N/A: ¡Hola a todos! Espero que se encuentren de maravilla. Hoy, yo sí. Hoy empezamos las publicaciones de los retos de aniversario del foro a Proyecto 1-8. ¡Dos años nenes! Y los que faltan porque pretendemos seguir haciendo mucho ruido *wink wink*.
Mi amiga secreta es Crystalina M y este es su fic de regalo. Está compuesto por otro capítulo para terminar de relacionar la historia pero ese se subirá mañana. ¡Espero que disfrute su regalo y nos estamos leyendo!
Disclaimer: ninguno de los personajes de la franquicia de Digimon me pertenece (aún).
Matices.
por Chemicalfairy
Mimi caminaba enfundada en su gabardina Dolce & Gabbana por el centro de Shibuya. Pasaban de las siete de la noche y el lugar era un hervidero al ser viernes y día de paga general. Ella también había recibido su cheque en la mañana por lo que se encontraba de buen humor. Esa noche había salido de la oficina con un objetivo claro, había hecho su investigación y, si su GPS del celular no le fallaba, al dar vuelta en la esquina se encontraría con el local indicado.
Arriba del marco de la puerta había un letrero de neón que rezaba «Tattoos». Mimi sonrió al recordar la última y única vez que estuvo en un lugar como ese: aún vivía en Nueva York, y era un establecimiento que estaba abierto durante toda la noche; entró convencida, con copas encima y un corazón desbordándose de amor por su, en ese entonces, novio.
No pudo evitar la sensación de reflujo al pensar en el sujeto. Ya había llorado demasiado por él, ya se había reído mucho de sí misma y era hora de cerrar ese capítulo. Ojalá no tuviese que ser tan doloroso, literalmente.
Entró al local. Un recibidor de color rojizo y luces negras la recibió. «Tétrico», pensó. En Nueva York el estudio había sido bastante normal; sabía que muchas celebridades iban a tatuarse allí. Aquel lugar parecía punto de reunión de sectas góticas, la música de fondo lo terminaba de constatar; pero el internet decía que allí se encontraba su salvación por lo que dejaría sus prejuicios de lado.
—¡Hola! ¡Bienvenida! ¿En qué te puedo ayudar? —le recibió amablemente un chica con rastas de colores.
—Ejem, hola. Eh, yo, vengo a cubrirme un tatuaje.
La chica asintió, no era el primer caso y estaba segura que no seria el último. No pudo evitar darle una repasada a Mimi, no era la típica cliente, decidió pronto que eso no le interesaba.
—¡Claro! ¿Vienes con alguien en especial?
—Sí. He escuchado maravillas del trabajo de Park Eun Sung.
—¡Eun Sung! ¡Claro, es magnífica! Espera un momento.
La chica entró a través de una cortina al área escondida detrás del mostrador. Voces sonaron mientras Mimi taconeaba en el suelo. Más que impaciente estaba adolorida, había caminado bastante camino en tacones muy altos. Estaba regañándose a si misma cuando un chica con una pinta bastante normal salió.
—¡Hola! Yo soy Eun Sung. ¿Me dicen que deseas cubrirte un tatuaje?
Mimi asintió. La chica tenía un acento gracioso, como si no se enterase de nada, pero así eran las coreanas. Le había inspirado confianza desde el segundo cero que había asomado su lacia cabellera, estaba segura ahora que había llegado al lugar indicado.
—¡Muéstrame! —le pidió Eun Sung mientras se recargaba en el mostrador.
Mimi se desató la gabardina mostrando una blusa de gasa negra transparente, deshizo un par de botones inferiores y subió la tela. Justo en sus costillas de lado izquierdo un tatuaje de tamaño mediano se leía.
«Michael».
—¡Vaya chica! ¡Eso es tener agallas! —se tapó la boca con ambas manos— Perdona. Y dime, ¿tienes una idea?
—Sí, quiero un pájaro con sus alas extendidas— contestó mientras se acomodaba la ropa de nuevo.
La coreana le guiñó el ojo mientras sacaba de algún compartimiento debajo del mostrador un cuaderno. Hojeó audiblemente las hojas hasta que se detuvo y señaló un punto con el dedo. Volteó a ver el reloj de pared que estaba tras de Mimi y luego la miró a ella.
—Tengo una cita programada para esta hora pero lleva ya cinco minutos tarde. Nuestra tolerancia es de diez, si el chico no viene te pasaré. ¿De acuerdo?
—Perfecto.
—Mientras te haré algún boceto, linda. Ya veras que conseguiremos algo hermoso.
