¡Hola sempais! :D Estoy muy contenta de que después de haber terminado el de Anata no tejun o mite, llegará a mí esta idea. He querido desarrollarla todavía más, darle más... ¿bases? Como sea... lo he hecho por una razón: ¡Creo que quiero dedicarme a ser escritora! Pero he de mejorar mucho. Nuevamente pido en sus reviews consejos nwn ¡Ayudarán a Mary a mejorar, y a continuar la historia ¬w¬!
Naruto no me pertenece, es de Masashi Kishimoto.
Avertencias: Parejas Yaoi. Posible OC en los personajes. Mundo alterno (jaja, como siempre en mis historias ¬¬U)
Espero que lo disfruten, sempais :D
=AKUMA GA DAISUKIDESU=
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"Mientras más me acercaba más te alejabas. Así que me rendí e intente tocarte. Pero cuando me estire me sorprendí de la facilidad con que te alcancé. Es obvio que no debía pero realmente quería tocarte. Esta estrella no eres tú, es mi sueño. Es una luz que nunca podré alcanzar, pero que nunca desaparecerá" Bump Of Chiken, Planetarium.
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PREFACIO.
Hace un siglo el mundo moría: Los árboles se secaban sin el menor fruto asomando entre sus ramas quebradas, las nubes ya no se cargaban de agua y las dejaban caer sobre las cabezas de las personas, parecía que la guardaban egoístamente para ellas, oscuras y eternamente cubriendo el sol, las cosechas entonces morían y todo ser vivo comenzó a perecer. Pronto, la única definición para los animales era de aquellos que formaban montañas de putrefacción ahí donde caían.
Para la gente, cada paso, era encontrar un nuevo cadáver. Ya no lloraban a los que perecían, los envidiaban incluso. Pero los humanos siempre han sido tenaces a aferrarse a la vida, pues aún deseando la muerte, se sujetan con uñas y dientes a no sufrirla pronto, pues tienen miedo de lo que les pasa al cerrar en un sueño eterno los ojos, incluso cuando no estar así les producía dolor y desgracia.
Suplicaban por ver al sol brillar de nuevo ó la lluvia caer sobre sus lechos.
Se decía que los dioses querían castigar a los pecados de los hombres, eliminándolos lentamente, así como ellos daban final a sus enemigos.
Pese a esto, desde el cielo: Amaterasu, la Diosa del Sol, compadecía a los humanos, los consideraba seres que en su imperfección debían tener errores, y consideraba que al enseñarles a convivir con los espíritus volverían a hallar la paz y la armonía.
Trató de convencer a sus hermanos, con quienes los mares y la luna estaban repartidos así en deseo de su padre. Pero Susanoo (Dios de los mares), convencido de que llevaría a un mejor mundo con la muerte de los hombres la ignoró e incluso arrojo al caballo celestial de su hermana contra las mujeres del Paraíso que tejían, matándolas en el instante con las astillas enterrándose en sus cuerpos. Amaterasu estaba furiosa, pero cansada de verse privada de no hacer nada bajo con los mortales. Bien sabía ésta, que sus dos hermanos no se atreverían a lastimarla. Así que dividió su alma en fragmentos de grandes espíritus, cuya voluntad suya poseían, y los mandó proteger a los humanos.
Susanoo y Tsukuyomi pospusieron sus planes al ver como el espíritu de su hermana yacía en tierra mortal, decidieron esperar, seguros que el capricho de su hermana y su fascinación por los hombres finalizaría en algún momento. Pero los fragmentos del alma de ella dieron lugar al amor entre éstos mismos y los hombres, formando la raza de los Yōkai: niños poseedores de espíritus animales.
Por mucho tiempo el mundo pareció permanecer en paz. Susanoo y Tsukuyomi convencieron a su hermana de volver al plano Celestial –dejando a los Yōkai en la tierra, conocedores de la armonía harían llegar una nueva era al mundo–, el sol volvía a brillar en el cielo y las nubes dieron el agua tan suplicada por los hombres.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que se volviera a caer en la envidia y la codicia. Los primeros Yōkai lucharon con todas sus fuerzas y lograron anteponerse a los mortales. Viéndose más poderosos que ellos, marcaron su superioridad con la esclavitud de los hombres.
