Atrapada en su Chantaje.
Bleach no me pertenece son de tite kubo yo simplemente utilizo sus personajes para adaptarlos a esta espectacular historia de amor llamada atrapada en su chantaje de Michelle Ried.
Summary.
Cuando se convirtiera en su esposa, ¡debía darle un heredero!
El magnate italiano Ichigo Kurosaki era un hombre de éxito, apuesto, adinerado y poderoso. Además, su encanto personal tenía un efecto devastador en las mujeres.
Ichigo necesitaba casarse y reclamó a la inocente Rukia Kuchiki como esposa. La engañó y chantajeó, y estaba decidido a meterla en su cama. La familia de la joven le debía millones de libras, así que ella no tenía elección.
Pero había una condición que olvidó mencionar antes de casarse con ella...
Capítulo 1
La despedida de soltera ya estaba en marcha, pero Rukia no tenía ganas de ir a la fiesta. Una noche en La Scala… No había nada que le apeteciera menos en esos momentos. Rodeada de lujos en aquella suite de hotel de Milán, la joven iba a ponerse un sofisticado traje de firma que debía de costar más dinero de lo que podía imaginar. Tenía que estar a la altura, aunque las cosas no fueran bien en Inglaterra y los negocios de la familia estuvieran a punto de irse a pique.
Ella no quería asistir a la boda de su mejor amiga, pero su padre había insistido. Su hermano Uryuu había ido un poco más lejos.
«No seas estúpida. ¿Quieres que papá se sienta todavía peor por todo esto? Ve a la boda de Orihime y deséale lo mejor de mi parte con ese super-partido que ha conseguido…», le había dicho con tanto rencor que Rukia hacía una mueca cada vez que lo recordaba. Uryuu nunca iba a perdonar a su mejor amiga por haberse enamorado de otro hombre.
Después Orihime y sus padres habían insistido aún más en que asistiera a la boda y al final había sido demasiado fácil ceder y hacer lo que todo el mundo quería que hiciera en lugar de estar al lado de su padre.
Rukia se enfundó en aquel flamante vestido y se apartó un mechón rebelde de la cara. Se colocó los tirantes y se miró en el espejo. La imagen que vio en él la dejó horrorizada. El vestido se ceñía demasiado en donde no debía y aquel tono plateado le hacía un flaco favor a su pálido tono de piel. Sin embargo, ésa no era la primera vez que envidiaba la sofisticada belleza de Orihime.
Ella no era una dulce y delicada pelinaranja como su amiga italiana, sino una pelinegra con curvas y una melena rebelde que desafiaba las reglas de la física. La joven de tez blanca que la miraba desde el espejo no era sino un fantasma.
Orihime se había comprado el vestido un par de meses antes para lucirlo en la fiesta de compromiso y había estado fabulosa con él, pero unos días después se lo había dado a Rukia con desdén.
«No sé por qué lo compré. No me gusta el color. El largo no está bien y mis pechos no lo llenan» "cuando no era cierto", le había dicho.
Rukia se mordió el labio inferior y tiró del top, al que se asomaban dos pequeños pechos. Por suerte la robusta estructura de varillas del corpiño los mantenía en su sitio.
Una segunda mirada al espejo… y pensó que después de todo no estaba tan mal.
«Los pobres no pueden elegir…».
Alguien llamó a la puerta.
—¿Estás lista, Rukia? —era la madre de Orihime—. No podemos llegar tarde a La Scala.
—¡Déme un minuto! —exclamó la joven. La Scala no esperaba por nadie, ni siquiera por los grandes magnates italianos con los que estaba a punto de codearse. Rukia esbozó una sonrisa.
Se puso unos zapatos de tacón alto a juego con el vestido y un poco de brillo en los labios. El rojo pasión que Orihime le había dado ya estaba descartado.
Volvió a contemplar su imagen en el espejo y se echó a reír por primera vez en mucho tiempo. Aquel esperpento gris tenía algo de gracia. Lo único que le faltaba era el maravilloso anillo de diamantes que el prometido de Orihime le había regalado a su novia. Las deudas de su familia habrían quedado zanjadas en un abrir y cerrar de ojos.
