Declaimer: Miraculous Ladybug: Tales of Ladybug and Chat Noir son propiedad intelectual y por derechos de autor de Thomas Astruc y los estudios ZagToons. Este es un proyecto sin fines de lucro, sin intenciones de cambiar o apropiarse del canon original y sobre todo, de una ferviente fan para ustedes y nuestra recreación. El uso de esta historia fuera de este medio ( ) está estrictamente prohibido. No al plagio ni a la falsa acreditación de los derechos de autor. Espero se comprenda.
Arte de la carátula por: Ceejles (ceejles .tumblr .com ) (Seguramente ya la conocen, visiten sus redes sociales para apoyar su arte, lo pongo por separado para que FF no lo borre).
Hola gente, este es una historia nueva de este bonito fandom al cual últimamente me he visto muy atraída y hypeada (Pero quien no lo va a estar con tremenda temporada, jiji). En fin, me vi en la necesidad creativa de hacer algo, obviamente sin fines de lucro para pasar el rato y entretenernos. Espero que les guste mucho, es un nuevo proyecto que, sin ambicionar más que una sana recreación y diversión, podremos manos a la obra con elementos que ya se nos presentaron. Intentaré conservar con la mayor precisión posible a los personajes y no salir mucho de personaje de algunos otros... Dado que, spoiler, algunos no serán precisamente lo que podamos pensar con exactitud.
En fin, sin más palabras:
Restorer.
-1-
Déjà vu.
De nuevo, abría los ojos antes que su despertador. No es que lo hiciera a propósito, simplemente pasaba. Era cuestión de suerte… ¡Buena suerte! Se repetía inconscientemente, como si aquello fuese una novedad.
Marinette estiró sus brazos mientras daba un amplio bostezo. Era buena cosa que ese día se levantara temprano, tenía el presentimiento que todo iba a estar bien, ¿Cómo no podría? Era un día importantísimo. Automáticamente se llevó los dedos al anular de su mano izquierda. Recién anoche había sido muy interesante. Un día lleno de sorpresas y sospechas, pero que culminó con una de las experiencias más hermosas de su vida. Se sonrojó de sólo pensarlo y soltó una pequeña risa mientras se levantaba para dirigirse al baño.
Estaba a punto de tomar el pomo cuando la puerta se abrió repentinamente, haciéndola retroceder.
—Buenos días. – dijo el muchacho, quien sostenía una toalla alrededor de la cintura y le sonreía tan abiertamente cómo ella hacía un minuto.
—Buenos días. – pronunció de forma soñadora, porque, para ella, era como estar frente a un sueño hecho realidad.
Adrien amplió su sonrisa y descendió su rostro para plantarle un beso en los labios. Fue uno rápido, casto, sin otras intenciones… A las cuales a ella, no le importaría corresponder.
—Disculpa, ¿No te molesta que use tu baño, verdad?
—Sabes que no. – ella negó suavemente, sin perder de vista su fanales ojos. —¿Quieres quedarte a desayunar?
—Lo siento, no puedo. – eso la desanimó. —Papá me llamó muy temprano, quiere que nos reunamos para un asunto de su compañía.
—Entiendo. – sí, lo hacía, aunque era una lástima, se dijo a sí misma.
—No te desanimes, mi lady. Vendré cuando tenga la más mínima oportunidad. – ella se sonrojó ante lo dicho.
—No, no, por favor, no es necesario. – tartamudeó un poco. —Sé que tu padre es una persona muy ocupada, si te llamó es por algo realmente importante, ¿No? – Adrien se encogió de hombros. —Estaré bien, unas cuantas horas sin verte no harán que deje de quererte. – se atrevió a decir, era… ¿Era alguna clase de piropo? Adrien se carcajeó inocentemente.
—Eres increíble. – volvió a besarla. —Te cedo el baño. – caminó hasta sentarse en la cama.
—¿Tienes una muda de ropa?
—Usaré la del día anterior.
—¿No estará sucia? – lo debía de estar, la cena de anoche involucraba a una emocionada y torpe Marinette, ¿Quieren adivinar en donde cayó la copa de vino que ella sostenía justo en el momento que Adrien le pidió matrimonio? Una pista, la camisa pulcra de Adrien tendría que ser aseada en una tintorería.
