Historia Original - "El Lado Peligroso de Jude"
Autor - Nicole Williams
Historia Re-Editada - Jos26
"El Lado Peligroso de Sasuke" Capitulo I
1
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¿Sabes eso que dicen de que la oscuridad siempre es mayor antes del amanecer?
Bueno, yo había vivido cinco años de oscuridad.
Había cumplido mi condena —una dura condena— y había roto oficialmente con todo lo lista para mi amanecer y, mientras bailaba por el escenario, me di cuenta de que por fin lo estaba viviendo.
No me permití pensar en el millar de personas que me estaban mirando. Seguí avanzando hacia el difícil final, bailando solo para una de ellas. Aparté de mi mente las luces que me impedían ver a la multitud, la presión de la actuación que me impelía a continuar y el vestido disfuncional, que estaba a un hilo de romperse, y bailé para él.
Ejecuté mi gran allegro final en el aire, y mis puntas aterrizaron en el preciso instante en que la música terminaba.
Eso era.
El momento que me encantaba. La respiración y la quietud y el silencio antes de que me inclinase para hacer una reverencia y la multitud aplaudiera. Una ventana de dos segundos para reflexionar y deleitarme en la sangre, el sudor y las lágrimas que había derramado para llegar a ese punto.
«Buen trabajo, Sakura Haruno.»
Me habría gustado que el momento se prolongase eternamente, pero lo aceptaba como lo que era.
Un destello de perfección antes de desvanecerse.
Tomé aire, levanté los brazos y, mientras me inclinaba, alcé los ojos. Justo hacia donde madame Fontaine me había enseñado a dirigirlos al final de una actuación. Hacia delante y al centro. Una sonrisa jugueteaba en las comisuras de mis labios.
Resultaba imposible no sonreír cuando Sasuke Uchiha se hallaba sentado delante y en el centro.
Se puso en pie de un brinco, aplaudiendo como si tratase de llenar la sala entera con sus palmadas, sonriéndome de un modo que hizo que se me encogiera el corazón. La gente ya empezaba a mirar con curiosidad, así que cuando Sasuke saltó a su asiento y empezó a gritar «bravo» a todo volumen, aquellas miradas curiosas se volvieron más críticas.
Tampoco es que me importase demasiado.
Había aprendido hacía tiempo que estar con Sasuke significaba ir contra la norma. Se trataba de un precio que merecía la pena pagar por estar con él.
Una reverencia más, me topé de nuevo con su mirada e hice lo impensable. Menos mal que madame Fontaine no estaba allí esa noche, porque su moño permanentemente tieso podría haber estropeado el momento. Le dediqué un guiño a mi chico, que sobresalía entre la multitud, aclamándome como si acabase de salvar el mundo.
Las luces se apagaron y, antes de salir a toda prisa del escenario, oí una nueva ronda de gritos y silbidos de Sasuke. Estaba rompiendo toda regla tácita acerca de cómo demostrar apreciación por el arte.
Me encantó.
Hacíamos las cosas completamente fuera de la norma, nuestra relación incluida.
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—¿Crees que podrías intentar, solo por una vez, que tu actuación no fuese perfecta? Ya sabes, para que los demás no quedásemos como segundones —me susurró Thomas, un bailarín compañero de clase, cuando me apresuré tras las cortinas.
—Podría —le susurré a mi vez en el momento en que el último bailarín salía al escenario—. Pero ¿qué gracia tendría eso?
Thomas me sonrió con complicidad al tiempo que me lanzaba una botella de agua. La cogí con una mano, le di las gracias balanceándola y me dirigí al camerino para estirar y cambiarme. Tenía diez minutos antes de que acabara la actuación, y sabía por experiencia que Sasuke vendría disparado a buscarme entre bastidores si no lo buscaba yo a él primero. No era un hombre paciente precisamente, en especial después de un recital de danza. A mí me ponía verle jugar al fútbol; a él verme bailar.
Me metí en el camerino, me cogí el pie y estiré el cuádriceps mientras daba saltitos hasta mi rincón, desatándome la punta. La banda elástica que me sujetaba el corsé para que mi actuación no se convirtiera en un peep show se rompió en el momento en que estiré el cuello a un lado. Mi vestuario no podría haber escogido un momento mejor para «demostrar su disfunción».
