EL ENEMIGO PRIMORDIAL

Grecia, Monte Olimpo, año 1.200 A.C

Los dioses estaban reunidos en pleno, cosa que no pasaba desde la guerra contra los titanes, siglos antes. Tan especial era esa reunión, que no sólo estaban allí los Olímpicos; las dediades del Inframundo y toda clase de dioses menores, desde los de las montañas, a los de los ríos y arroyos, y todo los tipos que a uno se le pudieran ocurrir. Desde luego Hermes había hecho muchos kilómetros aquellos días, pues la sesión se había convocado con apenas tres días de antelación, cosa que por supuesto a mucho trastocó, pero debían acudir, pues el precursor no era otro que el mismo Zeus, y a él nadie le lleva la contraria. Precisamente este era el único que faltaba en la sala, cosa que traía de los nervios a sus hermanos.

-Ese idiota nos hace venir corriendo, y precisamente es el que más tarde llega...- gruñó Poseidón, tridente en mano, y recostado en su trono. Hades, que permanecía de pie en las proximidades de los doce tronos, le escuchó y sonrió ligeramente.

Cuando el mayor de los hermanos se disponía a responder, cientos de rayos resonaron por toda la sala, y las nubes se acumularon por encima de la sala del trono, y recubrieron el cielo del Olimpo. El rey de reyes había llegado. Con un resplandor, apareció en la sala, ataviado con su resplandeciente armadura, con el rayo maestro en la diestra, y un cuerpo carbonizado en la izquierda. Arrojó el cadáver a los pies de su hijo Hermes, y este dio un respingo para que no le llegara a tocar del todo.

-Espero que reconozcas a Dimestres, uno de tus hijos- dijo simplemente Zeus. Hermes, asqueado, asintió ligeramente.

-¿Que hizo ese mortal para ganarse la cólera del rey del Olimpo?- preguntó entonces Atenea, antes de que los murmullos llegaran a más en la sala. Zeus tardó unos segundos en responder.

-Él es un hijo de Hermes, y hace cuatro días, alzó la mano al cielo, e invocó uno de mis rayos. Estaba luchando contra un cíclope, cuando con facilidad, y sin siquiera pedirlo, invocó el rayo, y derribó al monstruo con la misma facilidad con la que lo hubiera hecho yo- aseguró

Todos en la sala enmudecieron, y el propio dios mensajero, normalmente muy locuaz, estaba totalmente pálido y sin ser capaz de articular palabra. Pero su padre siguió hablando.

-Evidentemente no podía tolerar semejante falta de respeto y le maté, pero no nos hemos reunido para darle las condolencias a mi hijo. Supongo que os dais cuenta de lo que supone la información que os he dado- dijo. Conforme andaba, se fue acercando a su trono, y se sentó pesadamente. A su lado, Poseidón le daba vueltas sobre su eje al tridente, pensativo.

-Los hijos heredan las características de los padres, eso es algo natural- intervino entonces Demeter- Los humanos aún no lo saben, pero toda esa información se transmite, y parece que en los dioses pasa algo... parecido- murmuró.

-¡Eso es absurdo!- saltó de pronto Apolo- ¡Los dioses no tenemos ese transmisor genético, y lo sabéis!- exclamó. (1)

Comenzó entonces una larga discusión en la cual la inmensa mayoría de dioses participaron. Zeus, poco amigo de aquellas largas reuniones, era perfectamente consciente de que esta era la más crucial en mucho tiempo, pero su paciencia se agotaba por momentos, y de un golpe sobre el apoya brazos de su trono, un par de horas después, acabó con todo el griterío que hasta entonces se había formado.

-¡Silencio!- gritó, e inmediatamente todos le miraron. Él era el rey, y tendrían que escucharle- Como bien decís, que nuestros hijos heredan nuestros poderes es evidente, pero como acabamos de ver, también pueden heredar los poderes de los ascendientes del progenitor, cosa que ya en parte me esperaba, pero nunca pensé que pudiera llegar a pasar en la realidad- con eso, se levantó de su trono.

-Es evidente que, si dejamos que esto vaya a más, nuestros hijos podrían llegar a tener un poder más allá de cotas que hasta ahora ni nos planteábamos, y eso es intolerable. No se vosotros, pero a mi no me haría gracia que alguien con la capacidad de persuasión de Afrodita tuviera parte de los poderes de Urano- gruñó Zeus, mirando de reojo al resto.

