Disclaimer: El mundo de Harry Potter no me pertenece. Es obra de J.K. Rowling.

Warnings: Slash (relación entre chicos).


Va para ti, mi querida Daia Black, por hacerme recordar que tenía una idea esperando ser escrita.

Y va también para ti, linda Saiph, por todos esos PM's locos y divertidos


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Indicios de Guerra

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Tras cumplir su último día de detención en la oficina de Filch, Sirius camina presuroso hacia la Torre de Gryffindor consultando su reloj.

Aún es tiempo piensa.

Mentalmente comienza a repasar los pormenores del plan que lo llevará a alcanzar a sus amigos en Hogsmeade para juntos disfrutar de la que será su última visita al pueblo como estudiantes del colegio. Su plan es simple en realidad. Irá al dormitorio, tomará la capa de invisibilidad y el mapa del merodeador, y les dará la sorpresa a sus amigos. Sí, eso es lo que hará. Mientras entra al dormitorio sonríe feliz al imaginar la expresión de asombro en el rostro de Remus y la exclamación de alegría de James cuando lo vean llegar más fresco que una rosa.

Cobijado por la capa de invisibilidad, Sirius sale contento de la torre y toma camino rumbo al pasadizo oculto detrás de la bruja tuerta. Tiene que suavizar su andar para evitar delatarse ante McGonagall, quien camina aprisa por el corredor comentando algo en voz baja con el profesor Flitwick. Al pasar a su lado, Sirius la escucha hablar apresuradamente acerca de un incidente violento que está teniendo lugar en Hogsmeade. Flitwick lanza una exclamación de preocupación al oírla nombrar a los seguidores del Señor Tenebroso, pues la gran mayoría de los alumnos se encuentran en el poblado celebrando el inminente final del año escolar. Lo último que Sirius alcanza a escuchar, antes de sacar su varita para golpear la joroba de la bruja y adentrarse en el pasadizo, son retazos de frases dichas con inquietud.

Avisar a Dumbledore… y,… roguemos que no haya victimas fatales son algunas de ellas.

Con el corazón encogido de temor por lo que pueda ocurrir a sus amigos, Sirius guarda la capa de invisibilidad entre los pliegues de su túnica y echa a correr por el largo túnel. No puede pensar en nada más que no sean James, Lily, Peter y Remus. Sobretodo en Remus y Lily, pero especialmente en Remus. Piensa en ellos porque ha escuchado hablar mucho sobre el Señor Tenebroso y sus seguidores. Él, mejor que nadie, sabe que están tomando fuerza, que quieren el poder para dominar y esclavizar, que van tras los hijos de muggles y los impuros. Lo sabe muy bien porque, cuando aún vivía en el número doce de Grimmauld Place, no solo oyó a sus parientes hablar con respeto sobre los ideales del Señor Tenebroso, sino que hasta fue testigo del fervor que su madre mostraba al alabarlos con orgullo. Sabe que hay miembros de su familia cuya mayor aspiración es convertirse en los mas fieles seguidores de ese loco, y entre ellos está su propio hermano.

Estúpido musita con rabia cuando recuerda la habitación de Regulus tapizada de recortes de periódico que ensalzaban las ambiciones de ese maniaco que se hace llamar Lord Voldemort.

En su carrera a tráves del largo pasadizo Sirius trastabilla y resbala más de una vez; y su túnica se mancha de barro pero no le importa. Lo único que quiere es alcanzar el sótano de Honeydukes. Lo único que le importa es llegar a tiempo y asegurarse de que sus amigos están bien. Necesita tener la certeza de que Remus está bien. Ignorando la dolorosa punzada que se clava en su costado a causa de la agitada carrera, Sirius aprieta el paso y entre dientes maldice el castigo que lo obligó a permanecer en el castillo aquella tarde.