Pero la novia no era tan generosa. Sin embargo, Rukia no se lo tomaba en cuenta. Orihime Inoue y ella habían sido uña y carne desde el colegio. Las dos se habían sentido como un par de alienígenas en aquel estricto colegio inglés. Orihime había nacido en Sydney, pero era de origen italiano, y le había costado mucho renunciar a su disipado estilo de vida. Su familia se había hecho rica de la noche a la mañana después de que un hermano de su padre, afincado en Inglaterra, le dejase su empresa antes de morir.
Rukia, en cambio, había sido enviada a aquel colegio después del escándalo de su madre, que había tenido una aventura con un diputado casado. La habían acosado tanto en su antigua escuela que su padre no había tenido más remedio que llevarla lo más lejos posible del escándalo.
Orihime y ella nunca habían hecho nada a espaldas de la otra desde que tenían doce años. Su amiga estaba a punto de casarse con el heredero de una distinguida familia italiana y, aunque no quisiera estar allí, Rukia estaba dispuesta a dejar a un lado sus propias preocupaciones para que la boda de Orihime fuera perfecta. La familia de Orihime había corrido con todos los gastos de su estancia y le habían proporcionado alojamiento y guardarropa adecuado para los eventos previos a la ceremonia. No importaba que fueran los desechos de Orihime.
Rukia les estaba muy agradecida porque jamás podría haberse permitido asistir, aunque su padre se empeñara en decir otra cosa. Ya llevaba una semana en aquel maremágnum de celebraciones y aún le quedaba otra. Los festejos previos al mayestático enlace parecían no tener fin.
El rico y sofisticado prometido de Orihime no era otro sino Ichigo Marcelo Kurosaki De Santis, máxima autoridad del vasto imperio financiero Kurosaki.
Un estremecimiento repentino sacudió el vientre de Rukia. La joven agarró un camisón de seda que estaba sobre la cama, lo apretó contra su pecho y suplicó. No podía volver a experimentar ese temblor absurdo cada vez que pensaba en él.
Kurosaki era un hombre extraño que intimidaba con su refinada sofisticación y su aspecto misterioso y sensual. A diferencia de Orihime, ella nunca se había derretido por un hombre y aquella inexplicable reacción era del todo incomprensible. Ese hombre no era su tipo. Era demasiado alto y corpulento, demasiado esbelto y oscuro, demasiado sexy y apuesto… Desafiante y enigmático…
La joven asió el bolso de fiesta de cuentas plateadas y se dirigió hacia la puerta.
Se habían visto una sola vez, en una cena privada en Londres que los padres de Orihime habían organizado para presentar a su futuro yerno ante sus amistades inglesas. Ichigo la había impresionado tanto que no había podido quitarle ojo en toda la velada. Era tan distinto a los hombres que solían gustarle a Orihime.
—¿Qué te parece? —le había preguntado Orihime.
—Intimida —le había dicho ella. Aquella noche había sido la primera vez que había sentido aquel temblor—. Me da escalofríos.
Orihime se rió, pero eso no era nada raro en ella. Estaba feliz, enamorada, en las nubes…
—Te acostumbrarás a él, Kia. No da tanto miedo cuando llegas a conocerlo.
Había vuelto a verlo tan sólo una semana antes.
Rukia apretó el botón del ascensor. Se lo había encontrado en la recepción del hotel a su llegada y había supuesto que la abordaría con modales impecables, pero eso no había impedido que un escalofrío le recorriera el cuerpo.
Estaba molesto con Orihime porque no había ido al aeropuerto a recogerla y Rukia había visto un atisbo de furia justo antes de que su expresión cambiara. Al decirle que no esperaba que la recibieran en el aeropuerto, sus labios sensuales habían dibujado una rígida línea de desaprobación. Aquel hombre frío y sosegado estaba acostumbrado a dar órdenes y desde ese momento se había ocupado personalmente de organizar su llegada. Le había buscado una suite e incluso la había acompañado a la habitación para comprobarlo por sí mismo.
Al llegar el ascensor le había puesto la mano sobre la espalda para ayudarla a salir y ella se había sobresaltado como si le hubiera quemado la piel.
