Título: The Guardian (El Guardián)
Autora: Sherrilyn Kenyon
Fandom: Twilight
Pairing: Edward Cullen/Bella Swan
Disclaimer: Nada de esta historia es mio y los personajes son obra de Stephenie Meyer.
Summary: A la Dream-Hunter Bella se le ha encomendado la más sagrada y peligrosa de las misiones: deberá descender al averno y encontrar al desaparecido dios de los sueños antes de que éste revele los secretos que podrían matarlos a todos ellos. Pero lo que Bella nunca imaginó es que terminaría siendo cautiva del más feroz de los guardianes del Inframundo.
A Edward se le está agotando el tiempo. Si no puede hacerse con la llave del Olimpo y el corazón de Zeus, perderá la vida y su propia alma. Y, a pesar de lo mucho que ha torturado al dios que tiene bajo su custodia, no ha conseguido que éste le de la información que necesita. Pero cuando aparece la hermosa Bella para rescatar al dios, Edward decide intentar una nueva táctica para salirse con la suya.
Ahora, uno de los dos tiene que caer. Pero Bella no es simplemente la guardiana de las puertas del Olimpo, sino que esconde dentro de si uno de los poderes más oscuros jamás conocidos… y si falla en su misión, un ancestral mal se desatará de nuevo sobre la Tierra.
"Todos los hombres, cuando están despiertos, comparten el mismo mundo; pero cada uno de ellos, cuando duerme, se halla en su propio mundo"
Plutarco.
EL GUARDIÁN
PRÓLOGO
-¿Es bueno el infierno para ti?
Edward alzó la mirada por debajo del pelo castaño cobrizo empapado de sangre, para gruñir ante el sonido de una voz que no había escuchado en siglos.
Aro.
Dios primordial.
Señor de todas las cosas oscuras y mortales.
Absoluto bastardo.
Habría respondido a la estúpida pregunta, pero le habían taponado la boca con un perno los demonios que le habían estado torturando durante los últimos años…
Ah infiernos, ¿quién podía contar tan alto? ¿Y por qué iba alguien a querer que cada latido de corazón acarreara un dolor tan atroz que ya no recordaba cómo era vivir sin él? De hecho, a lo largo de los siglos, el dolor se había convertid en su propia fuente de placer.
Sí, estoy más pirado que Aro.
Con el perno en su lugar, no había sido capaz de hablar desde que le habían arrojado aquí. No es que quisiera. Él nunca les daría a ninguno de ellos la satisfacción de oírlo rogar, o gritar. Sólo una persona lo había conseguido alguna vez y aún después de un milenio, la burla condenatoria de su padre adoptivo aún le resonaba en los oídos.
Que se jodan. No era un niño, e iba a morir antes de humillarse de nuevo rogando por algo que sabía que nunca iba a recibir.
Pero hubiera insultado a Aro si hubiera podido. Así las cosas, todo lo que podía hacer era mirar con odio al ser antiguo y desear poseer todos sus poderes para rociar una absoluta miseria sobre todos ellos.
Con casi dos metros trece de altura, Aro hacía que los demonios que le rodeaban temblaran de miedo. Su inmaculado traje negro y su camisa blanca almidonada parecían fuera de lugar en la fría y oscura estancia, una sala donde las paredes estaban salpicadas y manchadas con la sangre de Edward.
Aro se acercó y le dio una palmada en la mejilla como si fuera un cachorrito obediente.
—Mmm. Tengo que decir que el infierno no parece sentarte bien. Te he visto con un poco mejor aspecto que en este lamentable estado.
—Que te jodan —dijo Edward, pero las palabras fueron indistinguibles. El perno le impedía mover la boca o la lengua. Solo sirvió para que le atravesara una terrible ráfaga de dolor.
Justo lo que le hacía falta.
Aro arqueó una ceja negra.
—¿Gracias? No me puedo imaginar porque me das las gracias por esta miseria. Eres un bastardo enfermo, ¿no lo eres?