- ¡Soy idiota! –dice para sí mientras sube a zancadas los escalones que lo llevarán al sótano de Honeydukes- Debí mandar al diablo a Filch y su maldito castigo e irme con ellos. Si algo malo les pasa…, si algo fatal le ocurre a él...

Al salir del sótano de la dulcería percibe el desastre. Los cristales del local están hechos añicos y hay caramelos de todo tipo esparcidos por doquier. Cuando escucha el alboroto en la calle, se lanza hacia la puerta. Afuera hay densas nubes de humo y a lo lejos se oyen risas de júbilo y gritos de miedo. Un trueno resuena con fuerza anunciando tormenta cuando él sale a la calle empuñando su varita. Está por meterse entre la marabunta de estudiantes que se precipitan hacia el camino que conduce a Hogwarts, pero se detiene al mirar a James en la distancia. Potter lleva la varita en guardia mientras corre sujetando a Lily de la mano; Peter los sigue de cerca cubriéndose la cabeza con los brazos, pero no hay señales de Remus. Sirius trata de llamar la atención de sus amigos; les grita preguntando por Remus, pero estos no lo ven ni lo escuchan porque son arrastrados por la avalancha de estudiantes y se pierden entre ellos. Así que, sin pensarlo un segundo, se interna entre la agitada multitud en busca de su chico. Tiene que encontrarlo.

El polvo y el humo empiezan a ceder poco a poco ante los gruesos goterones de lluvia, pero el ruido producido por el aguacero y el estruendo de la muchedumbre ganan intensidad. Truenos, risas desquiciadas, conjuros y gritos es lo único que Sirius logra escuchar. Quiere llamarlo y, aunque sabe que será inútil, grita Lunático una y otra vez. No hay respuesta. Sus compañeros pasan como una mancha borrosa ante sus ojos; tropiezan y se empujan entre ellos cuando Sirius retiene a alguno creyendo haber visto cicatrices en su rostro. Pero ninguno de ellos es Remus, y él, completamente desesperado, se vuelve a buscarle entre aquella avalancha de jóvenes que corren bajo la tormenta intentando guarecerse de los hechizos lanzados contra ellos. Las nubes del cielo escocés se desploman y Sirius siente que su miedo y su angustia aumentan cuando no logra encontrarlo. El viento es fuerte y aúlla en sus oídos aturdiéndolo mientras la helada lluvia salpica sus ojos. Está empapado, su cabello escurre, y el frío le cala provocándole temblores y escalofríos. Hace caso omiso de ello y se concentra en encontrar a su pareja fijando de nuevo sus ojos en los jovenes que pasan corriendo a su lado, pero al hacerlo un torbellino de colores lo confunden; azul, bronce, verde, plata, amarillo, negro, rojo, dorado.

Él sólo quiere ver a Remus. Sólo quiere ver el rojo de sus labios y el dorado de su mirada.

A lo lejos, Sirius ve destellos azulados y rojizos. Hombres encapuchados avanzan entre la multitud y los ve lanzar hechizos a diestra y siniestra mientras ríen como locos. El piso superior de la tienda de Zonko arde en llamas y él se abre paso entre el gentío y se queda de pie a las puertas del local. Estira un poco más el cuello y entrecierra los ojos esforzándose por buscar una señal de Remus, pero no ve rastro de él. A menos de cincuenta metros de allí ve a un par de pequeños que caen al ser alcanzados por los hechizos paralizantes de los mortífagos, y está a punto de saltar en su auxilio cuando divisa a Remus. Sirius siente un violento vuelco en el pecho al verlo. Hay sangre escurriendo sobre la mejilla izquierda del joven licántropo, y sangra también por la nariz pero, a pesar de ello, Remus corre hacia ambos pequeños y, enarbolando su varita, retira el hechizo que los mantiene inmóviles en el fango.

Sirius lo llama a gritos mientras corre hacia él, pero Remus, ocupado en socorrer a los niños, no alcanza a escuchar su voz. Al tratar de ayudar a los chicos a ponerse en pie, el prefecto baja la guardia y ese descuido es aprovechado por un mortífago, que alza su varita en dirección al chico, desarmándolo.