—Descuida. Cerraré el saco. – no estaba haciendo mucho frio y eso preocupó a la chica.
—No tienes que hacerlo. Te morirás de calor.
—Puedo soportarlo. – comentó mientras se vestía.
—Aguarda. – ella caminó hasta el armario y comenzó a buscar algo. —¡Aquí está! – se acercó y le entregó una camiseta. Estaba diseñada especialmente para él, de color negro, con hermosos complementos, algo que, personalmente, le recordaba a su otro yo cuando usaba el miraculous.
—¡¿Lo hiciste para mí?!
—Pensaba dártela ayer… Pero la olvidé. – admitió.
—Es perfecta. – no tardó en probársela. —¡Me queda genial! Y además me veo como un auténtico superhéroe con ella. – Marinette rio.
—Espero que no te confundan con Chat Noir.
—Oh, eso definitivamente sería un error. – los dos sonrieron con diversión. El teléfono de Adrien sonó de nuevo, era un mensaje de Gabriel Agreste, se estaba retrasando. —Es mi padre. – se volteó a su prometida. —¿Pasó por ti a las ocho? Iremos a cenar con papá y le contaré sobre nuestro compromiso. – ella se le acercó y colocó sus manos sobre sus hombros, asintió contenta.
—Pienso que contárselo a Alya será incluso más complicado que a tu padre.
—¿Por qué?
—Me romperá los tímpanos.
—Me encantaría ver su reacción. – los dos, volvieron a reír.
—Anda ya. No quiero que te regañen por mi culpa.
—Créeme, valdría cada palabra. – se inclinó para unir mudamente una promesa de amor. —Por cierto, mi lady.
—¿Umm? – ella suspiró, ¿Les había dicho ya que sentía como si estuviera en alguna clase de fantasía?
—¿No prefieres vestirte antes de ir a despedirme a la puerta? – Marinette tuvo un repentino cambio de colores, desde el rojo, a un rojo más intenso. Quizás acababa de inventar un nuevo color escarlata. Adrien se carcajeó y le acarició una mejilla. —Me voy, nos vemos a las ocho. ¿Plagg? – el Kwami, quien por cierto había estado dormido en todo el rato, se levantó perezoso y se inmiscuyó en la ropa del hombre.
Cuando Adrien Agreste emergió del departamento, Marinette se dejó caer en la cama con un suspiro de felicidad. Tikki se le acercó flotando.
—¿Tomarás un baño? – ciertamente entendía el porqué de su… poco uso de ropa, pero no quería redundar en los hechos.
—Sí, le prometí a Alya que iríamos a almorzar y tengo que reunirme con mi asesor en el Louvre.- se alzó para ir a recoger su ropa.
—¿Qué harás esta vez en el museo?
—Está empezando la temporada y quiere que hagamos algo diferente. – se aproximó al baño. —Algo así como, una línea vintage.
—¿Vintage significa viejo?
—Sí. Aunque es más bien… Retro. Pietro tiene ideas un poco disparatadas a veces, pero considero que en esta ocasión se ha anotado un Home Run. Tengo muchas ideas al respecto.
—¿Y qué pasará con la cena del señor Agreste?
—No te preocupes, me apresuraré para llegar a tiempo. – abrió el grifo de la ducha. —Siendo Ladybug, ¿Qué podría salir mal? – Tikki no comentó nada más, asintió en silencio mientras ella terminaba lavarse el cabello.
…
—¡¿Qué tú qué?! – sí, definitivamente había sido como predijo. Alya la tomó de los hombros, sacudiéndola repetidas veces. Ella tuvo que hacer malabares con su limonada para no derramarla.
—¡Alya! – la llamó nerviosa por la amenaza de manchas sobre su ropa perfectamente planchada.
—Lo siento, lo siento… - la liberó. —¡Es que no puedo creerlo! Esto tiene que saberlo Nino. – tomó su teléfono celular.
—¿Qué tal si le dices después? Conociéndote, no dejarás de hablar con él como por una hora.
—Cierto, muy cierto. – guardó su móvil. —Pero en serio, amiga. No pensé que Adrien y tú dieran el paso tan pronto. – Marinette se sonrojó.
