DIEZ FANTASMAS
Summary: Link, el cazafantasmas hecho en el cielo, andaba por ahí con sólo dos armas: flechas, y una botella. Ni las luces de una aspiradora portátil en la espalda, no, señor. OoT
Disclaimer: ¿En serio? ¿Creen que Zelda me pertenece? ¡Jajaja, me halagan! :3 ¿Qué…? ¿No lo creen? Entonces, ¿por qué estoy poniendo esto…? :x
Había Poes, eran fantasmas; espíritus de odio concentrado que solían rondar el campo de Hyrule, y los cementerios, por supuesto. Se encargaban de asustar y también, a veces, simplemente quemar a los viajeros hasta la muerte, si se dejaban. A veces, eran muy quejumbrosos y salían corriendo antes de que pudieran llegar a mayores consecuencias.
Desde que Ganondorf llegó al poder, el sedentarismo era inmenso: había asesinado por completo a la globalización. Las personas se quedaban en donde vivían y sembraban sus propias verduras y sus propios árboles frutales, sin embargo, seguían necesitando productos de origen animal y el espacio de sus aldeas no les daba abasto. Para eso, existía el Rancho Lon Lon. Por supuesto, los aldeanos se las habían ingeniado para crear una pequeña ruta de comunicación entre Kakariko y el rancho, a través del campo de Hyrule, pero los mensajeros debían ser hombres fuertes y valiente, y en estos tiempos, éstos habían desaparecido casi por completo.
A pesar de contar con esa ruta, a la que llamaban Vía Láctea, por eso de la leche y toda la cosa, los aldeanos seguían extrañando los dátiles Gerudo, los pescados frescos de los Dominios Zora y la resistente madera de los árboles al este del reino, antes de entrar al misterioso Bosque Kokiri, al que nadie se atrevía a poner un pie, pues se decía que si no se contaba con un hada, el infortunado podría convertirse en un Stalfos… Y los Stalfos eran las criaturas más horribles del reino… ¡Siempre apestando a muerto!
Ay, había tantas cosas buenas de las que se perdían los aldeanos desde que el campo Hyrule estaba infestado de esos bribones, canallas… ¡Esos malditos Poes!
— Y, bueno, ¿qué? — era el inicio de una pregunta del Poderoso Rey de la Maldad: el asombroso Ganondorf, quien era todo un estuche de monerías y además de ser un maligno dictador y ser bueno en la política, también sabía tocar órganos gigantes. Su maestro en tal disciplina era nadie menos que el Vendedor de las Máscaras Felices.
En estos momentos, el Rey de los Ladrones (como también era llamado), se encontraba en su más grande adquisición respecto a bienes raíces: el Castillo de Hyrule. Por las ventanas de este salón, en donde descansaba su trono usurpado, no entraba la alegre luz que bañaba algunas áreas del Reino, sino que se veían densas capas de nubes inmensas, que formaban remolinos justo sobre el castillo, como un enorme maremoto grisáceo y negruzco. A Ganondorf le gustaba así, realmente, no podía quejarse.
Con él, se encontraban algunos de sus achichincles; criaturas inmundas a quienes podía patear al sentirse frustrado y sin represalias, pues no poseían dignidad o autoestima: era un Stalfos con problemas de identidad, un Scrub que dirigía el Mercado Negro, un Dinolfo que le calentaba la comida, un par de Moblins que hacían las veces de guardaespaldas y un equipo de base-ball de las ligas menores conformado por alegres Leevers giratorios, cuyo verdadero sueño era interpretar El Lago de los Cisnes, pero Ganondorf los obligaba a sostener esos bates… ¡Y ni siquiera tenían manos!
— ¿Están de nuestro lado, o qué? — terminó el Rey su pregunta.
Honestamente, estaba furioso.
