Disclaimer: Ni Glee, ni sus personajes, ni esta historia me pertenecen.


Aquello no le podía estar pasando a ella. Quinn se movió incómoda en el asiento de conductor de su coche mientras pensaba cómo manejar aquella situación.

El hospital estaba abierto las veinticuatro horas del día, así que ese no era el problema. El problema era la vergüenza por su condición y por la situación que había desencadenado todo eso. Pero aquello era demasiado doloroso para aguantar más tiempo sentada en el coche frente al aparcamiento que había junto a la entrada de urgencias.

Tiro de sus pantalones intentando tener más espacio en su entrepierna y acomodó su erección una vez más. Llevaba casi tres horas en esa situación y ya no aguantaba más, así que con determinación, atravesó el parking del hospital, tratando de caminar lo más normal posible.

Cuando entró, encontró en recepción a una mujer mayor que podía ayudarla. Quinn trató de mantener una cara seria mientras le explicaba su situación. La mujer no pareció darle mucha importancia a lo que le estaba contando, le dio un formulario y le pidió que lo rellenara hasta que llegara su turno.

La rubia se dirigió a la sala de espera intentando tapar el bulto de sus pantalones con aquellos papeles que la recepcionista le había dado.

Junto a ella, estaba Michael, el director con el que había estado trabajando en el set y el culpable de aquella situación. El hombre se sentó a su lado en la sala de espera y le dijo que no se preocupara por nada, que él estaría a su lado en todo momento.

Una vez rellenado el formulario, Quinn le entregó los papeles a la recepcionista e intentó pensar en algo que ayudara a solucionar aquel problema: Michael desnudo, la recepcionista en tanga… cualquier cosa. Pero nada ayudó.

Se puso nerviosa cuando escuchó su nombre media hora después.

Mientras caminaba hacia la consulta que le habían indicado, rezó por que la atendiera un hombre, porque pensó que probablemente él podría manejar mejor aquella situación. Pero cuando entro a aquella sala vio a una joven enfermera esperándola y todas sus esperanzas se esfumaron.

Michael la siguió dentro de la pequeña habitación y se mantuvo en silencio mientras observaba. Quinn estaba convencida de que estaba allí con el único propósito de divertirse a su costa.

Cuando la enfermera la miró, sus ojos se abrieron y pudo notar como contenía su respiración. Parecía joven, demasiado joven como para ser enfermera, pensó Quinn.

—Buenas noches —dijo mientras volvía a posar su mirada sobre el formulario que le había proporcionado la antipática recepcionista— ¿Lucy Quinn Fabray? —Preguntó volviendo su mirada a ella.

A Quinn le costó unos segundos responder.

—Prefiero solo Quinn.

—Claro, Quinn. Por favor toma asiento —la enfermera hizo un gesto con la mano para que tomara asiento en la camilla que había a un lado de la habitación y empezó a ojear el formulario— Mi nombre es Rachel. Soy estudiante de enfermería y esta noche estoy ayudando al médico de guardia. Empezaremos con unas preguntas simples antes de que venga el doctor a examinarte más a fondo ¿de acuerdo?

Rachel desvió su mirada hacia el regazo de Quinn y ésta no pudo evitar sonreír.

—De acuerdo —asintió la rubia.

—Bien, ¿su peso?

—Cincuenta y ocho kilos.

—¿Altura? —siguió preguntando mientras lo anotaba en sus papeles.

—Uno, sesenta y ocho.

—¿Su edad?

—Veintitrés.

Rachel intentó reprimir una sonrisa, aunque Quinn no entendió muy bien por qué.

Aquella enfermera tenía el pelo castaño y unos ojos color chocolate que a ella le parecieron muy bonitos. Era pequeña pero con un cuerpo precioso por lo que podía diferenciar debajo de aquel uniforme azul. Tenía los labios carnosos y rosados, y una nariz un poco grande que a sus ojos la hacía ver incluso más atractiva.

Rachel terminó de rellenar el formulario y fue a por el equipo médico para hacerle un breve chequeo.

