Naruto Copyright © Masashi Kishimoto
!advertencia: Universo Alterno, OOC.


Amantes
por:ddeı


Aferré con algo de fuerza la colcha de seda entre mis dedos. El fuego se había extinguido hacía unas horas atrás, quizá minutos, quizá segundos; realmente no importaba de cualquier forma con o sin fuego todo estaba frío a mi alrededor. Esperaría a que las criadas llegaran y abrieran la cortina, me ayudaran a vestir y arreglaran la cama.

No sentía ánimos de nada, ni de pretender ser la esposa feliz ni demostrar lo que en realidad era: Una mujer más en la vida de un hombre de poder.

Como supuse, pocos segundos después la puerta de madera tallada se abrió produciendo un suave chirrido, los tacones golpeteando contra la madera pararon de sonar siendo amortiguados por aquella alfombra que mi esposo había comprado, no interesaba cuánto había costado, lo que sabía era que parecía apreciarla más que a mí.

—¿Señora? —escuché el leve susurro de Matsuri a la perfección. Mantuve mis ojos cerrados, ella movió las sabanas mientras otra de las criadas abría la ventana— ya es hora de levantarse, le hemos traído el desayuno.

Abrí mis ojos sintiendo la puntada de nauseas, no deseaba desayunar. La miré con tranquilidad sin pronunciar palaba alguna. Me senté sobre la cama y ella se movió con la intención de buscar la bandeja de inmediato solté un leve gruñido. Ella se giró dudosa.

—No deseo comer. Gracias Matsuri, por favor, prepara mi baño y retírate, te llamaré cuando necesite vestirme —tartamudeé en tono bajo.

Asintió. La manada de criadas que mi esposo solía tener para atenderme desapareció tras la puerta, escuché lo que pareció ser madera rompiéndose; habían prendido la chimenea. Miré al lado de la cama encontrándome con la almohada hundida donde seguramente Kiba había dormido, sobre ésta se encontraba una nota doblada con mi nombre. Saqué mi brazo de las fundas y la tomé, abrí el papel y leí sin mucho interés.

« Esta noche habrá una cena, alístate. Kiba »

Suspiré cansada, la puerta sonó y la voz de Matsuri detrás de esta me anunciaba que venía a preparar el baño, no respondí y después de unos segundos ella entró. Me miró curiosa sin embargo continuó su camino notando que aquello era un irrespeto al cual yo no le prestaba atención, era cansino.

Salió de la habitación preguntándome si deseaba que alguien viniera a ayudarme, negué y me encaminé hacia el baño. Dejé el camisón en el camino sin intención alguna de recogerlo. Me lavé los dientes, hice mis necesidades y me introduje en la bañera. El agua caliente relajó mis músculos rígidos causando que notara el frío por el que había estado pasando. Me relejé dejando que el agua mojara mis cabellos, hundiéndome por completo, aguantando la respiración. Al salir, tomando una gran bocanada de aire, estiré mi brazo hacia la toalla. La mojé con cuidado y comencé a descenderla por mi cuerpo.

De un momento para otro lo que pensé que sería un baño relajante comenzó a producirme demasiado calor. Cerré mis ojos sintiendo una aparente molestia en mi entrepierna.

No de nuevo, pedí mentalmente.

Mordí mi labio inferior haciendo el más grande de los esfuerzos por no pasar mi mano por mis muslos sin embargo fue imposible. Cerré mis ojos acomodándome mejor en la bañera, arqueé mi espalda cuando dos de mis dedos me penetraron. Intenté relajarme cerrando mis piernas. Estaba mal. Comencé a moverlos de adentro hacia afuera, en círculos, profundizando. Ahogué un suave jadeo de excitación y cerré mis ojos imaginando lo cálido que debía sentirse la piel de un hombre cubriendo la mía. El calor de unas caricias, el placer de un miembro altivo, húmedo.

—¿Señorita Hinata? —abrí mis ojos jadeando al escuchar la voz de Matsuri al otro lado de la puerta—. El señor me pidió que le dijera que se alistara, partirán dentro de poco.

Suspiré agitada. Había dormido demasiado o quizás me había tardado más de lo que había esperado en el baño. Me levanté y mis mejillas se tiñeron, estaba húmeda. Suspiré enojada conmigo misma, lo había vuelto a hacer, era la tercera vez este mes. Cerré mis ojos con fuerza mientras intentaba secarme.