—Bueno, la verdad es que nos conocemos desde la escuela, ¿Por qué sería tan raro?
—Adrien no había sido la persona más perceptiva cuando de ti se trataba y tú tampoco eras muy hábil para hablar de amor frente a él. – Alya sonrió nostálgica. —No puedo creerlo, es una noticia maravillosa. – y sin más Alya se levantó de su asiento para abrazarla con sinceridad. —Estoy muy feliz por ustedes. Más por ti que por él. –agregó juguetona.
—Gracias. – Marinette resistió la tentación de llorar. Correspondió al abrazo de su amiga.
—Disculpe, ¿Podría darnos una mesa? – una voz frente a ella la hizo prestar atención a una pareja que había llegado de pronto. Sus ojos se entrecerraron ante una inesperada sensación de familiaridad.
—¿Mari? – Alya le llamó cuando sintió que ella no la soltaba. Marinette por su parte, estaba absorta mirando al frente.
Se trataba de un hombre, robusto, musculoso, moreno; tanto de piel como de cabello, que usaba una coleta perfectamente atada. Sus rasgos, entendiblemente extranjeros para su continente, sólo pautaban lo interesante de su fisionomía. No parecía ser muy alto, pero tenía la certeza de que una vez frente a ella, sí le superaría en tamaño. Por su parte, la chica con la que estaba era ligeramente más chaparra. Con una tez ligeramente más clara pero sin llegar a ser caucásica, de cabello liso y negruzco, ojos de color verde, cual esmeraldas, quién se percató antes que el chico de su mirada imprudente. Sus ojos se toparon directamente y ella, pese a no conocer a Marinette, alzó una mano con cuidado y de forma discreta le saludó.
Esa fue una señal para la chica. Alya ya se removía inquieta en sus brazos.
—¡Marinette! – reclamó y ella la soltó.
—Ah, perdón, no sé… - se volteó a la mesa de enfrente, tanto la pareja como el mesero le miraban desconcertados. Alya, por supuesto, hacía lo mismo. —Yo me… distraje. – se sonrojó de la vergüenza.
—Más bien fue un lapsus brutus. – Alya se acomodó el cabello y se sentó en su respectivo lugar. —¿Qué tanto mirabas? – se volteó de forma discreta para ver hacia atrás. No había nada anormal, excepto la pareja que acababa de llegar.
—Yo, me pareció ver… Nada. – se encogió en su asiento y bebió un poco más de limonada.
—Tan sólo la misma Marinette de siempre. – comentó Alya mientras se cruzaba de brazos y sonreía. —Pidamos la cuenta, ¿A qué hora tienes que llegar al museo?
—En unos… ¡Diez minutos!
—Lo que pensé.
…
—¡Marinette! – Pietro era un hombre un poco mayor a ella. Quizás andaba a mediados de la cuarta década de su vida, por lo tanto, sólo debía llevarle unos diez años más, no obstante, su comportamiento melodramático y excéntrico le ganaba el sobrenombre de Shakespeare, puesto que sus reacciones eran "artísticamente" más exageradas que las de una persona normal.
No obstante, justo ahora tenía razón, Marinette había llegado tarde, para variar. Afortunadamente, Pietro la conocía y no se extrañaba por su impuntualidad ocasional. Él solía ser una persona paciente, pero nunca desaprovechaba una oportunidad para declamar a los cuatro vientos.
—¡¿Qué angustioso viento te trae en tan presurosa carrera?! ¡Estaba muerto de incertidumbre ante la posibilidad de que un siniestro sinuoso hubiese cruzado su sendero junto al tuyo!
—¿Qué? – por supuesto y pese a su descripción, no significaba que Marinette entendiera todo lo que dijera, ¿O sí?
—Que si porqué llegaste tarde. – aclaró volviendo espontáneamente a la normalidad.
—Lo siento, me retrasé en el almuerzo, no ocurrirá de nuevo. – colocó sus dos manos al frente y al hacerlo, Pietro contempló el anillo planteado que rodeaba su dedo anular.
