N/A: Bueno, he aquí mi primer fic. Agradecería opiniones, sugerencias, etc! de todas maneras lo pienso continuar. Saludos!
Disclaimer: Ninguno de estos personajes me pertenecen (¡Ojalá!), son obra de Victor Hugo.
"Todo esto está mal" pensó Grantaire, "Todo esto está MUY mal"
Hace ya bastantes días que ese pensamiento era el primero que se le veía a la mente cuando despertaba. Era plenamente consciente de ello, lo sabía muy bien. Sabía que no estaba haciendo, mejor dicho, sintiendo lo correcto. Durante el día, sus obligaciones y su frecuente ingesta de alcohol lograban alejarlo de ello. Pero durante la noche, inevitablemente, todo volvía en forma de sueño.
El sueño más hermoso que pudiera existir, para él.
Grantaire se levantó de la cama de un salto, tratando de evitar seguir pensando en aquello. Se vistió rápidamente y salió de su pequeña casa para tomar el desayuno habitual en el Café Musian. Asisitía a la escuela de leyes, como la mayoría de sus amigos y tenía un buen pasar económico, siendo el segundo hijo de burgueses y el único soltero, aunque había preferido vivir solo, más por mero capricho que por real necesidad "Si no puedo liberarme de convivir con mis padres menos podré liberar a Francia" bromeaba con sus amigos.
Sus amigos. Les amis del ABC.
Grantaire suspiró mientras le echaba una ojeada al periódico.
Aquel día era especial. La noticia de que Lamarque estaba en sus últimas se había esparcido por toda francia con una rapidez increíble. Eran tiempos difíciles, la brecha entre ricos y pobres se hacía cada vez más grande y con la muerte de Lamarque el régimen monárquico podría continuar con fuerza, algo sin dudas horroroso para el honor de los caídos en la Revolución Francesa y todos los amantes de la Patria y de la Libertad. Grantaire pensó en sus amigos. Se sentía tan ajeno a todo eso, sentía tan poco fervor por su lucha. No es que no deseara la libertad, pero su concepto de la misma distaba del de sus amigos. Encontraba divertido como pasaban horas hablando de pobreza y desigualdad sin haber pasado jamás por todo aquello, y cómo idolatraban a Lamarque, cuando él tampoco había acabado con todos esos males sociales. Grantaire pensaba que, monarquía o no, esos problemas persistirían. Era todo un escéptico.
Sin embargo, allí estaba.
¿El motivo?...
Grantaire vio cómo entraban uno a uno sus amigos dentro del café. Joly, Jehan, Bahorel, Lesgles, Feuilly, Courfeyrac seguido de ese chico nuevo pecoso cuyo nombre no recordaba bien, Combeferre…
Detrás de ellos, un joven rubio con aspecto muy serio y facciones dignas de una estatua de mármol griega cerró la puerta del café.
Grantaire sintió que su corazón daba un vuelco. Se acomodó en su asiento rápidamente, mientras saludaba a sus amigos y se servía su primera copa de vino.
"Amigos, ha llegado el momento. Lamarque está a punto de morir y debemos actuar raudamente. Hemos hablado mucho sobre nuestros ideales y lo que queremos cambiar, ahora llegó el momento de actuar. Enfrentarnos con los sicarios del poder que esperan su turno para asumir el control y someter a nuestra querida Francia de nuevo. Enfrentarnos a ellos, entregar nuestras vidas si es necesario. ¿Qué son nuestras vidas en comparación con las perdidas día a día, por la miseria? ¡Morir como héroes, amigos, sabiendo que estamos dejando un legado mucho mayor! ¡Que serviremos de inspiración para futuras generaciones que seguirán luchando hasta que haya Igualdad, Libertad y Fraternidad como aquellos que lucharon antes que nosotros! No hay motivo más maravilloso por el cual morir que este. Pero con buena organización y el pueblo de nuestro lado, aseguraremos nuestra victoria ¡Esperanza amigos, que la Francia Soñada estará por florecer en el alma de cada uno de sus habitantes, y el miserable y desencantador invierno será cosa del pasado!"
Enjolras había pronunciado este pequeño y emotivo discurso con la seriedad y firmeza de una roca. Sin duda alguna, el chico rubio tenía, mas allá de sus convicciones (o a partir de éstas, quien sabe) un don casi divino para la oratoria. Todos sus amigos aplaudieron con fervor, emocionados hasta las lágrimas y al grito de ¡VIVE LE FRANCE! .
Todos menos Grantaire.
El joven se había quedado impasible, petrificado como una roca.
No podía creer la maravilla que había escuchado. El convencimiento con el que hablaba, la seguridad…
De repente recordó su sueño y se ruborizó. Se sirvió otra copa de vino rápidamente mientras observaba como sus amigos se abrazaban emocionados.
La convicción con la cual había sido pronunciado el discurso que acababa de oír obraba en él de una manera radical. Se sentía maravillado, sin duda creyente de todo eso por lo menos un momento, un momento maravilloso. Sentía compromiso con todo aquello, confianza en sus palabras, alegría. Y mil emociones nuevas, mil emociones extrañas y confusas confluían en él, mezclándose y dejándolo perplejo, incapaz de reaccionar, como si interiormente tratara de descifrar lo que exactamente estaba sintiendo.
Pero sobre todas las cosas, se sentía vivo.
Sin duda alguno, allí se encontraba el motivo de sus visitas al café.
"Grantaire, ¿No brindas con nosotros?" la voz de Combeferre se oyócomo lejana en la cabeza de Grantaire, sacándolo de sus pensamientos y obligándolo a mirar a sus amigos. Era el único que faltaba allí, en el círculo situado en el medio del café, apartado en esa mesita. Sin responder, llevó su copa consigo mientras esbozaba una sonrisa y exclamaba sarcásticamente ¡Por Francia! ¡La perra desagradecida por la cual estoy dispuesto a morir!
Todos rieron. Todos menos Enjolras. Él se limitó a negar con la con resignación, como cuando un padre ve una repetida acción reprochable de su niño pero ya se cansó de advertirle. Grantaire se acercó a él con una palmadita en el hombro "Bien hecho, Apolo" le susurró.
Enjolras le dedicó una media sonrisa.