Mientras estiraba la otra pierna hacia atrás, mis dedos se afanaban en desatar la otra punta. Arrojé las zapatillas a mi bolsa y saqué los vaqueros, la sudadera y las botas de montar. Era viernes por la noche y, como Sasuke jugaba en casa al día siguiente, eso significaba que teníamos toda la noche para nosotros.
Sasuke había hecho planes, y me había dicho que me abrigase. Habría preferido vestirme para un tiempo cálido, pero, la verdad, en lo que se refería a estar con Sasuke, me daba igual qué llevar puesto. De hecho, habría preferido no llevar nada, pero el último santo y virtuoso varón, Sasuke Uchiha, no pensaba aceptar nada de eso hasta que «se aclarara con sus historias».
Nunca había querido que ninguna historia se aclarara más rápido.
Lo cierto es que necesitaba estirar un poco más, pero tenía dos minutos como mucho antes de que Sasuke entrara como un vendaval por la puerta del camerino.
Retorcí los brazos a mi espalda para deshacerme del corsé. ¿Dónde estaba Eve, nuestra ayudante de vestuario, cuando la necesitaba? Esa chica abrochaba y desabrochaba un traje más rápido de lo que un chulo de playa podía bajarse la cremallera en el asiento de atrás de su deportivo.
Estaba buscando unas tijeras para escapar de aquella camisa de fuerza de seda cuando unas manos cálidas se apoyaron en mis hombros.
—¿Puedo ayudarte? —dijo Thomas, que me sonrió cuando miré por encima del hombro.
—Si tu ayuda viene con rapidez y precisión, entonces sí, por favor —contesté.
Su sonrisa se volvió maliciosa. —En lo que se refiere a quitar prendas femeninas, la rapidez y la precisión son mis principales prioridades.
Le di un codazo cuando se echó a reír. —Es para hoy, señor Dedos Calientes.
—Sí, señora —dijo, chasqueando los dedos de forma teatral antes de enfrentarse a la parte posterior de mi vestido.
Thomas tenía razón: conocía la maniobra al dedillo. Sin embargo, no había nada remotamente íntimo en el hecho de que un bailarín ayudara a otro a vestirse o desvestirse, ya fuera hombre o mujer.
Cuando bailabas lo suficiente, te acostumbrabas a que todos los bailarines en un radio de tres estados te vieran prácticamente desnuda. En el mundo de la danza no había sitio para la mojigatería.
—Casi —murmuró Thomas mientras sus dedos descendían hacia el último remache de mi corsé.
Estaba a punto de espetarle algo ocurrente cuando la puerta del camerino se abrió de par en par.
—¡¿Qué demonios…?! —chilló, con el rostro rojo de ira.
—Sasuke —empecé.
—¡Eres hombre muerto! —gritó este, lanzándose hacia Thomas.
Me interpuse en su camino y apoyé las manos en el muro de ladrillo de su pecho. —¡Sasuke! —Esta vez yo también alcé la voz—. ¡Para! —Le rodeé con mis brazos para dar a Thomas la oportunidad de retirarse.
—Claro que paro —replicó Sasuke; sus ojos reflejaban destellos de ónice—. En cuanto esta marioneta esté bailando por el escenario en silla de ruedas.
No había visto el monstruo de su ira en meses. Me quedé sin palabras. Momentáneamente. Ese era el tipo de ira del que hablaba la gente.
Sasuke me apartó los brazos con suavidad. Giró a mi alrededor y cargó contra Thomas, que miraba con los ojos como platos, medio confundido, medio aterrorizado, al toro que trataba de aniquilarle. Mi fuerza no era mínimamente igualable a la de Sasuke, ni siquiera una décima parte, pero yo contaba con otros poderes para someterlo. A toda velocidad me puse delante de él, salté y le rodeé con brazos y piernas todo lo fuerte que pude.
Él se quedó inmóvil al instante, y su mirada asesina se atenuó. Ligeramente.
—Sasuke —dije con calma, tratando de que desviara sus ojos hacia mí. Lo hizo—. Para —repetí.
Señalé a Thomas. —Me estaba ayudando a quitarme el vestido. Se lo he pedido yo. Quería darme prisa y cambiarme para poder estar contigo —enfaticé— y, a menos que quisieras esperarme un año y medio, deberías darle las gracias.