Mimi le sonrió satisfecha y, a decir verdad, algo cohibida. Eun Sung estaba dibujando algo en el dichoso cuaderno mientras Mimi ya se había acomodado en uno de los sillones circulares del lugar. Un suspiro abandonó su garganta mientras recordaba la historia detrás del tatuaje.
Para su mala suerte no habían pasado ni dos minutos cuando la puerta del lugar se abrió dejando entrar a un hombre también con gabardina. El cabello largo le tapaba la cara, además que estaba agachado sacudiendose el viento que le había pescado en el camino. Cuando levantó la mirada fue directo al mostrador sin siquiera advertir a Mimi.
Pero ella si lo había visto y reconocido. Ahora sólo deseaba escabullirse sin hacer ruido. Podía venir después, o tal vez quedarse con el tatuaje, al fin y al cabo que mas daba. «¡No!», se regaño, tenía que quitarse esa condenada cosa.
—¡Ken! —Eun Sung lo saludó contenta— un poco más y te ganaban el lugar.
—Discúlpame por favor. Mi jefé no se callaba.
—Tranquilo, tranquilo —le respondió y luego se dirigió a Mimi. —Chica, discúlpame pero mi cita ha llegado y su sesión es algo larga ¿Quieres agendar algo? Si me das tu correo electrónico puedo enviarte algún boceto.
Ken volteó de igual manera. No había manera que no la hubiese reconocido a pesar que no eran realmente cercanos. De hecho, Ken recordaba haberla visto por última vez en la reunión anual de Navidad que todos sus amigos organizaban. Navidad... y ya era Abril.
—Mimi-san —le saludo inclinando un poco la cabeza y recordando que tenía permiso de usar su nombre de pila.
Mimi suspiró antes de decirle hola ella misma. Resignada a haber sido descubierta se preparó para el interrogatorio obligado:«¿Qué estás haciendo aquí?», seguro preguntaría. En su mente ya había respondido con sarcasmo: «¿Qué que hago en un local de tatuajes? ¡Vengo a hacerme las uñas!».
Ken solo le sonrió, como esperando él a que ella dijese algo. Lo que salió de sus labios fue bastante estúpido.
—¿Qué estás haciendo aquí?— preguntó bobamente.
Lo peor fue que Ken se rió. Mimi solo deseaba que la tierra se la tragase, ya.
—Vengo a sombrear mi ultimo tatuaje —le respondió con una sonrisa en los labios— ¿y tú? Francamente tampoco esperaba verte por aquí.
—Vengo a cubrirme un viejo tatuaje.
Ken no pudo evitar su expresión de sorpresa. ¿La glamourosa Mimi con un tatuaje? Bueno, hace mucho que habían pasado a ser moda pero aún así no lo hubiese imaginado ni en un millón de años. Aunque pensándolo bien, realmente no conocía a Mimi. Había sido poca su interacción desde siempre.
—Al parecer tú serás la afortunada de ser la primera en ver el tatuaje de Ken-san terminado —Eun Sung intervino al quedarse aquellos dos callados. —Anden, pasen los dos.
La artista tenía un presentimiento.
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Miyako estaba sentada en el sofá frente al televisor gigante de Jyou. El aparatejo estaba desconectado y ella se calentaba las manos con un té que había preparado mientras se preguntaba porque Jyou compró aquella inmensa pantalla si no veía la televisión. De Jyou se preguntaba constantemente muchas cosas.
Justamente esperaba que entrara por la puerta en cualquier momento. Ella estaba preparada. Había llamado para preguntar por él, las enfermeras eran buenas amigas suyas por el tiempo en que se encontró asignada al Hospital General de Tokyo, y le habían dicho lo que ella temía. La operación no había ido bien.
A Miyako siempre le encantaron los computadores pero, después de recibir un curso de primeros auxilios en el instituto, le empezó a interesar el área de salud. Se le pegó como lapa a Jyou durante una buena temporada para que el estudiante de medicina le contara todo lo que pasaba en la facultad, de sus clases y de sus prácticas. Ken nunca le reprochó nada, al contrario, la animaba a que se informara más sobre la carrera puesto que estaban por graduarse del instituto.
Pensar en Ken siempre era peligroso. Su estomago se revolvía cada que pensaba en el peliazul y todo el daño que le había causado. La última vez que hablaron al respecto él le dijo que se preocupase por ella misma porque él estaría bien y que si la hacía sentir mejor él diría que la perdonaba. No la hizo sentir mejor pero Ken parecía haber olvidado todo el asunto y siguió con su vida. Al final nada había salido como lo había planeado en sus años adolescentes: ni estaba casada con Ken ni era doctora.
