Disclaimer: InuYasha, su historia y sus personajes son propiedad exclusiva de Rumiko Takahashi, yo simplemente los tomé prestados por un tiempo indefinido para escribir esta historia sin fines de lucro.


Fatum

Por: Samantha Blue1405

Capítulo 1: La Maldición de las Contables

"… Mi estrategia es

que un día cualquiera

no sé cómo ni sé

con qué pretexto

por fin me necesites."

Táctica y estrategia – Mario Benedetti.

"Debo estar loca para estar haciendo esto…", se dijo, y no por primera vez. Vio a su derecha, a su amiga Sango, que levantó la mirada en cuanto sintió que la veía. Y Rin vio brillar en sus ojos el mismo pensamiento. Y, es que, ¡realmente debían estar locas, muy locas, para estar haciendo esto! ¡Dios, no lo podía creer! ¡Sus padres iban a matarla! Y sus hermanos la trozarían en pedacitos.

— Sólo iremos allí y lo cancelamos, ¿sí? —le dijo Rin, con una sonrisa trémula y poco convencida.

— ¡¿Cancelar?! ¡¿Casi diez mil dólares?! —chilló Sango, llamando la atención de las personas que entraban con ellas a aquel lujosísimo edificio, que ninguna de las dos podría costearse de buenas a primeras. No sin aunar esfuerzos. Como habían hecho.

— ¡Chssss! —apremió, caminando impaciente hacia el moderno y lustroso mostrador de la recepción, obligando a Sango a acelerar el paso.

Rin se caló la capucha del abrigo casi hasta los ojos para que nadie pudiese reconocerla. Sango captó que debía hacer lo mismo, y la imitó. Debían ser sigilosas. Nadie, nadie nunca jamás debía saber que ellas habían hecho algo así. Así que debían actuar con reserva, como espías o ninjas.

— ¡Son diez mil dólares! ¡Dólares! —le siseó Sango contrariada, con los dientes tan prietos que le costó entenderle—. Ni sé cuánto es eso en yenes.

Rin le dedicó una mirada rebosante de escepticismo. Sí lo sabía. Ambas lo sabían muy bien. Eran contables en una farmacéutica que exportaba medicamentos costosísimos a varios países, y sabían la tasa de cambio exacta de por lo menos diez de las divisas más importantes del mundo a esa precisa hora. No por nada las habían enviado juntas a apagar un incendio corporativo en Kioto.

— Y, entonces, ¿vas a subir? —le retó Rin, altanera—. ¿De verdad?

— ¡Nooooo! —exclamó, mitad incredulidad mitad reproche. Más reproche que incredulidad, rectificó—. ¡Estamos juntas en esto, Rin Higurashi! ¡Juntas!, ¿me escuchas? ¡Vamos!

— Ayame también, y… ¡Ya ves!, nos dejó plantadas.

— Ah, pero tú no eres Ayame —tildó, viendo con recelo la recepción.

Rin también le echó un vistazo, contiendo el impulso de salir corriendo despavorida. Se habían detenido a medio camino del mostrador, en mitad del atestado vestíbulo con suelos de mármol y arañas de cristal sobre sus cabezas, y ninguna de las dos era capaz de dar un paso más. Rin tenía las manos heladas y podía jurar que las de Sango estaban peor, agarrotadas.

— Y nos conocemos desde hace años —añadió Sango, queriendo darle más peso a su argumento, apelando a la lealtad innata de Rin. Rin era la colega más leal que alguien podía tener. La mejor.

"Dos años y un mes para ser precisos", pensó Rin con un suspiro. No sólo eran colegas, eran mejores amigas. Se conocieron cuando Sango había entrado a trabajar en la farmacéutica y Rin ya llevaba un par de años allí. Rin había hecho su pasantía en esa empresa y ascendido desde entonces; ahora era parte importante de la compañía. Y la compañía era parte importante de su vida.

La única parte de su vida, a excepción de su familia, tildó con amargura.

Especialmente desde que se dio cuenta que su prometido, ex prometido, se corrigió, resultó no ser su media naranja. La razón: Rin prácticamente vivía en la farmacéutica, con sus cuentas y números… y los poetas no se llevan muy bien con los números, ¿o sí?

Y para colmo, su flamante ex prometido se gastó todos los ahorros que habían hecho juntos para la boda y redecorar su nidito de amor en… ¡pagar un agente literario que le prometió convertir su estúpido libro de poemas en un best seller!

Rin gruñía y pataleaba en su fuero interno nada más recordarlo. No era mucho dinero, y no habría sido mucho problema si él se lo hubiese consultado antes de retirarlo de la cuenta mancomunada, y especialmente si… el supuesto agente literario no hubiera desaparecido de la faz de la tierra en cuanto él le entregó el dinero. Rin volvió a gruñir. "¡Estúpido!"

Y ahora, irónicamente, ella estaba a punto de gastar casi esa misma cantidad de dinero. Técnicamente, ya la había gastado. Y no fue más inteligente que su ex. Y tampoco tenía opción de solicitar la devolución del dinero. Eso era parte de los términos y condiciones del contrato que tan eufórica y borrachamente habían aceptado las tres: Sango, Ayame y Rin.

— ¿Recuérdame porqué estamos haciendo esto?

