Bueno, no soy chica de micro (autobús), lo mío es el metro (subterráneo), pero sí me gustan los paraderos, por la cantidad de gente curiosa que te encuentras. Supongo que eso inspiró esto y la lluvia, la lluvia siempre inspira.
Para cierta missy: a ver si esto hace tu domingo "algo más llevadero", aunque sea corto (sus 3000+ palabras), es tu petición de "más Nanoha" xD
Ah y es el theme 60 de los 100 themes de dA ;)
NOTA IMPORTANTE: Veamos, cómo digo esto?... ¡Se me olvidó poner que era un one-shot! (creí que el "complete" haría su trabajo), pero bueno, no es tan difícil convencerme tampoco... Seriously, I'm a mess. So yeah, haré alguna otra cosita para esto, pero no puedo prometer que será algo así como dentro de estos días, porque estamos en trabajos finales de semestre y los de esta semana son divertidos (ergo le pondré empeño). Sin embargo, me sentaré un rato en un paradero a ver qué pasa, ya me hice una idea. ¡Gracias y nos vemos!
Impressions
El destino es como una musa caprichosa, va a su propio ritmo e inevitablemente nos hace seguirlo. Son una serie de circunstancias, decisiones y casualidades las que van forjándolo.
Y tal vez fue cosa del destino el que la viera por primera vez ese día de lluvia.
Tal vez fueron una sucesión de casualidades las que la llevaron a encontrarse con sus ojos iluminados por los primeros rayos de sol.
Y sin duda fue una serie de "Y si" que hicieron que se fijara en ella.
Si no hubiera estado lloviendo, quizás se hubiera ido caminando y no en bus. Si hubiera cargado su Ipod la noche anterior, tal vez no hubiera muerto. Si su Ipod no hubiera muerto, probablemente no hubiera mirado aburrida alrededor. Si no hubiera mirado alrededor… no la habría notado sentada cerca suyo, a unos asientos de distancia en la fría banca de la parada.
Si no hubiera llegado cierto bus, el señor que estaba en medio no se hubiera levantado justo cuando volteó y en vez de una chica rubia, se hubiera encontrado con un asalariado calvo.
Si no hubiera corrido una brisa, su cabello no hubiera ondeado al son del viento dándole ese aire sublime. Si en ese preciso momento la nube no se hubiera movido para descubrir el sol que se negaba a ocultarse a pesar de la llovizna, tal vez su cabello no habría tenido ese brillo dorado y sus ojos… Sus ojos no le hubieran parecido dos gemas, dos rubíes en medio de un desierto de concreto.
Era hermosa. Una aparición celestial, un ángel.
La llamó Fate.
Porque "Fate" es Destino y fue el destino el que la puso en su camino. Porque como el destino, una fuerza desconocida la hizo sentirse inevitablemente atraída hacia ella.
Traía un vestido blanco y sandalias. No llevaba paraguas. Un libro era su única posesión. Si no hubiera oído el sonido que hizo al dar vuelta la página, no se habría percatado de que estaba leyendo, demasiado concentrada en grabar su perfil en su memoria.
Por lo que podría jurar era la primera vez en su vida, se encontró sin palabras y sin la fuerza para hablar, para hablarle. Se limitó a observarla por la eternidad que puede ser un simple momento, sin pestañear por miedo a que desapareciera si lo hacía.
Su autobús llegó y tuvo que forzarse a abordarlo, si no llegaría tarde y su madre la reñiría. No quería, sus pies se movían, pero sus ojos seguían fijos en ella y, por un segundo, se encontraron. La rubia alzó la cabeza, tal vez sintiendo la intensa mirada lavanda en ella, y la joven se perdió en un mar de vino. No podía definirlo mejor, puesto que se sintió embriagada, temblorosa, débil y ajena a su cuerpo.
El bus partió y ella la siguió observando a través de la ventanilla hasta que se perdió tras un muro de edificios y vehículos.
Su imagen no abandonó su cabeza en todo el día. No fue capaz de recordar una sola palabra de las lecciones ni prestar atención a ningún comentario de sus amigas.
