Dedicado a Sollae

Hogwarts ha sido, es y será el colegio de magia más prestigioso del mundo. Tras sus muros cientos de grandes magos han crecido y se han convertido en leyendas. El gran Albus Dumbledore, el director más reconocido en siglos por su increíble poder, no solo estudio en dicha institución también la hizo su hogar al instalarse durante décadas tras el escritorio de director, rechazando puestos más altos.

Tom Sorvolo Ridle también estudio allí, y aun siendo el mago tenebroso más poderoso de todos los tiempos, también fue alumno de Hogwarts y como tal debe ser recordado. No olvidar al gran Harry James Potter, el niño que sobrevivió, el elegido que acabo con Lord Voldemort. El joven que se convirtiera en el jefe de aurores más joven de la historia del ministerio de magia británico.

Y por ultimo pero no menos importante Hermione Jean Granger, una joven promesa con una carrera meteórica, alumna modélica, y la más inteligente en un siglo. Hizo carrera en el ministerio confeccionando leyes menos abusivas para los seres menos afortunados como los centauros o los elfos domésticos. Ahora mano derecha del ministro es un nombre muy comentado para sustituirle.

Y no podemos dejar de lado a otros magos nobeles que acudieron a esta escuela. Minerva Mcgonagall, Ojoloco Muddy, o sus propios fundadores que pese a no ser estudiantes si aprendieron mucho de su estadio en el castillo. Pero esto no es la historia de los antiguos y poderosos Gryffindor, Slytherin, Huflepuf y Ravenclaw. Tampoco lo es de los años de juventud de Dumbledore o Voldemort. Ni las penurias pasadas en tiempos de la segunda guerra mágica.

Esta es la historia tras la historia. La historia de dos jóvenes magos, cuya brillantez era equiparable a la de sus padres, y cuya carga era igualmente pesada. No cargaban con el peso de una guerra, o con tener que detener el alzamiento de un nuevo mago tenebroso. Eso era tarea de sus padres y tíos y del nuevo director. Ellos cargaban con algo mucho peor. Algo que ninguno de los dos entendió durante años y que cuando por fin se dieron cuenta no pudieron afrontarlo.

No podían ni imaginar lo terrible que sería confesar la verdad. Las miradas de los demás clavadas en sus nucas como si fueran dos monstruos. Sus padres los repudiarían como si fueran alimañas. Y no podrían culparlos. Era algo antinatural o de eso estaba convencida una joven pelirroja de ojos azules.

No así su primo, quien tras reflexionar largo y tendido se dio cuenta de que le daba exactamente igual lo que los otros pensaran. Él solo quería ser feliz, acaso era mucho pedir, ser feliz y que los demás no les juzgasen por serlo. Tal vez pedía demasiado a una sociedad que idolatraba a la sangre como si fuera oro. Su familia no era así por supuesto, pero como afrontarían tal revelación.

Hacia meses que se lo habían confiado el uno al otro. Y la situación siguió como siempre, no sucedió nada extraordinario. No bajaron unos ángeles del cielo para decirles que estaban a salvo. Todo siguió tal y como estaba, ellos siguieron comportándose como los primos que eran y en la intimidad intentaban solucionarlo.

Y ahora James Sirius Potter estaba llegando a su límite. Era una persona bromista alegre que ahora estaba encerrada en una mentalidad alicaída y carente de cualquier rastro de humor. No le gustaba mentir a sus padres ni a su hermana, pero le había prometido a Rose no desvelar nada.

Rose, cada vez que su nombre cruzaba fugaz su mente, esta le recordaba su delicioso olor, la intensidad de sus ojos azules, la calidez de su sonrisa, sus labios que tanto había deseado catar. Era tan perfecta, tan radiante que no podía quitársela de la cabeza.

Pero no podía acercarse de la manera que él quería, no por Rose, pues estaba convencido que para ella era igual de duro. No el problema radicaba en que ya no estaban cobijados en Hogwarts lejos de la mirada de sus padres, donde tenían la Sala de los menesteres para poder hablar.

No ahora estaban de vacaciones de navidad, y como tal estaban las familias Potter y Weasley unidas bajo un mismo techo y con los adultos pululando por toda la casa como si sospecharan algo o simplemente quisieran interrumpirlos. Era el segundo día que estaban en la mansión de los Potter, en Grimauld Place. Y James quien nunca se había caracterizado por su paciencia, estaba llegando al límite que se había autoimpuesto. Esos dos días le pasaban factura minuto a minuto. Su hermana ya había sufrido las consecuencias, la grito sin motivo aparente solo por interrumpir sus pensamientos y hacer desaparecer la imagen mental que había construido de su Rose.

