DESCUBRE Y VERÁS
Summary: -Déjame hacerlo, quiero hacerlo-Dijo Remus, agachado entre sus rodillas y con la cabeza entre las piernas de Severus, excitado e imbuido por aquellas insondables orbes negras-Déjame hacerlo-Insistió, atravesándolo con aquellos ojos ámbar color miel-Yo quiero hacerlo...-Susurró, seguro de sí mismo, como nunca antes lo había estado.
N/A: Harry Potter no me pertenece. Todos los derechos pertenecen a JK Rowling. Lo único que me pertenece es este fic, realizado con muchísimo mimo y cariño.
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CAPÍTULO I: SI LO NECESITAS
-¡SEVERUS! ¡VEN AQUÍ!-Explotó Tobías Snape desde la cocina, furibundo, colérico, enardecido por el alcohol, dejando de agarrar los cabellos de su esposa para sujetarse la muñeca que su propio hijo había herido. Sangraba abundantemente; la herida había sido infringida con saña, llegando prácticamente al hueso. El chico, sin duda, había intentado amputar el miembro y, casi lo había logrado.
-¡TE HE DICHO QUE VENGAS!-Gritó corriendo tras él, escaleras arriba.
-¡TOBÍAS, POR FAVOR!-Exclamó Eileen Pince, intentando levantarse del frío y sucio suelo de la cocina-¡DÉJALO EN PAZ, BASTA!-Siguió suplicando, sollozando.
-¡TÚ!-Volvió a gritar Tobías, golpeándose bruscamente contra la astillada barandilla de la escalera y, cayendo de bruces contra la mohosa moqueta del pasillo-Ah… ¡JODER!
Severus Snape solo siguió corriendo, sin mirar atrás, resollando, perlado en sudor y, con el corazón acelerado por la adrenalina y el pánico. No pensaba socorrerlo, no después de haber sido testigo de lo que su padre había intentado hacerle a su madre. Aquello había sido la gota que había colmado el vaso; ya no era capaz de soportar semejante situación.
Llegó a su habitación, cerró la puerta de un portazo y, esperando, casi rezando, para que el desgraciado no se levantara e intentara sacudir la puerta a golpes hasta abrirla, agarró todas sus pertenencias y salió disparado por la ventana, sin pensarlo dos veces. Cayó en el asfalto herrumbroso de las calles de La Hilandera, hiriéndose las rodillas y las palmas de las manos, pero siguió corriendo. Sin mirar atrás. Sin parar a respirar. Sin despejar de su rostro demacrado los cabellos grasientos negros que se le pegaban al rostro, producto de los vapores de las fábricas textiles que poblaban el barrio muggle en el que vivía.
Serpenteó las calles del lugar, siguiendo el cauce del río, pasando por entre los tugurios más pestilentes y decrépitos posibles, sorteando vagabundos y borrachos que vomitaban sobre la entrada de los prostíbulos. Tenía claro hacia dónde tenía que ir. Solo había una persona en el mundo a la que podía acudir: Lily Evans.
Esperaba, tan solo esperaba, eso sí, que a pesar de haberse distanciado de ella y de haber escogido caminos distintos en la escuela, Lily todavía pudiera brindarle su mano.
Pateó la hierba descuidada que colindaba con las casitas del barrio más acomodado en el que vivía Lily. Derrapó por un terraplén en obras y, gritando por el pánico, rodó por la tierra humedecida hasta golpearse en la mandíbula contra las raíces de unos árboles. Inmediatamente, se puso de nuevo en pie, e ignorando el dolor que palpitaba por todo su cuerpo, emprendió el camino hacia una casa en particular. Blanca, de tres pisos, con uno de aquellos buzones impolutos que tanto parecía gustarles a los muggles, columpios en el porche y un precioso coche aparcado en la entrada.
Severus rodeó el perímetro de la casa de los Evans, se posicionó bajo la ventana de Lily y comenzó a repiquetear los cristales con pequeñas piedrecitas, deseando con todas sus fuerzas que aquella chica de la que había estado enamorado toda la vida se asomara por la misma. Necesitaba… tenía que… estaba… él… Las palabras se juntaban sin ninguna clase de orden en su mente, negándose a aceptar que necesitaba ayuda, que tenía miedo, que él estaba solo en el mundo.