Sango cambió el peso de un pie a otro, hundiéndose más en su abrigo antes de sisear:

— ¡Porque son diez mil jodidos dólares!

— Bueno… tres mil trescientos treinta y cuatro dólares, redondeando —caviló en voz alta—. Tres mil trescientos treinta y cuatro, tú; tres mil trescientos treinta y cuatro, Ayame; y tres mil trescientos treinta y cuatro, yo.

— Cinco mil cada una en este momento —le corrigió alzando las cejas.

Y Rin maldijo por lo bajo a Ayame. De nuevo. En realidad, estaban metidas en este lío gracias a ella. Y la muy embaucadora y vil se… ¡se enfermó!

— Bien, entonces, pregunta tú —dijo empujando a Sango a la recepción.

Sango ahogó un grito y abrió los ojos de par en par, sacudiendo enérgicamente la cabeza.

— ¡Tres mil trescientos treinta y cuatro dólares! —canturreó Rin, mordaz. Y rumió—: Ya perdí casi tres mil por cortesía de mi ex, y estoy casi segura de poder darme el lujo de perder otros tres mil, o cinco mil, como sea.

No era millonaria ni mucho menos, pero tenía un trabajo estable que amaba y le pagaban bien. Rematadamente bien. Y por viajes de negocio como éste, recibía una jugosa bonificación adicional aparte de tener los gastos cubiertos. Gracias a todo esto, tenía su propio apartamento desde hacía más de un año; no muy grande ni ostentoso, eso no era su estilo, pero sí era bonito y acogedor y, lo más importante, ¡suyo! ¡Suyo y decorado a su entero gusto! Y como no pagaba alquiler y comía en casa de sus padres todas las noches, sus gastos eran mínimos y su cuenta de ahorros bien podría soportar perder esos estúpidos tres mil trescientos treinta y cuatro dólares.

Sin embargo, Sango no, pensó Rin con evidente congojo. Sango acababa de divorciarse de su infiel marido. ¡E infiel era poco para esa sabandija rastrera! El hijo de perra le había puesto el cuerno con cuanta estudiante universitaria y paciente ligera de cascos le había pasado por las narices. Mientras tanto, Sango creía llevar un feliz matrimonio de casi cinco años con el prestigioso doctor Miroku Ishida, que daba clases en la facultad de medicina de la Universidad de Tokio.

Sango lo había conocido en su anterior empleo como contable de una pequeña clínica, y él la había perseguido como un perrito faldero a todas horas del día, llevándole flores y chocolates, e invitándola a salir; desbordando galantería y encanto por cada poro, hasta que finalmente Sango aceptó y, tres meses más tarde, se casaron.

Y curiosamente, no hacía más de tres meses, la pobre Sango lo había descubierto todo. Y fue horrible: Lo había pillado jugando al doctor en la camilla de su consultorio con una pasante pechugona ocho años menor que ella, con absolutamente nada más que el estetoscopio en el cuello. Ni siquiera un jodido condón.

El resto de las mentiras de Miroku había caído por su propio peso, como un castillo de naipes. Sango había llorado a mares, y Rin no sólo fue su paño de lágrimas, sino su hombro de apoyo y la niñera del pequeño Kohaku durante las citaciones al juzgado. El divorcio había terminado apenas unas semanas atrás, y Sango ganó la custodia del bebé. Pero cuidar sola de un niño no era tarea fácil, y necesitaba de cada centavo para ello y para pagar las cuentas del abogado.

Rin suspiró abatida. Poetas y médicos estaban absolutamente descartados en su lista de preferencias. Y los contables también, por tacaños.

Y por todo esto, Rin se había ofrecido a acompañar a Sango a Kioto. La farmacéutica no era muy antigua, pero había crecido a un ritmo vertiginoso durante los últimos cinco años, obligándolos a abrir una segunda sucursal en Kioto. Sin embargo, ése lugar era La Sucursal del Infierno. Cualquier aberración logística, contable y de ingeniería ocurría allí, tras los muros grises y blancos de aquel edificio. Y Ayame, la nueva gerente del departamento de contabilidad del edificio, estaba a punto de volverse loca apagando incendios.

Para controlar el fuego, los altos jefes en Tokio habían decidido enviar a Sango, pero ella estaba tan contrariada con el tema del divorcio, que Rin se ofreció a ir también. Los altos jefes, que habían pensado que Rin preferiría no tener que hacerse cargo personalmente de esos asuntos, estuvieron encantados con la idea. ¡Kioto realmente necesitaba ayuda! Y si tenían a la sub-gerente de Tokio (próxima gerente de Tokio en unos meses) y a Sango, su asistente, para ayudar y entrenar a la nueva gerente de Kioto, estarían más que felices y tranquilos. ¡Lo que sea con tal de no perder más dinero y frenar la cadena de catástrofes de Kioto!

Alguien pasó muy cerca de ellas en el vestíbulo. Sango miró a Rin de arriba abajo y torció el gesto, visiblemente asustada.

— ¿Sabes qué?... Iré yo —resolvió Rin, compadeciéndose de ella—. Después de todo, fui yo quien más insistió.

— No, yo lo haré —puso una mano sobre el brazo de Rin, esbozando una sonrisa trémula—. Estaba tan entusiasmada con la idea como tú.

— Querrás decir, borracha.

