Hacía un frío asqueroso y él lo sabía. Sin embargo, no fue para refugiarse de él que decidió dejar de deambular por el pueblo cubierto de nieve y entrar a tomar algo a Las Tres Escobas. Aunque hubiera preferido aislarse de todos, sus piernas lo hicieron dirigirse allí de forma automática, y estaba tan rendido que no hizo nada para evitarlo. Total, ¿qué más daba?
Casi arrastrando los pies ingresó en el local y, cuando alzó la vista, contempló con los ojos entrecerrados a quienes abarrotaban el lugar. Conocía y detestaba a la mayoría. A pesar de eso, no les prestó más atención que la que le prestaría a un par de moscas molestas cuando comenzó a caminar entre ellos hacia la barra. Chocó a un par y empujó a otros tantos, mas ¿qué más daba?
Su mente estaba demasiado lejos de allí como para que en ese momento le importase algo tan banal.
Por fuera lucía tranquilo e inmutable, pero dentro de su mente un torbellino de pensamientos lo aturdía y lo llenaba de cólera. Y su cólera tenía nombre y apellido.
Daphne Greengrass.
Se preguntó si ella podría estar allí, junto con los otros. Existía la posibilidad. Entonces podría ignorarla más alevosamente, rehuir su mirada, evitarla marchándose del local. "No", pensó él, molesto consigo mismo. "Eso sería darle una importancia que no se merece". Así pues, ¿qué más daba si Greengrass decidía aparecerse por ahí, y de paso de la mano de su nuevo novio?
Su nuevo y estúpido novio.
Con el ceño fruncido pidió, con la voz ronca, un whisky de fuego. Madame Rosmerta se le quedó mirando unos segundos antes de ir a buscar lo que él había ordenado. Si ya tenía diecisiete años o no, Blaise Zabini lo dejaba a su criterio. Perfectamente podía ir agregándolo a la lista de cosas que no le importaban.
No se quedó esperando a la camarera. Empezó a pasear entre los estudiantes, que conversaban animadamente y aprovechaban para entrar en calor, dándole color al ambiente con sus coloridas bufandas. Muchos se juntaban con sus amigos en los rincones y allí gritaban, reían, bromeaban entre ellos.
Todo eso le parecía ajeno. Sus… amigos, si es que así podía llamarles, y él se comportaban de manera diferente cuando estaban juntos. Claro que habían bromeado, reído y pasado buenos ratos juntos, pero eran los momentos más escasos, al menos en su caso. Y sentía como si eso hubiera quedado atrás.
Cada vez era menos tolerante, con su persona y con los demás. La amargura lo carcomía. Tildaba de idiotas a la mitad de sus compañeros de casa. O, quizás, a más de la mitad.
Y, si había alguien que lo ponía especialmente irritable, era Daphne. Daphne, con su largo cabello oscuro, sus ojos azul oscuro y sus facciones suaves. Daphne, con su indecisión y sus ganas de jugar con él, con sus sentimientos.
Sentimientos. Cómo repudiaba esa palabra.
Repentinamente, se mareó. Se recostó contra una columna y cruzó los brazos. Cerró los párpados.
Se sintió transportado a aquellos pasillos oscuros donde había acariciado por primera vez el rostro de quien le quitaba el sueño, donde sus labios se habían encontrado y donde las promesas que ahora le quemaban habían sido susurradas. Recordó a Greengrass, recordó su olor, su cercanía, su tacto. Se estremeció, enfurecido, porque recordó también cuando, tras tantas sospechas que había dado por estúpidas, la vio en brazos de otro. Tan simple y tan fulminante como eso. Tan típico. Y Zabini no había recelado de ella, no hasta que se sintió burlado y traicionado. Sin embargo, con quien más furioso estaba era consigo mismo. Por supuesto.
Su mente pretendía seguir divagando con las escenas robadas a la noche cuando sus oídos captaron una voz familiar.
—…¿No pueden impedir, como mínimo, que robe todo lo que encuentre cuando va al cuartel general?*
Potter. Mil adjetivos calificativos nos muy halagadores hubieran cruzado su cabeza de haberlo visto en cualquier otra situación. Mas se limitó a contemplarlo a él, a Weasley y la sangre sucia sin mucho interés.
Suspiró y, al cabo de unos instantes, desvió la mirada. Rosmerta pasó a su lado y le entregó su copa con whisky de fuego, para luego marcharse tan rápido como había llegado, atareada. Le dio un sorbo. Una oleada de calor le recorrió el cuerpo y Blaise se estremeció.
Justo en el preciso momento, la puerta de Las Tres Escobas se abrió y, ¡oh, sorpresa!, Greengrass y el otro inútil hicieron su entrada, riendo y tomándose de las manos.
Un dolor punzante lo atravesó. Esto lo extrañó durante unos segundos, hasta que comprendió que su mano derecha, con la cual había estado sosteniendo la copa, sangraba, y mucho. Tenía pedazos de cristal clavados en ella, además de que estaba cubierta con parte de la bebida. El resto estaba en el piso, formando un charco alrededor de la copa rota.
Zabini alzó una ceja, ligeramente sorprendido de su reacción. Rechazó con un gesto la ayuda de la camarera y se encaminó con resolución hacia la salida. Impasible.
No miró a Greengrass, ni hizo caso al dolor, ni a la sangre. Total, ¿qué más daba?
