009. Los cuartos oscuros. Tabla de libros. Fandom insano.

Dedicado a Lucila Torres.

La vida es fácil con los ojos cerrados

Fueron a despedir a los soldados. Estaba Felipe entre ellos, con su uniforme, aunque no pudieron verlo. Tenían que hacerlo y después ir a tomar algo pero Mafalda paró tras el segundo vaso de cerveza, mientras que Miguel mezcló todo lo que pudo, en seguida poniéndose colorado y necesitando que su viejo amigo de la infancia, el alto y fuerte Manuel Goreiro, lo ayudara a pararse para entrar al taxi.

-Te lo agradezco, Manolito.-le dijo Mafalda, afectadamente al joven comerciante, que le dio un beso en el cachete, en tanto Miguel se acomodaba más muerto que vivo con la cara enterrada en su hombro.

No fue sin embargo hasta que llegaron al cuartito compartido que las murmuraciones incoherentes del novio se volvieron un llanto en el que se mezclaba el dolor de una partida quizás permanente (pese a que Miguelito aseguró que un chico tan bueno como Felipe, sin duda volvería, con algunas maniobras de tiro aprendidas ya no solo durante sus arduas lecturas del Llanero solitario. Y cuando dijo las cosas tan sonriente en su confidencia, tras el brindis, tanto la melancólica Mafalda como la pesimista de Libertad aceptaron que quizás Felipe tendría una oportunidad) con la culpa, alivianada en desespero con la confesión a una novia igualmente a medio desvestirse y apagar la luz.

-No es que él me haya gustado...yo lo...yo lo...era tan bueno este Felipe...

Mafalda no se enojó. Le acarició los rulos a Miguelito, que se sorprendió de que ella no gritara ni rompiera las cosas como su madre cuando lo echó, por haberle salido torcido.

-Eso ya lo sabía, bobito. Si yo también lo quise mucho. Y todavía lo quiero. Dejá de preocuparte tanto.

Pero cuando Miguel se queda dormido besándole la mano, dejándole la palma mojada en saliva tibia, Mafalda se pregunta qué pasará cuando suceda (si sucede) lo que parece inminente. Cómo detener tamaña tempestad a penas desatada en Miguel. Y en ella misma.