Es mi primera historia, y como tal sed amables... o al menos sed algo y decidme que opináis ^^ Es la primera de una serie de relatos consecutivos, pero he querido hacerlos autoconcluyentes cada uno y evitar cortes dramáticos en la historia. Aún así recomiendo leerlos todos claro está... ¡Espero que os guste!

No solo estaba empapado. También estaba lleno de barro, perdido y, lo más horrible de todo, con él como única compañía.

"¡Todo esto ha sido culpa tuya!" no era propio de mi, pero sentía unas terribles ganas de golpearle.

"Vamos, vamos, Ven, no hace falta que te alteres tanto" una gran sonrisa decoraba su rostro "Además, hemos encontrado refugio, ¿no es así? Solo debemos esperar a que pase la tormenta."

Vanitas tenía razón, pero eso no quitaba que fuese irritante, porque era cierto que todo era culpa suya, bueno, en su mayor parte al menos. Estábamos de viaje en la montaña con la escuela, cuando no estoy muy seguro de como, comenzamos a discutir y nos separamos del grupo, con la mala suerte de que comenzó la tormenta más grande de la historia.

Ahora estábamos en una cabaña que parecía no ser usada desde hace mucho. La situación me resultaba cuanto menos incómoda, y que Vanitas estuviera tan tranquilo solo me ponía más nervioso.

"Será mejor que te quites eso, si no quieres sumar una neumonía a tus problemas" sin decir nada más siguió su propio consejo y comenzó a sacarse la camiseta por la cabeza.

Vale, eso era lo último que necesitaba para ponerme histérico.

"¿¡Qué estás haciendo?" mi voz sonó demasiado aguda.

Me miró con una ceja levantada mientras tiraba su camiseta al suelo. Oh, dios, como le odiaba. Odiaba la forma en la que me hablaba como a un niño pequeño, odiaba esa sonrisa malévola suya. Y sobre todo detestaba como las gotas de agua que caían de su pelo azabache recorrían su pecho desnudo para acabar en la cintura de su pantalón, haciéndome pensar cosas muy, pero que muy peligrosas.

"Oh, venga" con esa sonrisa tan conocida, volvió a su tarea "No me obligues a quitarte la ropa a la fuerza"

¿Por qué lo había dicho como si hubiera disfrutado con ello? Me irritaba. Riéndose entre dientes comenzó a desabrocharse el primer botón del pantalón. Me pareció un buen momento para darme la vuelta. Con un profundo suspiro comencé a desvestirme yo también; lo cierto es que la ropa se me pegaba a la piel y ya tenía suficientes elementos molestos. Lo mejor sería centrarme en lo enfadado que estaba con él, siempre funcionaba.

Doblaba mis pantalones sobre una silla cuando su mano se posó en mi hombro. No pude reprimir el escalofrío. Mierda.

"Toma, he encontrado unas mantas" la cogí sin quitar la vista de mis pantalones.

"Mmm, gracias, tenía algo de frío" quitó la mano de mi hombro pero no retrocedió. Casi sin querer levanté los ojos y le miré entre las pestañas. Sus ojos dorados me devoraban como si fuera un conejito y él un lobo. Segundo escalofrío. Eso llamó su atención y me miró directamente a los ojos. Fuera la lluvia caía torrencialmente sobre los árboles, pero estaba seguro de que él podía escuchar los latidos de mi corazón, porque yo podía escuchar los suyos.

El ambiente cambió con una sonrisa suya; se dio la vuelta, levantando el vuelo de la manta que llevaba como capa, una risita socarrona "Bonitos calzoncillos Ventus, ¿te los ha comprado tu querida Aqua?" y adiós al encantamiento. De nuevo el odioso Vanitas de siempre.

Ignoré el comentario, me lié en la manta y me senté en la única cama que había. El refugio no era muy grande y solo constaba de la habitación donde nos encontrábamos y lo que parecía ser un baño al fondo. Vanitas se entretenía intentando encender la chimenea, inútilmente en mi opinión, teniendo en cuenta la humedad que había, pero así al menos me dejaba tranquilo por lo que no dije nada.

Estaba hipnotizado observando sus intentos cuando de repente una luz blanca inundó todo el bosque seguida de un estruendo ensordecedor. Fue automático, me era inevitable. Cubrí mi cabeza con las manos y un corto grito se escapó de mis labios. Malos recuerdos, maldita infancia traumática. Aún temblando levanté despacio la cabeza y, como me temía, dos destellos de oro me miraban muy de cerca. Sin decir palabra se sentó a mi lado en la cama mientras seguía con los ojos fijos en mí.

"Así que..."

"Ni se te ocurra decir alguna de tus gracias" sonaba sorprendentemente serio para estar aún temblando. Gritaba un poco. "No con esto, ¿entendido?"

"No iba a hacerlo Ven" su voz tenía un leve rastro de sorna que desapareció cuando le fulminé con mis ojos azules "Perdona."

Esto último sonó más sincero. De nuevo, la luz relampagueo en la oscura tarde, reaccioné más rápido y tapé mis oídos, pero pude oírlo.

"¡Distráeme!" le grité, con los ojos cerrados con fuerza.

"¿Qué?"

Cuando todo volvió a la calma abrí los ojos y vi su cara de sorpresa. "¡He dicho que me distraigas!" le volví a gritar sin pensarlo.

"¿Y cómo se supone que voy a distraerte de una tormenta que resuena por todo el maldito bosque?" Vanitas también comenzó a gritar, obviamente enfadado.