Muy a su pesar, ambas sonrieron nada más recordarlo.

Luego de una semana de arduo trabajo en La Sucursal del Infierno, habían conseguido mantener el barco a flote y encausarlo por buen camino. Así que decidieron ir al apartamento de Ayame y celebrarlo con cervezas y comida barata y grasienta.

A media noche, estaban tan borrachas que cada una soltó sus penas, sentadas en el suelo en torno a la mesita de café. Sango lloraba por ser tan estúpida de haber confiado ciegamente en un encantador mujeriego redomado, y Rin se reía de sí misma por ser tan estúpida de haber confiado ciegamente en un hombre que vivía más en las poéticas nubes que en el mundano suelo. Mientras tanto Ayame… Ayame sólo las miraba perpleja, calladita, sin dejar de beber como irlandés.

Y, de pronto, ¡Boooommm!

Ayame les soltó una bomba: ¡Frecuentaba un sitio de citas!

¡Y no cualquier sitio de citas!

Rin y Sango abrieron los ojos como platos. Se vieron de hito y en hito, luego examinaron a Ayame de pies a cabeza, tan ebrias como para no notar que estaban siendo imprudentes. Y, siguiendo por la línea de imprudencias, la acribillaron con preguntas indiscretas de todo tipo.

— ¿Cómo está eso? —había hipado Rin, que soltaba la lengua por los tragos o los nervios.

Sango la apoyó con una cabeceada, dando otro sorbo a su cerveza.

— Es un sitio web —les explicó Ayame, luego de abrir otra botella y beber un gran, gran trago—. Pides los… servicios de un hombre anónimo y pagas por él.

— ¿Y si no es lo que esperas? —fue la achispada preocupación de Rin. ¿Podría ser calvo o tener verrugas, no? Se estremeció y bebió más cerveza.

— Siempre lo son —ronroneó Ayame, con una mirada conocedora y radiante.

— ¡Pagas por un polvo! —exclamó Sango finalmente, horrorizada—. ¡Es ilegal! [1]

¡Qué rayos importaba que fuera ilegal!, pensó Rin, el punto era que Ayame era preciosa y no tenía necesidad de eso. Si quisiera un polvo, sólo tenía que ir a algún bar en minifalda y guiñar uno de sus impactantes ojos verdes musgo para tener a una decena de hombres a sus pies. Gratis.

— ¡Un buen polvo! —Se defendió Ayame, echando atrás un reluciente mechón de cabello color zanahoria ondulado, como de revista—. ¡Un polvazo! Y no me preocupo por que me pongan el cuerno —vio a Sango, y luego a Rin—, o… me roben.

¡Touché!, admitieron las otras dos, chocando sus botellas medio vacías.

— Además… no siempre pago por el polvo —se jactó con una sonrisa pícara y un brillo especial en sus ojos, bebiendo otro trago.

Rin y Sango abrieron más los ojos y la boca, si es que era posible, atragantándose con una patata frita.

— ¡Explícate! —demandó Sango con la boca llena, al tiempo que Rin tragaba a duras penas su patata.

— No puedes escoger el caballero…, o la dama, dependiendo de tus gustos. Pero tú puedes indicar si deseas el mismo empleado de la última vez. Y él a su vez decide si desea volver a verte o no, sólo si tú lo pides, claro… ¡Llevo meses viendo sólo a uno! —suspiró ensoñadoramente, tal vez por el licor—. Sé que ve a otras, y no me importa. Es su trabajo, no puede evitarlo, pero… —volvió a suspirar—. Nos vemos sin cobrarme… —y mordisqueó un nugget de pollo.

— ¿Cómo, sin cobrarte?

— Sí. ¿No depositas el dinero por adelantado a la… agencia, o lo que sea? —dijo Rin.

— Sí, pero él me lo regresa cuando nos vemos.

— ¡Ooh! —dejó escapar Sango, con una expresión tan bobalicona como la de Ayame.

Rin suspiró, rascándose la cabeza, alborotando más su larga melena azabache. ¿Era el alcohol o no entendía bien?

— Espera, pero… ¿nunca han intentado verse? Fuera de… de la cama, quiero decir.

— No. Y lo prefiero así —zanjó. Por su expresión retraída, ambas notaron que no hablaría más. Pero las sorprendió, añadiendo—: ¡¿Para qué querría verlo fuera de la habitación, si sé que joderá mi vida?!

Rin y Sango asintieron despacio, percatándose del muy sutil tinte de desesperación en su voz. Ciertamente, salir con un gigoló no era algo agradable. En especial si él no podía dejarlo por cuestiones de dinero o algo peor. Mucho peor. Y Ayame no necesitaba esa clase de problemas en su vida. Era la gerente contable de la sucursal de una compañía en ascenso, y debía guardar cierta imagen. Y, definitivamente, no podría llevar a un gigoló a las fiestas de navidad de la compañía, eso era seguro.

Hubo un silencio incómodo en que ni siquiera comieron ni bebieron, sólo jugaron con las botellas en sus manos sin verse. Ayame parpadeaba muy rápido.

— Estoy pensando en pedir a otro; especificarlo en mi solicitud —bebió un largo trago, luego otro—. Pero, creo que me… me acostumbré a él —admitió entre dientes. Luego clavó en ellas esos inquietantes ojos, suspicaces y astutos—. Y ustedes dos… ¡necesitan un polvazo!

