Éste es un fic en el que he puesto mucho esfuerzo y dedicación. Tanto por el tema y el personaje, que me es prácticamente desconocido, como por la persona para quien lo he escrito. Dubhesigrid, leona de Gryffindor como ella sola, defensora de su casa a capa y espada, y que se merece todos los esfuerzos por mi parte en conseguir algo a la altura de sus expectativas. Pediste un fic de Oliver Wood, y aquí lo tienes. Él en su mismidad, él con quidditch y él con Katie Bell. Espero que te guste, porque va con todo el cariño del mundo.

Agradezco infinitamente todo el apoyo del mundo a Dryadeh, sin la cual probablemente, este fic no tendría sentido o hubiera acabado en la papelera de reciclaje. No hay espacio en el mundo para darte las gracias como te mereces. Has aguantado lo indecible, estoicamente y sin decir una mala palabra. A tí, que adoras al Dream Team de Gryffindor, también te lo dedico. Un saludo también a Nasirid, que como Sig y Dry, sueña con volar junto a estos chicos del equipo de quidditch. Y a Elea y Nell, por su apoyo y sus ánimos durante todos estos días. Gracias.

Obviamente, nada de esto me pertenece, ni estoy vinculada a J.K. Rowling (su verdadera propietaria) ni a Warner Brothers ni gano nada escribiendo esto.
Ahora sí, ¡que lo disfrutéis!


The Last Ride Together (I)

Podría pensarse que, para un aficionado al quidditch, volar y poder jugar en un equipo de liga profesional, sería el mayor sueño jamás realizado. Podría pensarse que para él, jugar en el Puddlemere United sería un orgullo. Aunque fuera de reserva. Y era cierto. Llevaba aquella túnica azul oscura con un orgullo y una emoción desmedida, como si fuera el mayor honor con el que un mago podría ser condecorado. La seguía llevando de la misma manera cuatro años después de haber llegado por primera vez a Dorset. Cuatro años después de graduarse y abandonar Hogwarts, posiblemente para siempre. La vida de un jugador de quidditch profesional, pensaba, sería muy ocupada y emocionante como para ponerse a pensar en lo que se deja atrás. Y no estaba del todo equivocado, salvo por el detalle de que él no era jugador del primer equipo, si no del reserva. Estaba acostumbrado a ser el capitán del equipo de Gryffindor, a que los gemelos Weasley se rieran de él y sus elaboradas estrategias, pero al fin y al cabo, estaba acostumbrado a tener cierta autoridad en el campo. Ése no era un privilegio que estuviera cerca del alcance de los reserva. Oliver Wood, que creía firmemente en los principios del quidditch, en el valor, la destreza y sobre todo la nobleza al jugar, defendía los colores del Puddlemere United como si en ello le fuera la vida, exhibía con orgullo su insignia de los dos juncos dorados y narraba, hasta quedarse sin aliento, las mejores jugadas de su equipo, fueran suyas o no. Se podría pensar que había cumplido su sueño, pero estaba aún lejos de ser verdaderamente feliz.

Por supuesto que Oliver siempre sería feliz subido a una escoba. Simplemente con poder volar y sentir la brisa en su cara se le dibujaba una sonrisa que era bastante difícil de borrar. Si además podía ejercer de guardián en un partido oficial, esa sonrisa le duraba meses, como la vez que gracias a varias magníficas paradas suyas derrotaron a las Holyhead Arpies en semifinales de Copa. Se dejaba imbuir por la marabunta ataviada de azul y dorado y cantaba con ellos el himno del equipo a todo pulmón. Pero aquello, aunque estaba cerca, no era la felicidad. La felicidad, y con cada año que pasaba estaba más convencido, se hallaba en los pequeños detalles. Sus compañeros de equipo se tomaban el quidditch como algo más cercano al trabajo que a la diversión. Quizás fuera por que él era sólo un novato, pero Oliver no era capaz a ver el sueño de su vida, aquello que le había quitado horas de sueño, que le había acarreado lesiones y castigos bastante severos, como algo que habría de hacerse por obligación. Como algo por lo que recibir un sueldo. No hay que engañarse, estaba genial que te pagaran por jugar a quidditch, pero se había pasado siete años de su vida, si no más, pensando en aquello como la mejor y mayor diversión del mundo. No entendía cómo alguien, después de anotar tantos tan espectaculares como hacía Benjy Williams, se bajara de la escoba y deseara hacer cualquier cosa menos seguir hablando de quidditch. ¡Él solo había tenido cuatro o cinco buenas jugadas y podría pasarse meses hablando de ellas! Sus compañeros (tanto del primer equipo como los reservas) eran amables e incluso simpáticos, eran excelentes jugadores, y Oliver les admiraba profundamente. Pero echaba en falta algo.