Lo intentó varias veces, hasta que, a la quinta, consiguió que una deslumbrante masa de cabellos rojizos apareciera por dicha ventana, por la que unas espumosas cortinas color vainilla sobresalían, ondeando suavemente al ritmo de una brisa verspertina. Sintió que el aire escapaba de sus pulmones, extasiado y paralizado bajo aquellos ojos verdes.
Lily…
-Lily…-Susurró Severus, sintiendo un grueso nudo en la garganta-Lily-La llamó, con un ligero temblor en su voz-Yo…-Titubeó, tenso.
-¿Severus?-Preguntó la susodicha, apartándose el cabello de la cara y, entrecerrando los ojos, para intentar verlo mejor-¿Qué haces aquí? Tienes sangre en la cara. ¿Estás bien? ¿Estás herid…?-Intentó preguntar, siendo interrumpida por otra presencia, que se asomó también por la espaciosa ventana.
Severus cerró los ojos lentamente, con fuerza, sintiéndose perdido del todo. Aquello no iba a resultar nada bien. Se había equivocado buscando la ayuda de Lily Evans. Había sido un idiota.
-Hombre, Snivellius-Rugió James Potter, pasándole un brazo por los hombros a Lily, en un gesto de clara altanería, posesión y, sin duda alguna inmadurez-¿Cómo estás, amigo? Corre Canuto, asómate.
Severus retrocedió unos pasos, tropezando con una bola de críquet que había quedado olvidada entre la fina hierba del jardín de los Evans, mortalmente pálido. James Potter y Sirius Black estaban en casa de Lily. Se sintió aterrorizado y avergonzado, fragmentado, ridículo, no solo por su aspecto físico, sino por el hecho de haber sido pillado in fraganti pidiéndole a Lily algo de ayuda y cobijo, de calor y comprensión. Quiso morirse.
-¡Severus, espera!-Gritó Lily, observando cómo este se alejaba, cojeando, dolorido.
-Snivellius-Soltó Sirius, fumando un pitillo y con el frondoso cabello desparramado sobre sus erguidos hombros-Qué gran sorpresa, murciélago.
-Cállate, Sirius-Le espetó Lily, molesta por las burlas-¡Severus, espera!-Le pidió.
-Apesta a mierda-Soltó Sirius, recostándose sobre el marco de la ventana, sin molestarse ni un ápice por la regañina de su amiga-Es repugnante… Como toda su Casa. ¿Acaso no sabe lo que es el agua o qué? Por Morgana…
Severus siguió alejándose, pero paró en seco cuando James dejó salir otra de sus usuales bravuconadas.
-Tienes suerte de que no nos dejen hacer magia fuera del colegio, bastardo grasiento-Le espetó James, con toda la crueldad que le fue posible-No vuelvas más, ¿me oyes?-Gritó, viéndolo caminar apresurado de vuelta al río-Eso es, ¡huye! No eres bienvenido aquí.
Severus sintió crepitar el aire que lo rodeaba, mientras reanudaba la marcha. Había sido un iluso pensando que Lily podría ayudarlo. Ya no le quedaba nadie en el mundo, nadie. Y, aunque quiso maldecirlo, explotar, hacerlo pedazos con un estallido de magia, supo que aquello no sería lo correcto. No si quería seguir asistiendo al colegio; no si deseaba formarse y tener un futuro lejos del dolor. Su afán de superación era mayor que la pena, que la simple sed de venganza. Más fuerte que nada que jamás hubiese conocido.
No escuchó si Lily Evans contraatacó las duras palabras del heredero de los Potter. Y en todo caso, tampoco le importaba. No ahora, que tampoco podía pedirle ayuda a su único rayo de luz en el mundo. A Severus Snape nada le importaba ya, salvo buscar algún otro lugar en el que refugiarse hasta que partiera el Expreso a Howgarts.
Aunque para ello todavía faltara la friolera de cinco días. Pero él, desde luego, no iba a volver a casa.
Nunca más.
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Severus sobrevivió duramente a aquellos días previos al Expreso de Hogwarts.
