Persiguiendo nubes.
¿Alguna vez te has parado a analizar a la gente que está a tu alrededor? Yo sí, muchas veces. Demasiadas diría yo. Cuando veo a una persona intento imaginar cómo es su vida: su familia, sus padres, hermanos, amigos, si trabaja o estudia… Cosas que nunca logro saber, pero que me gusta imaginar.
Es por eso que ahora, en estos instantes, a las 17:00 de un sábado, me encuentro en una librería llamada unicopia, para imprimir unos apuntes de la Universidad, miro a un niño pequeño, de unos tres años que está sentado encima del mostrador. Me fijo en sus zapatos de cordones, sus pantalones negros, en su jersey gris claro de punto. Me fijo también en su cara, sus labios pequeños, su nariz redonda, sus ojos, increíblemente azules, rodeados de unas pestañas negras y largas. Por último, me fijo en la escasez de pelos en las cejas y en el gorro, también de color gris, que rodea su cabeza.
Me pregunto si irá al colegio, si le gusta ir, en el caso de que asista. Me pregunto también cómo serán sus padres y si tiene algún hermano. Desde hace unos meses me fijo en los niños pequeños más veces que en los adultos. Raro, tratándose de una chica de 18 años, no tanto si sabes que estoy estudiando magisterio por la especialidad de Educación Infantil; en otras palabras: me preparo para ser, en un futuro que espero que no sea muy lejano, maestra de niños pequeños.
Desde que entré en la Universidad, hace ya cuatro meses, he cogido esta pequeña manía de observar a los niños. Generalmente, no se dan cuenta y, en el caso de sentirse observados, conectan su mirada con la mía pero la apartan rápidamente.
Con este niño fue diferente, de un momento a otro, mientras esperaba a que terminaran de atender a la persona que estaba delante de mí, fijó sus increíbles ojos azules en los míos y no los apartó. Sin embargo, yo sí lo hice. Unos segundos más tarde volví a mirarlo y él continuaba con su vista fija en mí. Esta vez, continué mirándolo mientras esbozaba una pequeña sonrisa. El pequeño me la devolvió provocando que un pequeño hoyuelo se formara en la zona derecha de su mejilla. Adorable.
Empecé a hacer muecas con mi cara mientras la sonrisa del pequeño se ensanchaba y soltaba unas leves carcajadas. La dependienta de la librería, al escuchar las pequeñas risas, miró hacia el pequeño y a continuación, me miró a mí. Noto como mis mejillas empiezan a arder. Es algo inevitable. Cuando estoy con los niños, la palabra "vergüenza" desaparece de mi vocabulario, sin embargo, en cuanto una persona que tiene o supera mi edad, la palabra aparece en mi vocabulario con más fuerza con nunca. Letra tamaño cincuenta. Con luces de neón.
La chica me regala una sonrisa mientras le devuelve el cambio a la chica de delante. Mi turno.
- ¿Qué desea?
- Quería imprimir dos documentos Word a doble cara, excepto la portada y el índice si no es mucho pedir. –respondo.
- Sin problema, ¿qué nombre tienen los documentos? –me pregunta mientras se dirige al ordenador.
- Están fuera de todas las carpetas, uno es Psicología 0-3 y otro IFE.
- Bien, apenas tardará unos minutos.
- Gracias. – respondo con una tímida sonrisa mientras vuelvo la vista al niño.- ¿Cómo te llamas? - le pregunto con una sonrisa más segura.
- Daniel, pero mis amigos me llaman Dani. – me responde en voz bajita.
- Vaya, tienes un nombre precioso. – Realmente amaba ese nombre. Si algún día llegaba a tener la suerte de tener un hijo, le pondría Dani.
- ¿Tú cómo te llamas? – me pregunta mientras balancea las piernas de adelante hacia atrás, provocando un leve ruido, producido por el constante choque de los pies contra la madera del mostrador.
- Rosebud, pero mis amigas me suelen llamar Rose. –respondo mientras le guiño brevemente un ojo.
- ¿Te puedo llamar Rose?
- ¿Quieres ser mi nuevo amigo? – le digo mientras me acerco más a él.
- ¡Si! –asiente con la cabeza.
- Entonces sí, claro que me puedes llamar Rose. ¿Puedo llamarte yo Dani?
- ¡Claro! ¡Manina! ¡Tengo una nueva amiga! –grita mientras me señala.
- Muy bien Dani, pero no señales con el dedo, es de mala educación. – Le riñe la encargada mientras me entrega las fotocopias junto con el Pen. – Mira a ver si está todo correcto… - Cojo los papeles y empiezo a pasar las páginas asegurándome de que está todo en orden.
- Sí, está todo bien. ¿Cuánto es? –pregunto mientras cojo la cartera de la bandolera.
- Así son un euro con cincuenta nueve céntimos. Dani, para quieto con las piernas, ¡aún te vas a caer!
- Manina, ¡no me voy a caer! ¡Soy un chico grande! –diceDani con orgullo. Cojo las monedas y se las entrego con una sonrisa a la dependienta.
- ¿Cuántos años tienes Dani? –pregunto curiosa.