A pesar de que su presencia era totalmente profesional, no hizo nada para ayudar a debilitar la erección de Quinn. De hecho, la rubia pensó que su miembro se puso incluso más duro sólo para burlarse de ella.

La morena enfermera puso un estetoscopio sobre su corazón y escuchó durante unos segundos antes de volver a anotar algunas cosas en sus papeles.

Quinn la observó trabajar sin ser consciente de la sonrisa de boba que adornaba su cara.

—Entonces, Quinn —dijo Rachel sonriendo hacia ella con unos dientes blancos y perfectos mientras colocaba aquel manguito sobre su brazo para medir su presión arterial— ¿cuál ha sido el desencadenante de esta situación?

Mierda, pensó Quinn. Aquella mujer le iba a hacer decirlo.

—Lo he anotado en el formulario que me han dado en recepción al llegar —contestó ella intentando evadir la pregunta.

Rachel frunció el ceño y miró los papeles que le había pasado la recepcionista.

—Sí, ya veo… Pero me gustaría que me lo explicaras mejor, por favor. Es decir, ¿cómo ha sucedido? ¿Es la primera vez que te pasa?

—No he tomado esas pastillas antes, si es a lo que te refieres…

Quinn apartó la mirada de su regazo y no pudo evitar quedarse mirando los pechos de aquella mujer. Rachel bajó la mirada a su pecho para ver lo que Quinn miraba tan fijamente y frunció el ceño.

Quinn apartó la mirada, nerviosa, al ser consciente de que la había pillado mirando sus pechos. Se sintió una imbécil, allí sentada y mirando los pechos de la enfermera. Era como si su miembro pensara que estaban allí para buscar una candidata dispuesta a aliviar su malestar. Por desgracia no, chico, pensó ella para acto seguido sentir otra punzada de dolor en su entrepierna.

La rubia se aclaró la garganta y bajó la mirada. Rachel la examinó de forma metódica. Mientras inflaba aquel brazalete para medir su presión, Quinn la observó con más detenimiento. Le pareció muy gracioso cómo su rostro se fruncía cuando estaba concentrada e intentaba no dejarse distraer por ella.

—Entonces, ¿puedes decirme más acerca de cuándo comenzaste a tener estos síntomas?

Rachel bajó la mirada hacia el formulario que Quinn se había encargado de rellenar vagamente, anotando sólo los detalles importantes, como su nombre, su seguro médico y, oh, sí… ¡una erección dolorosa!

La rubia aún conservaba la esperanza de que apareciera un doctor que hubiera tenido algún caso como ése y no aquella guapa enfermera. Definitivamente aquel día la suerte no estaba de su lado.

Quinn dudó antes de contestar y escuchó la risa de Michael que estaba detrás de la enfermera.

—Empezamos el rodaje, y aquí nuestra estrella, tuvo miedo escénico, así que le di un par de pastillas azules que tenía a mano. —contestó el hombre.

Rachel se dio la vuelta para mirar a Michael y Quinn bajó la mirada hacia su regazo, luchando contra el dolor que sentía cuando los pantalones apretaban aún más su erección.

—Oh dios… —Rachel se llevó una mano a la boca. Su reacción fue tan honesta e inocente, que a Quinn casi se echó a reír. Casi, si no fuera porque aquel dolor de su entrepierna no le permitía pensar en nada más.

—Entonces…bueno… ¿a qué os dedicáis? —preguntó la morena inocentemente.

—Al entretenimiento adulto —contestó Michael.

—¿Quieres decir… porno? —preguntó Rachel.

—X World Entertaiment —contestó el hombre acercándose a ella y pasándole una tarjeta.

La compañía de Michael se dedicaba a producir películas con un toque elegante y romántico, que era lo que en principio atrajo a Quinn para aceptar aquel trabajo. Aunque pensándolo bien, no dejaba de ser pornografía.

Quinn pensó que probablemente Rachel la veía como una mujeriega, una adicta al sexo o algo por el estilo. Lo había visto en su mirada, pero no le dio mayor importancia, total, nunca volvería a verla después de salir de aquel hospital.