Pasó hambre, durmió en portales y callejones oscuros en Londres, buscando seguridad y anonimato, fue víctima de un intento de robo… y, cuando llegó el día, a base de mucha voluntad, llegó hasta la estación de King's Cross por su propio pie. Le escocían los pies, le apestaba la piel a sudor, barro, sangre y mugre y, sus cabellos, alborotados por toda la miseria por la que había pasado, parecían más grasientos que nunca. Intentó asearse lo mejor que pudo en el baño de la estación, a pesar de las miradas recelosas de la gente y, sin perder más tiempo, atravesó la ansiada y esperada pared de ladrillos.
Suspirando aliviado, contempló el tren del Andén 9 ¾ como si fuera agua de mayo y se apresuró a subir al mismo. Había un gran bullicio a su alrededor. Cientos de estudiantes despidiéndose de su familia, cargando con sus baúles y mascotas, riendo, llorando…
Tanto ruido. Tanta gente. Tanto estrés y alboroto.
Severus suspiró, agotado, exasperado. Él tan solo deseaba poder dormir. Bañarse, comer algo, volver a clase, estudiar sus amadas pociones, sí, pero sobre todo, dormir. Se sentó en uno de los compartimentos vacíos del tren, soltó la mochila deshilachada y se sentó a duras penas sobre el asiento dulcemente acolchado. No importaba si alguien entraba, ya le daba completamente igual todo. Su aspecto, su olor; todo. Se puso la capa del colegio encima y se inclinó hacia la ventana, dando un suspiro, cerrando los ojos, descansando.
Al poco rato, el Expreso procedió su marcha hacia Hogwarts. El traqueteo constante del tren y el suave deslizamiento del mismo por las vías más que suficiente para lanzarlo y adormecerlo directo al limbo infinito de los sueños.
-¿Está ocup…?-Preguntó una voz, dulce y tranquila, calmada, interrumpiéndose.
Severus abrió a duras penas los ojos, bizqueando y saltó del asiento cuando comprobó al instante que se trataba de Remus Lupin, amigo íntimo de sus enemigos jurados, parte de ese aquelarre de macarras que no lo dejaban en paz. Arrojó la capa a un lado, se puso en pie y sujetó su varita en alto, amenazante, altivo, orgulloso.
-Snape…-Susurró Remus Lupin, impactado por el aspecto desastroso de Severus.
-Largo, Lupin-Espetó el susodicho, sintiéndose amenazado e irritado por parte iguales-¿No tienes otro lugar al que ir? Por ejemplo, ¿con tus amigos del alma? Esa panda de…
-Están en la cabina de los de Hufflepuff-Cortó, adentrándose en el compartimento.
-¿Con los Hufflepuff?-Preguntó, desconcertado, aunque sin bajar todavía su varita.
-Están celebrando el inicio de séptimo con unas botellas de Whiskey de fuego-Suspiró, sin dejarse amedrentar.
Remus dejó su humilde baúl sobre la redecilla de tela sobre sus cabezas, resistente, que se replegó mágicamente para evitar que su peso pendiera sobre los estudiantes. Después, se sentó frente a Severus, sacó de un bolso encantado un grueso tomo sobre Aritmancia, e ignorándolo completamente, procedió a leerlo. Resultaba gracioso verlo tan tranquilo, ataviado con una chaqueta marrón algo desgastada, sus pantalones anchos y sus cabellos castaños algo desarreglados por la brisa de septiembre, mientras leía tan tranquilamente. Como si la presencia de Severus Snape no le intimidara ni molestara en absoluto.
-¿No piensas bajar la varita y sentarte?-Preguntó Remus, todavía sin mirarlo, atento a la fórmula aritmántica del libro-Faltan como cuatro horas para llegar…
Severus boqueó, parpadeando, sorprendido y confuso. Pero se sentó. Lentamente, eso sí, pero lo hizo. Y entonces, lo miró, con los ojos enrojecidos por el sueño.
-¿Cómo te has hecho eso de ahí?-Preguntó Remus, refiriéndose al hematoma púrpura en su mandíbula izquierda. Parecía doloroso y reciente.
Severus no contestó, molesto, repentinamente irritado por aquel inocente intento de su enemigo de curiosear sobre su vida.