-Y os recuerdo, hermanos y hermanas, que los humanos tienen una capacidad de multiplicarse sin parangón, y las líneas de sucesión podrían combinarse y formar autenticas amenazas al Olimpo, por ello…- los ojos del rey del Olimpo en ese momento destellearon y en su mano apareció el rayo maestro.

Hermes, sabedor de lo que eso suponía, hizo aparecer en su mano un papiro y una pluma, y se dispuso a copiar las palabras que fuera a pronunciar el rey del Olimpo- Ante la vista de que los mestizos no sólo heredan los poderes de sus padres o madres divinos, sino que incluso pueden obtener los poderes de los ascendientes de estos, decreto que a partir de ahora, la líena de herencia se restrinja en ese progenitor, con las excepciones de Artemisa, la diosa virgen, mi hermana Hestia, la primera Olímpica, y de Persefone, la reina del Inframundo- anunció.

Rápidamente muchos dioses se quejaron por lo que ellos consideraban una injusticia. Pero antes de que nadie pudiera decir nada, de la mano de Zeus salió un resplandor que llenó toda la sala y que cegó a todos. Cuando se pasó el exceso de luz, los dioses afectados se palparon el cuerpo, y, como no notaron nada raro, miraron con miradas de extrañeza a Zeus. Este permanecía sentado en su trono, con el rayo descansando en su regazo.

-No tengo porque daros explicaciones, pero lo haré. Artemisa es una diosa que reniega del amor de un hombre, así que jamás se quedará embarazada, y como es una decisión suya y sabiendo lo que pasó entre Apolo y Orión, se que no pasará nada. En cuanto a Persefone, ella es la reina del Inframundo, ama demasiado a Hades, y el poco rato que pasa en la Tierra lo pasa con Demeter, que no dejaría que un hombre se acerque a su Kore menos de dos kilómetros sin riesgo a transformarlo en una vid- eso último provocó las risas de las deidades, el sonrojo de la diosa menor, y que Demeter rodara los ojos- Y mi hermana mayor… bueno, sólo debo recordaros lo que casi le pasa a aquel estúpido sátiro que intentó propasarse- terminó el dios.

Hermes, entonces, entregó el papiro y la pluma a Zeus, este firmó, cayó un rayo, y el papel desapareció. Ya era oficial- Y ahora marchaos a cumplir con vuestros deberes, dioses- ordenó, mientras las puertas del fondo se abrían.

Mientras todos se iban, el dios supremo se quedó pensativo. Esperaba que su decisión fuera la correcta, cosa que sólo el tiempo podría decir... De todos los presentes, la única que quedó en la sala del trono junto a su marido era la reina Hera.

-¿No es el primer mortal que demuestra tener poderes de otro dios aparte del de su progenitor divino, verdad?- preguntó entonces la diosa.

Zeus echó la cabeza atrás y asintió ligeramente- Así es, veo que no te puedo ocultar nada…- murmuró.

Hera bajó ligeramente el rostro- Sé cosas que no me gustaría saber, esposo, pero responde a mi pregunta. ¿Cuántos más encontraste?- preguntó.

Zeus pensó unos segundos- Con el hijo de Hermes que traje aquí, siete. Sus poderes iban más allá del de cualquier semidios, incluso los hijos de los Tres Grandes son débiles en comparación con esos mestizos, capaces de hacer cosas que se supone están reservadas a los dioses- dijo, con cierto temor.

Hera no dijo nada por unos instantes- Te viste en una situación vulnerable, ¿verdad?- preguntó ella, colocándose en frente de su hermano.

Este contempló su rostro. Era regio, femenino y poderoso, como se supone que debe ser la reina del cielo. Ninguna mortal podía competir con ella en belleza, pero, como se suele decir, hasta la carne de un dios es débil. Ella sabía perfectamente de sus constantes "deslices" pero aun así estaba apoyándole en unas horas bajas. En ocasiones se preguntaba si debía estar casado con ella.

-Por primera vez en muchos siglos, sentí miedo de mis descendientes, como me pasó con Metis y esa estúpida profecía de las Moiras…- gruñó, recordando el suceso. Hera acarició delicadamente su rostro.

-Tuviste a una bella hija, Atenea, con ella. Deberías sentirte orgulloso de tu estirpe, Gran Zeus, no temeroso…- le susurró ella.

Zeus sólo cerró los ojos y dejó que ella le masajeara el cráneo- Ser rey del Olimpo me hace responsable de todos vosotros, ha sido la decisión acertada- murmuró al rato, más convencido.

Tras eso, se levantó, y, con un destello, abandonó la sala del trono como solía hacer. Hera entonces se quedó sola en la sala, y contempló los tronos vacíos.

