-Pero…
-No.
-Pero Moony…
-He dicho que no las primeras cien veces, ¿qué te hace pensar que voy a decir que sí en algún momento?- Cortó de nuevo el licántropo.
-Escúchame al menos, joder. Déjame hablar y luego niega otra vez si quieres, pero al menos déjame terminar- suplicó Sirius.
Suspirando, Remus bajó el libro con fastidio y lo dejó a su lado, abierto sobre su cama.
-A ver, adelante. Sé que me voy a arrepentir, pero en el fondo siento curiosidad por tu razonamiento.
-Bien. Tú solo usas la casa de los gritos una vez al mes, y durante el resto del tiempo esa casa está desocupada. Es un espacio perfectamente apartado de la escuela para realizar… bueno, actividades extraescolares con chicas, tú ya me entiendes- por desgracia sí entendía, por lo que bufó exasperado-. Entonces, ¿qué te cuesta dejarme la casa mientras tú no estás en ella?
El animago se quedó mirando a su amigo, confiado. Estaba muy seguro de haber dado en el clavo con su discurso.
-Vaya, eso tiene sentido.
-¿En serio?
-Sí, claro. Contémosle a todo el colegio mi secreto. Gritémoslo a los cuatro vientos. ¡Enteraos todos! Remus Lupin es un licántropo que se pasa las noches de luna llena en la casa de los gritos, a la cual se accede por un pasadizo bajo el sauce boxeador.
-Eso no se lo diríamos a nadie.
-Sirius, si le cuentas a alguien cómo acceder a la casa de los gritos, ¿Qué te garantiza que no vayan allí cuando les plazca? Podría aparecer alguien cuando estoy transformado.
-No lo harán si les hago darme su palabra de que no lo harán.
-Eso es muy lógico, Canuto. Nada puede compararse a la palabra de una chica facilona de dieciséis años.
-Susan Hornwood no es facilona. Al menos no tanto. Lo mío me ha costado convencerla, y ahora que la tengo a punto de caramelo tú me niegas…
-Has tardado DOS días en camelártela.
-Eso demuestra que es difícil. Normalmente suelen caer al primer intento.
-Ni siquiera puedo creerme que me pidas algo así, Canuto.
-Y yo no me puedo creer que estés así de insoportable. Se nota que estás en esos días del mes…- se apartó con agilidad para esquivar el libro que pasó volando muy cerca de su cabeza.
-¡Piérdete idiota!
En ese preciso instante se abrió la puerta y entraron Peter y James.
-¿Qué pasa? ¿Pelea doméstica?- inquirió James levantando una ceja.
-Por favor, ayudadme a convencer a Remus.
-¿Con qué?- preguntó Peter.
-Aquí el genio quiere convertir la casa de los gritos en su picadero particular- refunfuñó Remus mientras se levantaba a recuperar su libro.
-¡Maldito loco! ¿Cómo se te ocurren esas cosas?- exclamó James.
-Gracias, alguien con un poco de sentido com…
-¡Es una genialidad! ¡¿Cómo no se me habrá ocurrido antes?! Podría llevar a Lily allí, poner unas velitas, unos pétalos de rosa…
-¡Sois todos unos imbéciles!- estalló Remus al fin. Y sin darles más tiempo, se fue.
No volvieron a verlo en todo el día.
A la noche, preocupados, decidieron ir a buscar a su amigo. Estaban bastante seguros de que estaría en la casa de los gritos, pero cuando se encaminaron hacia allá los tres, Sirius detuvo a los otros dos.
-Creo que debería ir yo solo.
-¿Por qué?
-Yo inicié la broma, y yo la cagué. Debo ser yo quien se disculpe.
-Yo soy tan culpable como tú. Te seguí el juego. Y la verdad es que nos pasamos bastante. Porque tú también lo decías de broma, ¿no Canuto?
-¡Claro que sí!- dijo indignado-. Por eso quiero arreglarlo yo. ¿Vale?
-Vale, ve. Y no la cagues más.
Efectivamente, Remus se hallaba en la casa de Hogsmeade. Hecho un ovillo sobre la cama parcialmente destrozada, contemplaba la luna creciente a través de la ventana. En un par de días sería luna llena y estaría allí de nuevo, sufriendo aquella horrible y dolorosa transformación…
Se hallaba pensando en eso cuando lo escuchó entrar. Se aovilló aún más y le dio la espalda a la puerta. No estaba con ganas de ver a nadie.
Escuchó como su amigo entraba en la habitación. Sabía de sobra que se trataba de Sirius. Entonces, sintió su peso sobre la cama cuando se sentó, y de pronto un delicioso olor a chocolate lo asaltó. Su estómago rugió ante tal aroma. Había pasado todo el día sin comer. Curioso, aunque a regañadientes, se giró un poco, lo suficiente para ver a su amigo con varias barras de chocolate en la mano.
-Toma, son para ti.
Indignado, se giró de nuevo.
-No quiero nada, gracias.
Pero su estómago gruñó de nuevo, esta vez de forma perfectamente audible.
-Ya, ya se nota. Llevas todo el día aquí. Deja de comportarte como un crío y vuelve al castillo. Aún estás a tiempo de ir a cenar.
-No me apetece ir a ningún lado. Déjame tranquilo.
-Remus, estás sacando las cosas de quicio. Entiendo que estés sensible por la luna, pero deberías haberte dado cuenta ya de que lo decía todo en broma. Nunca haría algo así. Nunca haría una estupidez tal que pudiera ponerte en peligro, a ti o a tu secreto. Y, sinceramente, sé que no tengo derecho a estar enfadado, pero en el fondo me duele que te lo tomaras en serio, que de verdad pudieses pensar que podría traicionarte de ese modo.
Remus se incorporó, sentándose en la cama y mirando directamente a su amigo por fin.
-Y yo no puedo creer que bromearas con algo así. Sabes lo doloroso que es esto para mí.
-Lo sé. Y lo siento muchísimo. Toma, en señal de paz. ¿Me perdonas?- dijo tendiéndole de nuevo el chocolate.
-Como vuelvas a hacer una broma así, te patearé el trasero.
-Lo sé.
-Eres un idiota y un imbécil-.
-Lo sé también. Pero en el fondo sé que todos me adoráis.
-Entonces… ¿De verdad era una broma?
-Sí, lo siento. Aunque si hubiera colado, no te hubiera negado que… vale, vale, ya se acabó. No volveré a bromear con el tema- se apresuró a añadir al ver la mirada que le echaba el licántropo.
Entonces, Remus no pudo contener una risilla.
-Supongo que yo también te debo una disculpa. Siento haberme portado así, es que… la fase lunar no es la más adecuada- dijo aceptando el chocolate.
-Me hago cargo. Por mi parte no ha pasado nada. ¿Qué me dices?
-Que por mi parte, tampoco ha pasado nada.