Al día siguiente no llovió. Y su musa etérea no estaba. Asimismo pasó con el próximo y el que le siguió a ese.
Por días sólo pudo verla en sus sueños. Por días, soñó con sus ojos. Por días… creyó que sólo había sido un sueño.
Después de dos semanas, hubo otra caprichosa lluvia de verano y cuando llegó a la estación de bus, ahí estaba ella, sentada leyendo. Por un instante, se quedó sin aliento. Era real, se dijo, algo que se había estado convenciendo fue producto de su imaginación, era real. Y eso la hizo feliz.
Esta vez no había asientos disponibles y tuvo que quedarse de pie, alejada de ella. Sin embargo, no dejó de observarla —lo más discretamente que pudo—, analizando cada detalle, memorizando cada facción de su rostro, cada arruga de su chaqueta de cuero, todo, para así poder tener una imagen nítida de ella en su mente, en caso de que pasara otro intervalo de tiempo sin que se encontraran.
Y así fue.
Otra vez su bus llegó y ella se fue, pero esta vez sus miradas no se cruzaron. Otra vez al día siguiente, no hubo lluvia y ella no estaba allí.
La tercera vez que la vio, se le ocurrió una teoría. Ese día también llovía, así que pensó que el ángel sólo descendía los días de lluvia, para leer tranquilamente entre un montón de gente que esperaba ansiosa su transporte.
Claramente esta teoría carecía un poco de realidad y era sólo una invención de su gran imaginación. Y aunque en parte lo sabía, no podía evitarlo; para ella, la chica era un ángel y su idea estaba basada en lo que creía.
Esa vez, también ocurrió un suceso… increíble. Un pequeño cachorro anaranjado apareció en la parada, probablemente de algún callejón cercano. Pasó por delante suyo y de todos los demás individuos, olfateando algunos pies, y se detuvo delante de ella, quien estaba sentada en el último asiento. El animalito emitió un leve sonido, un mero ladrido, meneando la cola. Y entonces ocurrió: el ángel apartó la vista de su libro para fijarla en el cuadrúpedo, volteando su cuerpo en el proceso —hacia su dirección, para fortuna de la chica—, y sus labios se curvaron.
Sonrió, pensó la chica todavía en trance. El ángel sonrió. Una sonrisa leve, cálida, gentil, pura,… hermosa.
Ahí entendió que no era un ángel, era una diosa.
Una sonrisa de diosa que hizo que una bocanada de aire se le atravesara en la garganta y los latidos de su corazón le retumbaran en la cabeza.
Ese día supo que jamás podría olvidarla.
Entendiendo eso, se acostumbró a que pasaran períodos de tiempo sin verse —sin que ella la viera, más bien—. Durante ese tiempo, ella la recordaba, imaginaba, inventaba y especulaba. Sobre todo lo que pudiera relacionarse con aquella diosa.
Sobre quién sería, cuáles serían sus gustos (al menos ya sabía que le gustaba la lectura), qué tipo de alumna sería (creía que una muy buena), si sería buena deportista (por sus piernas, estaba segura de ello), qué tipo de música escucharía, si le gustarían las cosas dulces o prefería las saladas, si iría al karaoke, si tendría alguna fobia, si sería una persona de muchos amigos… Aunque algo le decía que no a este último pensamiento.
La diosa, sublime como era, mantenía un aura de soledad a su alrededor, una especie de muro con el exterior y su mirada, aunque magnífica, siempre parecía tener una sombra de tristeza. Se preguntaba varias veces al día a qué se debería.
Pensó que podía tratarse de problemas familiares, que en su casa nadie la apreciaba —al menos estaba segura que no lo hacían tanto como ella—. Que estuviera esperando por un caballero de brillante armadura que la alejara de su hogar, que la rescatara. Creó varias fantasías donde ella era ese caballero que la tomaba entre sus brazos y la secuestraba, para hacerla feliz por siempre. Donde ella la abrazaría, la contendría, la apoyaría, la besaría y la atesoraría eternamente, y la diosa no tendría que hacer nada más que sonreír sinceramente, porque no necesitaba decir nada para que la amara.
