Los personajes pertenecen a S. Meyer. La trama en cambio, es mía.


Días sin actividad: 43

Con las manos dentro de los bolsillos de su pesado abrigo, Bella caminaba por la acera tratando de pasar desapercibida ante la multitud que se aglomeraba a su alrededor. Con la mirada fija en el contraste de la nieve sobre sus botas negras y bajo el calor de su gorro de lana iba hecha una maraña de nervios por temor a que alguien la reconociera o peor aún, que estuvieran siguiéndola.

Llevaba apenas dos meses en Nueva York intentando acoplarse al helado clima, al bullicio en cada calle y al ajetreado movimiento de la ciudad en las noches, esperando no haberse equivocado al venir aquí y llamar la atención de cientos de personas que circulaban a diario a donde fuera.

Tampoco es como si hubiera tenido otra opción, cuando semanas atrás su vida había estado en peligro al percatarse que un habitante del pequeño pueblo de Forks la había visto desaparecer de repente en medio de la carretera. Un grave error para los años que llevaba haciéndolo.

Así que aquí estaba, camino al trabajo que además de permitirle pagar la renta de un viejo departamento a las orillas de la ciudad, le ayudaba a permanecer oculta de toda mirada curiosa.

Doblo en la siguiente esquina y entro por la puerta de metal que era exclusiva para el personal. Enseguida a sus oídos llego el ruido de las vajillas al chocar al mismo tiempo que un singular aroma a pasta se colaba por sus fosas nasales, mientras de las bocinas emanaba una alegre melodía de Miles Davis.

Colgó el abrigo en el perchero de donde tomo uno de los delantales negros, se lo ajusto rápidamente al ver como Alice luchaba por sostener una pesada olla. Salió corriendo a ayudarle justo antes de que terminara por salpicar toda la cocina con la salsa.

–¡Oh!, gracias Bella. –una melena negra con destellos morados se asomó por un costado del acero.

Juntas atravesaron el pasillo esquivando los muebles, evitando a toda costa tropezarse con las personas que iban y venían con cucharones, platos y demás utensilios de cocina.

–Sabes, ayer te fuiste muy rápido y ya no me dejaste comentarte si querías ir con Emmett y yo esta noche a la taberna de Pete– Bella alcanzo a oírla a pesar del bullicio – Va a estar tocando uno de nuestros amigos y también estará el micrófono abierto para el público. ¿Qué dices?

–No lo sé…–gracias a la olla la morena no pudo ser testigo de la mueca que hizo Bella.

–No tienes que preocuparte por el regreso, eres bienvenida en mi casa o si lo prefieres Emmett puede pasarte a dejar –insistió.

Dejaron la olla sobre una de las estufas y Bella no tuvo otro remedio más que afrontarla cara a cara.

–Lo siento, no puedo –con esa respuesta se dirigió a la bodega. Se quedó mirando las cajas que contenían las verduras y las frutas indecisa por dónde empezar, cuando de repente escucho de nuevo a la morena a sus espaldas.

–¿Alguien te espera en casa? –inquirió curiosa.

–Tengo que arreglar unos asuntos del departamento y no, nadie me espera. Vivo sola –tomo la caja con las papas y salió de allí en dirección al fregadero. Vacío todas sobre la tina, abrió las llaves y con un poco de jabón empezó a lavarlas. Alcanzo a oír como su compañera susurraba un escueto "Ok" antes de pasar de largo.

Enseguida Bella se arrepintió por su comportamiento tan descortés cuando Alice desde el primer día había sido tan amable con ella y de igual modo solía quitarle de encima al odioso capitán de meseros que a cada instante aprovechaba para molestarla.

Cuando estuvo dispuesta a ir donde ella para ofrecerle una disculpa, el susodicho Mike Newton entro a la cocina con la fanfarronería que lo caracterizaba. Mientras se acomodaba la corbata buscó con la mirada a su víctima de la noche.

En una de las esquinas, dándole la espalda encontró a Bella ocupada lavando unas patatas. Esbozó una sonrisa y se acercó a ella.

–Nena, necesito que te encargues de las mesas del área reservada.

Tan solo con escuchar como la llamaba, Bella rodó los ojos sintiéndose asqueada con la presencia del rubio.

–Ese no es mi trabajo Newton, a mí solo me corresponde ayudar en la cocina –Bella prosiguió, cerrando las llaves y secándose las manos en unos de los trapos. Traslado las papas a uno de los escurridores para llevárselas consigo y empezar a pelarlas.

–Lo se querida, pero es temporada alta y el restaurante está en su totalidad. Necesito gente que atienda a los clientes y quien mejor que tú para hacerlo.

–Lo siento Mike, no lo hare. Pídeselo a Ben, seguro el irá. –lo esquivo para poder dirigirse a otra mesa esperando confiadamente que la dejara en paz.