—¡Querida! – se apresuró a tomarla de las manos. —¡¿Pero qué es esto que veo?! – apuntó a la sortija. Ella se sonrojó, la gente que estaba a la entrada del Louvre miraba curiosa.
—Ah, es… Un anillo de compromiso. – expresó con nerviosismo. —Acabo de… Aceptar la propuesta de mi novio.
—¡¿El joven Agreste?! – la gente carraspeó alrededor. Marinette cubrió la boca de su amigo.
—¡Pietro!
—Claro, claro… - se quitó la mano de Marinette y respiró para mermar sus emociones. —¡No hay nada que ver aquí gente! – los despidió ofendido y las personas, con el ceño fruncido, continuaron su andar. No tardó en regresar hacia Marinette. —Muchas felicidades, cariño. – la abrazó. —¿Cómo es que ese hombre tuyo llega a ser tan impredecible?
—Tampoco lo sé.
—Bueno, a decir verdad eso explicaría por qué estaba tan feliz por la mañana. – miró de soslayo a Marinette. —Llegó, prácticamente, dando saltitos hasta la oficina de su padre.
—¿De verdad? – lo cierto es que ella también había hecho algo similar de camino al restaurante en donde se encontraría con Alya.
—Parecía un sol, lo juro. – Pietro sonrió encantado. —Supongo que yo estaría igual si mi novio me dijera que sí.
—¿Estás pensando en declarártele a Tony? – ahora era su turno para emocionarse.
—Oh, mi cielo... Ese hombre teme más al compromiso que yo a las arañas. – expresó con una mueca de desagrado. —Admito que me gustaría dar el paso con él, es sólo que no sé si llegaría a ser una buena idea.
—No lo sabrás si no lo intentas. – animó la chica.
—Sí, quizá el próximo año. – Pietro respiró profundamente y la tomó de la espalda. —Ahora, ¿Por qué no mejor vamos dentro? Hay una exposición de arte clásico y estaba pensando en el tema para esta nueva línea de ropa. ¿Qué te parece: "Una vista al pasado"? ¡O mejor aún: "Vestigios"! Creo que es un nombre mejor. – Marinette sonrió mientras se dejaba arrastrar por su amigo.
Una vez dentro del museo, Pietro la llevó a la sala de exposición. Pasaron lentamente por los pasillos apreciando, primeramente, las pinturas según su periodo artístico. Marinette estaba tan distraía por la famosa Mona Lisa, que no se dio cuenta que iba muy cerca de un hombre, tropezando inevitablemente.
Se trataba de un sujeto corpulento, casi tan grande como un jugador de baloncesto de las ligas profesionales; así como musculoso. El hombre la tomó de la muñeca, evitando que se fuera contra el suelo.
—Lo lamento… - ¿Cuántas veces se habría disculpado ese día? El hombre, por su parte, carraspeó con una mueca que no supo identificar.
—¡Hey, tú! – escuchó una voz fémina detrás. Era una mujer igualmente corpulenta y atlética. Portaba un conjunto deportivo con zapatos ideales para correr. Su mirada, impaciente atravesó desde Marinette al hombre con el que había tropezado. —¿Qué estás haciendo, Henry? Te dije que no te separaras mucho de mí. – para entonces el hombre había soltado a Marinette y se giró para encararla.
Hablaban un idioma desconocido. Al menos para la portadora de la mariquita. Parpadeó un par de veces y justo cuando la conversación parecía acalorarse habló.
—Eh, disculpe. Lo siento, no me fije… Amm, ¿Hablan francés? – lo último lo dijo al ver que ambos le dirigían miradas llenas de confusión.
—Yo sí. – se le acercó la mujer. —Lo siento, mi primo es un poco descuidado. Acaba de llegar a Paris y lo traje de paseo. ¿No te lastimaste o sí?
—No, no, es que yo estaba distraía y choqué con él.
—Sí, suele pasar, es un tipo enorme. – con sus nudillos le golpeó levemente los pectorales. El hombre gruñó y se cruzó de brazos. Le susurró algo a la chica y ella asintió.—Mi primo dice que lo siente. No te preocupes, no pasó nada malo. Me alegra que no te cayeras al suelo. Adiós. – dieron media vuelta y casi de forma tosca avanzaron entre la multitud. De nuevo, una sensación de nostalgia embargó a Marinette. No estaba segura de qué podría ser exactamente, pero su presencia le desconcertaba. Lo mismo había sentido al ver a la pareja en el restaurante. ¿Por qué sentía que ya conocía a esas personas? O en todo caso, ¿Se parecerían a alguien a quien inconscientemente estaba ignorando?