Porque ya la amaba, estaba segura de ello.
Desde la primera vez que se imaginó salvándola, de lo que fuera que la tuviera prisionera en la soledad, vestida de blanco, tomando su mano y elevándose por los cielos con ella, volando, lejos de ahí, lejos de todos, lejos de su tristeza… Desde esa vez comenzó a preguntarse sobre sus sentimientos.
Hayate, su amiga de la infancia y la única persona a la cual le había hablado de su diosa de ojos carmesí, le dijo que se había enamorado.
Al principio no sabía si era cierto, aunque la seriedad con la que su bromista amiga lo había dicho la descolocó un poco, no podía evitar dudar. Luego se dio cuenta que tenía razón y lo aceptó.
Aceptó que la amaba.
Pero también aceptó que la odiaba.
A veces la odiaba. Odiaba que la hiciera odiarse por ser una cobarde y no acercarse a hablarle. Odiaba el efecto que tenía en ella, que la hacía quedarse sin palabras. Odiaba que la convirtiera en una persona completamente diferente; de una chica alegre y social, que nunca tenía miedo ni problemas para hacer amigos, a la estatua muda en que se transformaba al verla.
Y odiaba al destino.
Odiaba a ese cruel destino que la había puesto en su camino y a partir de ahí no había hecho más que jugar con ella.
No es que no hubiera pensado en hablarle, siempre lo hacía. Se pasaba horas, días, ideando miles de formas de iniciar una conversación, cientos de posibilidades que pudieran hacer que la rubia se fijara en ella… pero no sucedía.
Y no era que esas curiosas casualidades no sucedieran, sino que específicamente no le sucedían a ella.
Por ejemplo, había pensado en que podrían chocar por accidente. Al momento de abordar un bus era fácil que las personas tropezaran y se empujaran entre ellas, por lo que consideró que si se situaba cerca de la rubia, algún día, podría acabar por suceder que "accidentalmente" se toparan y ella pudiera pedirle disculpas, iniciando así una conversación. Y milagrosamente eso sucedió, pero no a ella, sino al chico de al lado, quien quedó prácticamente sentado sobre la joven. Lo odió y sintió la necesidad de sacarlo de ahí a patadas. Y odió a la señora que lo empujó, que bien podría haberse corrido un par de metros y empujarla a ella, para que fuera ella quien cayera encima de su diosa, quien pudiera sentir el contacto de su cuerpo y absorber su aroma, quien la quedara mirando directo a los ojos con sólo escasos centímetros entre sus rostros, que fuera ella quien recibiera esa sonrisa gentil al disculparse… Ella, y no ese tonto chico que se incorporó como un resorte y pidió perdón torpemente, como un idiota. De hecho, era un idiota, simplemente lo sabía, ese chico era un idiota. Y se subió al bus odiando a ese —suertudo— idiota.
También estuvo esa ocasión en que de verdad maldijo al destino, y lo seguiría haciendo por el resto de su vida seguramente.
Dicho día ocurrió la mejor "casualidad" que se le pudo ocurrir, pero nuevamente… no a ella. Esta eventualidad consistía en que a la bella joven se le podía caer algo y ella, amablemente, cogerlo y entregárselo, así no sólo obtendría una sonrisa a cambio, sino que podía suceder que sus dedos se rozasen en el intercambio… La realidad superó por mucho su expectativa: ella se encontraba, como siempre, a una distancia prudente, ni muy lejos ni muy cerca, lo suficiente para poder observarla con cuidado y sentir su presencia. Ese día no tenía un libro, sino que una libreta de notas en la cual estaba tomando apuntes —¿Tal vez se había decidido a escribir su propio libro?—. Su expresión de concentración era adorable y la tenía embobada. Por supuesto que no le perdía detalle, por lo cual fue la primera en advertir que el lápiz se le resbalaría de la mano por la manera en que lo tenía sujeto mientras jugaba con él, pensativa. Sin embargo, aunque reaccionó inmediatamente cuando esto sucedió, justo, demasiado justo, un hombre pasó al lado de la rubia en el momento en el que lápiz tocó el suelo… Fue cosa de agacharse, tomarlo y devolvérselo. Así de simple lo hizo. Como si fuera la cosa más simple del mundo. ¡Como si fuera nada! ¡Como si no hubiera cierta chica —ella— que rogaba al menos una decena de veces diarias para que eso le ocurriese a ella!
