PRESENTACIÓN
¡Hola a todos!
Regresando después de una prolongada ausencia y una muy accidentada participación en la Guerra Florida 2013, les traigo esta pequeña historia, que es la primera de corte romántico que escribo para Albert-san que no lo empareja con Candy. Es alternativa al canon original, se desarrolla en la época actual, y tiene como escenario el parque Hollenbeck de la ciudad de Los Ángeles, California.
La mención a la marca Nike, la saga Malloren de Jo Beverly, las publicaciones "Who's who", "The Times" y "Hello" es puramente ilustrativa circunstancial, espero no me genere problemas; así mismo cualquier parecido en esta historia con hechos, instituciones o personas reales es mera coincidencia.
De antemano: gracias por leer y comentar.
***Dedicado a Roni de Andrew...***
EL AMOR LLEGA EN LAS TARDES
Brilla el sol
y la brisa acaricia mi rostro
mientras en lo perfecto de un suspiro
el destino se vuelve otro
Estoy aquí
sin saber si empiezo o termino
si es el comienzo o el fin
o simplemente es todo.
El dueño del mundo.
Portia torció el gesto y entornó los ojos ante el poco elegante (ridículo) titular que encabezaba ese día la sección de sociales. Más abajo, la ilustración que acompañaba a la breve sinopsis respecto a las empresas, sociedades y bancos en los que el apellido Ardley ostentaba mayoría absoluta en la junta directiva, mostraba la silueta de un hombre sobre la cual resaltaba un amplio signo de interrogación precisamente en el lugar donde debería haber estado un rostro.
Y ahí quedaba otro día desperdiciado.
Sin mucha ceremonia y con todo el sentimiento (y resentimiento) que guardaba en su delgada y diminuta figura de uno cincuenta y cinco de estatura, la señorita Portia San Juan lanzó el diario hacia los aires en dirección al cubo de basura que se encontraba a unos cuantos metros de ahí, promontorio abajo, al pie del sendero que bordeaba el lago artificial del parque Hollenbeck.
Desafortunadamente, como hecho a propósito para aumentar su frustración, el rollo de papel, plagado de palabras rebuscadas e información inútil, aterrizó un par de pulgadas hacia la izquierda sobresaltando a cuatro patos que se encontraban por ahí tomando el sol vespertino y Portia volvió a retorcer los ojos cuando los graznidos de las cuatro aves, a los que hicieron eco algunas cuantas docenas de compañeras más, le llenaron las orejas acrecentando su mal humor.
¡Plumíferos! Por eso los detestaba.
─¡Qué mal genio! ─exclamó en ese momento un corredor que pasaba por ahí, sin molestarse siquiera en aminorar la velocidad, concentrado obviamente en su ejercitación.
─¡Aladino a sus órdenes! ¡Entrometido! ─replicó Portia, elevando la voz y el puño en dirección al corredor que se alejaba, ansiosa por desquitarse con quien fuera por el pésimo resultado de sus indagatorias. Para el tiempo en que concentró su atención en el hombre, sólo era visible el símbolo de Nike sobre fondo negro en su espalda.
El corredor no contestó; de hecho, Portia tuvo la incómoda sensación de que ni siquiera la había escuchado y, conforme avanzaba bordeando el lago hacia la parte más lejana del parque, pronto se convirtió en un diminuto punto que resultaba difícil identificar. Fue en ese momento, al descubrir que se había quedado observándolo por largo rato, que Portia advirtió lo estúpido que resultaba haber hecho blanco de su mal humor a un perfecto desconocido y suspiró, resignada a que su día no mejorara en absoluto.
Estaba a punto de perder su empleo, de eso estaba segura. James, su jefe, había sido tajante: a menos que consiguiera una entrevista con William A. Ardley, el presidente del consorcio más importante del país, no debía volver a la oficina.
Portia gruñó: era domingo y el plazo vencía la tarde del siguiente viernes y por cuanto sabía ni los periodistas de mayor prestigio, y mucho menos los paparazzis, habían conseguido la hazaña de identificar al mencionado millonario.
¿Qué rayos iba a hacer?
Renunciar era lo lógico, por supuesto; pero se resistía a tomar la salida fácil ya que, con veintisiete años a cuestas, todavía no aprendía a darse por vencida. No obstante, no sabía ni por dónde comenzar a buscar. Además, tenía perfectamente claro que las exigencias disparatadas de James eran la justa venganza por haberse rehusado repetidamente a salir con él: era obvio que el editor estaba buscando una excusa perfecta para sacarla de escena.
La joven suspiró, comprendiendo que se enfrentaba al mayor reto de su existencia; uno que, para colmo, ni siquiera le parecía interesante. Los millonarios no le simpatizaban; de hecho, aunque amaba su trabajo como reportera lo suyo era el arte: seguía soñando con el día en que sus modestos ingresos le permitirían tomar unas vacaciones a las montañas en donde pudiera dar rienda suelta a su pasión por la pintura.
¡Cuac!
¡Cuac!
¡CUAAAAAC!
Horrorizada, Portia despertó de sus cavilaciones y volvió la mirada en dirección a sus pies sólo para descubrir a un pequeño pato, que a su vez la miraba con expresión esperanzada.
─No, no tengo nada para tí, bichito ─dijo Portia al pato, que al menos daba toda la impresión de ser amigable y bien portado.