—¡Marinette, querida! – Pietro llegó a su lado y le palmó el hombro. Acababa de tener otro lapso. —¿Por qué te rezagaste?
—Tropecé con un sujeto.
—¿Algún bravucón?
—No, fue sólo un accidente. ¿Proseguimos?
—Seguro, linda. – finalmente llegaron a la sala abierta de exposición en donde querían llegar. A decir verdad pasaba un poco desapercibida, dado que se encontraba en una sala muy al fondo del museo.
Cuando bajaron la pequeña escalinata para llegar allí, la primera cosa que vio Marinette fue una hermosa pintura de Juana de Arco. Los trazos, exquisitos, expresaban un porte decidido y solemne. Una doncella entregada a su patria, tachada de loca por algunos, de heroína por otros. Su participación en la guerra de los Cien Años le había realzado entre muchos como una líder nata, que buscaba la victoria de su pueblo a costa de una doctrina dogmática.
Si historia era especial para todo francés, pues se hablaba, literalmente, de una mujer que había vencido los estereotipos para ser el estandarte de una época. Sí, había terminado de una forma inhumana; pero su genio fue posteriormente reconocido por aquellos a los que dijo ser una enviada de Dios, santificándola y formando parte importante de la historia de la humanidad.
Marinette admiraba a Juana de Arco. Su nombre, poco mencionado en la actualidad, continuaba siendo un ejemplo de heroísmo puro.
—Ah, Jeanne d'Arc. – mencionó Pietro a su lado. —¿Qué te parece la pintura?
—Es hermosa. – lo era.
—¿Te inspira?
—Lo cierto es que sí. – Marinette sonrió abiertamente. —Pero, además, me hace recordar… Cuando era más joven.
—¿En serio? ¿Cómo? – Pietro se cruzó de brazos, esperando su relato.
—Cuando era un estudiante vine a ver una exposición como esta… Ahora que lo pienso, es idéntica. Se siente como…
—¿Déjà vu?
—Sí… - carraspeó, una punzada inesperada se abalanzó contra su sien izquierda. Su rostro se había modificado inmediatamente ante la molestia.
—¿Qué sucede, querida? – Pietro se acercó un poco más.
—Me… Me duele un poco la cabeza eso es todo. – parpadeó, deseando que el dolor se alejara volando, como una mariposa.
—¿Estarás bien?
—Sí, es sólo… - pero no iba a estarlo, nada lo estaría a partir de ahora. Una sensación de incertidumbre se apoderó de ella y en un abrir y cerrar de ojos, sus entrañas se removieron víctimas de una punzada dolorosa, todo en ella se estremeció, mientras sentía que sus músculos eran amasados por una fuerza invisible. Algo resplandeció en su bolso, fue lo suficientemente fuerte como para que ella y Pietro se dieran cuenta.
—¿Es tu teléfono?
—¿Qué? – Marinette no podía dejar de mirar el resplandor que lograba colarse aún contra el material.
—Marinette, tus pendientes… ¿Están brillando? – eso la alarmó mucho más. Se llevó las manos, con una impresionante fuerza de voluntad, para protegerlos de los ojos curiosos, rogando porque las motitas negras y el rojo de su miraculous no llamaran la atención.
—Fu-Fueron el regalo de una amiga… ¡Son importados! Brillan… De vez en cuando… Tengo que ir al baño. – como si sus pies estuvieran hechos de plomo, Marinette avanzó dando tumbos contra sus propias rodillas.
—¿Segura que estás bien? – Pietro caminó a su lado. —¿Necesitas algo? ¿Llamo a un médico?