Aquella mujer nunca sabría nada sobre la pequeña niña que tenía bajo su custodia, sobre la hipoteca y la cantidad de facturas de las que era responsable.

Después de un rato, Rachel reaccionó y le entregó una bata verde a la rubia.

—Toma. Desnúdate y póntela de forma que puedas abrirla por delante. Vuelvo en un momento.

Unos días atrás, cuando Quinn firmó el contrato para aquello del entretenimiento para adultos, las cosas le parecieron fáciles.

Se presentó y tuvo que posar para unas fotos que, según le explicaron, eran para su perfil en el sitio web de la productora. Para la sesión usó solo unos boxers y un top. Tuvo que recostarse en una cama con una chica llamada Alice. Posaron en diferentes posiciones, que se volvían cada vez más íntimas: besándola, lamiendo su cuello e incluso lamiendo su clítoris. Pero, al contrario de lo que se pudiera pensar, no era nada sexual. Tuvieron que permanecer quietas y en diferentes posiciones mientras el fotógrafo sacaba varias instantáneas, así que no era nada excitante.

Pero aquella noche había sido diferente.

Cuando le pidieron que se quitara la ropa interior no tuvo ningún problema. Alice se agachó y frotó sus largos dedos sobre su miembro hasta que éste estuvo erecto. Después estuvo alrededor de una hora posando con ella.

Lo de posar no fue difícil, el problema llegó a la hora de grabar…

*Tres horas antes*

Michael caminó hacia Quinn para hablar con ella antes de empezar.

—¿Estás preparada para esto?

Quinn miró el set de rodaje. Era un lujoso loft que la productora había alquilado, con sofá blanco de cuero y ventanas desde el techo hasta el suelo que ofrecían una panorámica impresionante de la ciudad.

La rubia pensó que era un sitio bastante frío, pero ¿qué podía esperar? Era solo porno. Ella podría hacerlo. Después de todo, era buena en eso. Sólo tenía que pensar en la cantidad de dinero que le pagaban por ello, lo suficiente como para pagar el tratamiento médico para Sophie.

Quinn recordó su dulce rostro asomándose por el borde de su edredón cuándo la dejó en casa. Le dijo que Cassie la cuidaría mientras ella estaba fuera y que no se verían hasta el día siguiente. La pequeña hizo una mueca, pero asintió. A Sophie no le gustaba la oscuridad y muchas veces se metía a media noche en su cama, pero en aquel momento se hizo la valiente y aceptó sin protestar.

—¡Quinn! —exclamó Michael para sacarla de sus pensamientos.

—Sí, estoy preparada.

—Genial. Bueno, la otra actriz llegará enseguida. Es nueva, pero te va a encantar.

En aquel momento, Quinn empezó a pensar que fue una mala idea trabajar para Michael. Todo en él indicaba que sus películas serían de mala calidad.

Michael se fijó en Quinn tras haberla visto varias veces como camarera en la cafetería a la que él solía ir muchas veces después de los rodajes. El hombre la interceptó una noche, después de terminar su turno, y le ofreció aquel trabajo, asegurándole que le pagaría bien si decidía aceptar. Quinn se rió ante tal propuesta. Pero trabajar de camarera no le proporcionaba mucho dinero y tras unos días meditándolo, decidió aceptar.

—Lo fundamental en esto es el control —le explicó Michael, mientras una mujer se encargaba de maquillarla un poco— No hagas nada hasta que yo te lo diga. Tenemos que grabar muchas escenas en diferentes posiciones, así que por favor, no eyacules hasta que te demos la señal. Si crees que no puedes aguantar, ve más despacio.

—De acuerdo. No creo que tenga ningún problema.

La cuestión era que Quinn estaba un poco nerviosa por la idea de tener sexo con una chica a la que no conocía de nada, frente a una cámara y con una sala llena de gente.

Aun así, Quinn trató de relajarse y pensar en el dinero que Michael le había prometido después de eso.

