Limones.

En ciertas épocas del año al amanecer, la neblina en esta zona crea un velo a manera de telón, esperando la función del último sueño, de ese sueño que llega con la hora más fría de la madrugada, sueño capaz de revelar el futuro. Alguien mientras tanto, abre los ojos, recorre con las manos el cuerpo, a la vez, que su alma retorna del viaje del sueño. Al abrir los ojos de chocolate, mira el cielo aun oscuro, imagen que se filtra a través de la ventana y el pliego de tul que evita que los mosquitos duerman con ella. Se sienta sobre la cama a la espera del amanecer, de ese instante en que la penumbra devela al mundo creado. La brisa matinal hace sonar las hojas de los limoneros, aún ausentes del beneficio de sus frutos. Es esta la época de la esperanza, el pueblo vive en una expectativa pasiva y borracha a la espera que las flores pronto se fecundicen y empiecen a formarse limones, como los senos en las muchachas, fuente de vida y placer.

Pero esa no es la única espera, nuestra mujer sentada en la cama, envuelta en la sábana, también espera, espera que con el amanecer lleguen los recuerdos de una vida pasada, del amor en forma de flor, marchita después de dos meses de verano, noches en tren y los ayunos por las mañanas, de los días en un país sordo y desconocido, la soledad de una vida. Y la recurrente imagen de una costa (ahora visible) antes lejana. La pregunta constante de la vuelta y el sin embargo...

París era un buen lugar para perderse, para asirse a la nada, para olvidar. Antes de París, había un cabello castaño, nariz y labios hermosos, unos ojos como de esmeraldas, además de vergüenza, luto, miedo y desencanto. París tenia todo para cambiar, cambiar de idioma, de imagen, de amor, de vida, Ella cambio incluso de nombre, (podría llamarse en esos años de exilio, marina, gloria, Abogada) . Pero había algo que no tenía, algo que era un lujo y que en las huertas de aquella costa que ya amanece, hay por todos lados, París con sus Monalisas, con sus Luces y con la vida nueva, no tenía esa imagen que a nuestra mujer (que habría que ponerle nombre, Marin, Águila, Guerrera, Amazona), le recuerda a la infancia, a las raíces, a la tierra que aun ama y extraña. París no tiene limones y ella en ese entonces tampoco tenía esperanzas.