Su madre era demasiado lista como para engañarla y ya había hablado con él de temas demasiado íntimos como para que James se sintiera cómodo pero que tuvo que escuchar por temor a tener que repetir esa conversación con su padre presente. Ginny no logro sacar nada en claro de su hijo, pero lo achaco a su edad, en la juventud nadie está seguro de lo que siente, como para poder expresarlo.

Después recibió la visita de su tía Hermione, quien era mucho más perspicaz, puede que en temas amorosos no fuera equiparable a su madre, pero no llego a ser la bruja más inteligente de Hogwarts por nada. Y casi le descubre cuando le pregunto por la chica. Rectifico a tiempo, pero su mente le jugó una mala pasada y por muy poco dice el nombre de Rose.

Al dejarle solo, estaba agotado, su límite de paciencia ya hacía mucho que se perdió en el horizonte de su mente. Se levanto cansado de la butaca de la biblioteca, como si esas charlas le hubieran robado años de vida. Estaba seguro que si iba al baño y se miraba al espejo descubriría que le habían salido canas, por supuesto que no iba a ir al baño. Fue a su cuarto y saco de su baúl la capa de invisibilidad de su padre.

Salió de su cuarto bajo ella. Suerte que siguió el impulso de ponérsela antes de salir pues se encontró en el pasillo con quien menos quería y quien más miedo le provocaba, su tío Ron. Para su alivio Ron, salía del cuarto de Rose y bajaba a la cocina. James se agazapo en una esquina y no se atrevió ni a respirar, una cosa es que su tío fuera amable y un buen hombre, otra distinta es que su instinto de auror no le hiciera atacar antes de preguntar.

Hasta que no oyó desaparecer sus pasos en la moqueta de la entrada y su voz se impuso a la de los demás habitantes de la casa, no se movió. Fue como el disparo en una maratón. Se levanto de un salto y corrió hacia el cuarto de Rose. Cerró la puerta de golpe pero sin hacer ningún ruido. Rose, que estaba leyendo Historia de Hogwarts, pego un salto en la cama cuando oyó cerrarse la puerta, tirando el libro en el proceso.

Su mano fue automáticamente a por la varita pero se quedo a medio camino cuando James dejo caer la capa de invisibilidad. Rose le miro con curiosidad, pero una parte de su mente esperaba esa visita y otra la ansiaba. Se quedo estática entre lo que quería su corazón y lo que creía correcto su cerebro.

- No puedo seguir así, Rose. No puedo seguir viviendo esta mentira.- dijo James mientras se sentaba a su lado en la cama.

- Y que hay de mi ¿no tengo derecho a opinar?- pregunto Rose algo agitada por la cercanía de James.

- Mírame a los ojos y dime que tú puedes seguir así y yo me iré ahora mismo.- le contesto, posando su mano en la mejilla de ella y obligándola a mirarle. Los ojos azules se clavaron en el chocolate. El aire a su alrededor pareció estancarse y la temperatura elevarse. James sentía derretirse aun viendo como esos preciosos mares se aguaban.

- Yo…yo… al infierno con esto- espeto Rose antes de lanzarse contra James y hundir sus labios contra los de él. Fue su primer beso para ambos, no sabían como sentirse, Rose solo sabía lo que había leído en las novelas románticas de su madre y James por lo que le habían contado sus amigos. Fue como si les echasen un balde de agua helada por encima, y al mismo tiempo uno de agua hirviendo. Una corriente eléctrica se les formaba en la boca del estomago y en la comisura de los labios y se juntaban en una explosión de sensaciones únicas y demasiado placenteras para estar permitidas por el hombre. El aire amenazaba con volverse inexistente y tuvieron que separarse. Rose respiraba agitadamente, estaba tan sonrojada que se le confundía la raíz del pelo pero un sonrisa traviesa empezaba a formarse en su delicada boca. James por su parte no tenía fuerzas, tenía una sonrisa de oreja a oreja y trataba de acallar su corazón.