Sasuke me fulminó con la mirada. —¿Por qué no me has pedido ayuda a mí, Sakura? —preguntó, y apretó la mandíbula.
—Porque no estabas aquí —contesté, con la sensación de que estaba constatando lo evidente, pero si lo evidente era lo que hacía falta para sacar a Sasuke de su delirio, pues nada.
—Ahora estoy aquí.
Le acaricié las mejillas. —Sí, estás aquí —dije, y esperé a que sus ojos se iluminaran del todo. Su pecho empezaba a subir y bajar de forma regular de nuevo—. Gracias por la ayuda, Thomas.
Eché la vista atrás a mi compañero, que seguía mirando fijamente a Sasuke como si fuese a ponerse como un energúmeno con él otra vez—. ¿Nos vemos luego?
Thomas pasó por nuestro lado sin quitarle ojo a Sasuke. —Claro, Sakura —respondió—. Te veo luego.
Sonreí agradecida. —Buenas noches.
—Adiós, Peter Pan —le soltó Sasuke a su espalda—. Yo también «te veo luego».
Thomas ya estaba fuera del camerino, pero no cabía duda de que había oído la última amenaza.
Suspiré al tiempo que le acariciaba el rostro con los pulgares. —Sasuke Uchiha, ¿qué voy a hacer contigo? —le pregunté.
Era, quizá, la pregunta por antonomasia. Nuestra relación no tenía nada de fácil. Bueno, nada salvo que nos habíamos vuelto locos el uno por el otro. Todo lo demás era como nadar a contracorriente.
Nunca tenías la sensación de avanzar demasiado, pero el trayecto compensaba la escasa distancia que cubrías.
Sasuke, que me sostenía por las caderas, volvió a depositarme en el suelo. Me dio la vuelta, y sus dedos liberaron el lazo de satén de los últimos remaches. Sus manos apenas rozaron mi piel, pero ese «apenas» por sí solo envió ráfagas de calor que me alcanzaron en lo más hondo.
—¿Qué voy a hacer yo contigo, Saku? —me devolvió, con la voz cuidadosamente contenida.
—Ya casi me has quitado la parte de arriba, así que te dejaré llenar el espacio en blanco para responder a esa pregunta —le provoqué, arqueando una ceja.
Sus ojos no eran líquidos como solían ser cuando compartíamos un momento íntimo. Las comisuras de su boca no se curvaban en señal de expectación.
Sasuke se había puesto en plan Señor Severo conmigo.
—No vuelvas a hacer eso, Saku —dijo, doblando el lazo antes de metérselo en el bolsillo.
—¿Qué? —pregunté, y me encogí de hombros. Fingí desconcierto, pero estaba empezando a hervirme la sangre. No me gustaba que me hablasen con ese tono, especialmente en el caso de Sasuke.
—Ya sabes qué.
Fruncí el entrecejo. —Puesto que es evidente que te he decepcionado, me gustaría evitar volver a hacerlo, así que ¿por qué no me lo explicas mejor?
Me maldije a mí misma. Lo único que podía resultar de luchar contra el fuego con fuego eran unas feas quemaduras de primer grado. Si Sasuke y yo no necesitábamos que nuestra relación se complicase todavía más, ¿por qué me veía aporreando la puerta de las complicaciones?
Inspiré lentamente, y constaté el esfuerzo que le suponía mantener la calma. Él se estaba esforzando para evitar que aquello se convirtiese en una competición de gritos: ¿por qué no lo hacía yo?
—No vuelvas a dejar que otro hombre, sea un hada con leotardos o no, te ayude a desvestirte. —dijo, entrecerrando los ojos—. Si necesitas ayuda, aunque sea para quitarte un calcetín, me llamas, ¿entiendes? Ese es mi trabajo.
Genial.
La policía posesiva y controladora estaba de vuelta en la ciudad. Podía negarlo todo lo que quisiera, pero «controladora» implicaba que no confiaba en mí. Que me llamasen tonta, pero la confianza no era solo crucial para una relación, lo era todo.
—¿Entiendes, Saku? —insistió cuando guardé silencio.
Dios, le quería. Demasiado para mi propio bien, pero no pensaba dejar que me mangoneara.
—No, Sasuke. No lo entiendo —repliqué, a punto de estallar—. Así que ¿por qué no vas a esperar fuera y dejas que se te pase mientras acabo de cambiarme?