Rin se atragantó con la cerveza, y ésta casi le salió por la nariz. Sango hiperventiló y empezó a hipar sin control.

— ¿Perdón? —consiguió decir Rin, con sus grandes y bonitos ojos marrón chocolate bien abiertos. Sango no paraba de hipar e hipar.

— Bebe un trago —le aconsejó Ayame a Sango, que obedeció mansamente—. Se me ocurre que… —Ayame sonrió. Una sonrisa lobuna— ¡Pidamos unos tíos! ¡Juntas! ¡Las tres! —chilló emocionadísima, y Sango hipó más y más.

Rin sacudió la cabeza y dejó su cerveza a un lado. No más licor.

— ¡Sí! —Insistió Ayame, trayendo su computadora en cuestión de segundos y entrando al sitio—. Con dos será suficiente.

— No —dijo Sango tajante. E hipó—. Acabo de dejar de acostarme —hipó— con un mujeriego, no me acostaré con un gigoló.

— Están sanos. Mira. —Le enseñó las políticas del sitio, llamado "The Agency", establecidas en un e-mail de confirmación del servicio, que había recibido escasos días atrás, después de consignarles el dinero—. El uso de preservativos es obligatorio, debes exigirlo y él o ella lo exigirá también. Y los dos deben lavarse antes y después de... ya-saben-que. Puedes demandar si te ocurre algo. Es una agencia seria y, al parecer, muy popular en las altas esferas de la ciudad. Por eso son tan costosos. No contratan a cualquiera y no cualquiera puede costearse un polvo de estos.

— Disculpa que me entrometa pero, ¿cuántas veces habías pedido uno de esos antes de que…, ehm, tu chico, o lo que sea, dejara de cobrarte? —inquirió Rin, tratando de disipar la densa nube de alcohol de su cabeza, y pensar como lo que era: una sensata y decente contable.

— Dos. Una a principios de este año, y luego, la segunda vez en julio, lo conocí.

— Es decir… ¡¿que no te cobra desde la segunda vez que se vieron?! —Chilló Rin, y esta vez sí tuvo que darle otro sorbo a su cerveza, hasta acabarla—. ¡Pero estamos a octubre! ¡Se ven desde hace meses!

— Bueno… Yo tenía la intención de pagarle cuando pedí sus servicios la segunda vez —protesto un tanto ofendida, pero sin borrar la sonrisa bobalicona—. Y la tercera.

— Y después ya lo tomaste como una especie de… ¿cita semanal? —apuntó Sango, que acababa de recuperarse del todo de sus hipidos.

Ayame lo dudó un segundo, pero asintió.

— ¡Lo ven! Por eso debo ver a otro.

— Debes conseguirte un novio, Ayame —tildó Rin con sequedad—. ¡De verdad!

Irónicamente, Ayame estaba más jodida que ella o Sango. ¡Era increíble!

— No puedo —masculló Ayame por lo bajo, con la botella pegada a la boca.

Rin abrió la boca y los ojos, horrorizada.

— ¡Ooohhh! —jadeó, y gritó—: ¡Estás enamorada de ese sujeto!... ¡Y ni siquiera sabes su nombre!

Ayame esquivó su mirada, pero Rin vio cómo se le llenaban los ojos de lágrimas. Había tanto, tanto dolor y anhelo, tanta desesperación en su mirada, que a las otras dos también se les empañaron los ojos y un nudo se estancó en sus gargantas.

— ¡Somos un desastre! —Gimió Sango, cruzando el pequeño espacio que la separaba de Ayame y pasando un brazo por su espalda—. Esto es como… ¡La maldición de las contables!

Rin admitió que quizá tenía una pizca de razón. Una pizca del tamaño de Júpiter. Y se limpió la comisura de un ojo con dedos trémulos. ¡Pobre Ayame!

— Necesito que sepa que no quiero verlo más, ¿entienden? —dijo recostada en el hombro de Sango, tratando en vano de ocultar el temblor de su voz y con sus ojos verdes cada vez más encharcados y rojos.

Rin extendió la mano y tomó la suya, y le dio un apretón.

— ¿Y si… él decide buscarte?

— Imposible —sacudió la cabeza, limpiándose la nariz con una servilleta de papel—. Va contra las políticas de la agencia. The Agency no da nuestros datos a sus empleados. Ningún dato más allá del nombre de usuario. Incluso lo dice el sitio web, y también el e-mail de confirmación.

No había mayor intimidad entre cliente y empleado más allá de un nickname y sexo de alquiler. ¡Y Ayame bebía los vientos por ese tío!

— Y… si alguien hackea el sitio y los roba, como ocurrió con ese sitio de citas clandestinas en Norte América —apuntó Rin, enarcando sus negras cejas sin soltar la mano de Ayame.

— Imposible —repitió, sacudiendo la cabeza—. No dejas tu cuenta bancaria, ni ningún dato tuyo a parte de tu nickname. Así es como te identificas en el hotel, o dónde sea que solicites el servicio. Tienen diferentes lugares, mira —explicó, enseñándoles el flamante catálogo de The Agency.

