Capítulo 1

Emma Swan

_ Su pedido, gracias._ Dije, dejando la última bolsa de papel en manos de su propietario.

Cuando salí del instituto, supe que no me auguraba un gran futuro, pero desde luego, nunca pensé que me vería arrastrada a estar trabajando en el Mcdonalls hasta las dos de la mañana en el día de navidad.

Aunque, siendo honestos, necesitaba la paga extra y no tenía nadie con quién pasar las fiestas. Así que cerré, salí fuera y me senté en un banco a comerme mi hamburguesa. Así era la vida de Emma Swan, después de todo. Olvidable y pasajera. Suspiré, quitándome mi ridícula gorra y dejándola a un lado en un pequeño esfuerzo por recobrar algo de dignidad.

Cuando era niña soñaba con vivir aventuras, con ver el mundo y sus misterios y maravillas. Pero lejos de ser una aventurera más… era aquella chica que estaba detrás del mostrador repartiendo comida basura.

Tendría que volver al guardamuebles en el que vivía y pasar la noche arrebujada en mi saco de dormir, como de costumbre. Quizá aquella noche pudiera dormirme a pesar de los villancicos de la familia noruega que vivía dos guardamuebles a la derecha. Aunque lo dudaba.

La vida suele fallar a la hora de convertirse en un cuento de hadas. O al menos, eso había sido conmigo a lo largo de mi vida… pero… no aquella noche.

Me había puesto ya en pie para marcharme, cuando choqué con alguien. Era una mujer, de color. Estaba mirando su móvil y ni se molestó en mirarme a mí. Y quizá era cierto que yo era insignificante, pero aun así merecía un respeto.

Y quizá fue por eso, o porque la mujer echó a correr, pero la seguí. Vi cómo se metía en un callejón. Me picó la curiosidad más que la indignación. La mujer se guardó el móvil en el bolsillo y de su cazadora sacó lo que parecía una pistola.

Una pistola propia de una película de ciencia ficción. Sentí un nudo en la garganta cuando vi a quién apuntaba a una niña. Una niña que no debía tener más de seis años. No debería ser asunto mío y, sin embargo, no podía quedarme simplemente mirando sin hacer nada. Me lancé sobre la morena y le aparté el arma.

_ ¡Corre pequeña, corre!_ grité, sujetándola.

_ Para. ¿Tú sabes qué es lo que estás haciendo?_ Gritó la mujer.

_ Impedir que mates a una niña indefensa._ Le dije, con más valor del que sentía.

Escuché un sonido animal. Y miré al lugar donde, segundos antes, estaba la niña. Era una niña pequeña… debía serlo. Y, sin embargo, ya no lo era. En su lugar… había algo que parecía salido de una pesadilla.

No estaba segura de si clasificarlo como reptil, como cefalópodo o… alguna cosa que estaba entre lo uno y lo otro. En cualquier caso, aquel ser debía medir unos dos metros, y producía pavor con su piel escamosa y sus ventosas de un chillón color rojo

_ ¿Qué coño es eso?_ exclamé, soltando a la mujer.

_ Un transgresor, eso es lo que es._ Dijo ella, apuntándole con el arma._ No tenías permiso para estar aquí. Estás rompiendo el acuerdo Zygon de 2013.

El acuerdo Zygon de 2013. Había tantas cosas que hablar sobre eso que me quedé parada allí. ¿Por qué mencionar el año? Estábamos en 2013 en cualquier caso. Lo que teníamos delante era… ¿Era eso un Zygon? Pestañeé y volvía a parecer una niña.

Pero la imagen de la niña, con su perturbadora sonrisa, ya no me evocaba ninguna tranquilidad. Al contrario, llegaba a resultarme incluso más siniestra que su verdadera forma. ¿Por qué las cosas más terribles siempre estaban imbuidas en algo inocente? Como los muñecos diabólicos y esas historias de niñas fantasma.

_ Quizá algunos estemos cansados de esas normas… ¿Quién eres tú para perseguirme? ¿Acaso trabajas para UNIT?

_ No tengo ni idea de lo que me estás hablando._ Dijo la mujer, que no dejaba de apuntarla._ Aunque si es la autoridad pertinente, son ellos los que se harán cargo de ti.

_ No has contestado a mi pregunta._ Dijo la niña._ Usted no es de por aquí, ¿Verdad?