Los Hermanos, decidieron dar la espalda a la humanidad. Amaterasu se sentía culpable y destrozada al ver que bajo los azotes de Yōkai, criaturas venidas de su vientre, la desgracia volvía a caer sobre el mundo. Llorando amargamente dejó a sus hermanos su palabra de que no interferiría más. Susanoo, conmovido por el amor de su hermana para con los hombres (aunque desentendido por éste), encargó entonces a su hermano que bajara a dar su voluntad a un grupo determinado de personas, y así se hizo. Tsukuyomi dividió parte de su alma y la envió a distintas partes de la tierra, esperando por la persona indicada para llevarla en su interior.
La guerra entre hombres y Yōkai comenzó con las firmes palabras de un hombre que deseaba volver a ver aquel mundo en que el hombre y no los espíritus vencieran, y proclamo levantar armas desde Iwa hasta los confines de la tierra.
Impuros. Así había llamado el viejo Ōnoki a los Yōkai.
Con grandes sacrificios logró vencer a parte de los medios espíritus, y a los pequeños a los que crecían orejas, bigotes, ó colas de cualquier animal, los asesinaba. Creía que ganaba la razón de que los humanos eran superiores. Pero se había pagado un alto precio por ello.
1.
(~*~END OF ALL HOPE~*~)
"Terminar con toda la esperanza, para ser alguien como yo" Nigthwish.
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El aire olía a metal fundido, la nariz escocía por el indiscutible olor a sangre y muerte. El sol estaba oculto por unas eternas nubes negras, pero nadie veía la esperanza de que lloviera y sus rostros fueran acariciados por el correr de una gota de agua por sus rostros sucios y marginados.
Vivir nunca había sido una opción en esos tiempos. ¿Cómo sonreír cuando en cualquier momento te puede faltar tu familia? ¿Ó la comida?
Había ancianos y niños en las calles grisáceas y llenas de cadáveres, las mujeres regalaban todo su tiempo a quehaceres y horribles tareas por un pedazo de pan que no era más grande que la palma de su mano, las más hermosas obtenían el "favor" de algunos hombres al vender su cuerpo.
A veces veías a los soldados, adornados con las bandas de la aldea, pavoneándose como si de verdad se preocupasen por sus ciudadanos, cuando en realidad, aprovechaban su rango para golpear a indefensos y entretenerse abusando de las mujeres desgraciadas cuya vida de sus hijos seguía siendo más importante que comer ó avergonzarse ella, mujeres que en realidad, había pocas o ninguna.
Los más grandes recordaban la época en que la aldea era próspera con los cultivos y toda la gente tenía un lugar que llamar hogar. Si bien ahora podían aspirar a llamar cama a una caja de cartón. Los más jóvenes no conocían –e incluso no verían mucho del verdadero mundo antes de los nueve años– otro modo de vida, y se contentaban con poder lamer del piso las sobras de los soldados.
Iwa estaba cayendo en pedazos, y ni siquiera era la que estaba peor.
La aldea de la Arena había sido abandonada hace ya un par de décadas, las condiciones habían resultado insoportables para sus habitantes: Las calles desiertas eran el hogar de serpientes y escorpiones, aunque se corrían rumores de asesinos a sueldo que dormían ahí, esperando solo las noches frías para en el día partir a otros lugares y asesinar por comida. ¿Dinero? ¡Los únicos que tenían dinero eran los poderosos, los soldados y quizá los comerciantes! Y se apreciaba mucho más tener un vaso de agua al anochecer.
La aldea de la Hoja, cuyos bastos bosques verdes siempre habían dado significado al nombre, ahora estaban desnudos y abandonados. La mayoría eran talados para otorgar un poco de calor a la noche. En teoría, a Konoha no le iba tan mal. Todavía tenían suficiente abasto.
La aldea de la niebla y la lluvia habían mantenido ciertos lazos al empezar la guerra, pese a que muchos de ellos desertaban de la batalla y se inclinaban a salir a otras aldeas y robar sustento.
Aldeas menos reconocidas habían pasado a ser leyenda, cuento de felicidad ahora nula.
