PRÓLOGO:

Se hizo la oscuridad. Sus ojos aún no estaban preparados para poder ver en la penumbra, su oído no estaba lo bastante desarrollado y sus movimientos eran torpes e impulsivos. Necesitaba luz, necesitaba poder ver lo que tenía delante y sobre todo necesitaba huir de aquel sitio. No podría soportar un solo día más bajo el cuidado de su tío, escuchando los gritos de la caprichosa de su prima y los reproches de su tía. Aquella casa era un auténtico infierno la mirase por donde la mirase. Y pensar que le pareció hermosa el día en que la vio por primera vez. Su padre siempre decía: "No juzgues un libro por su portada" ¡Y qué razón tenía!

¿Por qué sus padres tenían que haber muerto?, ¿por qué tenía que haber sido llevada a aquel horrible lugar?, ¿por qué se sentía sola y abandonada? Nadie la quería en esa casa, nadie la quería en el colegio, nadie la quería en la calle. Fuera a donde fuera siempre era fruto de miradas de miedo, de pena, de furia e incluso de deseo. Se sentía tan fuera de lugar estuviera donde estuviese. Sus tíos lo único que hacían eran contribuir a que se sintiera de esa forma al dejarla encerrada en aquella mansión día tras día. Sólo podía salir para ir al colegio y su prima no hacía más que vanagloriarse por ello ante ella. Cuando había una fiesta en la casa se aseguraban de encerrarla bien en su habitación para que nadie pudiera verla. Aunque lo peor de todo era su tío, él sí que era malvado. Nunca había conocido a nadie que superara en crueldad a su tío, nadie que pudiera compararse mínimamente con él. De hecho, cuando llegó a esa casa, no podía ni imaginarse que en el mundo pudiera existir un solo ser así.

Temía cada paso que escuchaba en esa casa, cada palabra, cada susurro. Se pasaba la mayor parte del día mirando por la ventana a los pájaros y deseando tener alas como ellos para poder escapar de allí. Soñaba despierta con que sus padres no estaban muertos y vendrían a salvarla. Papá era tan amable y tan gentil con todo el mundo. Era un auténtico caballero de pies a cabeza. Atractivo, elegante, galán, caballeroso… Él era el sueño de cualquier mujer pero para él toda la perfección femenina se concentraba en una sola persona: Sonomi. Mamá era tan hermosa que todos los hombres giraban la cabeza para contemplarla cuando salían a pasear pero a la vez era tan delicada como un ángel de cristal. Papá siempre la cuidaba para evitar que le ocurriera cualquier cosa y a ella también por supuesto. Pero un día no pudo proteger a mamá, ni siquiera pudo protegerse a sí mismo y así era como ella había acabado en esa casa.

- ¡Gallina!

Fue empujada contra un armario y gimió de dolor al sentir un terrible dolor en el puente de su nariz. Cuando pudo recuperarse lo suficiente como para apartarse del mueble, se llevó las manos a la nariz y sintió un líquido en sus manos. ¿Estaba sangrando? Dentro de aquella oscuridad no podía saberlo.

Estaba segura de que había escuchado la voz de su prima. Ella debía de haberle gastado esa broma tan cruel. Su prima sólo existía para amargarle cada segundo de su vida, para exprimir cada gota de esperanza que le quedaba, para pisotear uno por uno todos sus sueños y sobre todo, para causarle todo el dolor posible. Era una auténtica hija de su padre, una digna heredera de esa rama de la familia y un ser mezquino y caprichoso incapaz de sentir algo por otra persona. Todavía se preguntaba cómo esa gente podía ser familia de alguien tan maravilloso como su padre. Nada tenía sentido en ese infierno.

Volvió a ser empujada pero esta vez para caer sobre la alfombra y rasparse las rodillas. Tenía once años y no deseaba perder el tiempo con los estúpidos juegos de su primita. Cada vez que su papito rechazaba comprarle algo o seguirle el juego en sus tonterías infantiles, iba a pagarlo con ella. Y pensar que su prima ya era una muchacha de quince años.