La morena pareció mostrar dudas, pero no se acobardó. Yo me sentía fuera de lugar, pero al mismo tiempo, incapacitada para irme. Me veía inmiscuyéndome en algo que no entendía, y eso me resultaba terriblemente atractivo. Era más de lo que mi mente era capaz de asimilar.

_ No, de hecho, vengo de bastante más lejos que tú._ Dijo, sin dejar de apuntar._ ¿Dónde estamos?

Me había preguntado a mí. Y estar allí sin decir nada, era una cosa, pero intervenir era bien distinto. Aquella mujer decía ser de muy lejos, y yo no era una lumbrera, pero viendo a la otra, no me sorprendería que fuera una extraterrestre.

_ En Boston… Norteamérica…_ dije. ¿Debía precisar el planeta?

_ Aja, tal como señalaba, el acuerdo de 2013 sólo permite que se desplace por Londres._ Le espetó la morena. A mí la cabeza me iba a estallar en cualquier momento.

_ Muy bien… llama a los malditos hombres de negro._ La "niña", puso los ojos en blanco, cuando la observé._ Sólo venía a ver a una prima. ¿Sabes lo que es eso? ¿La familia?

La mujer bajó el arma, aunque parecía tan confusa como yo.

_ Se supone que tengo seis años. ¿Esperabas que pudiera acercarme a alguna parte a informar de mi viaje sin que mi familia se enterase de todo? Ya bastante me va a costar aclararlo todo después de que me hayas perseguido por la mitad de la ciudad. Y además… has metido a esa rubia cabeza hueca en todo esto.

_ ¡Eh! ¡Yo no soy ninguna cabeza hueca!_ Dije, enfurecida._ Que no entienda lo que está pasando aquí no significa que sea tonta.

_ Anda, márchate._ Dijo la morena. No me miraba a mí.

La niña se escurrió por un lateral, y la mujer se guardó el arma. Fue entonces cuando finalmente pareció reparar en mí.

_ No se lo tengas en cuenta._ Dijo, poniendo los ojos en blanco._ Los zygons son zygons.

_ ¿Y tú?

_ ¿Yo qué?_ Preguntó, mirándome con una sonrisa llena de dientes inusitadamente blancos.

_ La niña… "syguon", como quiera que se diga.

_ zygon._ Me corrigió.

_ Lo que sea. Le dijiste que venías de muy lejos. ¿Eres marciana o qué?

Se rio en mi cara. Pero no como si quisiera ofenderme. Mi comentario realmente parecía haberle hecho gracia.

_ No, no soy de Marte._ Dijo, con una leve sonrisa._ Soy de un planeta llamado Gallifrey.

Por algún motivo aquel nombre me produjo un estremecimiento. Juraba que jamás había escuchado esa palabra, y sin embargo, era familiar.

_ Así que eres un alien…_ Dije. Resultaba casi imposible asimilar todo aquello.

_ Si así te es más fácil…_ Se quedó un segundo parada._ Creo que te explotaría la cabeza si intentase explicártelo.

_Esas cosas son ofensivas… ¿Sabes?_ Le dije, cruzándome de brazos.

_ Oye, se me dan mal los seres humanos, es mi primer viaje aquí._ Se encogió de hombros._ Sólo tengo cien años. Dame cuartelillo.

_ Cien años… Lo que me faltaba por oír.

_ Y, sin embargo… conozco esa mirada que tienes._ Dijo, llevándose los dedos a la barbilla._ Tú necesitas un viaje urgente.

_ ¿Un viaje?_ Pregunté, alzando una ceja._ No me sobra el tiempo para viajes.

_ Es navidad, considéralo un regalo. Estarás aquí por la mañana._ Dijo, con una sonrisa de lado.

Asentí. Lo hice principalmente porque estaba convencida de que me había quedado dormida en el bando del parque y aquello era un sueño. No tenía ningún sentido que no fuera así. El mundo no podía estar lleno de extraterrestres y ser algo ajeno a nuestro entendimiento. Nuestra vida no era expediente X.

_ Muy bien… pues sígueme. Creo que quedarás impresionada.

Se dirigió al Parking de un centro comercial cercano, que parecía vacío a excepción de un deportivo rojo. Era el coche más escandaloso que había visto nunca. Un Ferrari, uno de los modelos más caros, si se me preguntaba.