La chica quedó helada, todavía con un pie adelante en el paso que había alcanzado a dar. La boca abierta, la lengua seca, los ojos sorprendidos y sin vida. En una fracción de segundo, sin embargo, la sangre comenzó a hervirle. Sentía ganas de patear algo, de gritarle a aquel sujeto y de maldecir su suerte y al caprichoso destino. Sin duda estaba al borde de dejarse llevar por sus más brutales instintos —quizás no contra el ignorante hombre, pero tal vez sí una inocente lata—, cuando lo oyó…
"Gracias".
Una simple palabra escapada de aquellos carnosos y rosados labios, un susurro, casi una ilusión, pero no. Definitivamente había hablado, vio abrir su boca, casi pudo percibir el vaho formarse por el contraste de su cálido aliento con la baja temperatura ambiente… y ella definitivamente la había escuchado. Su voz. Una voz… angelical. Era tal como la había imaginado o incluso mejor, suave, tersa, gentil, pero poderosa, dulce y algo ronca. No había escuchado música con un sonido tan perfecto como aquel. Un sonido que, literalmente, podía calmar una fiera —la calmó a ella—. Mágicamente se había olvidado del hombre que le había robado su momento, no supo si se alejó o no, qué importaba, todo lo que existía era su diosa. Tragó pesado y comenzó a caminar hacia ella, casi sin ser consciente de ello, quería escucharla nuevamente, necesitaba oír más, cualquier cosa, lo que fuera, pero debía hacer que hablara otra vez. Iba a hablarle, era la única forma. Debía hacerlo y entonces… y entonces… Su vida cambiaría. O cuando menos sería mejor, si tenía a esa diosa, a su ángel en ella.
¿Pero qué tan cruel puede ser el destino que se empeñaba en atormentarla con fatal ventura? ¿Que no podía tener una pizca de piedad y compadecerse de su ya masacrada esperanza? ¿No podía reconocer todo el valor que había tenido que reunir para por fin acercarse? ¿Tenía que precisamente llegar, por primera vez, el autobús de su ángel antes que el suyo…? ¿Justo cuando estaba a dos pasos de ella, verla partir sin más…?
Eso fue un acto despiadado, desalmado… Un golpe implacable, sádico… contra su pobre alma.
Su determinación se fue con ese maldito-inoportuno-bus. Su valor se aplacó durante el día. Y su sonrisa se esfumó por una semana.
Lo único que evitaba que fuese una especie de zombie después de eso, era recordar esa maravillosa melodía. La voz de su ángel. La recordaba tan claramente que su mente era capaz de reproducirla con gran precisión, pero aun así no dejaba de preguntarse cómo sonaría dicho por ella. Muchas veces, era una sola palabra la que decía. Su nombre. Un simple "Nanoha", pronunciado por su ángel, la llevaría al cielo. Todas esas veces que su mente le hacía ese regalo, lo acompañaba de una imagen de su Fate sonriéndole. Y ella no podía hacer más que sonreírle de vuelta, aunque la realidad fuera que le sonreía a la nada.
¿Qué tan difícil puede ser decir un "hola"? Solía preguntarse luego de rememorar la voz de Fate con la absurda idea de sentirla más cerca.