-Me pregunto cómo Rea hacía para mantener a su familia unida… En momentos así, es más que necesario- murmuró, mientras se recostaba en su propio asiento.

Y es que la decisión, por las caras de los demás, no había sentado nada bien, pero no podían hacer nada contra los designios del rey del Olimpo. La última vez, Poseidón y Apolo fueron obligados a construir las murallas de Troya, y la propia Hera había sido colgada del cielo por cadenas de oro. Sí, no era buena idea contradecir a Zeus. Así que acatarían la orden, aunque esta era obligada aunque ellos no quisieran, así que lo mismo daba. Esa decisión iba a traer consecuencias, y sólo las destino podían saber si dichas consecuencias serían buenas o malas.

Campamento Júpiter, época moderna, tras la batalla contra Gaia.

Habían pasado ya un año aproximadamente de la guerra de los dioses olímpicos contra los gigantes y Gaia. En aquella ocasión los dioses volvieron a ganar, pero hubiera sido imposible su victoria de no ser por los semidioses, quienes lejos de recibir una recompensa acorde con la envergadura de la hazaña, recibieron aún más trabajo por el castigo que el dios Apolo recibió cortesía de su padre. Pero todo aquello ya había pasado, y la paz había vuelto a los campamentos griego y romano, que en esos momentos se encontraban realizando relaciones bilaterales para recuperar el tiempo perdido en los últimos doscientos años. Uno de los representantes de Roma en aquellas reuniones era una oficial, una centurión. De piel bronceada, ojos negro azabache y pelo largo carbón, Jamily era respetada por sus legionarios y compañeros de rango, aunque en ocasiones cuchichearan a sus espaldas. Y es que ella era la única oficial no reconocida por ningún dios, cosa que, aunque al principio no le importara, desde que se decretó hace un par de años que los dioses debían reconocer a todos sus hijos tras la derrota de Cronos en Manhattan, aquella situación le había dado algún que otro quebradero de cabeza.

-Te noto tensa- comentó una voz a su lado. Se trataba de Reyna, la pretora del campamento. A su lado, Frank, el otro pretor, se encontraba viendo totalmente embelesado las paredes del edificio en el que estaban,

Se trataba del Senado. Un gran edificio con una cúpula de mármol, con asientos formando un semicírculo, y un estrado en el medio, donde se hallaban los tres personajes.

-No es nada, pretora- dijo la chica, mientras alzaba el rostro. La aludida la miró a los ojos por unos instantes pero no dijo nada al respecto.

-Me alegra oír eso. Frank- este ni se giró- Frank- le llamó de nuevo, algo más fuerte. Este rápidamente se giró ligeramente sonrojado y miró apremiante a Reyna. Esta suspiró.

-Sé que el senado es un lugar impresionante, pero debes estar atento- le regañó, a lo que el muchacho asintió.

Frank aún no se acostumbraba a su nuevo cargo. Había pasado de ser un simple legionario romano a ser todo un pretor en cuestión de meses, cuando en condiciones normales tomaría años. Pero cuando se es el elegido de una gran profecía, hijo de Marte, y el tipo que derrotó él sólo a todo un ejército de monstruos en Venecia, se suelen hacer concesiones de ese tipo. A Frank no se le daba bien mandar, pero su compañera agradecía que al menos pusiera de su parte para aprender las vicisitudes del cargo y se dejara aconsejar. Y sobre todo, que no conspirara hasta con el aire, como hacía Octavio.

-Tra-traje los documentos que me pediste, Reyna- aseguró, mientras cogía del suelo una mochila, la abría, y de ella sacaba numerosos papeles, todos ellos compulsados por un notario de Nueva Roma y firmados por ambos pretores y con el sello del águila.

Reyna sonrió ligeramente, y se los entregó a Jamily, quien los guardó cuidadosamente en una bolsita de viaje púrpura que tenía en el regazo.

-Ya sabes lo riguroso que es Término con estas cosas, pero no quería dejar nada al azar. Partirás al campamento griego en un avión que despega en tres horas, deberías estar hoy mismo cenando con ellos- aseguró.

Jamily asintió- ¿Cuándo vendrán los representantes griegos?- preguntó. Reyna suspiró pesadamente.

-Percy Jackson se propuso para hacer de representante, pero como ya no vive en el Campamento Mestizo, y los griegos le tienen en muy alta estima pero se le da mejor guerrear que negociar, al final serán Annabeth Chase y Leo Valdez, dos de los semidioses de la profecía- le respondió.

