Yuri caminó a través del pasillo de la escuela, sus pasos siempre parecían llenos de superioridad y gracia, como si él mismo fuera el dueño del lugar. Con confianza siempre avanzaba y todo el tiempo atraía las miradas de todos los presentes. Justo detrás de él, iban los únicos que podía llamar amigos en aquel lugar.
Eren y Levi.
Sin embargo, a veces lo estresaban demasiado. Eran novios, y Yuri creía que muchas veces solían olvidar que él estaba allí y se concentraban en el otro solamente.
Yuri solía encogerse de hombros y salía en silencio, no era de quejarse y tampoco le importaba demasiado.
Mientras sus amigos fuesen felices.
Para nadie pasaron desapercibidos las marcas que se empezaban a tornar miradas en el cuello pálido del estudiante estrella. Yuri les lanzó miradas envenenadas a unas chicas que comenzaron a murmurar cuando lo vieron y estas dos inmediatamente se callaron. Así eran las cosas en la escuela.
Yuri maldijo cuando entró al baño de hombres, en serio había intentado ocultarlos bien al salir de casa. Gruñó al notar el tono carmesí que adquirían sus mejillas. No quería sentirse así por nadie, porque sencillamente Yuri Katsuki no necesitaba de nadie ni de nada. Y ahora tenía que cargar con Victor Nikiforov.
El chico mayor, rubio, patinador de patinaje sobre hielo. Un rompecorazones.
Y aquí estaba la pista.
Andaba detrás de Yuri desde primer año.
La noche anterior, las cosas se habían salido de control y de alguna manera Yuri terminó acorralado contra la pared de la piscina en donde los del club de natación practicaban con los labios del patinador sobre su cuello.
Dejando marca tras marca.
Y tal vez la negación de Yuri se había detenido un poco.
Bufó y se alzó el cuello de la chaqueta cuando escuchó que alguien entraba al baño. Suspiró, dispuesto a irse cuando cayó en cuenta de quién era el que estaba allí con él. Tragó saliva.
—Yurii...—habló, pronunciando su nombre con ese condenado acento ruso suyo.—¿Me extrañaste?
Yuri negó fuertemente con la cabeza, pero sus acciones probablemente lo delataron a continuación.
Cuando Victor encontró la manera de acorralarlo contra la pared una vez más.
—¿No te cansas de hacer eso?—Yuri rodó los ojos, sin embargo no hizo ningún movimiento que daba pistas de que se apartaría. Victor sonrió, complacido. Negó con la cabeza y de un momento ya sus manos estaban en contacto con la piel debajo de la chaqueta del pelinegro. Este se quejó lo más que pudo pero supo que ya no había manera de salir de esta, cuando sus caderas (como si tuvieran vida propia) siguieron empujando hasta chocar contra las de Victor. Y antes de poder gritarle que lo dejara en paz, ya se estaban besando.
Tal vez Yuri necesitaba una sola cosa.