Una de mis criadas con la cual no había tenido mucha interacción me sorprendió al entrar, coloqué la camisa sobre la cama y de pronto me sentí mareada. Tenten comenzó a vestirme con suma rapidez, los calzones, el corsé, las enaguas, el polisón, todo de golpe. Sentí que aquello era una falta de respeto y cuando estaba a punto de quejarme me encontré frente al espejo, siendo peinada continuamente por las manos finas de la joven. En pocos segundos mi cabello quedó recogido elegantemente.

Mis ojos se concentraron en mi reflejo frente al espejo, el maquillaje apareció lentamente, la rabia que había sentido ante las acciones violentas de Tenten desapareció dando paso a la frustración y el dolor, al asco que sentía hacia mi matrimonio, mi vida en general. La castaña se movió, deslizándose lejos del espejo, el sombrero de color negro adornado con una cinta celeste se movió, antes de que ella avanzara yo acomodé el alfiler. No pronuncié un gracias, simplemente caminé escuchando el ruido sordo que hacía la seda.

Volví a sonrojarme siendo consciente de mi humedad más no me detuve, continué por el pasillo reprimiendo mis estremecimientos. La molestia invadió mis sentidos al ver a Kiba al final de las escaleras, esperándome con su rostro desfigurado por la irritación.

—Pensé que nunca bajarías —ironizó con ese sarcasmo que tanto odiaba.

No respondí y me abstuve de retirar mi brazo adolorido cuando él lo tomó con desdén.

Me empujó dentro del carruaje, dio las indicaciones a Shino, su más fiel sirviente y subió. El resto del camino se hizo en silencio, sólo se escuchaba los cascos situados en las patas de los caballos. El bamboleo me era indiferente sin embargo llegaba al punto de ser tedioso cada vez que producía un roce entre mi marido y yo. Clavé mis ojos en la carretera, destacando uno que otro mendigo y varias mujeres sonriendo del brazo de algún hombre apuesto. El camino pasó desapercibido ante mis ojos y en menos de unos cuantos segundos estaba bajándome del carruaje, caminando del brazo de mi marido.

Ahogando mi gruñido desaprobatorio, los cigarrillos, las risas ahogadas detrás de un guante de seda y las carcajadas masculinas, entré al lugar. Lugar que me producía más nauseas de lo normal. A diferencia de Kiba yo había nacido de forma humilde, aquellas fiestas entre ricos no estaban entre mis predilecciones y encabezaban la lista de nunca jamás repetir en mi vida. Lamentablemente allí estaba, siendo presentada a miles de hombres de los cuales apenas recordaba tres de la fiesta anterior y que estaba segura no recordaría tras una hora.

Kiba se detuvo frente a un grupo de hombres, uno de sus más cercanos amigos le saludó de forma efusiva.

—Kiba—saludó sonriente—, Señora Inuzuka. Deseo presentarles a un invitado especial, un visitante —se hizo a un lado sonriendo como si mostrara un trofeo—. El Conde Sabaku.

Mis ojos quedaron prendados a su rostro, caminó galantemente con una copa de vino en la mano. Sus cabellos rojos se batían ante cada movimiento, su rostro gélido y angelical, algo pálido pero hermosamente tallado, sus ojos verdes captaron toda mi atención. Apretó masculinamente la mano de mi esposo y tras fijarse en mí la finura de sus labios logró pasar la barrera de mi guante y un temblor desconcertante me envolvió.

—Es un gusto, Señora Inuzuka.

—El gusto es mío, Conde Sabaku —respondí temblorosamente.

Sus ojos se clavaron en los míos y en su rostro resaltó una sonrisa leve. Desgraciadamente la velada prometía ser demasiado interesante para mi gusto, con sólo sus ojos clavados en mí podía sentir como mi vientre respondía ante la fuerza que imponía su cuerpo masculino, humedeciéndome aún más.


La gran mansión donde se celebraba la reunión estaba dividida en dos alas. El ala izquierda era para apreciarse, los adornos que básicamente estaban combinados con el mismo color dorado y daban un toque majestuoso a la mansión. Aún cuando la edificación no era de gran tamaño en su centro la pista para baile que tenía era gigante.

Del otro lado se encontraban las personas que simplemente deseaban charlar, fumando y bebiendo, riendo y comentando sobre la recién llegada familia a la ciudad: Los Uzumaki. La mujer que llamaba la atención de todos en ese instante era la madre, bastante joven para ser verdad, me fue presentada por Sasuke, un gran amigo de la infancia, la mujer se llamaba Tsunade, bastante proporcionada en el busto y con unos cabellos oro que solía llevar en cascada.