Por suerte, él se había limitado a retirar la mano y a lanzarle una de sus frías miradas.
Una vez más se encontraba ante las puertas del ascensor, preparada para bajar a la recepción del hotel, donde todos tomaban algo antes de irse. Había logrado evadir a Ichigo Kurosaki durante toda la semana, pero sospechaba que no sería capaz de hacerlo esa noche. La fiesta era un evento íntimo y los palcos reservados en La Scala eran demasiado pequeños. Lo más que podía esperar era conseguir un asiento en otro palco.
Había un espejo en la pared junto al ascensor. Rukia se miró en él y se apartó un mechón rebelde de la cara. No debía haberse recogido todo el pelo. Su melena estaba decidida a no portarse bien. La joven se dio por vencida y dejó que los tirabuzones le cayeran sobre los hombros, haciéndola parecer más pálida de lo normal.
Rukia hizo una mueca de disgusto. Tiró del tirabuzón por última vez y, en ese preciso instante, cuando se abrieron las puertas…
Se encontró con Ichigo Kurosaki.
Rukia se puso roja como un tomate.
—Oh —dijo, desconcertada—. ¿También te hospedas aquí? No lo sabía.
Una expresión ligeramente divertida inundó sus ojos de oro durante un instante.
—Buenas noches, Rukia Kuchiki. ¿Vienes?
La muchacha lo miró de arriba abajo. Llevaba un traje negro de seda y estaba apoyado contra la pared posterior del ascensor con gesto desenfadado.
Rukia forzó una sonrisa y entró en el ascensor. Las puertas se cerraron delante de sus ojos.
El silencio se hizo ensordecedor. Rukia podía sentir sus ojos sobre la piel.
—Estás muy hermosa esta noche —murmuró.
La joven tuvo que reprimir una mueca. Sabía muy bien qué aspecto tenía esa noche y también sabía cómo la veía él: la amiga pobre con un vestido prestado.
—No, no es así —le respondió sin más y sintió un gran alivio cuando se abrieron las puertas. Al salir volvió a sentir el tacto de aquella mano sobre la espalda y se quedó petrificada.
—¿Salimos? —le preguntó él.
Rukia hizo un esfuerzo por seguir adelante, consciente de su mano sobre la espalda. Era como si él la estuviera poniendo a prueba. La primera persona a la que vio fue a la madre de Orihime. La señora estaba espléndida con un vestido negro y un collar de diamantes.
—Oh, ya estás aquí, Rukia —dijo y fue a su encuentro. Una expresión de ansiedad amenazaba con arruinarle el impecable maquillaje.
—Ichigo —dijo, mirando a su futuro yerno con ojos serios—. Tengo que hablar contigo, cara —le dijo a Rukia.
—Claro —la joven sonrió—. ¿Qué ha hecho Orihime esta vez?
—Nada, espero —dijo Ichigo, que estaba detrás de ella.
Rangiku Matsumoto Inoue se puso pálida. Rukia se dio cuenta de que él no bromeaba y decidió salir en defensa de la madre de Orihime, que siempre estaba incómoda en presencia de Ichigo.
—Era una broma —dijo Rukia con brusquedad.
Él se puso rígido. Una descarga de corriente recorrió el cuerpo de la joven y se detuvo en la base de su columna, bajo la mano de Ichigo.
Un instante después, él le dio un beso en la mejilla a Rangiku para intentar tranquilizarla.
—Os dejo para que podáis hablar de… vuestras cosas —susurró y se alejó rápidamente. Fue hacia la barra del bar para saludar a unas amistades, pero Rukia fue incapaz de dejar de mirarlo durante unos momentos. Se movía con tanta elegancia y garbo.
—Rukia, tienes que decirme qué le pasa a Orihime —Rangiku insistía—. Se está comportando de un modo muy extraño, pero a mí no me dice nada. Debería estar aquí ahora, saludando a los invitados junto a Ichigo. Cuando fui a su habitación después de llamar a la tuya, ni siquiera estaba vestida.
—Tuvo un dolor de cabeza a la hora de comer y se fue a su habitación a descansar —Rukia frunció el ceño al recordar—. Quizá se haya quedado dormida.