—¿No debería conocerla primero? ¿Saber qué le gusta y esas cosas? —le preguntó al hombre.

—Cariño, esto es porno, no una primera cita —contestó con tono gracioso— ella es actriz, todo lo que haga será fingido, así que tú no te preocupes por eso. Tú solo concéntrate en ti misma.

En ese momento, la puerta principal se abrió y entro la otra actriz. Michael se acercó a saludarla cuando ella entró en el apartamento. Quinn se dio cuenta de que estaba bastante asustada. Aquella chica era joven, demasiado joven pensó ella. Se preguntó si sería siquiera mayor de edad. Mierda.


Rachel volvió a la habitación un rato después. Se lavó las manos minuciosamente, para acto seguido llegar junto a Quinn, levantar un poco su bata y colocar una bolsa llena de hielo sobre su entrepierna.

Quinn pegó un pequeño brinco y gruñó ante aquella acción inesperada.

—¿Estás bien? —preguntó la morena.

—Sí —contestó Quinn casi sin aliento, tratando de no soltar todas las palabrotas que le venían a la cabeza en ese momento.

—¿Ves por qué la he contratado? —añadió Michael con diversión al ver la interacción entra las dos chicas.

Rachel trataba de evitar mirar a Quinn, pero la rubia se dio cuenta como en un par de ocasiones, la mirada de la morena se posaba sobre su entrepierna.

—Acabemos con esto, por favor. —dijo Quinn, molesta y avergonzada por aquella situación.

La rubia maldijo el momento en que le hizo caso a Michael y tomó aquellas pastillas.

Ella se sintió atraída por la actriz. Antes de comenzar el rodaje se acercó a aquella chica e intentó mantener una charla amena con ella, pero ésta se puso demasiado nerviosa y se excusó para ir a la cocina a tomar un refresco antes de empezar.

Ahí fue cuando empezó el problema. Cuando la chica por fin se serenó un poco, entonces fue ella la que empezó a sentir pánico.

Quinn no quería tener sexo con una chica tan joven y que estaba tan asustada. No era ni siquiera excitante. Así que pasó lo que tenía que pasar, su pene no respondió ante aquella situación y Michael tuvo la genial idea de ofrecerle aquellas pastillas.

—Así que… ¿eres una estrella del porno? —le preguntó Rachel manteniéndole la mirada por un breve momento.

—¿Te molesta? —preguntó Quinn un poco a la defensiva. Seguro que aquella chica ya la había juzgado. No tenía sentido explicarle que esa iba a ser su primera película o por qué aceptó aquel trabajo.

Rachel la miró fijamente antes de contestar.

—No —dijo con seguridad. Pero para Quinn no pasó desapercibido el rubor de sus mejillas al contestar.

Quinn no se sorprendió al pensar que aquella chica fuera incluso virgen. Era muy tímida e inocente. A la rubia le encantó la manera en la que se desenvolvía haciendo su trabajo, cuidando de ella. Hacía mucho tiempo que nadie cuidaba de ella.

En ese momento la puerta de aquella habitación se abrió, interrumpiendo los pensamientos de la rubia. Quinn supuso que aquel hombre que rondaba los cincuenta sería el médico de guardia, algo que la tranquilizó bastante.

Después de hacerle algunas preguntas, que Rachel ya le había hecho, sobre cuál había sido el desencadenante de aquello y cuánto tiempo llevaba así, el hombre abrió la bata de Quinn para examinarla mejor. Al hacerlo, el miembro inflamado de la rubia, saltó orgulloso frente a la mirada del doctor y de Rachel.

—¡Vaya! —exclamaron el doctor y Rachel al mismo tiempo, mientras Michael se rió detrás de ellos.

Quinn pensó que aquella situación no podría ser más vergonzosa. Estaba claro que el tamaño de su miembro era lo suficientemente grande como para causar aquella impresión.

Después de aceptar el trabajo de Michael, Quinn, por curiosidad, buscó en internet el tamaño medio de los actores de aquel tipo de películas, y se sorprendió al darse cuenta de que su tamaño era considerablemente más grande que el de la media de aquellos hombres.