Se dio cuenta que no podría ejercer tal profesión cuando su padre sufrió un ataque al corazón. Aquel ha sido uno de los peores días de su vida, la sola idea de perder a su progenitor le había frito los nervios. El horror vino cuando el hombre que convalecía a lado de la cama de su padre murió por las mismas causas. Lloró dos noches seguidas por aquel desconocido, pensando que pudo haber sido su padre, que las cosas se complicaban de la noche a la mañana y que nadie estaba a salvo. Afortunadamente lo de su padre había sido un susto causado por un maldito coágulo salido de una placa que fue solucionado con una angioplastía coronaria.
Ya más calmada pensó lo difícil que sería aprenderse todas esas palabrotas.
Entonces Koushiro le entregó un panfleto de la universidad que leía: «Ingeniería Biomédica».
Bingo.
Su relación con Ken sobrevivió los años de universidad porque sus respectivas facultades eran vecinas. Jyou pasó a sus guardias milenarias en diversos hospitales, esfumándose del mapa. Volvieron a encontrarse cuando ella terminó trabajando en el mismo hospital que él.
Jyou constantemente la molestaba por haber claudicado de medicina en el último momento. Miyako lo introdujo a las novelas de doctores que había ignorado por tanto tiempo se transmitían en la sala de descanso. De saludos en los pasillos pasaron a buscarse para almorzar, ver el nuevo capítulo de E.R o salir juntos a algún bar después de un día estresante. Igual que el caso del desconocido, las cosas se complicaron de la noche a la mañana y ellos no se salvaron de enamorarse e iniciar una relación a espaldas de Ken.
¿Por qué? Porque Miyako no encontraba el valor de terminar a su novio de ocho años.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el cerrojo. La figura cansada de Jyou entró por el marco de la puerta al tiempo que dejaba caer el maletín lleno de casos clínicos al suelo. La bata se había quedado en el locker del hospital en un intento por dejar la profesión allá. Miyako corrió a abrazarle y él la apretó hacia sí con fuerza.
—Supongo que ya lo sabes entonces.
—Te escucharé si deseas hablar al respecto —Jyou negó con su cabeza pegada a su hombro— ¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de comer? Hice un poco de té también.
—El té suena bien— le dijo con voz queda.
Pero antes de que siquiera Miyako pudiese deshacer el abrazo para dirigirse a la cocina Jyou empezó a sollozar en sus brazos. Miyako le acariciaba el cabello para consolarle aunque ella misma estaba con lagrimones acumulados en los ojos. La gente no sabía todo lo que involucraba ese trabajo y tachar a los médicos de fríos y calculadores era algo cruel, estaba segura que todos los envueltos en la operación de Yukiko-chan estaban desechos en sus respectivos hogares.
Lo dirigió al sofá donde le recostó. Jyou aún se colocaba en posición fetal cuando tenía miedo o estaba triste. Miyako regresó en escasos segundos con el té preparado y se lo dio de beber con cuidado.
—Yukiko-chan ya no sufré, mi amor—le dijo queda esperando que el comentario fuese de algún consuelo. Jyou sólo asintió.
—Lo sé. Objetivamente sé que era una operación muy complicada para una niña tan pequeña como ella pero era la única manera. Al final el hematoma le aplastaría el cerebro. Sin embargo nosotros al parecer fuimos más letales.
—¡Tú no mataste a nadie!—Miyako le reprendió por aquel pensamiento— Ustedes estaban tratando de ayudarla y ella simplemente no resistió.
—A veces me pregunto si decimos aquello para excusar nuestros propios errores. Algo que no vimos, un segundo tarde que reaccionamos, no lo sé Miya. Las variables que convergen para causar la muerte son sencillas. ¿Por qué no resistiría?
Miyako se quedó muda ante tal cuestionamiento.
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Sora estaba enfadadísima. Su noche de paz y tranquilidad había sido interrumpida por su novio. Yamato le había texteado que deseaba sacarla a cenar y que pasaría por ella a las ocho en punto.
Como si ella estuviese a su disposición esperando su disparo de salida. Tonto.
Taichi le decía a Sora muy seguido que compadecía al pobre de Yamato porque ella siempre encontraba algo para enfadarse. Obviamente Sora lo mandaba a freír espárragos, Taichi siempre la molestaba y ya no era novedad. Además a Yamato no parecían importarle sus desplantes.
A las ocho con un minuto el timbre sonó. Sora corrió a la puerta para abrirle y se regresó sobre sus pasos sin saludarle. Yamato conocía el camino y la siguió a su habitación. La pelirroja había perdido el tiempo haciendo berrinche sola y apenas había salido de la regadera.