"¡Pues yo que sé! Normalmente te las arreglas para ser molesto ¿no?" estaba descargando toda mi rabia contra él, lo sabía, pero bueno, él era en parte causante de ella así que no me sentía demasiado culpable por ello.

"¿A qué viene eso?" casi parecía herido por mi comentario. Sin saber por qué me comenzó a molestar que no entendiese lo que me pasaba, que no comprendiera nada, mi frustración me desbordó por completo y le seguí gritando.

"¡Bah, déjalo! No sirves para nada, nunca..." no pude continuar. Mis labios estaban firmemente apretados contra los suyos, su mano sujetaba mi nuca impidiendo moverme.

Se separó unos milímetros poniendo fin al beso y sus ojos se encontraron con los míos, abiertos de par en par. La luz blanquecina lo iluminó todo de nuevo, haciendo brillar el dorado entre sus negras pestañas, casi como un brillo asesino.

"Mierda" masculló.

Aún sin dejarme reaccionar se abalanzó sobre mi y, si sonó el trueno, yo no llegué a escucharlo. Sus dedos se clavaban en mi cintura mientras su lengua recorría mi boca con ansia. Mis manos reaccionaron por instinto y comenzaron a recorrer la curva de su espalda, acercándolo más a mi. Se detuvo un segundo sorprendido por mi respuesta, pero no le dejé parar, con rabia le mordí el labio inferior, instándole a que continuara. Una sonrisa malévola cruzó su rostro. Esa sonrisa que tan loco me volvía. Me beso una vez más, para después recorrer con su lengua la linea de mi mandíbula terminando con un pequeño mordisco al lóbulo de mi oreja. Dejé escapar un suave gemido y escuché su risa sorda contra mi oído.

"Oh, por favor, hazlo otra vez" me susurró mientras su mano recorría mi estomago para detenerse en el hueso de mi cadera.

Mi cabeza daba vueltas, había perdido el control que tanto me había costado conseguir. Aunque para mi alivio él no parecía mejor que yo, su cuerpo temblaba, podía notarlo mientras mordisqueaba mi cuello, y su temperatura estaba tan alta que notaba como derretía mi piel allí donde entraba en contacto con la suya. Creía recordar algo de una tormenta.

Apoyó su brazo a un lado de mi cabeza e incorporó su cuerpo un poco mientras me miraba fijamente. Nuestras respiraciones entrecortadas se unían en una sola. Alcé mis manos para coger su rostro. Ardía. En respuesta él enredó sus dedos en mi pelo rubio y sonrió de forma diabólica.

"Te he pedido que lo hagas otra vez" su voz sonó ronca, casi como una amenaza, y sin dejar de observar mi expresión deslizó la mano de mi cadera hacía el interior de mis boxers para sujetar mi miembro con sus largos dedos.

Le di el gemido que quería sin poder resistirme, y unos cuantos más de regalo. Sonrió satisfecho, con demencia, mientras se mordía el labio. Su mano se movía arrastrándome a la locura con él, cuanto más aumentaban mis lascivos sonidos, con más fuerza lo hacía él.

"Ahh...Van... Vanitas..." conseguí controlar mi voz por un momento, él me miró, pero sin detenerse "Puedo... ¿puedo hacerlo yo... también?" No me creía lo que decía, pero realmente el deseo me estaba consumiendo como nunca antes lo había sentido.

Sus ojos se abrieron por la sorpresa ante la osadía de mi pregunta, impropia de mi. Por toda respuesta cogió mi mano introduciéndola en su ropa interior y cerró mis dedos alrededor de su pene. Vaya, era más grande que el mío, pero no tuve mucho tiempo de pensar en ello. Volvió a besarme con más rudeza que antes mientras retomaba su maravillosa tortura, y por inercia le seguí el ritmo. Más gemidos, pero esta vez no eran míos, no todos al menos. Con los labios entreabiertos contra los míos y una expresión arrebatadora, Vanitas gemía de placer como, debía confesarlo, tantas veces me había imaginado. Era mío, en estos instantes todo su ser me pertenecía, sus reacciones estaban a mi merced. Alcé mi cabeza y le besé con pasión devoradora. A estas alturas era absurdo disimular o contenerse.

"Ven... si... si haces eso, yo voy a... voy a..." su habitual máscara de soberbia había desaparecido bajo unos ojos nublados por la lujuria que me imploraban más, contradiciendo sus palabras.

"Esta bien... yo... yo también voy a correrme ya" lamí sus labios y le besé con urgencia.

El éxtasis llegó casi al unisono, sentía como me mareaba mientras el calor se derramaba por mi estomago sin poder evitarlo, mezclando ambas esencias. Tras un instante, Vanitas se desplomó a mi lado con un profundo suspiro y los dos nos quedamos observando el techo.

Fuera aún llovía, pero la tormenta ya había pasado. No sabía que decir, ni siquiera estaba seguro de que lo que había pasado fuera real, de no ser por las pruebas repartidas por mi cuerpo. Mi cuello picaba en ciertos puntos, probablemente tendría marcas de la pasión de Vanitas por varios días. Sin poder evitarlo un ligero miedo comenzó a atenazar mi corazón en cuanto se despejó mi mente, miedo por saber que estaría pensando él. Tras un largo silencio sin que ninguno de los dos se moviera tan siquiera, él se giró hacia mi apoyando la cabeza en su mano.

"Tranquilo" dijo con media sonrisa socarrona "no le contaré a nadie que te dan miedo las tormentas, pequeño Ventus"

Oh, dios, como le odiaba.