–La decisión ya está tomada Bella. Te ocuparas del reservado –Bella lo encaro con la intención de hacerle saber que no lo haría, pero el rubio de los ojos azules la sorprendió acercándosele y tomándola de los hombros– Estás aquí para acatar mis órdenes y por ningún motivo voy a tolerar tus berrinches de niña de tres años. Así que más te vale salir, poner cara de tener el mejor trabajo del mundo y atender a la gente, ¿está claro?

Bella solo logro asentir evitando a toda costa perder las casillas y que sus emociones la traicionaran o peor aún le trajeran problemas más grandes relacionados con su naturaleza.

–Te estaré vigilando primor –dicho esto, la soltó y volvió por donde había llegado sintiéndose sumamente satisfecho.

–Vele el lado bueno Bella, te darán muy buenas propinas –dijo Cindy, la chica rubia que estaba a lado.

"La paga es lo último que me importa" susurrando esto, Bella se quitó el delantal negro con brusquedad y fue a cambiarlo por uno más limpio.

Odiaba tener que establecer diálogos por más tiempo del necesario con las personas, no por cuestiones de sociabilidad sino por su condición. Temía que la descubrieran por revelar información de más, no le gustaba encariñarse con la gente si ya no iba a volver después, pero sobre todo vivía con el miedo de encontrar a la persona que quebraría la barrera emocional que tanto había tardado en levantar.

Su debilidad.

Tomo una fuerte bocanada de aire preparándose para el caos que imaginaba encontrarse al otro lado de las puertas. Por tercera ocasión, se acomodó la blusa banca asegurándose que el escote en 'v' no revelara más allá que el dije en forma de corazón de su collar de plata y finalmente se aventuró a salir, sin saber lo que el destino le tenía preparado a continuación

Abrió los ojos como platos ante la tranquilidad que inundaba el sitio, apenas alcanzaba a escuchar el murmullo de las personas que cenaban en la mesas elegantemente decoradas con manteles blancos y color vino, sobre estas se hallaban unas largas velas blancas acompañadas de las finas vajillas de cerámica y copas de cristal, todo bajo la tenue luz proveniente de la carísima lámpara de cristales ubicada en el centro. Aunque lo mejor para Bella, fue la espectacular vista de la ciudad que reflejaban los enormes ventanales ubicados en el fondo del cálido lugar.

–Bella, en la mesa doce y quince no hay nadie atendiendo –Emmett, el hombre fornido de cabello negro que cargaba una pesada charola le susurro al pasar de su lado.

"Es hora". Saco la pequeña libreta de piel junto con un bolígrafo y se dirigió por fin hacia aquella parte que tanto le había fascinado.

–No sé porque tarda tanto, le dije claramente que a las nueve –la castaña espero a que la hermosa mujer de cabellera rubia terminara de hablar para presentarse.

–Buenas noches, bienvenidos a Le Bernardin, mi nombre es Bella y yo me encargare de atenderlos –los tres pares de ojos se fijaron en ella haciéndola sentir nerviosa– ¿C-con que les gustaría iniciar?

–Tráenos el mejor vino de la casa –dijo el hombre de los expresivos ojos azules y rasgos finos.

–Estamos celebrando el compromiso de nuestra hija –señalo la mujer de la tierna mirada grisácea con una enorme sonrisa.

–Madre, no tiene por qué enterarse todo el mundo que me voy a casar –mascullo aquella a la que Bella había escuchado antes. Le pareció que se veía sumamente elegante usando un vestido color durazno, el maquillaje junto con la joyería plata hacían resaltar sus ojos verdes.

–Cabernet Sauvignon, ¿está bien? –inquirió Bella concentrándose en la orden.

Luego de que los tres asintieran regreso a la cocina y mientras esperaba que le dieran el vino correcto busco a Alice para disculparse. La encontró arriba de un banquito junto a la olla que le había ayudado a cargar, meneando la salsa con el cucharon.

–Hola Bella, ¿necesitas ayuda? –inquirió sin remordimientos.

–¿Recuerdas la invitación que me hiciste?, yo… estaré encantada de acompañarlos –dijo con temor esperando no haberse equivocado al tomar esa decisión.

–¡¿En serio?! – Bella asintió– ¡Perfecto!, nos vemos a la salida entonces.

–Ok –con una tímida sonrisa la castaña dio media vuelta en dirección a la salida.

Recogió la botella de vino asegurándose que fuera la indicada y justo cuando estaba por atravesar la puerta escucho que Alice gritaba:

–Tienen la mejor cerveza de frambuesa Bella, ¡no te arrepentirás!

Salió de la cocina con una sonrisa dibujándose en su rostro, misma que se desvaneció en cuanto vio a Mike aproximársele. Intento esquivarlo pero fue muy tarde, ya que la tomó del codo izquierdo obligándola a frenarse.