—Estaré bien… - quería aparentar que el malestar físico que sentía no era tan grave, pero conforme caminaba se volvía más agobiante. Localizó el baño no muy lejos de la exposición. Aferrándose a las paredes, consiguió llegar a la puerta, la empujó con escaso impulso y al pisar dentro sintió que las baldosas del baño bailoteaban. Su vista se estaba borrando, sus fuerzas acabando y su control corporal comenzó a ser menor. Llegó a un cubículo y se dejó caer contra la tapa del inodoro. Retuvo la cabeza con sus manos y gimió cuando una punzada volvía a retar su autocontrol.
No obstante, esta vez fue diferente. Algo muy extraño pasó. ¿Una visión quizás? ¿O qué podría ser aquello?
Varias imágenes, casi como retazos de una película, se proyectaron en su mente mientras veía diferentes panoramas que recorría de arriba hacia abajo. Pudo ver edificios, selvas, bosques, lagos, personas vestidas con ropas características de países y épocas específicas. Los sonidos vinieron después. Se trataba de palabras en idiomas que no conocía, algunas en francés; las cuales relucían frases cortas como: "No podrás…" "Úsalo, tu poder…", entre las pocas que pudo percibir. De pronto y tal como había comenzado, desapareció.
Marinette dejó caer sus brazos hacia los costados. Sus aretes ya no estaban brillando y su estado físico se restablecía, mas ella continuaba aturdida.
—Tikki… - exclamó con un hilo de aliento. —¿Qué fue eso? – la bolsa se abrió, revelando a la kwami con un rostro desconsolado.
—No lo sé, Marinette. – se acercó a su mejilla y se recargó sobre ésta. —De pronto sentí como… Si una vorágine me arrastrara a algún sitio. Casi como si mi alma se deprendiera de mi cuerpo.
—Fue horrible… - concluyó su portadora. —¿Esto es algo que ya había pasado? El miraculous estaba brillando.
—Pues…- la pequeña criatura flotó hasta encarar a la chica. —Siento como si esto… Ya lo hubiera vivido antes, pero no sé si... – se estableció un espeso silencio entre las dos. Marinette sonrió con preocupación e incertidumbre.
—¿Sabes, Tikki? Yo siento lo mismo.
Su celular comenzó a sonar, Marinette revisó la pantalla y justo cuando estaba a punto de pulsar el botón verde, se detuvo unos segundos.
—Es Adrien, Pietro debió preocuparse mucho. – miró a Tikki y suspiró. —Creo que debo contestarle.
—¿Qué le dirás?
—No lo sé. Hasta no estar segura… No sé qué inventar. – respiró hondo y presionó la imagen del teléfono en blanco y verde. —¿Hola?
…
Adrien palideció cuando Pietro le llamó por teléfono. Según lo dicho por el diseñador, su prometida había tenido un episodio de una crisis que no supo identificar en el museo. La chica casi se arrastró al baño para "esconderse" de él. Muerto de angustia, había recurrido a llamarle, para que pudiera convencerla de llevarla a un hospital.
El muchacho detuvo todo lo que estaba haciendo y no tardó ni dos segundos y llamar a su mujer. Le molestó que el timbre sonara más tiempo de lo habitual, pero al escuchar su voz, se sintió más tranquilo.
—¿Hola?
—Marinette, ¿Estás bien? Pietro me llamó… ¿Te sientes mal? Me dijo que estabas pálida y pareciera como si algo te doliera. ¿Quieres que vaya contigo? Llegaré en menos de diez minutos, si me transformo puede que más rápido.
—Tranquilo, todo está bien. – estaba nerviosa, nunca le gustó mentirle a Adrien. Ni siquiera cuando aún eran adolescentes y tenían que mantener sus identidades protegidas a toda costa, así que, decir verdades a medias ante su casi esposo, era difícil de contemplar. —Tuve… Tuve cólicos. Amm, últimamente los he tenido algo fuertes y… Debía correr al baño para, ya sabes.
—¿Cólicos? – no le convenció mucho su excusa. —Te noto nerviosa, ¿Está todo bien? ¿Algo pasó en el museo o en el trabajo? ¿Peleaste con Alya? Nunca te habías quejado de cólicos antes. – su inquisición iba respaldada por su nerviosismo, Marinette era muy importante para él.
—¡Sí, descuida! – su voz tan dulce y ligera le hizo calmarse un poco. —Cómo te dije, no es nada grave… No tienes que venir de inmediato, no tiene caso. – Adrien se quedó serio unos segundos.