La semidiosa asintió- Tiene sentido. Aunque espero que no se decepcionen cuando llegue yo allí, que no soy más que una desconocida en realidad- comentó, pero Reyna le restó importancia.

-En las reuniones que celebramos aquí, en el Campamento Júpiter, ya avisamos de la situación. Frank es pretor y no puede abandonar territorio romano sin dejarme a mí todo el trabajo, y te aseguro que ya bastante tuve en la época en la que Jasón desapareció. Hazel te acompañará, y ella también es de los siete, recuerda- le dijo la pretora.

Jamily asintió. Tomó su bolsa, se despidió haciendo el típico saludo romano, y tomó el camino que llevaba a las fronteras de la Nueva Roma, donde esperaba Término. La estatua del dios, acompañada por la joven Julia, que permanecía detrás de este.

-¡Jamily Mendez, centurión de la 2ª Cohorte de Nueva Roma!- saludó el dios. Ella rápidamente hizo el saludo militar, y le entregó los papeles que antes le había dado Reyna en la bandeja que apareció en frente de ella.

-Tengo una misión diplomática en territorio griego, dios Término- le informó ella, mientras este murmuraba en alto palabras aleatorias al pasar las páginas.

-¿Tienes compulsada adecuadamente la directriz 4-B 210?- preguntó. Ella le señaló el papel, mientras esperaba con paciencia.

Minutos más tarde, dio su visto bueno, y ella pudo pasar hasta la zona del campamento. Allí, fue directa hacia la zona de la 2ª Cohorte y entró en la tienda que servía como vivienda de los centuriones de la Cohorte. Pasó por la zona de los barracones, donde dormían los legionarios, y estos se cuadraban cuando la veían pasar. A pesar de no llevar los galones puestos, bien era conocido por todos quienes eran los oficiales, suboficiales, y demás puestos en la zona militarizada, y por supuesto eso incluía saber el rango de la muchacha. De todas formas, aunque no lo supieran, sólo con ver su brazo derecho lleno de líneas le diría a cualquiera que lleva allí más años que los faunos. Ella solía bromear con que podría jugar al tres en raya usando esos tatuajes, aunque quedaba extraño al no tener el símbolo de ningún dios ornamentando el mismo.

-¡Espera, espera!- oyó una voz tras ella. Se giró, y vio la melena negra de Hazel justo a su lado, que subía y bajaba con la respiración de la chica.

Iba ataviada con una camisa morada del campamento, con su spatha de oro imperial en el cinto. Jamily se rio algo, y la invitó a pasar a su tienda.

-Precisamente ahora iba a ir a por ti a la 5ª. Pero antes me iba a cambiar, no puedo ir por ahí con la armadura- le dijo.

La otra asintió. La armadura de centurión de Jamily estaba pulida y lustrosa pero desde luego no era la ropa adecuada para moverse por el mundo mortal. La chica se ocultó tras un telar, y comenzó a desvestirse.

-Los tiempos modernos son increíbles…- oyó decir a la otra, desde detrás de la cortina- Pensar que un aparato tan enorme pueda surcar el cielo sin necesidad de magia… aún no me lo imagino- reconoció.

-Lo dice la que voló en un dragón de metal gigante- respondió Jamily, y oyó la risa de Hazel al otro lado- ¡Que mala eres!- respondió.

A pesar de su aspecto juvenil, cercano a los 16 años, Hazel era de los años 40 del siglo XX. No había envejecido por que murió en el 42, pero fue resucitada por obra de Nico di Angelo al ayudarla a pasar por las Puertas de la Muerte, en pleno inicio de la guerra contra Gaia. Por su parte, la otra semidiosa tenía cerca los 18 años, era de las mayores de la guarnición, pero eso no le impedía ser de las más activas. Se sentía segura siendo parte de la Legión, y no tenía contemplado retirarse pronto. Cuando salió, llevaba también una camiseta corta color morado con las siglas SPQR del campamento, y unos vaqueros negros. A su espalda llevaba la bolsa de viaje, y tenía camuflada a la vista humana una espada de oro imperial.

-¿Lista?- preguntó, a lo que Hazel asintió. Con eso, fueron directas a los límites del campamento, hablando animadamente, donde les esperaba un coche que las llevaría al aeropuerto, y de ahí, a Nueva York, donde esperaban los griegos.

