Renuncia de derechos: Cazadores de Sombras y todo su universo son de Cassandra Clare (y de algunos otros, como en Las Crónicas de Magnus Bane, en las Historias de la Academia de Cazadores de Sombras y en las Historias del Mercado de Sombras). Los títulos de los capítulos son de alguien más, espero que alguien adivine de quién. Lo demás es mío, por lo que me reservo su uso.
Advertencia: la presente historia forma parte del universo de «Las Armas del Destino / The Fates Weapons» («LAD/TFW»), conformado hasta ahora por «La aguda espada de dos filos» («Lae») y «Matados a espada» («Mae»), las cuales se recomienda leer antes. Así mismo, hay referencias al por mayor de lo publicado de Cazadores de Sombras hasta la fecha (dando patadas al canon en el proceso), así que sobre aviso, no hay engaño.
Dedicatoria: a Angelito Bloodsherry (Noe–chan), una de mis niñas Friki, porque sin sus comentarios fangirl en «Lae» y en «Mae», no hubiera llegado tan lejos. Y de nuevo a Mejor Amiga (sabes quién eres), que sigue conmigo sin importar el tiempo ni la distancia, como una verdadera parabatai.
«Los perseguiré con espada, hambre y peste; haré de ellos un objeto de horror para todos los reinos de la tierra, de maldición, espanto, irrisión y vergüenza entre todas las naciones adonde los arroje»
Jeremías, 29: 18.
I. No hay dudas, ¿verdad?
«Una caminata de mil millas empieza con un pequeño paso.»
Lao–Tsé.
Diciembre de 2024.
Cuando recuperó la memoria, Liam sabía exactamente qué hacer.
En primer lugar, no podía quedarse en esa ciudad. Era enorme, una de las más famosas y emblemáticas del mundo, donde cualquiera podía pasar desapercibido… A menos que se le estuviera buscando por métodos no muy convencionales. Así pues, mientras aprovechaba su conocimiento de la ciudad para ocultarse, Liam preparó su partida.
En segundo lugar, ya no deseaba estar solo. No se refería solamente a algo físico, sino a la sensación. El hecho de saberse el único en su condición no era alentador y ahora, con su mente llena de recuerdos nuevos y antiguos, sabía que podía darle solución.
Y en tercer lugar, derivado de todo lo anterior, debía dar señales de vida urgentemente. A diferencia de quienes lo buscaban en la ciudad, había otras personas que realmente querían saber dónde estaba y que se encontraba bien. Era a ellos a quienes quería encontrar, sin importar qué.
Así, fue al par de escondrijos donde guardaba sus notas y los empacó.
Liam se enorgullecía de sus pasatiempos, pero el escribir se había convertido en algo más. Ahora que lo pensaba, tal vez era algo inconsciente lo que le daba el impulso de anotar su vida a conciencia, por si acaso volvía a desaparecer de su cabeza. Sin importar la razón, allí estaban más que notas garabateadas en cualquier trozo de papel que encontrara, cuando podía y donde podía. Allí llevaba lo que había estado haciendo y sería de lo primero que mostrara al llegar a su destino.
Cuando tuvo a buen recaudo las notas y sus pocas pertenencias, venía la parte difícil.
¿Viajar por su propio pie o colarse a donde ya sabía para acortar camino?
Por alguna razón, sentía que la respuesta era obvia… y condenadamente complicada.
Sin embargo, antes quería dar una señal.
—&—
Enero de 2025.
Liam reconoció dentro de sí el amor a Londres.
Aunque estuviera a reventar de gente y debiera vagar sin rumbo fijo sin disfrutar de nada, se le había enseñado a apreciar esa capital, monstruosa y maravillosa al mismo tiempo. Había instantes en que sonreía, agradecido de seguir vivo y de estar por emprender las acciones que lo llevarían a casa, por lo que se permitía regodearse en la contemplación de lo más extraordinario que Londres podía ofrecer.
Respirando hondo, se preparó para lo que estaba a punto de hacer.
El Blackfiars Bridge seguía tal como recordaba. Tal vez a simple vista no fuera la gran cosa, al menos comparado con la London Eye o las hermosas tiendas de Oxford Street; sin embargo, sabía que era uno de los lugares donde su plan podía tener éxito.
Nunca lo había hecho así, pero repasando sus recién recuperadas memorias, en teoría debería funcionar. Esperaba que sí, porque no iba a tener mucho tiempo.