–¿Hay algún problema? –lo encaro sin molestarse en fingir su fastidio.

–Dímelo tú.

–Mira Mike, estoy haciendo lo que me pediste y hay mucha gente esperando, ¿recuerdas?

–Así me gusta, nena –lo último lo susurro cerca de su oído, liberándola.

Bella respiro profundo y continuo su camino como si nada hubiese pasado. Llego a la mesa doce, los presentes seguían platicando de la futura boda mientras ella insertaba el sacacorchos para abrir el vino. Comenzó a inquietarse cuando después de un par de vueltas vio que el corcho seguía en su lugar, probó aumentando la fuerza en el apoyo.

–¡Por fin! –la rubia exclamo y justo en ese momento Bella logro abrir la botella, suspiró aliviada.

Se volvió a los presentes encontrándolos de pie. Por un segundo se alarmo pensando en lo que había hecho mal pero cuando dirigió la mirada hacia la misma dirección que ellos, sintió como el corazón le empezaba a palpitar estrepitosamente al darse cuenta que un atractivo hombre de cabello cobrizo se acercaba a su mesa. Con las manos dentro de los bolsillos de su ajustado pantalón azul marino caminaba con seguridad, desprendiendo un aura arrogante que llamaba la atención de cada mujer que se encontraba cerca, dueño de unos hechizantes ojos verdes, nariz recta, espesas cejas y una fuerte mandíbula. Era el hombre más hermoso que ella había visto jamás.

Entonces cayó en cuenta que ya se había demorado más de la cuenta en esa mesa y se dio vuelta, empezando a servir el vino en las copas mientras los demás saludaban al hombre que hace segundos contemplaba.

–Siento la tardanza, el tráfico es un horror a esta hora –la castaña se estremeció en cuanto escuchó la masculina y aterciopelada voz del hombre– ¿Han ordenado ya? –por el rabillo del ojo vio que se acercaba a la rubia, le sonrió tímidamente y sin más, le planto un fugaz beso en los labios, ocasionando que a Bella casi se le resbalara la botella de las manos.

–De hecho, estábamos esperándote –aclaró el sujeto de mayor edad con un dejo de molestia.

–Padre, ya dijo que estaba atorado en el tráfico –recalcó la del vestido durazno.

–Como sea, hay que pedir ya –Bella término de servir la última copa mientras los demás permanecían ocupados mirando la carta, dejó la botella en el centro de la mesa y sacando de nuevo la libreta de piel se preparó para anotar.– Yo quiero la escalopa de foie gras con puré de datil y rebanadas de mango, por favor.

Asintió escribiendo a toda velocidad para evitar que se le olvidara la orden.

–A mi tráeme la terrina de foie gras con mermelada de higos y pan campesino tostado en leña –expreso la mujer de mayor edad.

–Lo mismo para mí –volvió a asentir ante la petición de la rubia– ¿Y tú cariño?

Bella enseguida puso atención a las personas frente a ella y a partir de ese momento le pareció que todo a continuación sucedió en cámara lenta.

El cobrizo dejó la carta sobre la mesa sin apartar la vista en ningún momento del menú, luego entonces levantó la vista y fue testigo de cómo sus ojos se abrieron de la impresión embrujándola con aquella penetrante mirada cargada de confusión.

–¿Bella? –inmediatamente las tres cabezas se volvieron a ellos.

La castaña sintió como si le hubiesen apuñalado por la espalda. Aquel sujeto de camisa blanca la conocía y ella nunca en su vida lo había visto siquiera.

–¿La conoces Edward? –inquirió la rubia igual de confundida que ella.

–Pero si acabo de verte, ¿Cómo es que estas aquí? –continuo Edward sin poder dar crédito a lo que sus ojos veían.

–Creo que me está confundiendo señor. Yo no lo conozco –sus manos comenzaron a sudar. Tenía la vaga intuición de aquello a lo que él se refería y por su seguridad, tenía que salir lo más rápido posible de allí.

–No mientas, se perfectamente con quien estaba –siseo molesto haciendo que pegara un saltito.

–De verdad lo siento, pero se equivoca. No soy yo a la que se refiere –trató de parecer ajena a la fulminante mirada que le dirigía, aunque las piernas estuvieran temblándole como gelatina.

–Edward, ¿qué está ocurriendo?, ¿cómo es que conoces a esta chica? –pregunto el hombre mayor ya con un dejo de fastidio.

Bella sintió como aquellas esmeraldas la pulverizaban de pies a cabeza haciéndola sentir pequeña e indefensa, luego él entrecerró los ojos al mismo tiempo que se pasaba la mano por su cabello despeinándolo, soltó un ligero suspiro hasta que finalmente se volvió a los presentes que miraban desorientados la escena. Ella respiró.

