Ante todo, espero que hayan pasado un muy feliz Navidad. Esta historia la hice como regalo para zero_retcher como parte del intercambio de regalos de la comunidad World Is Mine, en LiveJournal. Espero que les guste y que nunca dejen de sentir la magia de estas épocas :)~
Y cómo el Grinch no robó la Navidad
Vash Zwingli es del tipo incrédulo: mira, calcula y revisa lo que sea antes de darlo por cierto. Desconfía de todo a su alrededor y dispara a mano alzada a cualquiera que escape de la correcta estructura de conducta.
Es un amargado sin remedio.
Los cuentos de hadas y relatos fantásticos siempre le aburrieron; los relatos históricos de grandes confederaciones fueron, en cambio, sus preferidos.
Vash nunca creyó en renos de nariz roja, trineos voladores ni hombres con sobrepeso que se escabullen por las chimeneas a dejar regalos para los niños. Para él no eran más que bobadas, simples invenciones de colores que hacen felices a niños y comerciantes por igual.
- Hermano, ¿me ayudas a escribir una carta?
La voz delicada de su hermana tintinea a su espalda suave y endulzante, como el sonido de los cascabeles.
Es sólo una invención, Liechtenstein, piensa y asiente despacio.
Sólo una absurda invención.
Liechtenstein sonríe, con la mirada brillante y el esmero puesto en colocar cada una de las estrellas doradas en el enclenque pino, al rincón de su sala.
A su lado, Vash se sentía más arisco, solitario y escéptico que nunca.
A su lado, Vash se sentía el Grinch.
Una persona que desmantela ilusiones. Irreales, ilógicas, ingenuas. Como las de su hermana. Como la Navidad misma.
- ¿Te has puesto a pensar por qué alguien como ese hombre…?
- ¿Santa?
- Sí, él. ¿Por qué le daría regalos a todos sin conocerlos?
- Porque es generoso y quiere mucho a las personas.
Suspira, paciente como sólo puede ser con ella.
- Eso no tiene sentido, Liech. Nadie hace tanto por alguien que no conoce.
Liechtenstein lo mira confundida, inclina un poco la cabeza de lado y parpadea, incapaz de comprender el significado en las palabras de su hermano.
- Pero eso tú ya sabes de eso, hermano.
Vash frunce el ceño, confundido.
- ¿Lo hago?
Ella asiente.
- Me cuidaste y me diste comida sin conocerme. Y luego te convertiste en mi hermano, y ese fue el regalo más lindo de todos.
Responde, segura de lo que dice, con el tintineo de su voz resonando en toda la habitación. Entonces, Vash entiende su propia ironía en las palabras de su hermana y en cómo todo aquello en lo que nunca creyó de pronto parecía cobrar algún sentido.
Infunde afecto, calienta en el pecho. Así es Liechtenstein, crédula e inocente. Inteligente. Y no sería él quien le robaría su Navidad.
Por eso camina de puntillas mientras todos duermen, con una bolsa de terciopelo en la mano y el cuerpo ligeramente corcovado. Deposita golosinas en ambas botas de felpa y desliza paquetes perfectamente envueltos bajo las ramas del árbol.
Vash nunca creyó en la magia, duendes del Norte ni en el Padre Navidad. Nunca creyó en la Navidad. Él es el Grinch que ahuyenta a balazos a sus molestos vecinos cada que vienen a cantar villancicos a su puerta y que sólo respeta el rojo y blanco de su propia bandera.
- ¡Feliz Navidad, hermano!
Liechtenstein le sonríe, con las mejillas sonrosadas y los ojos llenos de alegría. Su voz tintinea, como el sonido de los cascabeles. Como el sonido de la Navidad.
Un sonido que ahora le sabe delicioso, con la frescura del viento de los Alpes y el sabor de sus chocolates. Más fuerte, más real. Más suyo.
Vash le devuelve la sonrisa, serena y casi imperceptible. Siente calor en las mejillas, un calor que viene desde adentro. Un calor suave y verdadero.
- Feliz Navidad, Liechtenstein.