Por el riesgo que corría, eligió una hora del día en la cual el puente era bastante concurrido. Si debía intentar pasar desapercibido a plena vista, al menos quería algo que cubriera sus pasos si era obligado a salir corriendo.
Inhaló hondo por tercera vez, soltando el aire lentamente. A continuación, cerró los ojos y alzó levemente la cabeza, tratando de dejar la mente en blanco.
Comenzó a buscar. Esa era la parte difícil. En un sitio como aquel, con tantas personas a su alrededor, podía ser lo peor del proceso. Confiaba en que la huella permaneciera, en que el origen de la misma no se hubiera debilitado sin él allí.
«Liam… Querido Liam…»
Allí estaba. Casi se mareó, pues aunque la estaba buscando, la sensación lo golpeó con fuerza. Trató por todos los medio de no perder la cabeza y tras contar hasta tres, abrió los ojos.
El mundo se había transformado en un teatro de sombras y una telaraña de colores. De cada silueta humana, podía ver que surgían hebras, hechas de algo parecido al humo y de diversas tonalidades, las cuales se dispersaban en el vacío o corrían a conectarse con alguien que quizá estuviera a metros o incluso kilómetros de allí. Ciertas construcciones eran rodeadas por millones de esas hebras, cual capullos, debido a lo que la gente a su alrededor sentía al verlos.
Sentimientos, sí. Eso era la clave de todo. Liam se esmeró en encontrar la hebra de la cual surgía el llamado. Miró su propia mano, convertida en una mancha entre una incierta niebla, y vio una hebra entre azul y gris que parecía ir unos metros más allá, casi al centro del puente.
Con sumo cuidado, Liam siguió el camino trazado por la hebra. Conforme se acercaba al centro del puente, fue sintiendo como si aquel lazo tirara de él. Se esforzó por ser él quien controlara la situación, solamente con el sonido de esa vaga voz.
«Liam… Querido Liam…»
Ahora podía ver mejor a dónde iba. La hebra azul se estaba oscureciendo un poco, debido a que se enroscaba por encima de una hebra más gruesa, de un tono entre rojo y rosa, con destellos dorados. Se obligó a no sonreír, no todavía, y llegó a donde quería: un punto donde aquellas hebras parecían formar una amalgama confusa, como una bola de estambre deshecha y desparramada por el suelo. Aún así, Liam casi lloró de alegría.
Concentrándose, dejó de llamar a las emociones en esas hebras. Eso también era difícil, pero lo hizo de la manera más calmada que pudo. Así, vio que poco a poco destacaba la hebra roja en la amalgama, en la cual se distinguían aquellas chispas doradas, por lo cual hizo el último movimiento, el más arriesgado y que, se suponía, era prácticamente imposible.
En lugar de oír, en vez de tomar, soltó su señal.
«Estoy aquí… Sigan buscando…»
Sintió como si el deseo fuera una víscera brutalmente arrancada de su interior. Como pudo, se apoyó en el barandal del puente, intentando por todos los medios verse normal, como un chico algo cansado que reposaba antes de seguir su camino. Miró la hebra de humo en la que se había enfocado y casi perdió el control sobre sus lágrimas.
Una fina hebra, entre amarilla y gris, surgía de él y se enroscaba lentamente en la rojiza, justo hacia la amalgama.
Suspirando, Liam se centró en su hebra, deseando que el sentimiento saliera, que hallara lo que él necesitaba y que fuera bien recibido. ¿Podría ser que…? No, no lo habían olvidado. Las chispas doradas eran por él. Se lo decía uno de sus recuerdos recuperados hacía poco.
Cuando su hebra tocó la amalgama, ésta brilló y se fue liberando del gris. ¿Funcionaría?
«Liam… ¿Eres tú? ¿En Londres?»
Quiso decir que sí, pero no le salía la voz. Siempre le resultaba difícil hablar en ese estado, por más que lo intentaba. Decidió mandar su afirmación a través de su hebra, deseando que lo comprendieran, que no creyeran que era una ilusión…
«Liam… Piensa dónde estás… Por favor…»
¿Pensar en dónde estaba? Bueno, eso era fácil. Giró levemente la cabeza hacia la derecha, por donde pasaban un montón de personas absortas en lo suyo, incluso con ojos como…
La concentración de Liam se quebró, cual pompa de jabón golpeada por el viento. El mundo se iluminó y las personas dejaron de ser siluetas oscuras y generadoras de colores, para volver a tener rostros, ropa y muchas veces, caras serias que no delataban todo lo que llevaban dentro.