Edward rechinó los dientes. La jocosidad que iluminaba los ojos negros de Aro le dijo que el cerdo sólo lo decía para cabrearlo.
Funcionó. No es que Aro tuviera que hacer el esfuerzo. El mero hecho de que el… (Edward no podía pensar en un insulto lo suficientemente soez) de Aro viviera, era suficiente para sacarle de sus casillas.
Aro miró a su alrededor hacia los otros.
—Dejadnos.
¿Podría el tono ser más dominante?
Oh sí, espera. Estamos hablando de Aro. Por supuesto que podría.
Y el antiguo dios no tuvo que decirlo dos veces. Los demonios se desvanecieron inmediatamente, temiendo que la ira de Aro les concediera a ellos la misma "hospitalidad" que había mostrado con Edward. Después de todo, Edward había sido una vez la mascota más apreciada de Aro, al que había prodigado con regalos en medio del abuso.
El dios oscuro jamás había sido capaz de soportar a los demonios que le servían.
Infiernos, yo habría corrido, también, si pudiera.
Edward envidiaba esa libertad mientras su delgaducho cuerpo desnudo colgaba del techo, con las manos esposadas sobre la cabeza. Llevaba tanto tiempo en esta posición, que los huesos de las muñecas sobresalían por las heridas abiertas que las esposas le habían hecho al atravesarle la carne.
Estaba seguro de que tenía que doler, pero ese dolor se mezclaba a la perfección con todos los demás por lo que no podía distinguir dónde comenzaba y terminaba cada uno. ¿Quién diría que la tortura podía tener beneficios?
Una vez que estuvieron solos, Aro volvió a pararse frente a él con un gruñido que fue tan impresionante como frío.
—Tengo una propuesta para ti. ¿Te interesa?
Ni siquiera un poco. Ya había tenido su ración de tratos. Nadie podía confiar en que mantuviera su parte en ellos. Dejaba a Aro libre para asarte los cojones en algún ardiente hoyo del infierno.
Los dioses sabían, que en este lugar, Aro no tendría que ir muy lejos para encontrar uno.
Edward miró hacia otro lado.
Aro chasqueó la lengua.
—Ya sabes que no tienes más remedio que obedecerme, esclavo. Me perteneces.
Y eso le carcomía aún más que los bichos devoradores de carne con los que los demonios le sazonaban las heridas. ¡Malditos sean todos! Su propia familia le había vendido a Aro cuando no era más que un niño. Era algo que nadie le había permitido olvidar.
Como si pudiera.
Aro enterró su mano en el pelo de Edward y tiró de la cabeza hacia atrás. Esa acción hizo que el perno se le introdujera más profundamente en la mandíbula y la lengua.
El repentino dolor hizo que los ojos le lagrimearan como protesta, mientras las viejas heridas se reabrían y la sangre le brotaba en la boca.
Quizás esta vez me ahogue en ella. Pero sabía la triste verdad. Que era inmortal. La muerte nunca lo salvaría de esta miseria, más de lo que le había librado de las de su violento pasado.
Su única salida era la inexistente misericordia de Aro.
Aro apretó el puño contra el cráneo de Edward, arrancando aún más pelo.
—Tengo necesidad de tus servicios especiales.
Tengo necesidad de tener tu repugnante corazón en mi puño.
El muy cabrón le sonrió como si hubiera escuchado ese pensamiento.
—Si me fallas esta vez, te puedo asegurar que tu próxima estancia aquí hará que ésta te parezca el paraíso. ¿Entiendes?
Edward se negó a responder.
Aro le arrancó un puñado de pelo cuando lo soltó. El dolor hizo que le ardiera el cuero cabelludo, provocando que los bichos que tenía en el cuerpo mordieran aún más ferozmente mientras trepaban hacia la sangre fresca.
La respiración de Edward se volvió irregular cuando apretó la mandíbula aun con más fuerza para evitar gemir por la total e incesante agonía. Cerró los ojos y luchó contra la ola de inconsciencia que amenazó con engullirlo. Las cosas solo empeoraban cuan se desmayaba.