_ No parece precisamente una nave espacial._ Dijo, cruzándome de brazos._ ¿Seguro que no eres una secuestradora?

_ No digas tonterías y entra en el maletero.

_ Ni de coña._ Le dije, cruzándome de brazos.

La morena abrió el maletero y yo vi otra prueba más de que estaba en un sueño, de que tenía que estarlo. En ese maletero había unas escaleras que descendían hacia mucho más abajo que lo que el coche podría permitirse. La mujer no dudó y se metió en el maletero, empezando a bajar.

_ ¿Cómo te llamas, rubita?_ Preguntó.

_ Emma.

_ Yo soy Anzu._ Dijo la morena.

Iba a contestarle, pero me quedé sin habla al ver aquella enorme y colosal sala. Aquello sí que parecía la sala de control de una nave. Una sala enorme, circular, en cuyo centro podía verse lo que parecía una torre de cristal iluminada.

_ Pero si… era un coche… ¿Cómo cabe todo esto dentro de su maletero?

_ Te dije que te podría explotar el cerebro._ Anzu se echó a reír._ ¿Bueno, a dónde y cuando quieres ir?

_ ¿Cuándo?

_ ¿No te he dicho que esto viaja en el tiempo?

¿?

Era una mañana fría. Llovía, y el viento esparcía el agua por debajo de mi capa. Apenas había salido el sol, pero no podía retrasarme… no quería siquiera imaginar hasta qué punto podría torcerse mi vida si me retrasaba. El panadero no conseguía encender el horno, y yo había perdido ya la punta de todas mis uñas, producto de la forma en la que me las mordía. Y es que había verdadero terror en mi forma de comportarme.

Pero no era para menos. La última vez que alguien había desafiado a la reina… ella simplemente había movido la mano… y la había hecho estallar en llamas. La reina era temible en todos los aspectos.

Y por eso, intenté ahogar el grito de terror que clamaba de salir de entre mis labios cuando el horno se inflamó, incendiando al panadero con él.

_ Ups…

La reina me cruzó la mirada. Sonreía. ¿Realmente lo había hecho sin querer o a propósito? En cualquier caso, en la frialdad de sus ojos había una chispa terrible que indicaba algo sin lugar a dudas. A ella aquello la divertía.

La reina era, sin lugar a dudas, una mujer hermosa. Tenía un cuerpo que muchas, entre las que me incluyo, envidiaban. Sus formas volvían locos a hombres y mujeres por igual, y lo más probable es que algunos hubieran osado tratar de tentarla si no fuese por el pánico, más que fundado, que le tenían.

Tenía el cabello azabache, pulcramente peinado bajo su corona, y unos ojos oscuros muy vivos. Sobre sus carnosos labios se antojaba una cicatriz que, sin embargo, parecía ser el detalle imperfecto que reforzaba una composición de resto perfecta. El nombre de aquella mujer era Regina, y era mi soberana.

Tenía bien claro que Regina no era humana, del mismo modo que lo tuvieron mi madre y su abuela. La monarca apenas aparentaba superar la treintena, y sin embargo, llevaba siglos ocupando su trono, mucho más tiempo que el que la memoria colectiva era capaz de alcanzar. Sabía de buena tinta que varios habían intentado ocupar su trono… sin ningún éxito.

Hasta el último rincón de nuestro pequeño planeta sabía que todo aquel que plantase cara a la reina acababa muerto, o sometido a tales torturas que su mente se rompía. Había escuchado la historia sobre la mujer que, a día de hoy, hacía la labor de nodriza de su majestad. Una mujer que, en más de una ocasión, ponía su espalda para que la reina se sentase sobre ella como si fuese un mueble.

Otrora esa mujer había intentado atentar contra la vida de la monarca, que sólo había tardado tres segundos en solventar el problema.

_ Una lástima, ¿No crees?_ Dijo, ignorando los gritos que se producían._ Hacía un pan muy esponjoso. ¿Te enseñó su receta?

_ Sí, señora._ Dije, tragando saliva.

_ Bien. Teniendo en cuenta las circunstancias… te daré una hora más. Date prisa, mi apetito no espera.

_ Sí, su majestad._ Contesté, bajando la cabeza.