—¿Estás segura? No me cuesta nada dejar todo y pasarte a buscar.
—No creo que la gente se tome a bien que Chat Noir pasee por los tejados de París con una mujer que no sea Ladybug. – intentó ponerle humor al asunto y Adrien consiguió relajarse.
—Iría en el auto, lo prometo. – agregó con tono más alegre. Aflojó el agarre sobre el dispositivo, no se había fijado que lo tenía presionado contra las yemas de sus dedos.
—No, no es necesario. – ella insistió. —Nos veremos más tarde. Seguro tienes muchas cosas que hacer y yo también. Nos vemos a las ocho.
—Llegaré más temprano. Quiero verificar que en serio te sientas bien. –Marinette suspiró por su insistencia, en ocasiones, cuando se comportaba así, como el viejo Adrien; aquel del que se enamoró la primera vez, sentía que su cariño crecía exponencialmente. —Júrame que si llegas a sentirte mal, me llamarás.
—Lo juro. – dijo en un susurro.
—De acuerdo. – Adrien ya estaba relajado. —Nos vemos. – colgó.
—¿Algún día dejarás de ser tan aprensivo con esa mujer? – criticó Plagg quien estaba a su lado. Adrien había salido de la oficina en donde estaba y se había encerrado en su baño personal para llamarla.
—Yo no soy aprensivo. Es mi novia, es perfectamente natural que me preocupe por ella.
—Claro… - El gato estiró sus bigotes con sus bracitos. —La niña dijo que estaba bien, ¿No te bastó eso?
—Es mi deber ir a verla. – se cruzó de brazos. —¿Pero qué puedes decirme tú de todo esto? Apuesto a que nunca te has enamorado.
—¡Pero claro que sé lo que es el amor! – se quejó, fingiéndose ofendido. —¡Yo amo el queso!
—¡No es lo mismo!
—¡Lo es!
—¡No!
—¡Sí!
—No puedes comparar el amor hacia una persona como el que sientes por tu platillo favorito, es simplemente inferior.
—¡Retráctate! – refunfuñó frunciendo el ceño.
—¿Señor Agreste? – Adrien dio un respingo cuando tocaron la puerta. —¿Está todo bien?
—¡Eh, sí, sí! – todo el calor se le subió al rostro.
—¿Hay alguien con usted? – se trataba de su secretario, Adrien se sonrojó.
—¡Es mi teléfono! Estaba hablando por teléfono… - carraspeó, Plagg se reía entre dientes al verlo tan avergonzado.
—De acuerdo, señor Agreste. Sólo quería comentarle que los documentos ya están aquí.
—En un momento salgo. – se volteó a su kwami, quien tenía una batalla campal consigo mismo para resistir la risa. —No es gracioso.- murmuró el muchacho.
—Oh, pero claro que lo es. – se carcajeó él.
…
Después de haber pasado un rato incómodo con el muchacho que le ayudaba en la oficina, Adrien respiró más tranquilo cuando pudo subir a su auto y recargar la cabeza contra el volante. Plagg por su parte aún sonreía socarronamente por el episodio pasado, algo que por cierto, no le dejaba olvidar.
—¿Sabes, chico? Ocasiones como estás son las que hacen que valga la pena ser un kwami. – Adrien frunció el ceño una vez que encendió el auto. —¿Sabías que no siempre tenía que esconderme? Había portadores que no les importaba si la gente conocía su secreto o no. Claro que para entonces tenían que proteger el anillo de algún tonto que quisiera robarlo.
—Es verdad, Plagg, nunca te lo he preguntado pero, ¿Cuántos años tienes?
—No lo sé, dejé de contarlos cuanto cumplí los tres mil.
—¡¿Qué?! – se quedó boquiabierto frente a una luz roja.
—¿Qué? ¿No te lo había dicho?
—Nunca habías tenido la decencia de mencionarlo.
—Y tú de preguntarlo. – Adrien rodó los ojos y avanzó, repentinamente varias gotitas de agua rociaron su parabrisas. —Creo que suerte del gato negro vuelve a atacar. – susurró Plagg.