¿Por qué? Bueno, esta era la triste, trágica historia: Hace dos días, Ganondorf, el Gran Rey de la Maldad, se encontraba cabalgando inocentemente, en su magnífico caballo Gerudo, y matando a los casi extintos conejitos del campo Hyrule para matar el aburrimiento de la monótona travesía con su poder especial: haces de luz malvadas, cuando de pronto… La sintió: Una presencia fría y húmeda se le deslizó por las venas, en sentido contrario a la sangre.
¡Ganondorf pensó que estaba muriendo, en ese momento! ¡Él! ¡El poseedor de la Trifuerza del Poder, muriendo por causas naturales…!
…Porque eso era muy posible, pensó después, era alarmante, porque quizás las probabilidades de que muriera en combate, al filo de una espada, eran casi nulas pero, ¿qué pasaba si solía tomar su desayuno, cada mañana, consistente en trozos de Like-Like bien fritos? Sabía que esas criaturas estaban hasta las nubes de colesterol…
… Así que, en aquellos momentos, bien pudo haberle estado dando un infarto.
Y, bueno, esa noche se quedó estático, sosteniéndose el cuello en busca de aire dulce, reclinado sobre su magnífico caballo Gerudo, esperando lo peor con los sentidos nublados… ¡Si tan sólo ese muchacho (no, espera, ese duende) rubio pudiera verlo en estos momentos! Si pudiera verlo… ¿qué sería del gran Ganondorf, tan indefenso?
Y justo cuando pensó que iba a desmayarse (o morir), escuchó la risita insolente…
— A los Poes no los gobierna nadie, mi querido Maestro — contestó uno de los subordinados: el Stalfos —, y sí, ellos existen gracias a nosotros, en gran parte, pero nos odian… Así que no van a seguir nuestras órdenes… — terminó, tímidamente. Si a Ganondorf no le gustaba aquella noticia, bien podría desmembrarlo y usar sus huesos como bastones de críquet.
— Hmnf… — Ganondorf resopló, y luego expresó sus sentimientos con aspavientos innecesarios — ¡Eso me molesta!
— S-sí — dijo el Stalfos —, lo sé… Pero, lamentablemente no podemos hacer nada contra ellos… Es decir, ya están muertos…
— ¡Silencio! — Ganondorf se dio media vuelta, sintiéndose muy caprichoso, y gritó a nadie en particular (total, todos le iban a hacer caso): — ¡Que traigan a Kotake y Koume!
Apenas lo dijo y se escuchó una pequeña explosión. Todas las criaturas del salón se encogieron de miedo, excepto los Leevers, que siguieron girando y Ganondorf, que estaba acostumbrado a aquellos tumultos, pues en su juventud siempre anduvo con malas compañías que lo enseñaron a hacer bombas Molotov y cosas por el estilo. Lo siguiente que ocurrió también fue repentino: un par de risas decrépitas, pero que parecían estarse divirtiendo mucho, resonaron en cada muro del salón, antes de que pudieran ver entrar, por las ventanas más altas, a un par de escobas voladoras que sostenían los traseros de unas brujas gemelas.
— ¡Hola, gran Rey! — saludaron las dos, mientras bajaban apresuradamente y se detenían abruptamente frente a Ganondorf. Las demás criaturas las vieron como a algo inverosímil, pero el Gerudo parecía bastante acostumbrado.
—Ni siquiera tienes qué decirnos lo que te molesta, gran Rey — dijo una de ellas. Las dos habían bajado de sus vehículos y rondaban al rey como si fueran un par de gatos siameses.
— Sí, a pesar de que los Poes parecen invencibles dada su capacidad de atravesar los objetos del mundo físico, ellos pueden hacer contacto con algunas personas, ¿sabe?
— Ellos son odio concentrado, por lo que no pueden sentir más odio por el odio, si sabe a lo que me refiero… — dijo la otra, con una sonrisa enorme, como la del gato de Cheshire.
— Los Poes pueden tocar a las personas a las que quieren hacer daño, y éstas son las que poseen un corazón limpio y puro. Los Poes envidian la felicidad de estas personas, y por eso quieren lastimarlas, gran Rey — le aseguró una de las brujas, con un tono de voz agudo parecido a los de los ratones siendo aplastados por los cascos del caballo de Ganondorf.