–Les pido una disculpa, me he confundido de persona –sacudió ligeramente la cabeza y después de echar un último vistazo a la carta prosiguió– Quiero el cordero lechal horneado con romero y ajo acompañado con alubias, por favor.

Bella asintió a duras penas con la duda bailando en su cabeza por el repentino cambio del hombre, y sin esperar la respuesta de sus acompañantes, salió casi corriendo de allí con el corazón casi saliéndosele del pecho.

Al travesar las puertas que daban a la cocina vio a Emmett pasar y sin dudarlo, fue hacia él para pedirle que se encargara de la mesa doce alegando que se sentía indispuesta, para fortuna de Bella el moreno aceptó siempre y cuando le dejara quedarse toda la propina. Nuevamente, eso era lo que menos le importaba. Le entregó la libreta, le explico quien había pedido cada cosa, después se dirigió a la entrada del servicio, se quitó el delantal dejándolo sobre el perchero, tomó su abrigo y sin dar ninguna explicación a Alice, salió rápidamente de aquel lugar.

Enseguida el helado aire de la ciudad le dio la bienvenida colándose entre su ropa haciendo que los dientes le castañearan, apoyó la espalda en el poste de luz más cercano y con ansiedad metió las manos dentro de los bolsillos del abrigo en busca de un cigarro, el cual luego sostuvo entre sus labios mientras buscaba desesperadamente en el bolsillo contrario un encendedor.

De pronto, una diminuta luz apareció frente a ella prendiendo el cigarro. Siguió con la vista la fuerte mano que sostenía el encendedor topándose con un gabardina negra que se ajustaba a la perfección a un pecho bien definido, luego sus ojos se fijaron en una quijada cincelada cubierta apenas por una barba de tres días, seguido por unos gruesos labios que invitaban a ser mordidos hasta que finalmente llegó a unas esmeraldas que desnudaban por completo su alma.

–¿Pensabas que iba a delatarte allá dentro? –inquirió.

Bella abrió los ojos como platos al mismo tiempo que sentía como un nudo se empezaba a formar en su garganta.

–¿Qué es lo que quieres?, ya te dije que no te conozco –se cruzó de brazos. No estaba dispuesta a dejar que aquel hombre la manejara a su antojo.

–Deja de mentir Bella. Es inútil que actúes de esa manera cuando ambos sabemos lo que tratas de ocultar –se acercó quedando a escasos centímetros de ella. Por instinto, la castaña retrocedió tirando la colilla al piso.

–Por enésima vez, nunca te había visto, no sé quién eres y tampoco es como si me interesara, así que ¡ya déjame en paz! –cansada del juego trato de huir de su encierro. Sin embargo, él se adelantó sorprendiéndola con un abrazo.

–No hace falta que finjas conmigo. Yo sé de lo que eres capaz –sin poder evitarlo se estremeció ante el roce de sus labios con su oído y por el exquisito aroma a cítricos que desprendía su piel, por un segundo estuvo tentada a acercarse todavía más – Sé que puedes viajar al pasado y al futuro tanto como quieras –y como si hubiesen explotado la burbuja en la que se encontraba, Bella se tensó adquiriendo una postura defensiva, separándose de él con un fuerte empujón.

–N-no sé a qué te refieres, yo… –no terminó de decir, empezó a caminar rápidamente hacia la avenida principal rogando internamente porque encontrara un taxi que la sacara de inmediato de aquel lugar. Ya empezaba a sentir el familiar dolor en el vientre acompañado de las náuseas que surgían cada vez que estaba a punto de desaparecer.

No obstante, Edward la alcanzó justo antes de que pudiera subir al auto amarillo agarrándola del brazo y obligándola a encararlo una última vez.

–Entiendo que estés confundida pero por favor déjame explicarte –acongojada la castaña lo miro a los ojos, la desesperación que estos delataban la convencieron de detenerse y escucharlo– Búscame en este sitio mañana. Hazlo Bella –le entregó un pequeño papel y de repente, acortó la distancia que los separaba plantando un efímero beso en su frente quebrantando la defensa que Bella minutos atrás había establecido.

Finalmente ella subió al taxi, cerró la puerta, le indicó al conductor la dirección y mientras el auto avanzaba perdiéndose en el tráfico, fue testigo por la ventana trasera que el hombre que en un principio la había cautivado ya no se encontraba allí. Entonces decidió abrir el papel, comprobando efectivamente una dirección escrita sobre este, volteó la hoja y ante sus ojos apareció con una fina caligrafía una frase de Edgar Allan Poe.

"El único medio de conservar el hombre su libertad es estar siempre dispuesto a morir por ella"


Espero que les haya gustado este inicio. No olviden dejar un comentario.

Estamos leyendonos.

Indiansummer7.