Había toda clase de hoteles y spas reconocidos, y apartamentos y cabañas propiedad de la agencia, todos por demás lujosísimos y extendidos por la mayor parte del país. ¡Con razón sólo las altas esferas podían costear un servicio así!

— La tarifa varía según el lugar —les explicó Ayame—, la cantidad de empleados que solicites, y cosas así, supongo.

— Pero, para registrarte y obtener tu nickname debes dejar tu nombre.

Sango le dio la razón a Rin con una cabeceada, y Ayame pareció considerarlo.

— Sólo es tu nombre y tu número de identidad.

Rin le lanzó una mirada diciente. Eso eran más que suficiente para acabar con cualquiera.

— Es para efecto de las políticas, cuando aceptas los términos y condiciones: No puedes contactar al empleado bajo ninguna circunstancia. Si te lo encuentras de casualidad, debes hacer como que no lo conoces —enumeró con los dedos—. No debes revelarle tu nombre real ni permitir que él lo haga durante la cita, ni comentarle a nadie quién es y qué hace. Entre otras cosas. Y las mismas reglas aplican para el empleado. Es un contrato.

Demasiadas reglas, y a Rin ya le dolía su alcoholizada cabeza. No podía pensar del todo claro.

— O sea… que… ¿estamos haciendo algo ilegal justo ahora? —chilló Sango, viendo al portal de The Agency con sospecha, como si ellos pudiesen saberlo aún a través de la computadora. O como si en cualquier momento The Agency fuera a derribar la puerta del apartamento y llevarlas presas.

— Nop. No les estoy diciendo quién es, ¿o sí?... Y no es proxenetismo ni prostitución: lo que suceda en las tres horas de cita con tu acompañante, o sea el sexo —cuchicheó ahuecando las manos en torno a su boca—, será absolutamente consentido entre las partes. Y tú no pagas por un polvo, técnicamente pagas por un conjunto de servicios: cena de más de cuatro platos en un hotel o spa de lujo con compañía. Como un all inclusive. Las recomendaciones sobre el uso de preservativos son sólo tecnicismos de salubridad pública, como una campaña de prevención de ETS y embarazos.

Las otras dos asintieron mudamente. Considerando hasta donde podría ser legal o no aquello. Pero tenían demasiado alcohol corriendo por su sistema como para llegar muy lejos.

— Lo ven. Nada ilegal, nada de direcciones, profesión, lugar de trabajo, ni números de cuenta, ni nada de "¿estudias o trabajas, nena?". Nada de nada.

— Y, ¿cómo hacen para demandarte en caso que incumplas las reglas? Puedes darles un número de identidad falso, o algo así —tanteó Rin.

Ayame sonrió sombríamente.

— No puedes engañarlos… Jamás. ¡Son poderosos! —cuchicheó—. The Agency tiene un ejército de abogados que no se andan con juegos. —Se inclinó hacia ellas, y susurró bajito—: En esta ciudad, se dice que un hombre muy influyente creyó poder romper las reglas y salir airoso, y trató de desenmascarar a una de las empleadas —hizo una pausa dramática—. ¡The Agency lo destruyó! Protegen a sus empleados como una mamá leona a sus cachorros. Y te protegen a ti, porque de ti depende su reputación. ¡Hasta el alcalde y su esposa la usan! —Rin y Sango parpadearon—. Ambos fingen frente al otro no saber la existencia de The Agency, obviamente —musitó.

Ayame hizo una pequeña pausa, viéndolas fijamente y luego añadió:

— Es mejor usar The Agency, que contratar prostitutas caras de alguna red de trata de personas Yakuza o cosas así —se estremeció—. En este sitio, ¡todo es legal! No hay menores involucrados, nadie obliga a los empleados y se les hacen exámenes antes y después de cada encuentro con un cliente. El empleado tiene la obligación de enseñarte y entregarte los resultados antes de... —enarcó las cejas— pasar a la acción. Puedes demandar si algo te pasa —reiteró—. De ahí su elevado costo.

— Y supongo que se rumora que algún empleado trató de romper las reglas y… —Rin dejó la frase inconclusa con un ligero encogimiento de hombros.

— No —dijo Ayame de nuevo con su tono sombrío—. Ningún empleado se ha atrevido. Si un empleado incumple las reglas, pierde toda la protección de The Agency. Estaría solo contra los abogados de la agencia y los de un cliente furioso, y sobra decir poderoso.

— Y la agencia no incumpliría sus propias reglas —apuntó Sango—. No arruinarías tu propio negocio. Menos uno tan lucrativo.

— ¡Exacto!

Rin se sirvió otra cerveza y se bebió la mitad de un solo trago. Nadie fue capaz de decir nada más mientras Whitney Houston terminaba de cantar "All The Man That I Need".

— Creo… —murmuró Sango tras varios minutos e hipó—. Creo que… no es mala idea, después de todo.

Ayame y Rin la miraron perplejas. Sango saltó a la defensiva de inmediato.

— ¿Qué?... ¡No me he acostado con ningún hombre, aparte de Miroku, en cinco años! ¡Cinco! —Enfatizó alzando la mano que no sostenía la cerveza, y abriendo los cinco dedos a más no poder—. ¡Y él se ha acostado con cientos! Tenía veintitrés cuando nos casamos, y ahora tengo un hijo de veinte meses al que debo criar sola. Dedicarle todo mi tiempo, ¡mi vida! de ahora en adelante, y… ¿Qué tiempo voy a tener de buscar un hombre que me dé un polvo, eh?... —gimió y bebió más— ¡Por amor de Dios, creo que ni siquiera sé lo que es un polvazo! —rumió por lo bajo, encogiendo la cabeza entre los hombros y volviendo a llorar.