—¡Fue todo muy de imprevisto! Tienes que avisarme con antelación porque asi no puedo hacer las cosas Yamato ¡No puedo!
El rubio se acostó en su cama sin decir nada mientras Sora revoloteaba por su closet buscando algún atuendo.
—¿Cena a dónde? No quiero volver a ponerme vestido para ir al McDonalds.
Yamato se rio al recordar aquella cita mientras Sora lo atacó con una almohada y en ropa interior. Una voz maquiavélica le dijo que olvidara todo y la tomara ahí mismo pero su billetera reaccionó para recordarle que perderían una costosísima reservación, sin reembolso.
—Tú te verías espléndida con un saco de papas puesto— le dijo al tiempo que logró tomarle de las muñecas para detener su ataque— pero de preferencia búscate el mejor vestido que tengas.
Sora rodó los ojos y se soltó para buscar la prenda indicada. Sacó un pencildress color rojo satin, lo veía confundida.
—¿Qué pasa muñeca?
—No se de dónde salió este vestido.
—Pues se ve fabuloso, úsalo.
Sora le miró alarmada. ¡Pero si no era suyo! Además estaba la cuestión de como había llegado a su closet. Después de un momento de análisis, su cerebro le mostró la imagen de su castaña amiga.
—Es de Mimi. Fuimos de compras la semana pasada, posiblemente lo dejó por error. Suele acomodar mi closet por colores cuando visita mi habitación.
—¿Ah sí? Pues a mi me gusta, le pagaré de vuelta a Mimi. Úsalo.
Sora sonrió. A ella también le gustó cuando lo vio en el aparador pero aparte de ser la cosa más cara del mundo no estaba segura que le fuese a quedar. Los pencil dresses se caracterizaban por un corte bastante angosto en el área de la cadera y muslos. Además era tipo halter y sus hombros siempre le habían parecido anchos.
Se vio obligada a maquillarse en el auto. A Yamato se le acababan los quince minutos de tolerancia para la reservación después de que Sora decidió que deseaba peinarse con tenazas. Que bueno que hubo cambiado la reservación una hora más tarde previniendo los movimientos de su novia.
Sora se sorprendió que hubiesen llegado a uno de los restaurantes más exclusivos de Tokyo. ¡Bendita Mimi! Todos sus otros vestidos se verían como el saco de papas que había mencionado Yamato. Ironías de la vida de una diseñadora de modas, sus closet era bastante promedio.
Yamato le ofreció su brazo después de haber hablado con el hostess, su mesa estaba lista y eran esperados. Atravesaron toda la longitud del salón que servía como comedor y dónde había personas chocando copas, cortando filetes y riendo estridentemente. Resultaron llegar a un balcón exclusivo donde una solitaria mesa para dos yacía. Había velas en los barandales de piedra y flores colgadas de las luces navideñas que les alumbraban junto con la luna. ¿Luces navideñas en Abril? Sora sonrió.
—¿Qué es todo esto?— preguntó emocionada.
—Nada. Sólo creo que te has portando muy bien últimamente y mereces una linda cena.
Sora le pegó en el hombro sobre la chaquetina que Yamato había sacado de la cajuela de su auto. Ella estaba elegante y él, bueno, usar traje era su peor pesadilla. Increíblemente no desentonaba con el lugar a pesar de venir casual porque siempre se veía sofisticado y altivo. Así era un rockstar.
A Sora casi se le salen los globos oculares al ver los precios en el menú y a pesar que sabía de la solvencia económica de su novio se decidió por uno de los platillos más sencillos. Yamato pidió una botella de vino y uno de los cortes de la casa. Cuando el mesero se fue él volteó hacia ella y le guiñó el ojo.
—Espero que esta sea una inocente cena— le dijo nerviosa.
—¿A qué te refieres?
—Bueno es que—Sora vaciló— no recuerdo que hoy sea una fecha especial en ningún aspecto. Y tú siendo tan partidario del dicho que es mejor pedir perdón que pedir permiso... pues no sé.
La risa de Yamato inundó el lugar. Llegó hasta el estacionamiento.
—No Sora, no confundas las cosas. Te prometo que no es nada de eso.
Sora sonrió un poco más calma. Podía ver la sinceridad en los ojos azules del hombre que amaba y del que no se había separado desde el primer año del instituto. Tenían un buen kilometraje ya recorrido y no podía ser más feliz. Recordó las palabras del desgraciado de su mejor amigo y se preguntó si Yamato pensaba lo mismo.
—Dime Yama ¿Eres feliz?
El rubio casi se atraganta con la aceituna de su canapé.
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