Echaba de menos los años en los que fue realmente feliz subido a una escoba. Los años en los que la túnica era rojiza y dorada y él era el capitán del equipo. Los gemelos Weasley, Angelina, Alicia y Katie, Harry Potter y él. El año en el que por fin ganaron la Copa frente a Slytherin, aunque eso en realidad era lo menos, lo importante era que la habían ganado. Su último año en el castillo. Durante todo el primer año que pasó en Dorset estuvo recordando los vítores y las caras de felicidad de sus compañeros de casa, su propia imagen con la Copa entre las manos, (la Copa más bonita que había visto en toda su vida), la sala común de Gryffindor inundada de banderines del equipo e incluso los autógrafos que tuvieron que firmar aquella última semana. Estaba bastante seguro de que eso sí que era la felicidad. Que le dolieran las mejillas de tanto sonreír en las fotos, quedarse afónico de tanto contar aquella parada, o aquella jugada que le había dado la victoria al equipo. Posiblemente fuera el año más intenso de su vida, con los exámenes a la vuelta de la esquina, teniendo que hacer deberes todas las noches, sin apenas dormir para poder idear estrategias novedosas y atrevidas que hicieran ganar puntos a Gryffindor. Pero mereció la pena. Echaba de menos el trajín y el estrés de aquel año, las charlas junto a la chimenea cuando Alicia y Angelina se quedaban dormidas y Katie las despertaba sin quitarle los ojos de encima. George y Fred, en esos momentos serios sin precedentes, ayudándole a colocar pequeñas maquetas mágicas del campo del colegio en la mesita para poder aprenderse las jugadas. Ya habían pasado cuatro años desde entonces y el rojo y dorado de sus recuerdos casi se habían desvanecido, apenas recordaba cómo sonreír de pura felicidad y hacía demasiado que no recibía noticias de sus antiguos compañeros.

Una de las últimas veces que le enviaron una lechuza había sido en su tercer año en el Puddlemere, una semana antes del partido contra los Falmouth Falcons. Fred Weasley le escribió en un tono tan formal que casi en el mismo momento en el que abrió la carta supo que pasaba algo. Cuando convives con ellos tantos años como él, sabías leer entre líneas hasta el más pequeño de los detalles. Gracias a aquella carta se enteró de que Katie Bell estaba ingresada en San Mungo. Había sido víctima de un collar maldito o algo parecido. Lo cierto es que a Oliver no le interesaba mucho más. El resto de noticias que Fred le contaba sólo fue capaz a leerlas por encima, la vista se le iba inevitablemente al párrafo donde le hablaba del grave estado en el que se encontraba Katie. Era la última persona, junto a Harry Potter, que quedaba de aquel maravilloso equipo que había ganado la Copa de Quidditch, y para ser justos, había sido gracias a ella y su penalti contra Montague que consiguieron la victoria. Oliver la conocía desde su segundo año, cuando una bludger le golpeó en la cara y se empeñó en no abandonar el puesto de cazadora. Si se esforzaba un poco, podía verla con los vendajes cubriéndole parte del pelo y la nariz aún sangrando. Madame Hooch intentó aplicarle un hechizo pero Katie aseguró que se perdería demasiado tiempo y posiblemente el partido también, por lo que se subió de nuevo a la escoba sin nada más que medicina muggle. Ganaron el partido, gracias a que su nuevo buscador, Harry Potter, logró atrapar la snitch. A partir de aquel día se instauró lo que los gemelos llamaron "La Maldición de la Bludger", pues siempre que un jugador de Gryffindor era atacado por una de estas pelotas, el equipo ganaba el partido. Con el tiempo se demostró que no siempre se cumplía esa teoría, pero Katie Bell logró llamar la atención del esforzado capitán. Ella estuvo ingresada y él no pudo hacer nada, ni como antiguo capitán, ni como simplemente Oliver. Estaba a cientos de millas de distancia, y le resultó imposible de cualquier forma volar hasta el hospital. Era un reserva, pero el entrenador Deverill les había establecido entrenamientos conjuntos obligatorios, y además aquel partido era crucial para su posición final en la tabla.