No era momento de ponerse filosófico. Acomodándose la mochila al hombro, Liam tomó caminó en dirección contraria a quien había visto, procurando que entre ambos hubiera una considerable cantidad de personas. Al estar prácticamente lado a lado, Liam contuvo el impulso de mirar a aquel tipo. Un solo movimiento que lo delatara y adiós al plan de escape.
Liam solo se atrevió a correr cuando abandonó completamente el Blackfriars Bridge.
Menos mal que antes, su señal pudo ser recibida.
—&—
La verja se abrió, tal como tenía previsto.
A Liam no le gustaba llegar sin avisar a ningún sitio y menos a deshoras, pero esto era un caso extraordinario. De hecho, todo el asunto lo era, pero si lo pensaba demasiado, sabía que entraría en pánico.
Avanzó a toda carrera, sin estar seguro de cuánto tiempo tenía y si podría lograr su cometido. No le gustó subir aquella escalinata, pero no había más remedio. Rogó porque las historias fueran solo eso, o que si eran ciertas, no le trajeran problemas.
Llegó ante la pesada puerta principal y empujó. Tardó un poco, pero por fortuna tampoco la cerraban, como la verja.
Ahora lo complicado sería recurrir a su reinstaurada memoria, porque algunos datos seguían un poco confusos.
Poco a poco, se puso en marcha. Era como andar a ciegas, pero eso lo hacía a veces por su condición, así que no se preocupó. Lo que temía era que lo detuvieran. Deseaba tanto ir a casa…
—… Entonces dice «lo siento, pero debo correr o llegaré tarde al trabajo.» ¿Pueden creerlo?
—Pues… Sí, lo creo.
—¿Y después qué pasó?
—Nada, le deseé suerte y tuve que colgar. No podrán negar que hice lo correcto… ¿O sí?
Liam dejó que las voces se alejaran un buen trecho, antes de volver a ponerse en marcha.
Le llevó más de media hora, pero finalmente llegó al sitio. Había que bajar unas antiguas escaleras a oscuras, pero no le importaba. Cada vez estaba más cerca…
—¿Qué haces aquí, pequeño?
Nunca le había gustado que lo llamaran "pequeño", aunque sabía que lo era. Sin embargo, en ese momento lo que le preocupaba a Liam era que lo habían descubierto.
Debido al pánico, su condición se activó y tiró de lo primero que detectó en ese hombre, que resultó ser una preocupación aplastante.
En ese momento, Liam dejó de tirar. Le costó, pero se controló lo suficiente. El hombre, sin embargo, se tambaleó debido al repentino despojo y por poco rodó por la escalera.
—Ay, no —susurró Liam, que enseguida volvió sobre sus pasos, olvidándose de todo lo demás, para rodear al hombre con los brazos—. ¿Está usted bien?
—No. ¿Qué fue eso?
Liam agitó la cabeza. Nunca había podido explicarlo, no en términos simples o de forma que no asustara a nadie. ¿Qué podía hacer?
—¿Ty? ¡Ty! ¿Dónde estás?
Aturdido, Liam trató de que no volviera a descontrolarse su condición. No quería hacer más daño. Solo que le estaba costando mucho trabajo.
—Tengo que irme, tengo que irme —musitó a toda velocidad, angustiado.
—No —el hombre lo miró fijamente, con seriedad y sinceridad—. Estás a salvo aquí.
—¿Qué?
—¡Ty! ¿Dónde te metiste?
—Por favor, ¿me ayudarías…?
Liam estaba seguro de que debía irse. Para eso había entrado allí. Pero se sentía culpable por haber puesto al hombre en esas condiciones, así que asintió y juntos abandonaron la oscuridad de esas escaleras, caminando por un pasillo hasta donde se veía una persona que sostenía en alto una piedra de luz mágica.
—¡Ty! ¿Se puede saber qué…? Por el Ángel, ¿qué te ha pasado? ¡Kit! ¡Kit!
—Kit no está, salió de patrulla. Por favor, Livvy… Lleva a nuestro invitado a comer algo.
—¿Invitado?
Ante la persona con la luz mágica, una mujer joven de largo cabello castaño oscuro y bonitos ojos verde azulado, Liam no supo qué decir. Agachó la cabeza, pensando a toda velocidad en alguna excusa para su presencia allí, hasta que el hombre asintió con la cabeza.