— Pe-pero…

— No, Rin —le atajó, cerveza en alto—. ¡Ni siquiera soy capaz de ligar a alguien en un bar para un amorío de una noche! —Rin boqueó—. Y tú tampoco —le acusó antes de que pudiese decir algo, señalándola con la botella—. ¡Saliste por casi dos años con el mismo idiota! Y todos sabíamos que lo era: ¡Un idiota! Incluso tú.

Rin parpadeó, indignada y avergonzada a partes iguales.

— ¿Y hasta ahora me lo dices?

Sango solía decirle que él era demasiado cursi para su gusto, pero jamás había dicho que fuera un idiota.

— ¡Ibas a casarte con él! —Objetó con las manos en alto—. Te dije que lo pensaras bien. Varias veces... Y resultó ser un ladrón, además de idiota.

— Bu-bueno… No era del todo malo —protestó débilmente—. Tampoco era un dios en la cama, pero era…

— Cómodo —apuntó Sango—. Tú no te das tiempo para conocer hombres, jefa. Preferías seguir con él porque eso era lo más cómodo... Podría haberte dicho que era un idiota, pero a ti seguiría pareciéndote cómodo.

Rin bajó la cabeza. Era cierto. Quiso a su ex prometido, aún lo quería, pero quería más la idea de formar un hogar junto a la persona con la que llevaba una relación tranquila, y que le aportaba comodidad. Comodidad que consistía en no limitar sus horas de trabajo ni las horas con su familia, ni las horas para sus pasatiempos. Y los horarios de su ex le habían resultado... cómodos. Él viajaba seguido a encuentros literarios o de poetas, y se veían una semana al mes o así. A veces menos, porque Rin viajaba a Seúl u Hong Kong por efectos de trabajo. Una relación segura. Cómoda.

— Creo que necesito un polvazo —admitió finalmente en suspiro.

Y ese había sido el principio del fin. ¡El apocalipsis!

Ayame gritó eufórica. Y tres cervezas y media botella de vino barato más tarde, Sango se echó para atrás. Rin, ebria hasta los huesos, había insistido tanto, tantísimo que Sango aceptó de nuevo.

Ayame no perdió más tiempo e hizo la solicitud con su nickname, haciéndoles jurar con saliva en las palmas de sus manos que no romperían ninguna de las reglas. Pidió un caballero (tres era demasiado costoso, ¡más de treinta mil pavos!) por tres horas, especificando que no deseaba ver al sujeto de su última cita.

— ¿Uno para las tres? —había chillado Rin, entre espantada y escéptica.

A una parte no tan ebria de sí misma aún le parecía aberrante compartir un hombre, un ser humano con sentimientos y consciencia, entre tres mujeres desesperadas y despechadas.

— ¿Tan hambrienta estás? —aulló Sango, achispada.

Todas se echaron a reír a mandíbula batiente, olvidándose de la moralidad en su inusual ebriedad. Rin y Sango nunca bebían más de dos tragos cuando salían. Y se notaba a leguas que Ayame tampoco, si lo estaba haciendo ahora era para tratar de olvidar.

— Estos tipos son profesionales —dijo Ayame cuando se recuperó de la risa. Enarcó sus cejas cobrizas—: No se cansan... ¡Jamás! Son tres horas de sexo salvaje y maratónico.

Involuntariamente, ciertos músculos de Rin se contrajeron y sus pezones se rizaron, y enrojeció.

— Y-y… ¿nos turnaremos o…?

Se vieron a una a la otra y sacudieron la cabeza enérgicamente. Estaban muy, muy ebrias pero no tanto como lanzar todos sus principios por la borda y pensar en una orgía dionisíaca con un extraño. Decidieron pues, que cada una tendría una hora con el semental, y que la que tuviese la situación más precaria de las tres iría primero. Las otras dos lo echarían a la suerte con el juego de la botella.

Según eso, obviamente empezaría Sango: engañada por años, abandonada, divorciada, criando un hijo pequeño sola, cargando con los gastos de una casa y habiendo pagado un abogado carísimo para deshacerse de su ex. ¡Ella merecía toda la energía del semental! Por unanimidad. Luego, iría Ayame y, al final, Rin.

Y así todas fueron felices: Rin y Sango conseguirían su mítico polvazo, y Ayame conseguiría darle un claro mensaje a su chico misterioso: ¡Fin del juego, vaquero!

En cuestión de segundos, Ayame recibió la confirmación de su solicitud, la cual tendría validez desde el momento en que depositaran los diez mil dólares en la cuenta de The Agency a nombre de Scarlett O'Hara-21.

— ¿Scarlett O'Hara? —Rin ahogó una carcajada— ¡¿Ése es tu nickname?!... ¿Y qué es esto —abarcó el apartamento con un movimiento de su vaso de vino—, entonces? ¡¿Tara?!