Eso también la asustó en un principio. Si ya era raro ser mujer y tener pene, ¿qué dirían los productores, técnicos y demás actores y actrices que vieran aquello? Pero después pensó en el dinero que necesitaba y que si la gente lo pensaba bien, era simplemente una parte más del cuerpo humano. Sí, era raro en una mujer, pero la gente se acabaría acostumbrando, como ya habían hecho otros en el pasado.

—¿Es usted familiar? —le preguntó el doctor a Michael.

—No.

—Entonces lo siento, pero tiene que salir de la habitación.

—Claro, pero primero dígame como está. Tengo un negocio que mantener ¿sabe? —añadió Michael con diversión.

—Sobrevivirá. Ahora por favor, salga.

Satisfecho con su contestación, Michael le guiñó un ojo a la rubia y salió de la habitación sin más.

—Entonces… ¿es grave, doctor? —preguntó Quinn nerviosa y asustada por partes iguales.

Rachel agachó la mirada y Quinn se puso aún más nerviosa. Algo en ese simple gesto no auguraba buenas noticias para ella.

—Te daré una mezcla de relajante muscular y esteroides. Esperaremos media hora, pero si no hace efecto, me temo que tendré inyectarte una aguja en el eje de tu miembro para drenar la sangre de forma manual. Es un poco molesto, pero es la forma más eficaz de acabar con el problema. —contestó el hombre tratando de tranquilizar a la rubia con la mirada. Después de decir eso, el doctor apuntó algunas cosas en unos papeles y salió de la habitación con Rachel.

A Quinn se le hizo un nudo en la garganta y rezó a todos los dioses por que las pastillas hicieran efecto. No sería capaz de soportar la otra opción.

Un rato más tarde, Rachel volvió con vaso de papel lleno de agua y unas pastillas.

Mientras Quinn se tomaba el vaso de agua y las pastillas, Rachel acomodó la bolsa de hielo sobre su entrepierna de nuevo, pero sin querer, rozó su miembro con la mano. La morena se sobresaltó y mordió su labio inferior inconscientemente.

—Gracias —dijo Quinn pasándole el vaso después de tragar las pastillas.

—De nada. Acuéstate si quieres —dijo señalando la camilla— volveré en un rato para ver si has mejorado.

Veinticinco minutos después la erección aflojó y Quinn pegó un salto de la camilla para volver a vestirse. Justo cuando se estaba subiendo los pantalones, Rachel entró de nuevo en la habitación.

—Ya estoy mucho mejor, creo que ya estoy lista para irme —dijo la rubia.

Rachel se quedó mirándola de arriba abajo, deteniéndose una vez más en el bulto de su entrepierna.

—Ah…

—Gracias por todo.

Quinn se puso la chaqueta y caminó hacia la puerta, pero justo cuando pasó junto a Rachel, ésta la detuvo poniendo un brazo sobre su pecho y retirándolo rápidamente cuando se dio cuenta de lo íntimo de ese acto.

—Espera, no puedes irte así. Tienes que esperar a que te revise de nuevo el doctor Conrad. Seguro que querrá hablar contigo sobre tu estilo de vida y… umm… ofrecerte la posibilidad de hacerte pruebas de enfermedades de trasmisión sexual y esas cosas. —dijo un poco avergonzada.

—Gracias, pero estoy bien. —dijo Quinn riendo.

La rubia casi no tenía tiempo para citas, y mucho menos para mantener relaciones sexuales. Aunque cuando las tenía, siempre usaba protección. Además, cuando firmó el contrato con Michael, el hombre la obligó a hacerse esas pruebas.

Lo único que Quinn quería era volver a casa, ver como estaba Sophie y olvidarse de lo ocurrido aquella noche.

—De acuerdo, como quieras. Cuídate. —dijo Rachel.

La morena se hizo a un lado permitiéndole el paso y Quinn salió de aquel hospital dispuesta a dejar atrás aquella experiencia.


Vuelta a empezar...

¡Gracias por vuestra paciencia!