Dorset era una estancia temporal, aunque ya llevaba cuatro años, y esperaba estar muchos más. Cada vez iba teniendo más protagonismo en los últimos partidos, y era consciente de que ello conllevaba una gran responsabilidad. Guardián (aunque fuera en pruebas o reserva) del Puddlemere United, el equipo más antiguo de toda la Liga. Sabía que no debía hacerse ilusiones y que al magnífico Willy Wadcock aún le quedaban al menos dos años más para retirarse, si ninguna lesión se lo impedía. Debía ser su espíritu Gryffindor lo que rugía en su interior cada vez que se paraba frente a los postes, aún siendo los entrenamientos, y soñaba el día en el que su nombre figurara en la lista del primer equipo. Oliver Wood, Guardián. Aún así, estaba bastante convencido de que todo aquello sería pasajero. Deseaba con todas sus fuerzas que no fuera así, pero a pesar de todo lo duro que entrenaba y se dejaba la piel en la escoba, temía entrar a formar parte de lo que los aficionados llamaban el Piddlemere, el magnífico equipo reserva que nunca llegaba a disputar suficientes partidos oficiales como para ascender a titular. Muchos otros como él llegaron desde Hogwarts, ilusionados con una carrera deportiva en uno de los clubes con más prestigio de toda la Liga. Prácticamente todo aquel que seguía en quidditch estaba allí o en las Holyhead Harpies. Salvo que fueras un Weasley, claro, entonces tus aspiraciones te llevaban irremediablemente junto a los Chudley Cannons. Esa era la razón por la que a Oliver le gustaba pensar que aquello era una estancia temporal, un apartado más que cumplir en su vida, y que en algún momento, podría regresar a casa. A su casa, que había sido aquel castillo oculto entre montañas escocesas. Si lo del puesto titular no funcionaba y quedaba anclado de reserva, o siendo optimistas, llegado el momento de retirarse, siempre podría intentar solicitar un puesto como instructor de vuelo en Hogwarts. Estaba casi seguro de que, fuera como fuera, su felicidad estaba incrustada entre las vetas de una escoba voladora.