No lo hagas, imbécil. Concéntrate...
Maldita sea, ¡mantente despierto!
Él se aferró a las cadenas cuando se le nubló la vista.
Aro le dedicó una sonrisa ácida que no llegó a sus ojos.
—Vas a hacer que me sienta orgulloso y conseguir lo que necesito, o...
No terminó la amenaza. No tenía que hacerlo.
Los dos eran más que conscientes de que Edward haría cualquier cosa para no volver a este lamentable estado de existencia. A pesar de todas sus bravatas, sabía la amarga verdad.
Que su crueldad le había quebrantado.
Y que nunca sería el mismo.
No quedaba nada dentro de él, excepto un odio tan profundo, tan arraigado, que podía saborearlo. El odio amargo mezclado con el acero del perno, y la sangre; era lo único que había tenido para alimentarse durante todos estos siglos pasados.
La sonrisa de Aro se volvió real.
—Sabía que tarde o temprano claudicarías. —Hizo chasquear los dedos.
Las esposas en las manos de Edward se abrieron. Cayó del techo al suelo sobre las piernas. Pero siglos de abuso y de no utilizarlas impidió que soportaran el peso.
Se desplomó, se encontraba tan débil que ni siquiera podía levantar la cabeza. Ninguna parte del cuerpo le respondía. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que utilizó los músculos.
Aro le dio una patada en el estómago lo suficientemente fuerte para darle la vuelta, sobre la espalda. Curvando el labio, pasó sobre Edward con una sonrisa burlona.
—Estás asqueroso, patético perro. Aséate. —Entonces desapareció en la oscuridad.
Edward estaba en el suelo, con la boca taponada por el perno. Pestañeando con fuerza, contempló su propia sangre en las paredes que le rodeaban. Las sombras que parecían hacer bailar las manchas de sangre. Y parpadeando, se contempló el cuerpo desnudo y devastado.
Todo esto debido a que una vez había hecho un pacto con la única persona que alguna vez había llamado amigo.
Nunca más volveré a ser tan estúpido.
Porque nadie le había ayudado. Ni una sola vez. No en todo este tiempo. Ni una sola entidad había venido a ofrecer algún tipo de compasión o de consuelo, no... Ni siquiera una disculpa.
Un sorbo de agua...
Esa, también, sería una lección que recordaría.
Lo que fuese que Aro le había pedido, iba a hacerlo. Sin lugar a dudas. Sin piedad. Lo que fuese con tal de no volver aquí y ser torturado otra vez.
Un minuto de paz... por favor. ¿Era realmente mucho pedir?
Con la decisión tomada, se preparó para la nueva arremetida de dolor y poco a poco se elevó sobre las extremidades temblando al sentir como sus poderes divinos finalmente regresaban. Con cada latido del corazón se hacían más fuertes. Aún así, nunca tendrían el máximo potencial.
Jamás.
Aro nunca lo permitiría. Él o Tanya drenaban los poderes de Edward cuando se hacían demasiado fuertes.
Ya tenía los suficientes para finalmente poder vestirse y ponerse en pie, aunque todavía inestable. Y cuando los demonios regresarán, les infringiría la venganza que se merecían.
Ellos le rogaron clemencia. Pero no le quedaba nada. No después de que hubieran violado sin piedad cada parte de él hasta el punto que no podía recordar un momento en que el cuerpo no le hubiera palpitado por su tortura. Minuto a minuto, durante incontables siglos, le habían arrebatado brutalmente cualquier rescoldo de humanidad que podría alguna vez haber tenido.
Nadie volvería a quitarle nada y él nunca, jamás confiaría en otra alma. Independientemente. Que los dioses ayudaran a quien Aro le mandara perseguir.
Porque él no tendría ninguna piedad de ellos en absoluto.
Soy nueva en esto pero espero que les guste esta historia disculpen cualquier error ortográfico.