—Es sólo lluvia. – el muchacho le miró de soslayo. Mas cuando se encontró con el kwami, éste tenía el rostro fruncido en una expresión tensa. —¿No te gusta el agua? -Adrien sonrió ante sus propios pensamientos. —Bueno, tiene sentido somos gatos. – ojala su lady estuviera ahí, hubiera sido perfecto para intentar sus ya conocidos, juegos de palabras y bromas sobre gatos.
—Algo malo está pasando. – dijo de repente el pequeño. Adrien se quedó en silencio. —Lo puedo sentir. – Plagg normalmente no se acercaba a las ventanas del auto. Sabía que, aunque minúsculo, la gente podría verlo y asustarse, pero justo ahora, no parecía importarle el hecho de que su identidad era un secreto.
—¿Qué de malo tiene que llueva? – Adrien respiró interrumpiendo el tren de sus pensamientos. —¿Sientes a un villano?
—No, es algo mucho más… Raro. – se pegó al vidrio.
—Plagg, bájate, la gente te verá.
—¡Es por allá! – señaló un sitio entre casas, justo a la vez que se escuchaban truenos en el cielo de Paris. —¡Chico, ve hacía allá! – señaló presuroso.
—¿Por qué? ¿Qué hay hacia allá? – Adrien por el contrario, no podía doblar en los carriles, dado el embotellamiento a causa de la lluvia.
—Sólo ve en esa dirección.
—No puedo pasar los autos.
—Entonces iré yo… - lo vio atravesar el cristal y volar a una velocidad considerable.
—¡Plagg! – ante tal acción, Adrien aceleró y comenzó a maniobrar entre las calles. Fue una suerte que ningún oficial estuviera a la vista. Alcanzó al kwami y éste volvió a entrar cuando lo vio cerca. —¡No hagas eso! ¿Te has vuelto loco?
—¡Allí, en ese callejón! – el pequeñín ignoró olímpicamente todos sus reclamos. Adrien frenó precipitándose contra el agua encharcada. Listo para transformarse en Chat Noir por su acaso.
Un relámpago alumbró el firmamento ennegrecido por los nubarrones. Plagg se movió después de que la luz enceguecedora cediera. Adrien le siguió de cerca. Cuando estaba a punto de llegar al fondo, vio a su amigo flotando, con el rostro estupefacto.
Al seguir su mirada, Adrien tuvo el impulso de retroceder. Frente a ellos, una silueta negruzca se levantaba emanando una espesa bruma de vapor. La escasa visibilidad inducía la ilusión de un ser de ultratumba levantándose de sus aposentos.
Un gruñido gutural emergió de la criatura, quien se irguió en dos piernas. Adrien guardó la compostura, invocaría el poder de su miraculous si el ser se mostraba agresivo.
Anduvo dos pasos, sus manos se tambalearon en sus costados, mostrando un par de zarpas cortas. Al respirar, vaho caliente emergió e su boca.
Ante ellos, el espectro cayó repentinamente al suelo. Un nuevo rayo iluminó el panorama, dejando a Adrien con los ojos desorbitados.
—No puede ser… - se acercó lentamente. Un destello verde acompañó al cuerpo desplomado en la fría acera. —¿Chat Noir? – susurró sin aliento. Tuvo el valor suficiente para caminar hasta él. A penas podía creerlo.
Los cabellos dorados de Adrien Agreste se pegaron a su rostro, no sólo por el agua, sino porque estaba inconsciente en un callejón oscuro, en plena tarde de lluvia en una época que no era la suya.
…
Déjà vu, lo siento aquí, lo siento acá. Lo he visto venir y lo ve visto marcharse. Ojalá nunca se terminara, el impulso de un pasado que nunca fue y un futuro que podría ser.
I.R.V. 2018.
Continuará…
Aunque el inicio no es del todo convencional, esta historia jugará mucho con su trama y sus escenarios. Más adelante se entenderá. Por ahora sólo me resta decir que, lo que viene irá integrando poco a poco todo lo que nos rodea y las preguntas se irán resolviendo.
¿Que le pareció este primer capítulo? ¿Misterioso? ¿Inesperado? Espero saber sus comentarios.
¿Merece un comentario?
Yume no Kaze.
