DISCLAMER: Nada de esto me pertenece y blah blah blah...

Nuestra relación es un desierto. Un desierto de arenas movedizas. Intento llegar a ti, pero es imposible. Me hundo en el suelo. Caminamos por el suelo roto. Suelo que estuvo siempre roto. Te di mi mano y cogiste el brazo entero.

No veo más que arena. Todo ser humano necesita agua para sobrevivir y en este desierto no la hay. De vez en cuando llueve. Pero la tierra se lo traga todo.

Tormentas de arena azotan nuestro día a día. La arena se nos mete en los ojos y no sale. Escuece y no quiere salir. Si por casualidad estamos heridos, las heridas abiertas y arena en ellas, morimos. Se infectan. Y tardan. Tardan en curarse. En desinfectarse.

Existen dos caras en esta moneda. Una fría y otra abrasadora. El día asfixiante, la noche fría. Día cansado, agotador. Hartos de trabajar. Sólo para no vernos. Y las noches. Ah, las noches. Frías como hielo y duras como piedras. Nada que decir. Ni siquiera el abrazarnos sirve para calentar las piedras que tenemos ahora como cuerpos.

Y yo me sigo hundiendo. Si mis garras rozan la arena, es peor. Nada a lo que sostenerme y casi, ya nada por lo que querer sobrevivir.

Morimos no solo de sed. Nada para llenar el estómago. Actuamos como repelentes para los demás. Marginados en un desierto donde no probamos bocado de nada. Claro. Si no hay agua cómo va a haber seres vivos. Lógico.

No te entiendo. Tú no me entiendes. Ni siquiera me salen ya las palabras. Ni siquiera el fingir nos ayuda. Nos conocemos demasiado bien como para hacerlo.

Y yo sigo sintiendo cómo me hundo. Y ya no me importa. No hago nada para detenerlo. No puedo.

He ido sintiendo todo este tiempo cómo nos arrastrabas a los dos al lado oscuro. Peor que este asqueroso desierto. Y me hundo. Me hundo hacia las profundidades de un abismo oscuro. Donde no sé qué me encontraré.

Pero tú no estarás. Te marcharás. Me dejarás. Y me pesa. Me pesa como nunca nada antes me había pesado. Ese peso se suma al mío y hace que me hunda más rápido.

Miedo. A perderte. A quedarme sin ti. Porque aunque prácticamente ya no somos nada, todavía duele. Creo que sigue quedando un poquillo de arenilla en mis heridas.

No puedo recordar nada. Mientras me hundo, la arena se mete entre mis ropas. Y poco a poco penetra en mi organismo. Y escuece todavía más. Recorre todas mis venas hasta llegar a mi corazón. Una vez allí lo contamina. Lo infecta. No tiene solución. Los corazones no se desinfectan, ni mucho menos solos. Ya no tengo solución.

Pero sigo viva. Ahora la arena me llega hasta las orejas, por donde se mete a bocajarro. Mis oídos se taponan. No escucho. No percibo las vibraciones de ese suelo roto donde habitamos durante nuestra relación. Mejor. No tendré que oír tus gritos. Tu furia contenida, si explota, que lo dudo, ya no me afectará.

Mi boca hace rato que no la siento. Ya no hay sabor a arena. No siento mi garganta. La arena ha llegado desde mi esófago a mi estómago y se ha quedado atascada. Apenas puedo ya respirar. Me mareo. Todo da vueltas.

Me he quedado ciega. Tengo los ojos llenos de arena.

Mi corazón da sus últimos latidos. Y mi mente. Mi mente reza unas últimas palabras antes de ser devorado completamente por la arena. Seguro te estarás pudriendo. Seguro te arrepientes. Seguro tu conciencia pesa una tonelada.

Mi mente grita:

Espero que esa tonelada de cargos de conciencia pese tanto, que te arrastre hacia el subsuelo y te hunda. Te hunda hasta el fondo, cabrón.


MM... ¿qué os parece? ¿Intenso? ¿Corto?

Opiniones por favor.

Espero haya sido de vuestro deleite.

¡Nos leemos!