¡Cuac! ¡Cuac!
Bueno, al parecer no. Portia recordó demasiado tarde, que, aunque lo había intentado con tesón, ella nunca había conseguido aprender el lenguaje patuno; así que se dio por vencida de explicar nada y comenzó a avanzar, promontorio arriba, en dirección a la fila de palmeras y a la calle.
¡Cuac! ¡Cuac! ¡Cuac! ¡CUAC! ¡CUAAAAC!
¡Vaya pato odioso!
Sin atreverse a mirar hacia atrás, Portia luchó contra el impulso natural de pegar la carrera para escapar. Los patos le daban miedo y con justas razones. Para ella los patos no eran otra cosa que bandidos: unos muy peligrosos y despiadados. Cuando era niña toda una pandilla de patos gángsters la había perseguido por el huerto de la casa de su abuela y había tenido que trepar a un árbol, pasando ahí gran parte de la tarde hasta que alguien la había echado de menos y salido a buscarla.
─¡Aléjate! ─exclamó ahora, rogando por que el pato no la alcanzara antes de salir del parque; sin embargo, distraída como iba, no vio al desconocido que se atravesó en su trayecto, hasta que repentinamente se sintió elevada del suelo por un par de fuertes brazos. Brazos masculinos.
─¡Quieta jovencita! ─exclamó una voz grave, seria, severa incluso; pero que también contenía un innegable tono de diversión-. Si sigue corriendo así, la perseguirá hasta el fin del mundo.
─¡No iba corriendo! ─protestó Portia, con las orejas rojas por la vergüenza. Tal evidencia física de su incomodidad era fruto de su parentesco con una tal tía Prudencia, según comentaba su padre. Iba a agregar algo más y a ordenar al atrevido que la dejara en el suelo; sin embargo, en ese momento en sus enrojecidas orejas resonó otro:
¡CUAAAAAC!
Y Portia se encogió, abrazándose al extraño como un náufrago aferra una tabla en medio del océano.
─Tranquilo amiguito ─dijo el hombre, con voz dulce y ligeramente melosa─. Ella no puede jugar contigo hoy, pero promete venir mañana.
¡¿Cuac?!
Portia habría estado dispuesta a jurar sobre la Carta Magna haber escuchado al pato cambiar el graznido de molestia por uno de emocionada expectativa. A pesar de su miedo, reunió el valor suficiente para voltear hacia el suelo, donde descubrió al animalito pendiente de cada una de las palabras que le dirigía el hombre (Portia también habría jurado eso sobre la Carta Magna).
─No estés triste Michael ─continuó diciendo el desconocido─. Fernando regresa mañana. Su ala está prácticamente restablecida y podrás nadar con él para darle la bienvenida.
¡Cuac!
Los ojos de Michael ¿En verdad el pato se llamaba así? Brillaron emocionados y con esa promesa el ave se alejó, promontorio abajo, de regreso a la orilla del lago.
─Disculpe a Michael, señorita ─escuchó decir al desconocido─, ha extrañado tanto a Fernando que pocas cosas lo emocionan en estos días y parece que usted fue una de ellas.
─No hay cuidado ─se escuchó decir a sí misma una perpleja Portia y luego, recordando la posición en que se encontraba y apartando, por fin, su atención del pato Michael, añadió con tono desesperado:
─Oiga ¡Suélteme!
Inmediatamente Portia sintió cómo sus pies se posaban sobre el suelo y, para su estupor, echó en falta la calidez que la proximidad de ese desconocido le provocaba.
─Gracias ─dijo, y su tono salió más cortante de lo que intentaba. Mejor así, pensó. En ningún modo quería dar la impresión equivocada a ese hombre.
Ya más tranquila, se afirmó sobre sus pies al tiempo que elevaba la mirada para identificar el rostro de su inesperado salvador y fue entonces cuando, además de unos atractivos rasgos masculinos realzados por una mirada azul profundo y el corpachón más alto que hubiera visto nunca, descubrió, consternada, una chaqueta deportiva de la marca Nike teñida en color negro.
─¿Sabe, señorita Aladino? Creo que debería aprender a relajarse ─dijo entonces el extraño, haciéndole saber a Portia, al llamarla de esa manera, dos cosas: primera, que era el mismo hombre que había pasado corriendo frente a ella momentos atrás; y segunda, que había escuchado su diatriba malhumorada.
─Eso intentaba cuando ese horrible pato comenzó a molestarme ─se quejó Portia, sin inmutarse por el mote con que el desconocido la había llamado.
─Pudo haber llamado al genio y ordenarle que lo despareciera ¿O se le ha olvidado la lámpara? ─dijo el hombre, con tono risueño y Portia sintió unos arrebatadores deseos de que ambos estuvieran a la orilla del lago... para poder empujarlo al agua; sin embargo, estaban bastante lejos, así que iba a quedarse con las ganas de borrarle esa expresión socarrona del rostro.
─¡Váyase al infierno! ─exclamó Portia llegando a su límite y, enseguida, optó por darle la espalda al impertinente y reanudó su camino, alejándose del parque dando largas y apresuradas zancadas, perseguida por las sonoras carcajadas de aquel extraño de ojos azules y chaqueta Nike, quien seguramente, además del seminario intensivo sobre "La mejor manera de molestar a extraños", había cursado también un diplomado en idioma patuno.