- ¿Qué te pasa, gallina?- se burló- ¿te has hecho daño?

Consiguió incorporarse con mucha dificultad y buscó entre las sombras la silueta de su prima hasta encontrarla.

- Kikio, no tengo tiempo para tus jueguecitos.

- Nadie te ha dado permiso para hablar huerfanita- la acusó- te recuerdo que estás aquí porque mi padre sintió pena por una vez en su vida.

No, estaba allí por otro motivo pero no pensaba contárselo a ella para humillarse más todavía. Había cosas que era mejor callarlas.

- Déjame en paz.

Kikio no parecía dispuesta a dejarla en paz y ella tampoco estaba dispuesta a soportar más golpes por lo que se apartó en el último instante antes de que le hiciera un placaje. Desgraciadamente, su prima no pudo frenarse y aunque evitó empotrarse contra un armario, no pudo evitar clavarse una de las armas de colección de su padre.

- ¿Kikio?

Justo en el instante en que se acercó a ella para intentar socorrerla, se encendieron las luces y apareció el horrible rostro de su tía ante ella.

- ¡Maldita mocosa!

La apartó de una fuerte bofetada y empezó a gritar el nombre de su marido mientras trataba de sacarle la lanza del cuerpo a su hija. Cuando llegara su tío iba a recibir algo mucho peor que la mayor paliza de su vida.

- Ahora sí que la has hecho buena, mocosa- le acusó su tía- esta vez no te vas a escapar- le miró con tanto odio que le hizo retroceder- tú vas a pagar al igual que tu asquerosa madre.

- ¡No!

Temerosa de que llegara su tío se lanzó hacia la ventana, la abrió y saltó. Los gritos de su tía no pudieron detenerla, los guardias que salieron tras ella tampoco y ni siquiera el miedo que recorría su cuerpo. Tenía que escapar de aquel sitio antes de que le ocurriera algo mucho peor que la muerte, algo que no podría volver a soportar.

Empujó la verja para salir de la propiedad de su tío y corrió bajo el sol hacia el bosque para intentar esconderse entre la espesura. En ese día el sol brillaba particularmente y sus ojos empezaban a resentirse pero no lo suficiente como para detenerla. Esa vez sí que iba a marcharse de allí para siempre; esa vez no iban a pillarla y a castigarla; esa vez todo era diferente. Por primera vez desde que fue llevada a ese sitio estaba dispuesta a morir por escapar de allí ya que cualquier destino era mejor que vivir en esa casa.

Estaba corriendo entre los árboles del bosque cuando empezó a caer sobre ella un torrente de agua helada. ¡Estaba lloviendo! Eso era malo, muy malo. El sol era su mayor ventaja para poder escapar de su tío y la lluvia su mayor delator aunque podría usarla en su beneficio si se daba prisa en actuar. Se arrodilló junto a un árbol y tomó entre sus manos el barro que se estaba formando. Le habían enseñado a ser una señorita educada que no se manchaba y se mantenía siempre impoluta. ¡A la mierda! Su vida era mucho más importante en ese momento así que haciendo de tripas corazón, restregó el barro sobre su cara, sus brazos y sus piernas. Eso le ayudaría a ocultar su olor de su tío. Aunque la lluvia le quitara el barro de encima, su olor se mantendría oculto por las partículas que se quedarían adheridas a su piel. No podría olerla en condiciones hasta que se bañara y entonces podría estar lo bastante lejos.

Atravesó un claro a toda velocidad pero iba tan de prisa y tan concentrada en sus perseguidores que no se percató de la llanura que tenía justo delante. No tuvo tiempo suficiente para reaccionar y cayó de cabeza dentro de la llanura. Su cabeza golpeó con fuerza contra unas rocas y a los pocos segundos todo empezó a volverse borroso. Se dio la vuelta quedando boca arriba y disfrutó del refrescante baño de agua. A penas lograba recordar por qué estaba corriendo, de qué huía, quién era… Todo se volvía cada más y más borroso y de repente, llegó la oscuridad.