- ¡Estúpido! -grita el encapuchado- ¡No tiene caso que ayudes a esos sangre sucia! Caerán de cualquier modo… O qué, ¿quieres caer junto con ellos?

El prefecto levanta la cabeza y, al verse desarmado, mira al hombre directamente a los ojos con expresión dura y desafiante, pero no dice una sola palabra. Ambos pequeños, incapaces de salir corriendo a causa de los calambres que les ha dejado el hechizo paralizante, se abrazan a él llorando y temblando de miedo. Remus les murmura palabras de ánimo mientras trata de protegerlos poniéndolos detrás de él. El mortífago estalla en carcajadas ante la escena.

- De acuerdo, basura –musita el hombre mientras dirige su varita directamente al pecho de Remus- Si quieres caer, yo haré que caigas... y que no vuelvas a levantarte nunca más.

Sirius mira al hombre apuntar su varita hacia Remus y siente que la sangre se prende en sus venas al instante. Y toda la magia que dormita en su interior despierta y se agita furiosamente al mirar a Remus de pie, digno e imperturbable, frente al mortífago que lo amenaza de muerte. Y no sabe cómo lo consigue…, no sabe si es esa magia pura e indómita que siente fluir con fuerza desde el centro de su pecho hacia todas y cada una de sus terminales nerviosas, o si es sólo la intensa desesperación y el horrible miedo a perder a su chico, lo que lo impulsa a moverse con una rapidez increíble. Realmente no lo sabe, porque en lo único que puede pensar es en morder y destrozar al hombre que amenaza lo más importante para él. Tal vez son ambas cosas pues, en un momento, la distancia entre el mortífago y él se acorta notablemente.

- ¡NO TE ATREVAS A LASTIMARLO, MALDITO BASTARDO! –grita con voz potente y enérgica.

En la fracción de segundo que le lleva al mortífago girar la cabeza para identificar la fuente de aquel grito, Sirius blande su varita con una agilidad asombrosa y, la filosa estocada plateada que emana de la punta, rasga la gruesa capucha del hombre y marca su rostro con un corte largo y profundo. El animago está furioso. Más que furioso. Está casi fuera de sí. Y no da tregua ni oportunidad alguna de contraataque. Avanza avasallándolo todo y lanza otro hechizo, aún más terrible y poderoso que el primero, en contra del mortífago, quien lo mira con ojos desorbitados mientras cae gravemente herido sobre el fango.

Remus, con la respiración a mil, mira toda la escena como si ocurriera en un suspiro. Completamente sorprendido observa el cuerpo caído y después fija su vista en Sirius. Nunca le había visto perder el control de esa manera tan desmesurada y estremecedora. Sirius respira trabajosamente; le cuesta demasiado lograr aspirar correctamente, pero aún así levanta la cabeza y mira a su amigo mientras estira el brazo izquierdo hacia él.

Ven a mí, Rem -dicen sus ojos grises- Ven conmigo.

Remus está por acercarse a él cuando nota que su presencia irradia una tenue aura luminosa que comienza a difuminarse lentamente, perdiéndose entre las gotas de lluvia, conforme la agitada respiración del animago se calma. En el momento en el que Remus vuelve a clavar sus ojos dorados en los grises se da cuenta de que su chico está a punto de desfallecer.

Sirius se desploma cayendo de rodillas junto al mortífago inconsciente. Aterrado, el joven licántropo corre a su lado y consigue sostenerlo antes de que caiga por completo sobre el lodoso suelo.

Segundos antes de perder el sentido, el animago sonríe fugazmente al mirar el dorado y el rojo que tanto había buscado.

Continuará…

N/A: Si les ha gustado pónganme un review ¿sale? Quiero saber qué les gustó, qué no les gustó, etc : )

Besos! Y hasta el próximo capítulo!