—Sola —añadí antes de que él pudiera abrir la boca para objetar algo. Porque, si lo hacía, seguramente no sería capaz de decir que no.
Hizo una pausa, con la indecisión grabada en el rostro. Al final asintió. —Vale —dijo—. Estaré ahí mismo.
—¿Para poder espantar a cualquier otro tío que pudiera ayudarme con el vestido o solo porque vas a esperar paciente y respetuosamente a tu novia? —le espeté, mientras me dirigía hacia mi bolsa.
El suspiro de Sasuke fue tan largo como atormentado. —Ambas cosas —contestó, su voz apenas un susurro antes de cerrar la puerta tras sí.
La sentí en cuanto hubo salido.
Culpa.
Seguida de una potente dosis de arrepentimiento.
Sabía en qué me estaba metiendo cuando Sasuke y yo volvimos juntos al comienzo de nuestro primer año de universidad. Lo hice por voluntad propia, con los ojos abiertos, de buen grado. Sasuke había tenido más problemas de los que nadie debería tener, y eso llevaba consigo ciertas características que podían clasificarse como extremas.
Pero aceptabas lo malo con lo bueno. Y en lo referente a Sasuke Uchiha, había un excedente de cosas buenas que no siempre conseguía necesariamente eliminar lo malo, pero sí ofrecía un trato justo. Si pensaba ponerme a señalar con el dedo las mercancías dañadas, ese dedo bien podía volverse hacia mí.
Yo estaba lejos de ser perfecta.
Ahí radicaba la belleza de que estuviésemos juntos.
Y el problema.
Yo era tan irritable y tenía tantos fantasmas de mi pasado como Sasuke. Cuando su ira estallaba, la mía respondía del mismo modo, y viceversa. Como en los últimos dos minutos.
Entonces, como siempre, la rabia que sentía hacia Sasuke se volvía en mi contra. Si me hubiese tomado un momento para ponerme en las Converse del cuarenta y seis de Sasuke, ¿qué habría dicho o hecho yo de haberme encontrado con una chica ayudándole a él a quitarse la ropa?
Mientras me ponía la sudadera, me di cuenta de que mi reacción no habría sido muy distinta de la suya. De hecho, habría sacado las uñas antes de que él pudiera abrir la boca para explicarse. El viejo Sasuke y la antigua Sakura habrían dado una paliza primero y preguntado después.
El nuevo Sasuke, aunque seguía sin haberse licenciado en control de ira, había permitido que las palabras distendieran la situación, no los puños.
Progreso.
Había hecho un progreso significativo por mí. ¿Y cómo se lo recompensaba yo? Gritándole y echándole del camerino.
Me puse el resto de la ropa de cualquier manera y metí el vestido en mi bolsa. No me molesté en soltarme el pelo del moño a pesar del dolor de cabeza que me causaba. No me limpié las tres capas de maquillaje que me cubrían la cara.
Tenía que ir con él. No podía ir junto a Sasuke lo bastante rápido.
Abrí la puerta de un tirón.
El rostro de Sasuke, que se hallaba apoyado en la pared de enfrente, mostraba todos los matices del tormento. La emoción que reflejaba su rostro era exactamente la misma que me abrasaba a mí.
Levantó una de las comisuras de los labios mientras se frotaba la nuca. Yo dejé caer la bolsa, corrí hacia él y le rodeé con los brazos con tanta fuerza que pude sentir cada una de sus costillas clavándose en mi pecho. Él me abrazó con la misma urgencia y quizá incluso con más alivio.
—Lo siento —le dije, inhalando al chico que, incluso a través de su aroma, rezumaba un indicio de problemas apenas oculto tras una dulzura renuente.
Me apoyó la barbilla en la cabeza y exhaló. —Yo también lo siento.
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* Allegro es una palabra italiana usada para para definir una grupo de movimientos brillantes y vigorosos. Todos los pasos de elevación como entrechacat, cabriole, assemble, jette encajan en esta clasificación. La mayoría de danzas, tanto solos como grupales, están construidas en allegro. La cualidad mas importante en los allegros es conseguir ligereza, suavidad y ballon (rebote).
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Chicas/os Al fin, después de mucho mucho tiempo, he vuelto. Con la continuación de la saga de Jude de Nicole Williams. Se que muchos la estaban esperando así que aquí esta de vuelta.
Que la disfruten.