- ¿Por qué tuviste que vestirte así en el baile de navidad?- se pregunto James recordando el día en el que su prima dejo de ser su prima para convertirse en su razón de existencia. El baile de navidad de hará unos años, cuando apareció en manos de un idiota presuntuoso de Ravenclaw, pero no se fijo en él, ya habría tiempo para vengarse de él. James solo tenía ojos para ella, no supo como su pareja no se dio cuenta pero se alegro de que así fuera. Rose iba vestida con un precioso vestido de color azul cobalto, pese a su color opaco era vaporoso y en algunas partes hasta demasiado transparente, eso debía ser obra de su madre, tía Hermione jamás le habría comprado ese vestido. Su pelo, siempre peinado de cualquier forma, era un elegante cisne, la cola de caballo había dejado paso a un espectacular arco multicolor sujeto mediante un sinfín de pociones que parecía una aureola, la aureola perfecta para un rostro tan angelical, sin abusar del maquillaje sus ojos perfilado tenían una profundidad que jamás hubiese sido capaz de imaginar, parecía atravesarte con ella como si no tuvieras ningún secreto para ella. Le dejo estupefacto, jamás se le borro de la mente tal belleza y sencillez.

- ¿Por qué tuviste que caerte de la escoba en aquel partido?- contraataco Rose. Pues fue en ese partido un año atrás, en el que una bludger dio en la cabeza a James haciéndole caer desde casi cincuenta metros de altura. Ella y Lilly se lanzaron en picado a socorrerle. Lilly no llego y ella cayó de la escoba junto a él, por suerte los profesores lograron frenarlos sino abrían muerto abrazados. Al despertar y verlo en la cama de al lado tan vulnerable, tan adorablemente enfermo, algo se rompió en su interior, como si de una presa se tratara un sentimiento la desbordo y la inundo por completo. Miro a su alrededor, era noche cerrada, la enfermera Pomfrey debía estar durmiendo. Volvió a mirarle, esa cara de pillo que siempre tenía ahora transmitía una paz y una serenidad que solo había visto en su padre cuando dormía en el sofá después de comer. Unas lágrimas rebeldes se escaparon y cruzaron veloces sus mejillas cayendo sobre su mano vendada. Se levanto con algo de dificultad, se había roto tres costillas. Cruzo el par de metros que los separaban y se quedo allí de pie, mirándole embelesada como si no hubiera nada más atrayente y bello que ese rostro de sonrisa fácil.

- Estamos en tablas- dijo James, ambos conocían de sobra ambas historias, fue de lo primero que hablaron cuando James se atrevió a dar ese paso.- Pero aun falta un último obstáculo.- añadió mirando la puerta.

- Lo sé.

- Tú lo sabes todo- dijo James intentado sonar alegre y sacarle una sonrisa a ese rostro tan triste, no consiguió ninguna de las dos.

- No sé cómo va a acabar esto.-dijo con profundo pesar.

-¿Lo averiguamos?- pregunto James levantándose de la cama y tendiéndole una mano a Rose. Por toda respuesta Rose la tomo y asintió imperceptiblemente.

El viaje hasta la cocina fue el más largo que harían en toda su vida, fue como atravesar desiertos y mares tormentosos. No se separaron en ningún momento, tenían miedo y solo el contacto del otro le daba fuerzas suficientes para no rendirse y huir antes de llegar a su destino. El retrato de la madre de Sirius les grito en silencio mientras pasaban, no le prestaron atención.

Llegaron al vestíbulo y atravesaron el estrecho pasillo. Al fondo, en su destino, las voces alegres y las carcajadas de su familia les aguardaba, haciéndoles más cuesta arriba lo que iban a hacer. La puerta estaba entreabierta, James la empujo suavemente y entraron a la vez. Nadie les prestó atención.

Hermione estaba regañando a Ron por estar comiéndose las galletas recién sacadas del horno. Ginny estaba ocupada con las cazuelas. Tía Luna aun no había llegado. Neville, Harry y Lilly jugaban a los naipes explosivos en la mesa. Todo era tan feliz que por un segundo James flaqueo, pero la mano de Rose le dio un apretón tranquilizador, infundiéndole el coraje que le faltaba.

Poco a poco todos los que estaban en la cocina empezó a mirar a la pareja y sobre todo, las manos entrelazadas. Cuando tenían toda la atención de la cocina puesta sobre ellos. James suspiro hondo y trato de calmar su agitado corazón. Miro el rostro angelical y sereno de Rose y después a su familia.

- Tenemos que deciros algo.