— Por eso… — comenzó Ganondorf, erguido frente a las acechadoras.
— Por eso, un hombre valiente, con un corazón puro y una mente decidida es capaz, no sólo de tocar a los Poes, sino de acabar con ellos… E incluso de guardarlos en algo tan simple como, digamos, una botella. Una vez que estén dentro, se volverán sumisos a las órdenes, y Usted podrá gobernarlos, e incluso utilizarlos a su favor. Créame, aunque estas criaturitas del otro mundo ya causan bastantes problemas, su ejército triunfará indudablemente contra las personas si utiliza Poes — concluyó la otra bruja, con la misma molesta voz.
— Ah. Claro, ya veo… — Ganondorf les pidió que se retiraran, a voz en cuello, ¿o qué pasaría si no usara drama el gran rey de la maldad? Decidió descansar sobre su exquisito trono mientras pensaba en algún plan, y entonces recordó… ¡Oh, claro… a ese prisionero! Recordó que sus subordinados, una vez, habían atrapado a una cosa… que podría serle útil — ¡Stalfos!
El aludido dio un pequeño salto de sorpresa, e instintivamente se puso en guardia.
— ¿En qué puedo serle útil, oh, rey?
— Que traigan a la cosa ésa que capturamos el otro día… ¿Te acuerdas? El que tenía una luz brillante en lugar de cara… — dijo Ganondorf, señalando su propia cara, como si el Stalfos no supiera lo que era una cara.
— Estará aquí en unos instantes — le prometió el Stalfos, Y no le mintió, pues apenas habían pasado un par de minutos cuando llegaron los dos Moblins con la criatura bien sujeta.
No tenían que hacer el menor esfuerzo, pues la "cosa", como Ganondorf la llamó, consistía en lo que parecía ser una túnica volátil color púrpura con una luz roja en lugar de cara, bajo la capucha, y cuatro miembros huesudos que sobresalían de la ropa. Sostenía un bastón nudoso que solía usar para espantarse las moscas.
— ¿Qué rayos eres tú, criatura? ¿Medio fantasma? — preguntó Ganondorf. Su labio superior se había alzado por la comisura derecha, mostrando un afilado colmillo, que demostraba disgusto. La criatura no respondió nada. — ¡No seas insolente, contesta!
— ¿Qué es lo que quiere de mí el gran rey de la maldad? Sólo estoy medianamente en este mundo, no puedo ni mantenerme a mí mismo. No soy nadie. Es por eso que no puedo ayudarle, Rey — contestó la criatura.
— Ummm… Ya veo —. Ganondorf se mesó la barbilla — Así que quieres ser útil… Te diré una cosa: si logras capturar a los Poes del campo Hyrule para mí, te haré un hombre… digo, una criatura… Inmensamente rica.
— ¿Quiere capturar a todos los Poes? — la criatura quedó sorprendida. — Pero bueno, eso no es posible. Son demasiados… Aunque, existe una manera…
— Habla ya, Media Cosa — lo incitó Ganondorf.
— Existen diez Poes en el campo de Hyrule… Ellos son… Los dirigentes de todos los fantasmas que penan el reino de Hyrule. Sin embargo — añadió la criatura, al ver el brillo de los ojos de Ganondorf —, ellos poseen un gran poder, y son verdaderamente difíciles de atrapar.
— ¡No me importa! ¡¿No ven que no me importa?! — rugió Ganondorf, asustando al resto de sus subordinados.
— Oh, sí, sí, no le importa — corearon los demás, amedrentados. Agitaban tan rápido la cabeza que se les veía borrosa. Excepto a los Leevers, que no paraban de dar vueltas.
— ¡Encuentra a alguien que pueda atraparlos, Medio Fantasma! — Exclamó Ganondorf, empujándolo con el pie para que se fuera — ¡Hazlo rápido!
