misma torpeza que la pelirroja.
Al encontrarse con Olaf y Eugene en el interior de la fiesta, se saludaron efusivamente, Elsa dio el abrazo de felicitación al pelirrojo y además le extendió su obsequio. Aunque la fiesta se suponía de Olaf, las miradas viajaron hacía Elsa minutos después de haberse incorporado.
Había adquirido cierta fama entre los buenos lectores, debido a su primera novela La princesa de Fuego, además por su juventud, su belleza y las dudas sobre su sexualidad, las cuales habían quedado completamente disipadas para algunos medios. Se sabía que salía con una diseñadora de modas, pero no mucho más.
Olaf presentó a sus amigos de trabajo a Anna y Elsa, lo que predominaba en las conversaciones con ellos eran adulaciones a su libro, algunos ensayos y demás. Eso estaba bien, nadie preguntaba cosas extrañas, parecían personas discretas, eso creyó, hasta que…
— Oh ¿Entonces tú eres Anna Brander?
Preguntó un joven, un fotógrafo, que parecía evidentemente sorprendido.
— Ah, sí, soy yo, no pensé que alguien aquí conociera mi nombre. — Respondió Anna.
Años atrás había ocupado el apellido Brander, con intenciones de triunfar en el mundo de la moda sola, Elsa se había vuelto una celebridad antes que ella, temía pronunciarse como Anna Arendelle y que eso le diera reconocimiento gratuito. Así que usaba el apellido de soltera de su madre, eso resultaba beneficioso más allá de asuntos de trabajo, así no tenía que evitar ocultarse en público con Elsa, siendo ella Brander y Arendelle no había crimen ¿Verdad?
— ¿Y sales con Elsa? — El chico dio un trago a su bebida, y luego señalo a Elsa con la misma.
— Así es, llevamos poco más de un año juntas. — Fue Elsa quien respondió, el chico estaba siendo demasiado indiscreto. Elsa había estado sosteniendo a Anna por la cintura casi desde que entraron, era obvio, tal y como una pareja. Pero a aquel muchacho algo no parecía cuadrarle.
— Cielos, no me lo tomen a mal pero ¡Son idénticas! — Señaló asombrado.
Elsa sintió una punzada en el pecho, que descendió con pesadez hacía su estómago.
Anna por su lado miró de reojo a Elsa, preocupada, sabía cómo le afectaban ese tipo de comentarios.
— Sus semblante, sus narices, miren sus perfiles ¡incluso parece que tienen el mismo color de ojos! ¡Como si fueran hermanas!
Una de las chicas de junto, modelo al parecer, asintió dándole la razón al fotógrafo.
— Si, si ¡Como gemelas!
— ¿Verdad que si? — Respondió Anna con una sonrisa nerviosa. — Nos lo dicen a menudo ¡Es tan raro! — Dijo la pelirroja, con un rostro de fingido desagrado.
— ¡Yo he oído sobre eso! ¿Cómo eran los hashtags…?
El fotógrafo se rasco la barbilla mirando hacia arriba tratando de recordar algo.
— Oh si, BoyfriendTwin y GirlfriendTwin ¿No es así? Es un misterio entre las parejas gay.
Complemento la chica, Anna creyó que era el momento perfecto para intervenir de nuevo.
— Claro, claro, seguro que nosotras somos uno de esos casos extraños. — Anna rio junto el par de chicos, buscando a Elsa con la mirada para relajarla y hacerla reír también. Sin embargo, no funcionó.
— Disculpen, tengo que usar el servicio.
Elsa soltó repentinamente a Anna y rompió el círculo de la conversación, necesitaba aire, de pronto sentía que todos hablaban de lo mismo. No era la primera vez que hacían un comentario como ese, le aterraba cuando aquello ocurría, sentía que en cualquier momento alguien las señalaría y dijera "Si, ustedes son hermanas".
Durante los primeros meses de relación, se escondía todo lo posible junto con Anna, pero a petición de su hermana menor, las cosas fueron cambiando gradualmente, y había resultado bastante bien. Podían salir juntas, mostrarse afecto en público, ser como cualquier otra pareja sin sentirse juzgadas.