Una palabra. Un saludo. Dos sílabas. La había dicho incontables veces en su vida, pero no era capaz ni de intentarlo si se trataba de la rubia. No entendía por qué. Aunque un día llegó a la conclusión de que eso era lo que hacía a Fate tan especial, era algo que nunca antes le había sucedido. Podía ser la mayor frustración de su vida, pero al mismo tiempo —y esto era algo que le tomó tiempo agarrarle el peso— era lo que la hacía sentir viva.
De pronto ya no era solo una chica que asistía a clases y estaba dentro de la media, que en las tardes ayudaba en la cafetería familiar y que en los días libres salía con sus amigas. De pronto ya no era la hija menor de tres de una familia amorosa pero ocupada, ya no era la joven que adoraba a sus amigos, pero que sentía que jamás podría estar realmente cerca de alguno de ellos. Ya no sentía aburrimiento del día a día. Ya no sentía un vacío. De pronto tenía un objetivo. Una meta. Una Fate.
Y esto la llenaba de una sensación desconocida hasta entonces, una dicha absoluta…
Se sentó junta a ella, pero como siempre, nada fue dicho.
…y a la vez, un miedo aterrador.
Miedo de lo que Fate ocasionaba en ella.
Sentía un cosquilleo en el brazo que casi rozaba el de la rubia.
Miedo de lo que ella misma veía en Fate.
Estaban muy cerca, pero a la vez se sentía increíblemente lejos. Como si la chica fuera inalcanzable.
Ya lo había comprendido, el por qué del silencio. Para ella, Fate era un ángel, una diosa… y ella solo era una chica normal. ¿De verdad era tan ilusa para creer que un simple "hola" bastaría para tal ser?
Ese era el problema: Fate era perfecta.
No era que no quisiera hablarle, de verdad que esperaba hacerlo algún día, sólo necesitaba de las palabras perfectas, algo que fuera digno de Fate. Y esta inseguridad era la que la dejaba muda.
Pero era otra razón la que ocasionaba el silencio; El miedo a descubrir que no existe la perfección. Miedo a descubrir un solo hecho que pudiera destruir el perfecto mundo que había creado en su mente, que le quitara las alas a su ángel, que profanara a su diosa.
Miedo a descubrir que Fate no es perfecta, como ella. Que sólo es una chica.
Se atrevió a mirar de soslayo a la joven que estaba a su lado. A esa distancia se veía sólo como una chica… Hermosa e impresionante, aunque fuera sólo una chica. Igual de maravillosa que cuando la admiraba a la distancia.
De pronto sintió la necesidad de mirarse la mano. Estaba tan cerca, que si la estiraba podría tocarla… No era inalcanzable; estaba justo a su lado, podía sentir el calorcillo que irradiaba su cuerpo y eso hacía danzar mariposas en su estómago.
Podía tocarla, pero no lo hizo. Podría hablarle, pero se mantuvo en silencio. Sin embargo, esta vez, tenía la seguridad de que cuando encontrara las palabras adecuadas, sería el inicio de su vida juntas. El inicio de Fate y Nanoha.
Por una vez, sonrió cuando la vio subirse a su bus. El suyo ya había pasado, pero había agarrado la costumbre de esperar hasta que el ángel se fuera primero, para verla, aunque sea, un par de minutos más. No podía saberlo, pero tal vez ese simple gesto había bastado para cambiar el destino, o hacer que tomara su curso.
Nanoha sonrío, como siempre mirando fijamente a Fate y, como nunca antes, ésta le devolvió la mirada, y la sonrisa. Sin saber qué fue lo que la llevó a hacerlo, la cobriza levantó una mano, en señal de despedida. Y pudo jurar que la rubia hizo lo mismo en el momento en el que el autobús partió.
Suspiró, estirándose en el asiento. Quedando con los ojos puestos en el cielo, era un lindo día soleado. Volvió a sonreír.
"Quiero que seamos amigas"… pensó que podría ser un buen inicio.
What? Algo tan pronto? Sí, debería estar haciendo el vago, pero supongo que es la euforia de por fin apretar ese bendito "complete" xD
Anyway, me dicen qué les pareció, a mí personalmente me agradó, cualquier cosa que me sirva para jugar con la narración me divierte~