Las tres se habían desternillado, y Sango y Rin no perdieron tiempo en salir tambaleándose, borrachas como estaban, a buscar un cajero automático para sacar el dinero y dárselo a Ayame, quien realizaría la transacción a primera hora de la mañana.

Regresaron a su hotel y durmieron a pierna suelta hasta bien entrada la tarde. Cuando despertaron, tenían una resaca espantosa y dos mensajes de Ayame. Uno con la foto del pago, y otro con la confirmación de The Agency: Próximo viernes, 8:30 p.m. en el hotel y suite más económicos de la agencia a nombre de Scarlett O'Hara-21.

Sin embargo, el siguiente miércoles, Scarlett O'Hara-21, es decir Ayame, había sido remitida a urgencias por haber contraído no-sabían-qué-virus. Tenía fiebre, una fuertísima congestión nasal, vómitos, y, para colmo, una diarrea terrible. Fue hospitalizada de inmediato. No le dieron de alta hasta el jueves en la noche, y sólo hasta el lunes podría volver al trabajo. Para entonces, Rin y Sango estarían de vuelta en Tokio.

Y justamente allí estaban Sango y Rin, el último día de su estadía en Kioto a las 8:25 p.m. en el hotel más barato de la agencia, decidiendo si acercarse o no a la recepción para preguntar por una reservación a nombre de Scarlett O'Hara y…, seguramente, ¿el Capitán Rhettt Butler? ¡Ella, Rin Higurashi, que siempre había dado discursos encarnizados a favor de los derechos humanos y en contra de la prostitución! No podía ser más hipócrita. Era un fraude.

— ¡Esto es una locura! —chilló bajito Rin.

— Iremos juntas, ¿vale?

— ¿Ambas Scartlett?

Sango abrió y cerró la boca.

— Ehmm… Iré yo —resolvió, sacando del bolsillo del abrigo de Rin el comprobante de la consignación y una copia de la confirmación de la solicitud envida por The Agency. No habían llevado nada más que esos dos papeles y sus teléfonos celulares. Ni siquiera cargaban sus identificaciones ni sus licencias de conducir. Justo como espías durante la guerra fría.

Sango caminó a la recepción con la frente en alto, y cuando volvió con la tarjeta de acceso dorada, las dos rieron nerviosas y enfilaron a los ascensores en un silencio sepulcral.

En la puerta de la suite, Sango dudó.

Se habían tomado dos whiskeys dobles puros antes de dejar el hotel, pero no era suficiente para darles valor o hacerles recuperar las ganas que tenían de un mítico polvazo apenas ocho días atrás. Ni mucho menos para hacerlas entender de nuevo las razones por las que compartir un hombre entre las tres les había parecido una idea tan genial. Viéndolo ahora con lucidez, era inmoral y… hasta repugnante. ¡Pero habían sido diez mil dólares! Diez mil dólares que a ninguna les sobrarían y que, más bien, necesitaban.

— ¿Crees… crees que esté allí?

— Bueno… —Rin consultó su reloj—. Son las 8:31, seguro que sí. Tú primero —apremió—. Hora y media tú, y luego yo —declaró de dientes para afuera.

Ninguna se lo creyó, pero ambas asintieron sin ninguna convicción, y Sango deslizó la tarjeta. La puerta hizo clic pero no abrieron, ni se miraron. Y tácitamente, decidieron entrar al tiempo.

La antesala de la suite estaba vacía.

Dejaron escapar un profundo suspiro de alivio, permitiéndose admirar la decoración moderna pero clásica. Había flores frescas en el recibidor, y una botella de champan francés sobre una mesita, junto con una porción de fresas, un tazón de fondue con chocolate suizo, y una caja de trufas rellenas.

En el extremo de la antesala, tras la mesita, se extendía un enorme ventanal con una vista increíble de la ciudad y la torre de Kioto. Un acogedor fuego ardía en una moderna chimenea a su derecha. Todo estaba muy limpio y bonito. Y era justo lo que prometía el catálogo de The Agency: Lujo, pulcritud, discreción, seguridad, y, por supuesto, ¡sexo! Cada sutil detalle sugería eso: lujuria.

— Tal vez está en la recamara —murmuró Rin, alentándola a entrar con un movimiento de cabeza, ofreciéndola como carne de cañón.

Si la moralista y escrupulosa de Sango podía hacer esto, seguramente la noble Rin también, ¿no?

Sango tragó con dificultad, lívida, pero asintió. Y asintió otra vez como tratando de convencerse a sí misma. Pero no se movió.

— ¿Scarlett O'Hara?

Una voz profunda justo a sus espaldas resonó en toda la suite. Sensual y condenadamente masculina.

Rin y Sango pegaron un brinco, sintiendo un dedo gélido deslizándose por su espina dorsal.


Aclaraciones:

1. La prostitución es ilegal en Japón desde 1958, por eso es un negocio manejado en su mayoría por la mafia Yakuza, involucrada en el proxenetismo con menores de edad y trata de personas. En este caso, The Agency camufla su lucrativo negocio bajo la fachada de citas y prestación de servicios de compañía en hoteles y spas de lujo, como si fuese un paquete vacacional todo incluido. Es una modalidad que realmente existe en Japón, y es una manera de salirle por la tangente a la ley: Enjo kōsai, que literalmente significa asistencia-compañía. La práctica del enjo kōsai no ha sido regulada y no cae en ninguna de las definiciones legales de prostitución a menos que el cliente expresamente pague por tener relaciones sexuales con la muchacha o muchacho (cosa que nadie admitiría en su sano juicio).

