¡HOLA LECTORES! Tanto tiempo sin estar por aquí, antes que nada quiero ofrecer una disculpa a todos los que siguen mi fic "La glotona hija del mal Vanika Conchita" por no actualizar, hace no mucho perdí mi usb donde traía todo el fic y el respaldo que tenía se quedó a poco menos de la mitad de lo que llevaba así que en lo que escribo nuevamente todo lo que llevaba, los dejo con este fic, que de pronto se me ocurrió y no paré de escribir hasta que lo terminé, en total son veinte hojas de Word, así que dividiré la historia en cuatro partes, para que no sea tan tedioso leerlas de corrido, espero les guste y espero comentarios sean buenos sean malos.
DISCLAIMER: VOCALOID y sus respectivos bancos vocales no me pertenecen a mí si no a YAMAHA y CRYPTON MEDIA, La saga en la que está basada esta historia le pertenece a AKUNO-P (MOTHY) al usarlos solo lo hago con fin de entretenimiento personal.
GERMAINE AVADONIA. SALVADORA DE UNA NACIÓN.
PARTE 1.
El ambiente huele a tabaco, hay música horrible y ebrios por todos lados, pero creo, que me he acostumbrado a esto.
—Preciosa, ¿Cuánto cobras? —me pregunta un hombre sucio y con aliento a alcohol.
Lo miro con asco y le doy un gran sorbo a mi bebida.
—No soy puta, lárgate —respondo quitándole la vista de encima.
—Con tremendas tetas, debes serlo —dice y se acerca más a mí —Vamos preciosa, no hay ramera que no pueda pagar —Dice y se me abraza por la espalda.
—Lárgate, si no quieres perder tu asquerosa vida —digo e intento apartarlo de mí por las buenas.
—jajajaja, putita con garras —ríe y pone sus manos en mis pechos.
¡Esto es el colmo!, dirijo mi mano mi cinturón y toco el mango de mi arma y con un golpe de mi codo en su estómago me libero y la desenfundo.
El tipo se queda perplejo al verla, creo que no esperaba verme empuñando una larga espada.
—Te lo advertí —dije y lo amenazo con mi arma.
— ¡GERMAINE! —me grita alguien a mis espaldas.
Suspiro y muevo mi espada un poco, provocándole un corte en la mejilla al tipo que le faltó al respeto a mi cuerpo.
—Lo siento Bruno, no volveré a sacarla—digo guardando mi arma y me volteo para ver al dueño de ese bar.
El chico moreno y extrañamente de ojos azules, suspira.
—Germaine, cada vez que vienes es lo mismo —dice.
—Perdóname, pero debo defenderme de algún modo de tus clientes que me confunden con alguna de tus putas —digo algo molesta.
El dueño del bar se queda callado.
—Mejor sírveme otro trago —digo y vuelvo a tomar mi lugar.
Me sirve hasta dejar el vaso lleno de ese dulce néctar que hace las culpas algo menos doloroso.
No recuerdo cuanto tiempo llevo viniendo a este bar, ¿un año tal vez? ¿O más? Ah, mi vida, como quisiera cambiarla por una nueva. Como me hubiese gustado ser una noble sin preocupaciones, encerrada en un castillo, preocupada solamente por dormir, divertirme, comer y seguir comiendo.
Sin embargo, me tengo que conformar con lo que tengo, escazas piezas de plata, comida fría, una cama llena de pulgas, noches enteras bebiendo en este asqueroso bar, una vida sin ningún familiar y sin ningún hombre con el cuál pasar la noche.
Le di un enorme trago a mi bebida y suspiré.
De alguna forma siempre supe que terminaría así, cuando era niña, mis padres me abandonaron en un horrendo callejón, dejándome a mi suerte, sin nombre ni apellido. Vagando y luchando por mi vida.
Hasta que él me encontró.
Leonarth Avadonia. Aquel hombre que se dio a la tarea de criarme, un valiente general, que me enseñó desde pequeña el arte de la esgrima y la lucha, gracias a él sé cómo debo moverme y actuar en las batallas.
Llovía, estaba sola, con los pies y la cara llenos de fango, buscando desesperadamente un refugio, hasta que pasó por ahí con su caballo.
—Pequeña niña, ¿Dónde están tus padres? —me preguntó.
—No tengo padres, estoy sola en esta vida de mierda —respondí con tan solo cinco años de edad.
Me regañó por haber dicho aquella palabra que actualmente describe la vida que llevo, me llevó a su casa con su esposa quien iba a dar a luz a un bebé. Viví con ellos, me dieron nombre y apellido. Pasé de ser "la mugrosa niña pordiosera" a ser Germaine Avadonia, me dieron un pedazo de hogar y un poco de cariño y me dijeron que el hijo que esperaran sería mi hermano, tenía un hogar, tenía padres. Fui feliz…
Con un tragó me terminé lo que quedaba en mi vaso.
Una curandera llamada "Ellu" llegó a casa, para ayudar a mi madre a dar a luz a su bebé, sin embargo, mi madre no logró sobrevivir, al igual que el bebé, quien no respiraba normalmente, Ellu se llevó para siempre el cadáver de mi hermano.
Solo quedábamos Leonarth y yo, entrenando, preparándome para las batallas. Pero un día, un rayo de luz llegó a la puerta de la casa.
Era media noche, tocaban insistentemente la puerta, tenía yo aproximadamente once años, me levanté de la cama y pregunté quién era, al no obtener respuesta me negué a abrir, pero siguieron tocando con insistencia, con cierto miedo, tomé la espada de mi padre, abrí la puerta y frente a ella me encontré con un bebé en el piso.
