Era una mañana fría de invierno, el frío viento se colaba por los resquicios de las rocas que conformaban la iglesia, haciendo que más de un fiel temblase y estornudase.

-Si nieva templa- le escucho decir a una anciana.

-Pues que nieve pronto que así no se le va a quitar la pulmonía a mi niño en años.

En uno de los bancos de madera, un joven de veintiocho años miraba a las señoras, a su lado una hermosa joven pálida, pelirroja y con pecas le sostenía la temblorosa mano canela.

-¿Se encuentra bien señorito? – le pregunto con voz quedada.

-Si. –Respondió el otro tratando de sonreír para calmarla.

El joven tenía los cabellos castaños, la tez morena y demacrada y unos hermosos ojos esmeraldas que antaño había brillado con alegría y ahora estaban opacos por la fiebre.

-Si quiere márchese yo esperare y… - Antonio negó.

-Quiero verle Sofía.

La joven muchacha suspiró y volvió su vista hasta la salida de la iglesia, donde dos guardias civiles esperaban. Dos días hacían ya que su señorito recibió una carta desde Rusia, dos días hacen ya que ambos planearon el encuentro en esta iglesia, en la iglesia San Judas Tadeo, padrón de los imposibles, por que la relación que mantenían era imposible, y mas ahora.

Sofía vio como su señorito movía las piernas mientras esperaba, esperaba intranquilo, mirando suplicante al santo, el tiempo de permiso se agotaba y él que tenía que llegar no llegaba.

-Venga Tadeito, haz que Rusia llegue pronto- murmuró Antonio- que quiero verle y no me van a dejar. Venga Tadeito hazme ese favor que te he echado una "perra gorda" para que lo cumplas. Vamos Tadeito que se acaba el tiempo y no le voy a poder ver.

Tan enfrascado estaba Antonio en su rezo que ni cuenta se dio de que Sofía se levantaba y un joven muy alto y rubio de ojos violetas que tenía una bufanda blanca ocupaba su lugar, no se dio cuenta hasta que una mano pálida acaricio su mejilla.

-Iván – tuvo que contener un grito de alegría al ver esos ojos violetas, más no pudo contener las ganas de abrazarlo. - Te extrañe mucho.

-Y yo a ti mi sol- le respondido el ruso acariciándole la mejilla- estas ardiendo ¿tienes fiebre?

- Un poco, - le dijo sonriente, estaba feliz, - pero no te preocupes estoy mejor.

Busco los labios rusos con hambre, años hacía que no se veían que les había hecho extrañarse hasta límites insospechados. Pero el tiempo se acaba y Sofía se acercaba a ellos.

Es hora de irse señorito – informa con un susurro.

Antonio asiente y se le levanta, Iván le ve alejarse cogido del brazo de Sofía, cojea y se para ante la pila bautismal, moja la mano y se presiona mirándole, Iván también se presiona y se acercan el pulgar a los labios y vuelven a sentirse