La noticia le llegó cuando estaba en el Caldero Chorreante. Mientras bebía su habitual vaso de whisky de fuego de un trago entró una lechuza parduzca revoloteando hasta posarse delante del hombre que había sentado a su lado. Él no le prestó atención, era algo muy usual, y pidió otro vaso al camarero.
-¡VOLDEMORT HA MUERTO!- vociferó el hombre que había recibido la lechuza, poniéndose de pie. Por un segundo, el ruido que había habido se acalló, se pararon las conversaciones, la gente dejó lo que estaba haciendo para mirar al hombrecillo. Y entonces sonó un estruendo tal que parecía que el mundo se había roto en dos. Todos comenzaron a gritar, eufóricos, y algunos incluso se subieron a sus mesas.
-¡Todos estáis invitados a una ronda de hidromiel!- exclamó el dueño, haciendo volar vasos repletos por toda la estancia, a lo que los presentes respondieron con más gritos.
Sólo hubo una persona que no dijo nada, que no se movió de su asiento en la barra y que simplemente se quedó mirando el vaso vacío que tenía delante durante unos segundos. No se lo podía creer. ¿El Señor Tenebroso, muerto? ¿Eso significaba que había pasado algo en la casa? ¿Podía ser que ella estuviera a salvo? Se levantó de golpe, rechazó con un gesto el vaso de hidromiel que le ofrecía el camarero y desapareció girando sobre sí mismo.
Apareció frente a la casa de los Potter, en Godric's Hollow, un pequeño pueblecito de casas muy parecidas entre sí. Pero esa destacaba entre todas. Se llevó las manos a la boca y rezó por que se hubiera confundido. Esa no podía ser su casa, tenía un gran agujero en el piso superior y, desde fuera, se podía ver la habitación de un niño. Se acercó, tambaleante, a la puerta principal. Tal vez ella estuviera bien, tal vez no estuviera todo perdido. Tenía que saberlo. Tenía que verlo con sus propios ojos, debía ver si realmente era verdad, si estaba muerta, si la había matado. Sentía cómo se humedecían sus ojos oscuros como pozos.
Se armó de valor y entró a la casa sin ningún obstáculo, pues la puerta estaba abierta. Nada más entrar vio el cuerpo de James Potter inerte en el suelo. No se paró ni un segundo a mirarlo, él no tenía importancia en ese momento, incluso se alegraría de ello si su mente no estuviera ocupada por un único pensamiento. Lo que necesitaba ver estaba arriba, en la habitación del niño. Subió corriendo las escaleras. Se paró delante de la única puerta que estaba entreabierta. Era allí. Trató de escuchar algo tras aquella puerta, alguna señal de vida. Un llanto, un suspiro... algo. Cerró los ojos. Se oía una respiración que no era la suya. Ilusionado, abrió la puerta de golpe gritando:
-¡Lily, yo...!- pero frenó en seco al ver, tendida en el suelo, el cuerpo de una mujer pelirroja tumbada bocabajo, inmóvil. Corrió hasta el cuerpo y se arrodilló al lado de este. Le dio la vuelta. La visión de la única mujer a la que había amado muerta le destrozó por dentro. No se lo creía, no podía ser real... debía ser una pesadilla, un mal sueño que le acosaba, que le torturaba. Se abrazó al cadáver con fuerza y unas gruesas lágrimas resbalaron por su nariz ganchuda para mojar aquel hermoso rostro, ahora sin expresión, vacío de vida.
Un sollozo a sus espaldas le sacó del sus pensamientos. Sacó su varita y giró la cabeza, preparado para maldecir a cualquiera que lo hubiera provocado, pero le sorprendió descubrir un destello verde. Pensó en Lily, pero se dio cuenta de que era un bebé. El hijo de Lily le observaba desde su cuna, agarrándose a los barrotes para mantenerse de pie. Su pelo, negro y muy corto, dejaba a la vista una cicatriz en su frente, en forma de rayo. Parecía que se la habían hecho hacía poco, pues estaba muy roja.
Un fuerte ruido le hizo levantarse. Había entrado alguien, al parecer un poco torpe, ya que había montado un buen escándalo. Tenía que irse de allí, pero la simple idea de dejar el cuerpo de Lily allí le horrorizaba. Decidió esconderse detrás de unos escombros para ver qué ocurría y, si llegaba a hacer falta, maldecir al intruso. Se agachó y sin dejar de observar el cuerpo inerte de Lily se hizo a sí mismo un encantamiento desilusionador.
Un gran hombre que medía casi el doble que un hombre normal y casi cuatro veces de ancho intentó pasar, sin éxito, por la puerta. Después de unos minutos sacó un paraguas rosa, tocó con la punta el marco de la puerta, que al instante explotó y agrandó el hueco, con lo que al fin pudo pasar. Se quedó unos segundos observando el cadáver de Lily y, limpiándose las lágrimas con un pañuelo tan grande como un mantel, se dirigió hacia el bebé. Lo envolvió con una sábana y se lo llevó cerrando la puerta, no sin antes echar un último vistazo a Lily y sollozar amargamente.
Deshizo el hechizo desilusionador y volvió al lado del cuerpo de la mujer pelirroja. Se quedó a su lado un buen rato, no quería apartarse de ella. No podía dejarla allí, tal cual, tendida en medio de una habitación parcialmente destruida, mirando al techo con sus ojos verdes sin brillo, inmóviles. Tardó unas horas en convencerse a sí mismo de que no sería bueno que lo vieran allí, que debía dejarla ya. La abrazó una última vez, con fuerza, y estuvo tentado a besarle la frente, pero se contuvo. La dejó tumbada donde la había encontrado, pero hizo aparecer un ramo de lirios y lo puso sobre su pecho. Antes de irse, se agachó y le cerró los ojos con sumo cuidado.
Se fue de aquella casa cuando el sol salía a reclamar su cielo, dando comienzo a un espectáculo de luces que él no disfrutaría. Se desvaneció como había venido, pero él ya no era el mismo. Ya no quería seguir siendo parte de quienes asesinaron al amor de su vida, ya no era un mortífago. Nunca más lo sería.
De eso ya había pasado casi diez años. Hasta entonces, sus días se habían sucedido monótonos y fríos, sin razones aparentes para seguir. Dar clase, comer, dar más clase, cenar, vigilar, dormir. El resto de la gente estaba relajada, alegre de pensar que ya nada les ponía en peligro, pero él mantenía una barrera de frialdad y sarcasmo a su al rededor. No sabía por qué se seguía levantando, día tras día, si ya nada quedaba que pudiera importarle.
Pero todo eso cambió cuando supo la verdad.
Hola, este es el primer fic que subo aquí, así que no estoy muy familiarizada con el sitio... Pero lo haré lo mejor que pueda. Este mismo fic lo estoy subiendo también en Potterfics, donde mi nick es MooneyLovegood, igual que aquí (no os penséis que estoy plagiando o algo...). Me gustaría mucho acabar esta historia, por lo que me obligaré a mi misma a subir un capítulo cada dos semanas.
Unas reviews no irían mal... ^^