Su única hija era Ino Uzumaki, quien realmente no me prestó mucha atención y terminó acaparando a Sasuke. Finalmente los dos hijos varones, Deidara y Naruto, quienes eran bastante amables e impulsivos, bastante graciosos a mi parecer. El rubio mayor se irritaba con facilidad y el menor parecía gritar por cada comentario, ambos se me hicieron bastante agradables y me di cuenta Sasuke e Itachi se sintieron igual.

Sonreí al ver a Sasuke peleando con Naruto, algo fuera de común por lo que los murmullos no se hicieron esperar. Me sentí extrañamente irritada, cosa que me calmó, no había podido parar de pensar en el Conde ¿Cómo pudo excitarme con solo su mirada? Mis mejillas se tiñeron de rosa ante el recuerdo vergonzoso. Luego de ser presentado desapareció entre la gente siendo acompañado por una hermosa mujer de cabellos rosados, ambos estaban llamando la atención a fin de cuentas no era muy común ver a un pelirrojo con cabellos fuego tan oscuros y tampoco a una mujer tan bell. Giré mi rostro buscando entre la multitud a Kiba ó al conde y no encontré a ninguno de los dos. Tuve el pequeño presentimiento que Kiba me había vuelto a dejar sola.

— ¿Pasa algo Hinata?

Negué continuamente con la cabeza y clavé mis ojos en los de Sasuke.

—Es que —detuve mis palabras volteando a ver una vez más, finalmente me rendí y le contesté—, estoy casi segura que Kiba volvió a irse sin mí.

—Tranquila, Itachi y yo te llevaremos.

— Oh no—Negué con la cabeza—Pediré un carruaje, creo que es mejor irme ahora que más tarde.

Realmente estaba aterrorizada, sólo esperaba salir y encontrar a Shino pero era algo casi imposible. Miré hacia la puerta y mordí mi labio inferior realmente no quería irme sola pero el pudor podía más que mi temor, no deseaba molestar a Sasuke.

—Hina —Naruto hizo una pausa cuando volteé a verlo— ¿Puedo llamarte así? —sonrió de una forma muy similar a un zorrito y reí levemente ante el pensamiento que Sasuke amaba a los zorros. Terminé con una sonrisa más grande de lo normal por mi chiste personal más que como muestra de amabilidad hacia el rubio.

—Claro Señor Uzumaki —retorció el gesto y batió sus brazos en negación.

—Por favor, llámame Naruto ó Naru —volvió a sonreír—. Podrías quedarte aquí.

Me sonrojé parpadeando sorprendida.

—¡Oh, no! Me daría mucha vergüenza.

—No veo el por qué, hn —la voz de Deidara llamó mi atención.

—Por favor Hinata, déjame acompañarte, no me hagas rogar.

—¡Es más! ¡Yo los acompaño~dattebayo!

—¿Dattebayo? —preguntó Itachi, evitando que me negara.

—Es una palabra japonesa, hn —explicó Deidara—. Nacimos en Alemania pero vivimos gran parte de nuestra vida en Japón. Naruto tiene el modismo de decir "de veras" —volteo sus ojos con impaciencia—, así se puede traducir el dattebayo en japonés, como de veras.

—¿Cómo se dice tonto? —preguntó Sasuke, muy interesado.

—Dobe —respondió Naruto con una sonrisa.

—Perfecto —alabó, estóico—, ése será tú nuevo sobrenombre, dobe —Sasuke esbozó una leve sonrisa triunfante y Naruto comenzó a gritarle.

Ante la entretenida conversación aproveché para excusarme y poder buscar a Kiba, quizá aún seguía en la fiesta. Caminé lo mejor que pude tropezando cada tanto por culpa de los vestidos ajenos. Me sentí irritada, odiaba que Kiba hiciera eso, solía irse y dejarme sola en las fiestas, no entendía que gracia le daba. Cerré mis ojos intentando calmarme, no debía dejar que él me molestara, al fin y al cavo eso buscaba.

Subí las escaleras, aferrándome con fuerza a la baranda de plata, no deseaba caerme. Miré resignada las habitaciones, podía contar más de doce habitaciones; algunas abiertas, otras cerradas. Comencé a caminar asomando mi ojo curioso en cada habitación abierta y abriendo después de tocar las cerradas.

Finalmente entré en una de las habitaciones sin siquiera tocar, estaba cansada y desesperada por irme a casa. De inmediato me arrepentí. El conde Sabaku alzó su rostro, sosteniendo una copa de vino en su mano derecha, mientras la izquierda reposaba en su bolsillo. Se encontraba de pie junto a la chimenea. Sonrió de medio lado.