Por eso sintió un escalofrío helado recorriéndole la espalda cuando vio una figura plateada deslizarse por su ventana abierta. Un patronus, bastante poderoso por la nitidez de sus rasgos, con forma de un gran labrador, correteó ligeramente por su habitación hasta pararse juguetón a los pies de su cama. Nunca antes había visto aquel perrazo, ni conocía a nadie que pudiera tenerlo como patronus. Cuando una voz que pretendía ser seria y fracasaba levemente en el intento se oyó en el cuarto, Oliver supo que los gemelos Weasley estaban pidiendo su ayuda. "Capitán, es nuestro partido, han amenazado nuestro campo de quidditch. La batalla va a ser en Hogwarts." Desde hacía meses se venían escuchando rumores de una gran batalla como colofón a la Segunda Guerra Mágica, rumores de que Harry Potter estaba perdido u oculto a ojos de la mayoría, rumores...El miedo crecía hasta en los partidos de la Liga, no mucha gente asistía a ellos, y algunos ya se habían tenido que cancelar. Él creía que precisamente en momentos como aquel, la gente necesitaba una distracción, algo que les ayudara a evadirse de las sombras que se cernían sobre ellos, pero no todos tenían esa opinión. Cada vez eran más frecuentes las tardes en las que se volvía a su piso en Dorset sin haberse subido a la escoba en los entrenamientos. Algunos compañeros reserva ni siquiera acudían preparados con el equipamiento deportivo. Oliver sentía deseos de recriminarles su comportamiento, cuando recordaba que quizás habían perdido un familiar o un amigo, o se sentían demasiado agobiados por la presión externa. El hecho de que los Weasley le enviaran el patronus de aquella forma era señal inequívoca de que algo grave iba a ocurrir. "La batalla va a ser en Hogwarts, aparécete en Hogsmeade y vete a Cabeza de Puerco". Instrucciones más o menos precisas y detalladas, no eran especialmente la marca de los gemelos, así que supuso que habría algún tipo de plan. Y de repente, lo comprendió todo. Debía acudir. Aquello era más grande que el Puddlemere United, que la Liga o que el quidditch en sí mismo, lo que viniendo de alguien como Oliver Wood, era bastante decir. Sentía que su hogar iba a ser atacado, sus buenos recuerdos iban a ser borrados y se perderían en el olvido. Simplemente no podía permitirlo. Se puso su antiguo jersey de Gryffindor y su insignia del equipo, se aferró a su escoba con una mano y la varita con otra y trató de visualizar la última vez que había estado en Hogsmeade, más concretamente cerca del pub. Cerró los ojos y se dejó llevar, cientos de millas hacia el norte. Hogwarts le necesitaba.

De todos las veces en los que había ido a Hogsmeade, nunca le había parecido tan triste, tan melancólico. Tan vacío. Era como si el pequeño pueblito a los pies del castillo supiera que se estaba fraguando una guerra y mostrara su pena de esa manera. Le costaba demasiado imaginarse aquellas calles pobladas de niños armando alboroto, gente entrando y saliendo de las tiendas y aquel ambiente tan especial que lo convertían en uno de sus lugares preferidos (por detrás del campo de quidditch, por supuesto). Era de noche, y ni siquiera las estrellas parecían iluminar el cielo lo suficiente como para alegrarle. La mayoría de las tiendas tenían aspecto de llevar bastante tiempo cerradas, e incluso había algunos cristales rotos en el suelo. Oliver pasó por delante de ellos, sin detenerse hasta llegar a Cabeza de Puerco, pero con una parte de su infancia un poco destrozada. Al fondo de High Street se veía el grotesco cartel del local, que se movía con el viento y producía un sonido algo chirriante, las bisagras debían estar algo más oxidadas de la cuenta. No había estado muchas veces en aquel bar, posiblemente no llegaran a cinco, contando la actual, y en la mitad de ellas habían estado involucrados los gemelos Weasley. Sonrió para sus adentros al pensar que, aunque estuvieran en guerra, eso seguía sin cambiar. No le hizo falta ni siquiera llamar a la puerta, Alicia y Katie estaban esperándole en el dintel. "George nos dijo que te habían enviado un patronus, estábamos seguras de que vendrías". Oliver volvió a sonreír mientras les daba un abrazo, y pensó en lo irónico que era sentirse más feliz cuanto más cerca de la batalla estaba. No era la batalla lo que le alegraba, por supuesto, era la compañía de sus amigos, de su equipo de Gryffindor, de ese tipo de cosas que tan lejos quedaban de Dorset. Podrían enviarle lechuzas, podrían mantenerle al día de lo que ocurría en sus vidas, pero obviamente, nada de todo eso se comparaba como un apretón de manos con Fred y George Weasley o una sonrisa de las chicas.