Ojos grandes de color esmeralda, cabello dorado como el sol y de piel tan blanca como la nieve, parecía tener un año o menos, bajé la espada, tomé al hermoso bebé en brazos y lo metí a la casa.
Leonarth decidió que nos quedáramos al cuidado de él, le dio un nombre y apellido, Allen Avadonia.
Mi amado hermano menor.
—Bruno, sírveme otro trago —digo al dueño del bar.
Sin decir nada rellena mi vaso, creo que la cuenta de esta noche ascenderá a poco más de dos piezas de plata.
Allen y yo siempre nos llevamos bien, era mi hermanito, ambos siempre entrenamos para las batallas, lo vi crecer, pero había algo raro en él.
—Volví a soñar con mi gemela —dijo a los cinco años de edad.
Allen siempre tuvo la idea de que en algún lugar tenía una gemela, siempre decía que lo separaron al nacer de ella, siempre decía que algún día la encontraría y se complementarían, pues sentía que le faltaba una mitad.
—No estaba equivocado —digo dándole un trago a mi bebida.
Allen fue la más grande adoración de Leonarth, era su muchachito, el hijo que perdió y que un milagro le había devuelto, siempre le quiso más que a mí, pero jamás dije nada, puesto que no fui su hija de sangre.
Pero, a pesar de que Allen era el preferido, jamás aprendió a manejar una espada de la forma en que yo lo hago, mi padre jamás le exigió que mejorara sus técnicas de combate, nunca aprendió por completo el arte de la esgrima.
Él estaba interesado en otras cosas, comenzó a prepararlo para ser guardia en el castillo, pero, la princesa tuvo otros planes para él, Allen se convirtió en un sirviente.
—El sirviente de la maldad —digo antes de darle otro sorbo a mi bebida.
Leonarth se opuso a que su muchachito se convirtiera en un sirviente, la princesa se enfadó por aquella oposición y mando a matar al gran general Leonarth Avadonia. O al menos eso fue lo que creí.
Aquel día, fui al mercado por algo para la comida, al entrar a casa no había nadie, me dispuse a cocinar, pero entonces, escuché aquel grito justo afuera de la casa.
— ¡EL GENERAL ESTA MUERTO A ORILLAS DEL RÍO! —recuerdo como gritaba aquella mujer justo afuera de mi casa.
Sin pensarlo corrí hacia ese lugar, en efecto allí se encontraba mi padre, muerto y con una espada clavada en el pecho y de aquella colgaba un papiro que decía:
"Leonarth Avadonia, gran traidor de la patria. Esto pasará a todo aquel que desacate las ordenes de la gran princesa Rilliane Lucifen D'Autriche".
La princesa estaba pasando los límites, había mandado a matar a mi padre y a mi hermano menor lo convirtió en un sirviente. Su sirviente.
O al menos eso fue lo que creí.
Di un gran trago a mi bebida, dejando en el vaso poco menos de la mitad.
Enfurecí, aquello no podía ser posible.
Luego de los funerales de mi padre, en los cuales nunca vi a Allen, volví a casa. Tomé unas tijeras, me hice una coleta con mi largo cabello y me deshice de aquella melena larga que dejé crecer durante años. Me convertí en una Germaine nueva. Sedienta de venganza, sedienta de sangre y con el odio corriendo por mis venas. La princesa pagaría por desmoronar a mi familia.
Me fui de aquel lugar y me interné en el bosque. Así comencé mi viaje por todo el país. Entrenaba para un día estar frente a la princesa y vengar a mi padre.
Me di cuenta de mucho, había pueblos en miseria, los cuales se encontraban así por los impuestos nuevos de la princesa que cada vez eran más y más ridículos, impuesto por ser extranjero, por puertas y ventanas, por hijos menores de doce años con tarifa diferente para niños y niñas…
¡Esa mujer estaba enloquecida con el oro!
Los pueblos sufrían de hambre, de enfermedad, de pobreza, mientras en el castillo real la princesa gastaba todo a su antojo, dormía en cama de delicadas plumas, comía los mejores platillos gourmet, estrenaba un vestido diariamente. Simplemente nada tenía sentido.
Pero el gobierno y el poder de Dios son más poderosos, a veces pienso que el sistema no funciona, a veces pienso que Dios y el gobierno no deberían estar juntos, no hay cordura, ¿Qué tiene de coherente que Dios eligiera a una niña de catorce años para gobernar una nación? ¿Qué tiene de coherente que nadie se opusiera, solo porque dicha niña tenía sangre azul?
—Sangre azul —digo y suelto una pequeña risita —sangre azul…—rio un poco más y le doy otro sorbo a mi bebida.
La sangre siempre es carmesí, a veces tanto que parece negra. Cualquiera que sangre se daría cuenta.
Los duques, los condes, incluso los príncipes sangran con ese profundo y hermoso carmesí.
¡Ah, cuántas muertes sobre mi conciencia!
Todo por mi ideal…
Libertad.
No podía quedarme de brazos cruzados ante la miseria de un pueblo. Durante mi viaje hurtaba a los soldados y carrozas de carga de la princesa.
Me iba con las manos llenas de sacos de oro y las daba a todas aquellas familias pobres. ¡Cuánta adrenalina corría por mi cuerpo!
Me volví muy popular, me llamaron, "Espadachín veloz". Por mis habilidades para hurtar rápidamente y defenderme con mi espada en caso de que me atraparan.
Pero hurtando, no se resolvería el problema de mi nación. Eso no era ni el comienzo.
Se necesitaba una revolución.