—Acaba de llegar. Nos haremos cargo de su situación por la mañana. Yo… Iré a la cama, no me siento muy bien.
—¿No necesitas nada, Ty?
—No, de verdad. Dale algo de cenar y una habitación.
A Liam le estaba costando procesar lo que estaba ocurriendo, aún cuando su mente comenzó a susurrarle quiénes eran los adultos delante de él. Estaba realmente temeroso de que toda la buena voluntad que veía se esfumara en cuanto supieran quién era. Lo que él era…
—Vamos, muchacho. Parece que vas a desmayarte en cualquier momento. ¿Te gustan los sándwiches? Es lo que puedo preparar que sea rápido y…
—Sándwiches está bien, señorita.
—¿Qué? Perdona, no escuché bien.
Liam hizo un gesto para restarle importancia, pero con eso solo consiguió que la mujer detuviera sus pasos y lo mirara severamente, con los brazos en jarras.
—Por favor, repite lo que has dicho —pidió ella.
—Eh… —Liam tragó saliva, nervioso—. Que sándwiches está bien, señorita.
—¡Ah, con que eso fue!
—¿Qué?
—Hablas muy bajo. Por un momento pensé que eras tímido.
Encogiéndose de hombros, Liam evitó el ahondar en el tema. Sin embargo, era cierto que normalmente, la timidez no era un rasgo que le adjudicaran.
—Entonces vamos a que cenes. ¡Ah, es verdad! ¿Cómo te llamas?
Liam hizo una mueca.
—¿Tengo que decirlo?
—Hay que llamarte de alguna forma, ¿no? Yo soy Livvy, por cierto. Livia Blackthorn.
—Yo… Liam. Todos me dicen Liam.
A Livia Blackthorn no pareció importarle el que solo le dijera eso, pues asintió y lo guió a través de los corredores hasta un comedor enorme, el cual cruzó para ir directamente a la cocina. Liam apenas prestó atención al camino, solo a la figura de Livia delante de él, moviéndose de un lado a otro para sacar lo necesario.
—¿A qué hora llegaste?
—Hace muy poco. No quería molestar tan tarde.
—¿Lo dices por Ty? Él siempre da vueltas por los pasillos si Kit tiene patrulla, le cuesta dormir sin su marido a un lado —Livia guiñó un ojo, ante la cara de pasmo de Liam—. Y yo apenas iba a acostarme, solo que antes quería darle las buenas noches a mi hermano. ¿De dónde eres?
Liam apenas abría la boca para contestar cuando la puerta de la cocina de abrió de golpe y una figura oscura pasó a toda velocidad, en dirección al refrigerador.
—¡Voy en un momento, voy en un momento! —Gritó la figura, un muchacho de tez morena y cabello castaño oscuro, vestido con ropa negra y con algunas armas a la vista, entre ellas lo que parecía un estoque la mitad de largo de lo normal—. Lo siento, Livia, es que el mandón de mi parabatai me regañó por no haber cenado y…
—¡Y ha hecho bien! ¿Cómo se te ocurre irte de patrulla sin cenar?
—¡No tengo hambre ahora! Pensaba comprar algo de paso, en un local mundano. Pero entre la espada de Al y los charhkram de Getty, no sé qué asusta más.
—Ni idea. ¿Quieres un sándwich? Le estaba preparando unos a Liam.
—¿Liam?
El muchacho moreno finalmente prestó atención a su alrededor y, por lo tanto, a la presencia de Liam. Sin necesidad de sus recuerdos restablecidos, supo lo que iba a pasar a continuación.
—¡Liam! ¡Por el Ángel! ¿Cómo fuiste a parar a Londres? ¿Estás bien? ¿Necesitas algo? ¡Diablos! Hay que mandar un mensaje de fuego…
—¿Qué pasa? Rafael, ¿lo conoces?
El aludido asintió, frunciendo el ceño al segundo siguiente.
En ese momento, Liam supo que iba a saberse quién era. Quería impedirlo, pero la voz se le había atascado en la garganta.
—¿No lo recuerdas, Livia? ¡Es Liam! ¡Liam Carstairs! ¿Cómo fue que lo encontraron?
—Pues… Parece que él nos encontró a nosotros.
No necesitaba su condición para saber que los otros dos se habían tensado.
Por eso Liam Carstairs había intentado irse sin toparse con nadie. Todo habría sido mucho más sencillo.
