Invitación

Estaba invitada al gran baile. Sostenía entre mis manos una invitación de papel irregular y de aspecto antiguo. En el papel estaban impresas pocas palabras, pero lo decían todo. Estaba confusa. No me gustaban los bailes, y menos cuando los hombres acudían allí para " acechar a la presa". Pensé en lo malo y en lo bueno de ir a aquel baile. Coincidí en los dos casos con la misma resolución: un pretendiente.
Aquella idea me echó atrás pero recordé lo que diría Charlie:

- Bella, como buena dama que eres, tienes el deber de acudir al gran evento que se celebrará en la casa del Doctor Cullen y su familia.

Sonreí ante la reproducción exacta de sus palabras incluso antes de escucharlas. Sabía que Charlie olvidaría el nombre del resto de la familia del doctor Carlisle Cullen. Sin embargo yo no podía quitarme de la cabeza a uno en particular, Edward Cullen. Me moría de ganas de impresionar con un maravilloso vestido a Edward, aquel chico de cabello dorado y ojos verdes con el que soñaba cada noche.
Aquello me convenció. Iría al baile. Aunque me costase pedirle a mi padre algo de dinero para adquirir un vestido que deslumbrase a Edward tenía que hacerlo. Como buena dama que era. Mi ropero era bastante pobre, por no decir que carecía de ropas de gala. Me levanté de la cama y me dirigí hacia el armario, lo abrí y repasé los vestidos con tan solo una mirada. Suspiré. Sobre una balda del ropero descansaba una caja ancha, aquella caja que me había dado mi madre antes de subirme al carro tirado por un cansado caballo.
Ella me dijo que era poco lo que me daba pero de un gran valor. Era un vestido, que había pertenecido a varias mujeres de la familia Swan, a muchas de las que no conocía ni su nombre. Me parecía curioso que el vestido estuviese tan bien conservado ya que si yo me lo pusiese no tardaría mucho en enzarzarme con cualquier matojo y rasgar la tela. Era precioso. Era de una tela suave y vaporosa, con pedrería bajo el pecho. El vestido era azul y largo por el tobillo, el bajo estaba cosido de una manera especial para que hiciera ondas. Me imaginaba a mi madre con él, perfecta; a mi abuela cuando era joven vestida de azul, espléndida. Yo no iba a ser menos. Salí de mis cavilaciones con dos toques fuertes en la puerta de mi habitación. Era Charlie.

-Bella, ¿estás bien?- preguntó mi padre desde el otro lado de la puerta.
-Claro, papá.- le respondí, con la garganta seca.
-Ah, de acuerdo. ¿Quieres que te deje sola?.- mi padre sabía la respuesta a esa pregunta, pero esta vez no le diría que sí.
-No, papá. Quiero decirte algo importante.- me imaginé la expresión de desconcierto de mi padre.- Tranquilo, te gustará.

Escuché un suspiro de alivio proveniente de Charlie. La puerta se abrió y le observé de pies a cabeza. Estaba pálido y parecía contener la respiración. Ya podía ir borrando esa expresión de su rostro, porque le iba a dar una buena noticia.

-Papá, el doctor Cullen y su familia me han invitado al baile que celebrarán en su casa.- le dije, apuntándole con la invitación e intentando no fijar mi mirada en la suya.

Pasaron demasiados segundos y mi curiosidad venció. Le miré y vi que estaba controlándose para que no escapara de su boca una sonora carcajada. Supuse que pensaba que le comunicaría algo desagradable. Aunque lo era para mi, si no fuese por el mero hecho de que iría a la casa de Edward Cullen. No entendía muy bien porque me sentía atraída por Edward, pero lo hacia y no lo cambiaría por nada del mundo. Cuando estaba con él sentía que me perdía en sus palabras, en su perfecta sonrisa, en sus ojos, en todo lo que contenía su persona. Si estuviese en el mismísimo infierno y escuchase su voz, estaría dispuesta a quedarme allí con mi ángel.
Otra vez, la grave voz de mi padre me devolvió al mundo real.

-Bella, eso es maravilloso. Necesitas un vestido, ¿tenias algo pensado?- asentí lentamente y ladeé la cabeza hacia el vestido de "Las Swan". ¿Desde cuándo mi padre se preocupaba de mi vestuario? - Recuerdo a tu madre ataviada de azul, estaba preciosa. Hizo bien al dártelo. Impresionaras a todos los hombres.

No necesitaba impresionarlos a todos, me bastaba con mi príncipe azul. Mi padre volvió a hablar.

-Quizá sea extraño, pero tu madre me dio estos pendientes para que te los regalase cuando fueses mayor. Ya ha llegado el momento.- Salió de mi cuarto y se dirigió al suyo a toda prisa. Volvió con las manos extendidas para que no se le cayesen los pendientes en forma de lagrima.

Eran plateados, eran. Ahora habían adquirido un color oscuro porque la plata no estaba limpia. En el centro de la lagrima había dos gemas de color azulado. Eran el conjunto adecuado para el vestido. Los cogí con cuidado y los deposite en una almohadilla para las joyas, que había en mi tocador. No era la típica chica que se maquillaba o se ponía joyas y necesitaba un armario para todo ello, pero había heredado el pequeño tocador de mi abuela y lo trataba con mucho cariño.

-Gracias, papá. Gracias... Te quiero.- dije lo que sentía y me resultó cómodo hacerlo. Me abrace a mi padre y suspire.
-Yo también te quiero, pequeña. Bueno...en marcha. Tienes que ir a la escuela.- dijo mientras se aclaraba la garganta. Charlie era un hombre sensible que se ocultaba tras la apariencia de jefazo.
-Tienes razón, debo irme.- dije, separándome de sus brazos.

Después de arreglarme el pelo y poner todo el cuidado posible en bajar los escalones sin tropezar, salí de mi casa y me encamine hacia la escuela. Estaba alegre y algo nerviosa. Me tocaría sentarme al lado de Edward en la primera clase de la mañana.