-Está bien-Contestó Remus, alzando esta vez los ojos, deslumbrantes, brillantes y, de un lustroso color miel que recordaba al sol impactando sobre madera-Pero, si quieres, yo…
Severus se puso de nuevo en pie, atravesando el escaso espacio del compartimento, alto como era y, colocándole la punta de la varita sobre la yugular. Remus, sin embargo, lo miró sorprendido, pero a la vez acostumbrado al comportamiento errático y nervioso del chico. Entonces habló y le dijo, desestimando la varita con una mano y sacando la suya:
-Cálmate-Le pidió, carraspeando-No sé cómo te has hecho todas esas heridas. Tampoco sé porqué hueles como si te hubiese pasado una horda de Colacuernos húngaros por encima, pero… no es mi intención herirte-Repuso, poniéndose en pie, dejando a un lado su libro.
-Baja la varita, Lupin-Espetó con asco, con desprecio, recorriéndolo con la mirada.
-Bájala tú, Snape-Contraatacó, molestándose un poco, pero sin perder todavía su temple y espíritu neutro, pacífico, amable-Solo quiero curarte, estúpido presuntuoso.
-No necesito que me cures. No necesito que me cures, Lupin, ¿entiendes?-Repitió con el ánimo exacerbado por los nervios, el estrés, la falta de comida y sueño reparador. Juntó sus frentes con desafío y lo miró a los ojos, mientras su fétido aliento golpeaba su rostro pálido y señalado con cicatrices iridiscentes.
-Lo necesitas-Le contestó el otro, sin amedrentarse un ápice. Ignorando los olores de su aliento-Apuesto a que no te has podido curar por ti mismo debido a la infracción del uso de la varita fuera del colegio. ¿Me equivoco?-Preguntó, empujándolo sobre su asiento y aproximándose a él.
-Tú no sabes nada, asqueroso lican…-Intentó insultarlo, sin éxito, pues Remus aprisionó al chico contra el asiento con su varita. Fulminándolo con aquellos ojos color ámbar.
-Cuidado con lo que dices-Susurró Remus, mirando hacia la puerta del compartimento-¿Cómo lo sabes?-Inquirió, clavándole esta vez él la varita en la pálida garganta.
Severus no contestó, tan solo desvió su cansada mirada hacia el exterior y lo ignoró. Se sentía devastado, agotado. No quería seguir discutiendo.
-¿Me permites, pues?-Le preguntó Remus, de nuevo, separándose algo de él.
-Haz lo que quieras…-Susurró Severus, esperando sentir el chisporroteo de magia de la varita de Lupin. Un chisporroteo que no llegó, aún no.
-Mírame, sino no puedo aplicarte un Episkey mínimamente decente en la mandíbula-Le explicó, bajando la voz, atento a las heridas, contusiones y moratones de Snape. Intentó sujetarle la barbilla con los dedos, pero Severus rechazó el contacto rápidamente y solo le devolvió la mirada, orgullosa e impenetrable de siempre, insondable y oscura.
Como dos pozos negros sumidos en el abismo.
Remus realizó un suave garabato sobre la cara del Slytherin y, contento, observó cómo el oscuro y sangriento moratón desaparecía paulatinamente, hasta hacerlo por completo. Entonces, terminó de pasar la varita por el resto de partes de su cuerpo y, cuando estuvo satisfecho, se apartó, se sentó y agarró de nuevo su estimado libro de Aritmancia.
-No sé qué te ha pasado-Dijo Remus, observándolo fugazmente por encima de este-Pero espero que no sea demasiado grave. Ahora, descansa. Puedo cerrar la puerta para que no pueda entrar nadie al compartimento, si lo necesitas-Recalcó la palabra "necesitas".
Severus tan solo se encogió de hombros, imperturbable y se acostó nuevamente sobre la ventana, tapándose con la capa y cerrando aquellos párpados que ya tanto le pesaban.
No sabía qué le deparaba este año, pero hasta que pasaran unas horas, podía esperar.
CONTINUARÁ…
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N/A: Espero que os haya gustado el capítulo, que me hagáis llegar vuestros comentarios por mensaje –pues me agradaría mucho saber lo qué opináis– y que apoyéis mucho este primer fic que acabo de publicar sobre Remus/Severus.
Un abrazo tremendo.
LadyYuukiBlack.