El viaje se les hizo corto, y, en cuanto llegaron a la zona de seguridad, tuvieron que esconder las armas para que no entraran en caos los guardias del aeropuerto. Gracias a la niebla de Hazel no les fue difícil, y pasaron sin demasiados problemas a la zona de embarque. Jamily tuvo que guiar a su compañera por la zona ya que ella no dejaba de mirar con impresión los enormes aparatos despegando o aterrizando, o a miles de personas moverse de aquí para allá cargadas de equipaje.

-Aquí es, ahora sólo queda esperar- dijo Jamily, mientras se sentaba en una silla de plástico de las típicas que están pegadas unas a otras.

Hazel la imitó, mientras una sonrisa iluminaba su rostro. La otra sonrió un poco en respuesta, y esperaron en un agradable silencio, sólo interrumpido por alguna pregunta de la hija de Plutón, que a pesar de llevar ya un tiempo en la época moderna aún le costaba entender algunas cosas. Su relación con Frank era especialmente lenta precisamente por su mentalidad de los 40, el joven necesitó todos sus poderes de semidios y la ayuda de Jasón para poder darle un beso a la chica delante del resto. Estuvo durante cinco minutos abanicándose el rostro con la mano, pero mereció la pena.

-¿Cuánto tardará el vuelo?- preguntó Hazel. Jamily se hundió de hombros- Ni idea la verdad, pero no creo que sea un viaje corto- comentó.

Miró entonces en dirección al cielo. Era verano, y el calor estival llenaba la zona de la cuenca de San Francisco. A pesar de todos los años allí la semidiosa no acaba de adaptarse del todo a los 35º que fácilmente podían alcanzarse a media mañana, pero como solía estar cerca del agua el calor era más llevadero. Pero a pesar de ser verano, los venti, espíritus de la tormenta, iban y venían por el aire del aeropuerto. Eso no le gustó demasiado a Jamily, pero el único semidios que conocía capaz de domar a uno de esos seres, Jasón, estaba demasiado lejos como para intervenir en ese momento. Aún así, desde la guerra contra Gaia, el número de monstruos había bajado drásticamente y apenas había menos de la mitad.

-Los dioses está muy tranquilos últimamente, no habrá problemas- oyó decir a Hazel. Giró su rostro, y vio como la chica se encontraba con los codos apoyados en los muslos, y con su mirada dorada sobre los venti.

-¿Cuándo hemos tenido una misión fácil?- se preguntó entonces la otra, pero la hija de Plutón no dijo nada al respecto.

Cuando se disponía a responder Hazel, oyeron la llamada de su vuelo por el megáfono, así que se levantaron, y fueron a la puerta de embarque. De nuevo, la muchacha del inframundo ocultó sus armas con la Niebla, y se introdujeron en el aeroplano. Se colocaron en sus asientos, y esperaron.

-Notarás una fuerza que te pega al asiento, pero es perfectamente normal por la aceleración del aparato, no te asustes- le indicó Jamily.

La otra asintió, y miró por la ventana con emoción. El viaje transcurrió sin demasiadas incidencias, tanto, que Jamily se quedó dormida. Pero sus sueños, lejos de ser tranquilos, fueron muy intensos.

Sueño de Jamily.

Una enorme esfera moteada de puntos de luz y fondo negro, como si fuera una constelación, se alzó desde un fondo oscuro y siniestro. No tenía forma pero irradiaba una fuerza colosal, hasta que se posó en una superficie color rojizo. Se podían ver árboles muertos totalmente negros, aunque lo más destacable pasó en el preciso instante en que aquella masa informe toco suelo. Adquirió forma humana, con largos brazos y piernas, adquiriendo unos seis metros de alto. Su piel seguía salpicada de aquellos puntos luminosos y, en el lugar donde deberían estar los ojos en su rostro, aparecieron dos esferas de una luz dorada. Aquella criatura, entonces, gruñó algo totalmente ininteligible, y dio un fuerte grito que destruyó todo lo que había a su alrededor.

Fin del sueño de Jamily.

En ese preciso instante ella despertó, sobresaltada. Sudaba ligeramente en la frente, aunque más se sorprendió de ver en frente a una muy sonriente Hazel.

-¡Buenos días Bella Durmiente! Hemos llegado a Nueva York- le anunció, sonriente, mientras le tendía su bolsa de viaje.

La otra simplemente tomó el objeto, y se levantó, preguntándose que significaría aquel sueño. Con la suerte que tenían los semidioses, sólo significaría el inicio de una nueva aventura contrarreloj para salvar el mundo.

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(1) Ver las Pruebas de Apolo

Prólogo para un nuevo fanfic de Percy Jackson. Espero que la idea os parezca interesante, si queréis que se continúe por favor comunicadlo.