—Señora Inuzuka, por favor acompáñeme.

Titubeé. Miré por sobre mi hombro dudosa ¿Estaría bien entrar? y sin responderme avancé. Cerré la puerta con sumo cuidado y caminé a paso lento.

—¿Puedo ofrecerle vino? —ofreció inclinándose sobre un mini-bar.

—No bebo, Conde Sabaku.

—Oh, por favor, llámeme Gaara.

—Sólo si usted me llama Hinata.

Aquello se le hizo bastante entretenido puesto que su sonrisa se agrandó. No le vi lo gracioso, me mantuve rígida tratando de mostrar mi rostro indiferente aún cuando muriera de los nervios. Nos mantuvimos en un silencio bastante cómodo, al menos de mi parte, se me hacía mejor no escuchar su voz ronca y sensual taladrando mi cabeza, calentando aún más mi cuerpo.

—¿Y su esposo? —habló finalmente.

Aquello trajo a mi pecho la molestia.

—Me ha dejado abandonada aquí —me arrepentí al darme cuenta del tono que había usado, soné muy despectiva hacia Kiba.

—Eso es bastante descortés —buscó mi mirada con la suya, la esquivé de inmediato sintiendo mis piernas temblar—, dígame, Hinata —en apenas tres zancadas había acortado la distancia que nos separaba, quizá demasiado, tanto que sentí un fuerte mareo, su respiración chocaba contra mi frente y al alzar el rostro sentí el aroma que desprendía su boca—… ¿Es feliz en su matrimonio?

Abrí mis ojos escandalizada.

—Es algo que a usted no le concierne.

Movió su cuerpo desplazándolo a un lado del mío, rodeándome.

—Por favor, no se ponga a la defensiva, es una pregunta inocente.

Solté un jadeo, entre placentero y sorpresivo cuando su nariz rozó mi cuello. Aspiró mi aroma sin que yo pudiera hacer nada. Salté hacia adelante cuando me estaba abandonando a la sensación.

—¿Qué está haciendo? —susurré, escandalizada.

Mi corazón galopaba cada vez más rápido. Él avanzó, su rostro estaba totalmente serio. Cuando di dos pasos, él dio tres, me moví con rapidez a un lado y retrocedí sin parar, esperando caerme, sin embargo solo choqué contra la pared cercana a la chimenea. Volteé a ver si había alguna salida por detrás y al regresar mi rostro hacia él ya lo tenía arrinconándome, apoyando ambos brazos a cada lado de mi cuerpo. Gemí aterrorizada.

—No ha respondido mi pregunta Señora Hinata.

Abrí mis labios para gritarle, estampar mi mano contra su mejilla y salir corriendo, no para derretirme en sus labios cuando deslizó su lengua dentro de mi boca. Pegó su cuerpo frío al mío y yo cerré mis ojos sin poder evitarlo sintiendo como su lengua se movía lentamente por cada zona, saboreándome con gula.

Me apretó contra su cuerpo lo que me hizo desearlo aún más. Al separarnos para respirar, alcé mi rostro, intentando ver con claridad pero sus labios se pegaron a mi cuello, lamiendo y mordiendo, ahogándome aún más. Sus manos se movieron por todo mi cuerpo. Se separo para subir mi vestido y acariciar mis piernas, me estremecí desesperada por detenerlo. Mordió el lóbulo de mi oreja y busqué con desesperación sus labios. Él pareció sonreír, abrí mis ojos para cerciorarme notando que él los mantenía abiertos, brillando por la diversión, por el deseo. Me regañé porque tenía que detenerlo, sólo estaba jugando y yo estaba cayendo por el vacío en su tetra.

Separó sus labios de los míos y comenzó a besar lo que mi vestido permitía ver de mi busto, lamió cada parte que pudo haciéndome estremecer. Cerré los ojos con fuerza, tenía que pararlo.

Su mano alcanzó colarse por mis calzones, aferrándome con fuerza por mí trasero, jadeé al sentir como el vestido se arremolinaba en mis caderas y mi vientre quedaba descubierto, libre para ser rozada por su ingle.

Lo sentí ardiente, necesitado de atención, rozándome, empujándose para aumentar su tamaño. Rodeé sus hombros para poder sostenerme, su miembro lograba acaparar toda mi atención. Cerré mis ojos mientras sus manos se perdían por mi cuerpo.

Oh Dios, ¿qué tenía que hacer?


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!βeta r: No está beteado.
!arreglado: Jueves, 9 diciembre. 9:00.