—Eso explicaría las sábanas revueltas —dijo la madre de Orihime, tensa y nerviosa—. Parecía que acababa de caerse de la cama. ¡Logró sacarme de quicio en un momento!
—Démosle unos minutos más para que se arregle —sugirió Rukia—. Si no baja dentro de un rato, yo misma iré a darle un tirón de orejas.
—Sólo tú te atreverías a acercarte a ella cuando está así, cara.
¿Ni siquiera su prometido se atrevía a acercarse a ella? Rukia arrugó el entrecejo y llevó a la señora Rangiku a donde estaban los otros invitados. Unos segundos después, se encontró con el padre de Orihime, Gin, que le presentó a un primo al que no conocía.
Vito era de su edad y había heredado la belleza de los Inoue, que lucía en su máximo esplendor con unos ojos azules risueños.
—Así que tú eres Rukia Kuchiki. Me han hablado mucho de ti desde que llegué esta tarde.
—¿Quién?
—Mi querida prima, por supuesto —Vito sonrió—. Orihime insiste en que tú la salvaste de una vida rebelde y descarriada cuando dejó Sydney para estudiar en el «colé más estirado» de Inglaterra.
—Tú eres de los Inoue de Sydney —dijo Rukia—. Ahora reconozco el acento.
—Yo era el compañero de juergas de Orihime hasta que tú tomaste el relevo.
—¿Tú eres ese primo? —dijo ella, riendo—. Yo también he oído hablar mucho de ti.
—Ése soy yo. Así es —dijo Vito, suspirando.
Una copa de champán apareció ante sus ojos. Rukia aceptó la bebida y levantó la vista. La sombra de Ichigo se extendía sobre ella como la de un oscuro gigante.
—Oh, gracias.
Él hizo un gesto de asentimiento, saludó a Vito con la cabeza y siguió adelante.
Entonces Vito reanudó la conversación y Rukia hizo un esfuerzo por ahuyentar a Ichigo Kurosaki de su mente. Los minutos pasaron con rapidez y el bar se llenó de invitados, pero Orihime siguió sin aparecer. Finalmente la gente empezó a mirar el reloj con impaciencia.
Rukia miró a Ichigo Kurosaki. Él estaba a un lado, hablando por el móvil. No parecía muy feliz, a juzgar por la expresión de su rostro.
¿Acaso estaba hablando con Orihime? No era de extrañar que estuviera molesto. Su eterna costumbre de llegar tarde lo había hecho enojar más de una vez.
«Vas a tener que acostumbrarte…», dijo Rukia para sí al verlo cerrar el móvil.
La obstinada inconsciencia de Orihime era la causa de interminables dolores de cabeza para su madre y su mejor amiga. Kurosaki podía considerarse muy afortunado si ella no llegaba tarde a la iglesia.
El tiempo transcurría implacable. Rukia intentaba no mirar el reloj y Rangiku le lanzaba miradas angustiosas. Estaba a punto de ir a ver a su amiga cuando se formó un pequeño revuelo alrededor de los ascensores.
Todo el mundo se volvió hacia ese punto y se hizo el silencio. Era Inoue; una princesa de ensueño con un vestido de seda dorada. Lucía un sencillo recogido que resaltaba la perfección absoluta de su rostro. Un collar de diamantes, pendientes a juego…
Sólo le fallaba una tiara para parecer una princesa.
—Siento llegar tarde —dijo Orihime mirando a la audiencia con sus ojos de color chocolate.
—Ésa es mi chica —murmuró Vito.
Rukia le lanzó una mirada fulminante, pero no había nada en su expresión que justificara un comentario tan extraño.
Ichigo avanzó hacia su prometida y se llevó sus dedos a los labios. Dijera lo que dijera, los ojos de Orihime se iluminaban y un imperceptible temblor sacudía su boca de color fresa.
«Él la ama…»
Rukia se dio cuenta de la verdad y una extraña sensación se apoderó de su pecho. Frunció el entrecejo y se dio la vuelta para no ver a los dos amantes. Aquel inusitado sentimiento desapareció enseguida.