Estaba tan emocionado por reencontrarse con ellos que apenas se dio cuenta de qué forma había entrado en el castillo. Habían subido al piso de arriba de Cabeza de Puerco y juraría que habían atravesado un retrato de la pared y caminaban por un túnel algo empinado. Por el camino, Katie le intentaba explicar que los gemelos le habían dicho que Harry...En realidad eso era lo de menos. Lo importante era que Hogwarts presentaría batalla, y ellos estaban allí para ayudar. Antes de llegar al final, agarró fuertemente su escoba y la varita y miró a quienes tenía a su lado. Aún en la penumbra pudo distinguir la melena rubia de Alicia, la castaña de Katie y los rizos morenos de Angelina. Los nervios le recorrían las piernas haciéndolas temblar ligeramente, sacudió la cabeza un par de veces y tamborileó levemente sus dedos contra el palo de su escoba. Eran los mismos gestos y la misma sensación que se repetían antes de un partido de quidditch. De los que le hacían feliz, de aquellos en los que vestía de rojo y dorado y no le pagaban un sueldo al terminar. De los que peleaba cada tanto como si fuera el último y llevaba las estrategias memorizadas a cuenta de no haber dormido la noche anterior. Cuando llegaron al final y se abrió la puerta, supo que, pasara lo que pasara, estaba donde debía estar: defendiendo su infancia, el presente de muchos para que pudiera ser el futuro de otros tantos. Y ése, sin duda, era el mejor partido que Oliver Wood podría jugar.

Harry Potter estaba en Hogwarts y tenía un plan. Y no sólo eso, tenía a toda la Orden del Fénix con él. Oliver caminó por los pasillos de Hogwarts siguiendo al resto sin permitirse un sólo segundo para la añoranza, aunque bullera en su interior como una snitch segundos antes de ser liberada. Trataba de seguir adelante, sin perder a las chicas de vista. No le resultaba demasiado difícil, dada su estatura, pero era tal la cantidad de alumnos que corrían en distintas direcciones, que hubo momentos en los que se sintió arrastrado por ellos. Pensaba en Harry, en el niño pequeño que la profesora McGonagall le había presentado para el equipo. Habían pasado tantos años desde entonces que apenas le reconocería, si no fuera por el pelo rebelde, las gafas y la cicatriz de la frente. ¿Qué habría sido de él en la guerra? Había escuchado tantos rumores cuando estaba en Dorset que no supo cuales creer y cuales no. Tenía claro que Harry no era alguien que se rindiera sin más, era un chico que luchaba por lo que quería, y Oliver se sentía un poco orgulloso de haberle transmitido parte de esos valores como capitán de quidditch. Ahora se encontraba liderando a todo un ejército contra Quien-No-Debe-Ser-Nombrado en una batalla que parecía iba a resultar dura y despiadada. No había hueco para el sentimentalismo, simplemente había que actuar. Avanzó un par de pasos por delante hasta llegar a la altura de Katie, Angelina y Alicia. Las miró decidido y ellas, como buenas cazadoras, comprendieron al instante a su capitán. Por eso cuando aquella horrible voz resonó en el Gran Comedor pidiendo que entregaran a Harry Potter, ellos fueron de los primeros (y no fueron los únicos) que se pusieron espaldas a Harry, intentando defenderle de todo el que quisiera atraparle. Vio cómo Katie le guiñaba un ojo al chico, de la misma forma que en sus primeros partidos, cuando los nervios aún no le permitían sujetarse bien en la escoba. Estaban dispuestos a plantar cara a la casa Slytherin entera si hacía falta. Oliver, como todos, sabía que en aquel muchacho se hallaba la mayor parte de esperanza de ganar aquella guerra, y no iba a defraudarle. Se situó al frente, como uno más, listo para defender llegado el caso, poniendo en práctica sus reflejos como guardián. Varita en alto y escoba en la mano, que no faltara, sintiéndose por primera vez orgulloso de ser reserva. O quizás era del primer equipo, poco importaba. Entre aquellas paredes de piedra le daba igual ser el último que el primero, siempre que pudiera estar con los suyos.