Pero momentos como estos le hacían desear a Elsa jamás haber salido del escondite, quedarse ahí, en la oscuridad junto Anna.
— ¿Estas bien?
Preguntó Anna, tocando su hombro desde atrás.
Elsa había encontrado buen refugio en la terraza del apartamento de Olaf, la cual estaba curiosamente vacía.
— No, Anna, no estoy bien.
Anna, dejó salir un pequeño suspiro, se colocó a lado de ella, apoyándose de espaldas a la baranda de mármol, en posición opuesta a Elsa, quien miraba la ciudad de frente, la diseñadora prefería mirar a la escritora que al paisaje nocturno de la urbe en Oslo.
— A veces pienso que fue mala idea tratar de mostrarnos como una pareja normal, nunca lo seremos. — Elsa murmuró, negando con la cabeza al final de su dialogo.
— Elsa, vamos. No empieces con eso, estamos bien tal y como estamos, no quiero volver a fingir ser algo que no somos.
— Pero si ya estamos fingiendo Anna, estamos engañándonos, hagas lo que hagas, digas lo que digas, sigo siendo tu hermana ¿Lo sabes? — Elsa volteó a ver a Anna con reproche y frustración naciente. — No importa por donde lo veas, si hacemos una cosa o la otra, fingiremos al final.
Anna bajó la mirada.
— Yo no quiero dejar de sentirme tu hermana Elsa, y tampoco quiero dejar de sentirme tuya... — Murmuró cabizbaja la pelirroja. — Si pudiera mostrarme al mundo como las dos cosas sin que eso fuera a hacernos daño lo haría gustosa.
Elsa calló, pero sin dejar de mirar a su hermana menor.
— Elsa, si no le grito a los cuatro vientos que eres mi hermana y al mismo tiempo, la persona de la que estoy enamorada, no es porque me avergüence. — Anna dio media vuelta, y buscó envolver las manos de Elsa entre las suyas. — En realidad me siento afortunada, tan dichosa, nací junto a la persona que amo, nací para pertenecerte ¿Quién más tiene la dicha de un amor como el nuestro?
La diseñadora acaricio las manos de la escritora, las elevó hasta dejarlas a la altura de sus labios y dejó un pequeño beso sobre sus fríos nudillos.
— Anna... — Musitó.
— Por alguna razón que aún no puedo entender, esto es algo malo para el resto de personas, y por eso no podemos evitar omitir algunos detalles de nuestra relación, pero Elsa, no hacemos daño a nadie.
— A mamá y a papá sí.
Anna volvió a suspirar.
— Debes darles más tiempo.
— Ha pasado un año.
— Y puede pasar otro, y otro, pero estoy segura de que lo entenderán, tú eres feliz, yo soy feliz, eres todo lo que quiero Elsa, por favor… No te arrepientas de estar conmigo.
Elsa cerró los ojos, deshizo el agarré con las manos de Anna y se lanzó a abrazarla efusivamente.
Noruega era un buen país para cualquier tipo de pareja, podía haber hombres y mujeres felices, sin importar su orientación sexual. A pesar de que pudiera haber gente conservadora, las legislaciones apoyaban a todos sus ciudadanos sin problema alguno, sin importar sus preferencias y/o demás.
Pero por mucho apoyo que Noruega o cualquiera de los países que fueran cien por ciento incluyentes alrededor del mundo. Parecía que seguía sin haber espacio para una pareja como las hermanas Arendelle.
Ellas no podrían hacer lo mismo que el resto de parejas, la ley no amparaba ese tipo de relaciones, no tendrían los mismos derechos como pareja, no podrían casarse, formar su propia familia, reunirse en navidad y año nuevo con su familia.
Las cosas no eran tan sencillas, un amor como ese parecía estar muy lejos del "felices para siempre". Elsa empezaba a creer que tarde o temprano, aquello terminaría, tan sólo esperaba que no fuera de forma trágica, no quería herir a Anna, habían sufrido bastante ya.
CONTINUARA. . .