Fueron a la ópera en limusina. Vito Inoue iba a ser su acompañante esa noche, así que no tenía motivos para seguir en guardia. La Scala era extraordinaria, una experiencia inolvidable… Sobre todo porque había conseguido situarse lo más lejos posible de aquel hombre que tanto la turbaba. Después del espectáculo fueron a cenar en un hermoso palacete del siglo XVI a las afueras de Milán.
Vito no hizo más que llenarle la copa durante toda la velada y cuando Ichigo Kurosaki la sacó a bailar, ya estaba un poco mareada.
Rukia se esforzó por encontrar una excusa, pero no lo consiguió. Él la agarró del codo y la hizo levantarse.
—Vamos —le dijo con sequedad—. El novio ha de bailar con la dama de honor al menos una vez.
Rukia pensó que eso debía de ser después de la boda, pero aquel estremecimiento volvió a sacudirle las entrañas, dejándola sin aliento. Antes de que pudiera protestar, Rukia se encontró en la pista de baile.
La luz tenue; una balada romántica cantada por una voz femenina profunda y sensual… El corazón de Rukia se aceleró. Sus cuerpos se movían al compás de la música.
—Relájate —le dijo él unos segundos después—. Se supone que esto es un pasatiempo divertido.
Rukia levantó la vista y entonces vio un destello burlón en su mirada.
—No estoy acostumbrada a… —dijo, sonrojada.
—¿A estar tan cerca de un hombre? —le preguntó con sorna.
—¡A bailar con estos zapatos! Y ése no es un comentario de muy buen gusto.
Él se echó a reír. Aquel sonido penetrante y profundo resonaba contra los pezones de Rukia.
—Eres una persona muy peculiar, Rukia Kuchiki —le dijo—. Eres muy hermosa, pero no te gusta que te lo digan. Siempre estás tensa y a la defensiva, pero te relajas por completo en compañía de un mujeriego empedernido como Vito Inoue.
—Vito no es un mujeriego —objetó Rukia—. Es demasiado tímido como para ser un mujeriego.
—Llama a cualquier número de teléfono de Sydney y menciona su nombre.
—Bueno, me cae bien —dijo ella, empeñada.
—Ah, ya veo que estás cayendo en sus redes.
—¡Eso tampoco es de muy buen gusto!
De repente él se inclinó hacia delante y sus labios quedaron a un milímetro de distancia.
—Te diré un secreto, mia bella. Yo no tengo muy buen gusto.
Estaba tan cerca que Rukia podía sentir su aroma masculino y embriagador.
—Bueno… —echó la cabeza atrás—. Sea como sea, has tenido muy buen gusto con Orihime, y será mejor que siga siendo así.
Él se echó a reír y la atrajo más hacia sí para controlar sus movimientos sin emplear mucha fuerza. Era mucho más alto que ella, por lo que los ojos de Rukia quedaban a la altura de su implacable mandíbula. No volvieron a hablar, pero las copas de vino no tardaron en hacer efecto y Rukia se vio abrumada por un ola de sensaciones: el tacto de la solapa de seda bajo los dedos, el blanco impecable de su camisa y el tono bronceado de su cuello…
Era extraordinario. No tenía sentido negarlo más.
La melodía, grave y triste, inundó los sentidos de Rukia, que cerró los ojos y se dejó llevar. Ichigo le agarraba la mano con dedos aterciopelados.
No se había dado cuenta, pero se había acercado a él peligrosamente y su aliento agradable le acariciaba el cuello. Se dejaba llevar por sus movimientos, pero no era consciente del efecto que causaba en él.
Él deslizó los dedos sobre los de Rukia y la atrajo hacia sí de un tirón.
Aquello era tan… agradable… Rukia no fue consciente de la situación hasta que sintió un ligero roce en los labios; su sabor en la boca…
Le dio un empujón y abrió los ojos. Una ola de vergüenza le recorrió el cuerpo al darse cuenta de lo que había hecho.
Acababa de darle un beso al prometido de Orihime…
Continuara xD!
Bueno mi gente bella este es el primer capítulo de esta espectacular historia, espero q les haya gustado y espero sus review, si me dejan review sube mas rápidos los capítulos (q chantajista soy jajajaja).
Bye bye! Yeckie.