- Tles –dice mientras me enseña tres dedos de su pequeña mano.
- ¡Vaya! ¡Ya eres un chico grande! ¿Te gusta ir al cole? –le digo con una sonrisa.
- Yo no voy al cole. – Dani niega con la cabeza mientras empieza a jugar con sus manitas. Miro a la chica con el ceño fruncido y me sorprendo al ver cómo me dirige una fría mirada. Ya no queda nada de la mirada dulce que tenía hace apenas unos segundos. Ni rastro de ella, se fue, igual que su sonrisa.
- Em, bueno, creo… que… es mejor que me vaya… yo… eh… -señalo la puerta.- sí, mejor me voy. Ya nos veremos, hasta luego. –digo mientras me giro rápidamente.
- ¡Adiós Rose! –se despide Dani con la mano.
- ¡Hasta luego Dani! –le lanzó una última sonrisa mientras salgo por la puerta automática.
Me acomodo bien la bufanda mientras me empiezo a dirigir a la residencia en la que me estoy alojando. Un pequeño hostal situado a diez minutos de mi Universidad, con un precio asequible donde me dan comida y alojamiento. La nota de selectividad no me dio para hacer mi carrera universitaria en la ciudad donde vivía, así que me tuve que venir a otra, a dos horas en coche de mi casa real.
Lanzo un suspiro y veo como el vaho sale de entre mis labios, simulando un pequeño humo. ¡Hace un frío de mil demonios! Cojo el móvil con las manos heladas, pongo música mientras me coloco los auriculares y empiezo a pensar: estamos en pleno enero. Tres de enero, para ser más exactos. ¿Por qué un niño de tres años no va a la escuela? No tiene sentido alguno. Me paro en seco y me doy con la mano en la frente. ¡Soy una tonta! ¡Es tres de enero! Dani no tiene escuela porque ¡hay vacaciones! Empiezo a reírme y a andar de nuevo, un poco más rápido, para llegar cuanto antes a mi habitación y darme una buena ducha de agua caliente.
Sin darme cuenta, choco contra algo. ¡Genial! Y… el premio a la persona más despista del mundo es… Redoble de tambores… ¡Rosebud Weasley! Miro rápidamente a los lados para comprobar que nadie vio mi estúpida caída y lanzo un suspiro de alivio al comprobar que la calle está vacía.
- ¿Estás bien? – me pregunta una voz grave. Cierro los ojos con fuerza y me muerdo el labio. No, simplemente, no. No puede ser que haya chocado con alguien. – Eh… ¿Hola?
Maldita sea mi torpeza, mi despiste y el mundo. ¡Maldita sea todo lo que se menea! Abro un ojo un poco y veo que delante de mí se encuentra una mano. Miro un poco más arriba y me encuentro con un chico. ¡Bendita sea mi torpeza, mi despiste, el mundo y todo lo que se menea! Abro el otro ojo de golpe y me levanto rechazando la mano que me tendía.
- Sí, yo… estaba despistada… bueno, en realidad siempre estoy despistada, es algo que no puedo evitar y… -¡Cállate Rosebud, por Dios! - ¿Estás bien? – Le pregunto sonrojada.
- Sí, tranquila, yo también andaba algo despistado. –Me regala una sonrisa.
Joder. Qué sonrisa. Tal vez, me choqué contra un camión y ahora estoy yendo al cielo. Sí, es lo más probable, lo que tengo delante de mí no es un ser humano, no señor, es mi ángel guardián, que me acompañará al cielo. ¿Cielo? ¡Alejandra, eres atea! Lanzo un suspiro y sacudo los pantalones con las manos.
- ¿Seguro que estás bien? Te llevaste un buen golpe. –dice el chico/dios griego/ángel.
- Sí, tranquilo, no es nada. ¿Tú estás bien? – le pregunto fijándome en sus ojos. Grises. Guau.
- Sí, no fui yo quien se cayó al suelo. –dice con una sonrisa burlona. Noto como mis mejillas se empiezan a calentar a una velocidad anormal y bajo la mirada rápidamente.
- Si, bueno, ya te lo dije: soy patosa y…
- No. –me cortó él.- Me dijiste que eras despistada, no patosa.
- Bueno, pues soy ambas cosas: despistada –digo mientras levanto un dedo.- y patosa. –levanto un segundo dedo.
- Y ¿cómo es el nombre de esta chica despistada y patosa?
- Rosebud. –contesto sin despegar mis ojos de los suyos.
Bueno, ha sido un placer conocerte, pero es tarde y tengo que ir a recoger a alguien… Espero verte pronto. –dice mientras empieza a andar en dirección contraria a la mía.
Sonrío y empiezo a andar de nuevo. Me muerdo el labio mientras vuelvo a pensar en esos ojos. En menos de seis minutos, llego a mi habitación. Dejo las cosas sobre el escritorio mientas me saco la chaqueta y… un momento. No sé su nombre. ¡No sé cómo se llama! ¡No le pregunté su jodido nombre! Llevó mis manos a mi cara y gimo. Soy gilipollas.