Esta práctica es común entre adolescentes con hombres mayores a los que contactan por teléfono o chat para obtener dinero y comprar ropa o accesorios de marca (pero no se realiza de forma tan sofisticada como lo hace The Agency) y como ya mencioné, está estrechamente ligada a la mafia, por lo que suele ser peligroso. Y como era de esperar, a las autoridades no parece importarles esta actividad y prefieren hacer oídos sordos y hacerse los de la vista gorda con el problema. Al igual que en muchos otros países.

Por eso The Agency es tan famosa entre los altos círculos sociales, como ya explicaba Ayame: discreción, anonimato, sexo relativamente seguro, garantía de un MUUUY buen servicio y resarcimiento en caso contrario, y también un ambiente y comida agradables. Y en este caso, es "legal" (ojo las comillas) porque sólo estás solicitando la compañía de una persona (o dos o tres) a través de un sitio web. Además, lo que hagan las personas involucradas durante la cita se asume como una decisión consentida por todas las partes; y como no están involucrados menores, es aún más legal.

Por cierto, la edad para que una mujer pueda tener relaciones sexuales consentidas varía de entre 13 y 18 años de edad, según Wikipedia, así que no me crean jajaja.

2. The Agency no existe. Todo lo relacionado con The Agency y nuestros personajes es ficción.

3. Rin hace referencia al caso de real de hackeo a un portal web de citas en Norteamérica: Ashley Madison.

4. Scarlett O'Hara es la protagonista de "Lo que el viento se llevó" de Margarett Mitchell. Rhett Butler es su tercer y último esposo. Tara es el hogar de Scarlett y ella hace todo, ¡todo!, por salvar Tara.

5. Por si las dudas, estoy en contra de cualquier tipo de prostitución, legal o ilegal, y de cualquier modalidad de esclavitud sexual. En especial si involucran menores. Éste fanfic no promueve, ni apoya, ni hace apología a ningún tipo de esclavitud sexual y prostitución, mucho menos juzga a las personas que la practican, y menos si son obligadas hacerlo. Es un tema muy, muy delicado e intentaré tratarlo con el mayor respeto para los personajes involucrados y las situaciones que se presentan.


Hola chicos,

Estoy de regreso para compartir con ustedes mi nuevo fic: FATUM.

¡Espero sea de su agrado! *Sudo de los nervios y cruzo los dedos*

Después darle vueltas y vueltas a este fic por vaaaariooos meses, por fin me arriesgué a publicarlo. No sean muy rudos con sus tomatazos... :S Como ya aclaré, no quiero hacer una apología a la esclavitud sexual, la trata de personas o a la prostitución, ni tampoco alentarla entre los y las lectoras, sólo pretendo usar el tema como un telón de fondo para contar una historia de amor compleja entre nuestros dos personajes favoritos.

Este fic comenzó como una idea dispersa y descabellada, y a medida que fui investigando e investigando al respecto y fue tomando más consistencia, empecé a entusiasmarme con la idea de subirlo. Estoy intentado hacer algo completamente distinto de NP y de otros proyectos personales, así que espero que funcione... *sigo cruzando los dedos*

Pero realmente, tenía muchas dudas de publicarlo por lo espinoso del tema, que puede resultar sensible para algunos y a pesar de eso, en muchos fanfics suele tomarse con ligereza (demasiada, a veces). Pero al final me decidí porque después de haber invertido tanto tiempo en él, no me parece justo que no vea la luz.

Ojalá lo disfruten así como yo he reído y llorado escribiéndolo. Obviamente será más corto que mi fic anterior y la trama está totalmente bosquejada hasta el final, aunque aún no termino los últimos capítulos (Ténganme paciencia, por favorcito XD). Fatum no tendrá más de 30, todos de una longitud similar a éste.

Bien... Con respecto al capítulo, no diré mucho, pero ya más o menos pueden ir imaginándose de qué va la cosa... Pero, como dice el summary, la situación se torna más y más peligrosa y extraña para estas amigas lokillas y despechadas. En especial para Rin...

Quiero enviar un saludo especial a mis hermosas chicas y chicos (sí, también hay chicos XD jijiji) del grupo Elixir Plateado. ¡Los amo, nenes! Y sé que siempre contaré con su apoyo incondicional en cualquier proyecto, por más loco y ridículo que sea. Gracias, mil gracias, por su cariño y los inspiradores fanarts y memes que comparten a diario. ¡Ustedes hacen mejor mis días! Gracias por existir ;) :D

Como siempre, este proyecto es por y para ustedes sin ningún ánimo de lucro, sólo unos cuantos reviews *guiño, guiño, y otro guiño* si así lo desean.

Queda totalmente prohibida su reproducción ilegal y sin mi consentimiento en otros medios, o su plagio. Me reservo todos los derechos.

¡Diviértanse! Esperaré ansiosa sus opiniones. Nos leemos en unos quince días, más o menos.

Un abrazo de oso gigantesco,

Sammy Blue.

PD.: Gracias infinitas a todos los que comentaron el epílogo de NP. ¡Los amo!