Faltaban algo más de treinta minutos para la medianoche cuando un hombre negro, alto y calvo se acercó al atril del Gran Comedor y comenzó a hablar. Gran parte de los alumnos que aún rodeaban a Harry le miraron en busca de una respuesta. "Es Kingsley Shacklebolt, es de la Orden" les dijo, en un intento de tranquilizarles. Según lo que estaba diciendo, los profesores de Hogwarts y los miembros de la Orden del Fénix habían establecido un plan conjunto de defensa. Necesitaban combatientes apostados en las torres más altas para defender el castillo. Sin decir una sola palabra, tanto Oliver como Katie, Alicia y Angelina dieron un paso al frente. Un grupo de alumnos mayores y algunos profesores les acompañaron. No echó la vista atrás para contemplar el Gran Comedor que se quedaba prácticamente vacío. Mientras subía las escaleras hacia la Torre Gryffindor se sentía realmente útil, valorado. La profesora McGonagall subía con ellos mientras le contaba en plan a ejecutar y le deseaba suerte. "Wood, confío en ti como alumno y como capitán del equipo de quidditch. Vosotros, mejor que nadie, domináis la vista desde las alturas". Apreciaba el gesto de la profesora, y sabía que aunque no fueran los mejores con las varitas, no tendrían reparos en tirarse torre abajo subidos en sus escobas para defender el castillo. Desde allí arriba podía ver a los profesores convocar los hechizos de protección y cómo estos formaban una esfera semi transparente sobre Hogwarts. De no ser porque estaban en guerra se hubiera detenido un momento a observar lo mágico del momento. Y no era el único. Mientras la profesora McGonagall recitaba los encantamientos oportunos, Katie, Alicia y Angelina permanecían extasiadas contemplando el espectáculo en el cielo nocturno, aún sin haber apoyado la escoba en la pared y con la varita entre las manos. Cuando acabaron, poco más quedaba que mantenerse vigilantes a la espera de algún ataque, pero aquel no era el estilo de Oliver. No había recorrido cientos de millas desde Dorset para quedarse quieto en una torre, por muy Torre de Gryffindor que fuera. Desde luego, la mirada que obtuvo de la profesora le dejó bien claro que no se atreviera a cometer ninguna imprudencia, y le disuadió de su comportamiento, al menos por unos momentos.

Los encantamientos de protección se volvían cada vez más débiles y frágiles y la hermosa esfera semi transparente se iba quebrando por más lugares a medida que pasaba el tiempo. Por más que quisieran repararla, los mortífagos les iban ganando terreno y, de seguir así, no pasaría mucho tiempo hasta que consiguieran vencer sus defensas y entrar al castillo. Él y las chicas se encontraban apoyados en el muro, varita en mano, cuando fueron sorprendidos por la explosión del puente que daba acceso a Hogwarts. McGonagall se llevó la mano a la boca, y musitó un "oh" que Oliver no sabría definir de preocupación, de orgullo o de ambas cosas. Casi de inmediato y sin tiempo para reaccionar, el campo de quidditch comenzó a arder, sin duda víctima de hechizos incendio provocados por mortífagos. Su campo de quidditch, el lugar donde atesoraba sus mejores recuerdos. El lugar donde jugó su primer partido, donde fue elegido como capitán tras la marcha de Charlie Weasley, el lugar donde ganó la Copa de las Casas en su último año en Hogwarts. Se olvidó de la promesa que no le había hecho a la profesora, agarró su escoba y se lanzó en picado de la torre, en dirección al campo. De poco sirvió que Katie Bell le llamara a gritos e intentara detenerle, cuando se quisieron dar cuenta, apenas se veía su silueta cerca del castillo. Oliver Wood se encontraba al otro lado de los hechizos protectores que cubrían Hogwarts.