Poco a poco, la maldad cubría el mundo. La ley era: Matar o dejar que te maten. El derecho a vivir se ganaba pisoteando a los más débiles y eludir a aquellos más fuertes.
Soñar era para ineptos ó ignorantes, la madurez golpeaba a los niños en la cara desde el momento de nacer. Ver sus suplicantes ojos pedir piedad a los soldados y ver cómo desenvainaban la espada y los mataban a sangre fría… ¡A los niños de su aldea! Decían que les hacían un favor. Y quizá era verdad.
Las aldeas estaban muriendo, así como su gente. Yacía en el pasado las épocas de bondad y poca fraternidad entre unas y otras. La guerra era cruel y exterminaba todo a su paso. Esa era la realidad. Siempre la había sido.
Y la sangre manchaba el camino. Por el sendero de tierra muerta y árboles desnudos, caminaba él. Su respiración era agitada mientras arrastraba los pies. Sus rasgos eran suaves: la nariz recta y delgada, la piel blanca tras la suciedad y los desordenados cabellos rojizos que caían sobre su frente, algunos de los cuales llegaban hasta sus ojos, ¡Qué bello habría sido verlo sin aquella sombra en sus dorados ojos! Ahora resplandecían con odio y dolor. No era diferente a los muchos otros que habían caído en aquel suelo –con los vacíos ojos abiertos por siempre, sin que nadie se acercara a cerrarlos–, muy a pesar de haber sido tachado de monstruo y de que muchos trataran de asesinarlo, tan solo por las orejas de gato que asomaban sobre su cabeza.
–Estúpidos humanos– susurro con voz ronca el Yōkai –Creen que son superiores, pero están muertos, lo pueden estar tanto como nosotros y más.
La muerte dejaba su rastro, y el olor de los cadáveres en el sendero penetraba su nariz y hacia doler su cabeza.
Alguna vez tropezó con una piedra y sus rodillas se rasparon, pero se volvía a levantar con el ceño fruncido tras sus rojos cabellos, y sosteniéndose la herida en el pecho. Apretando los dientes con tal fuerza lograba ponerse de pie, siempre mirando hacia el frente. No debía bajar la mirada ni un segundo, y en definitiva no quería terminar como aquellos pobres idiotas de ese camino. Ser olvidado y servir de comida a los cuervos no era el plan que tenía para sí.
Esta vez dejaría a un lado las compasiones. Había tenido que aprender por las malas que en la gente no debía confiar. Pese a que nunca lo había hecho, cuando aquella persona había sido acreditada por él mismo a darle toda su confianza, lo había traicionado.
La tarde caía cuando divisó por fin la aldea de Iwa. Sus piernas temblaban de cansancio y su vista se volvía cada vez más borrosa. Sus aspiraciones eran cada vez más profundas y rápidas, no sentía que el aire llegaba a sus pulmones, y tras la improvisación de vendas y sus dedos aferrando con fuerza la herida, ya comenzaba a escurrir la sangre. No estaba dispuesto a morir ahí, pero al dar unos cuantos pasos se desplomó sobre el suelo con un golpe sordo. Aunque quiso, le fue imposible moverse y ponerse de pie nuevamente.
En realidad, Sasori se jactaba de ser muy realista y sabía que de esa no podría salir con vida. Por primera vez en muchas semanas, una sonrisa asomo a su rostro. Ésta no era más que una sombra amarga de la verdadera, era la sonrisa de quién había perdido la esperanza.
–Al final… moriré sin que nadie me recuerde– susurro con voz ronca. Cerró los ojos, resignado –Como un animal.
Aprender a aceptar las cosas era algo común en ese tiempo, pero esperarlas era algo que en lo personal, él detestaba.
Sentía que la fuerza lo abandonaba mientras a su mente y oídos los arrullaba una triste canción de violín.
Abrió los ojos en ese instante, sus orejas se movieron ligeramente, como si sufrieran de un tic. En realidad escuchaba una canción, no muy lejos de donde estaba. Resopló y trató de ponerse de pie, su herida le cobró un fuerte dolor, pero trató de ignorarlo con el gemido ahogado que dio.
Sí. Era un violín lo que atravesaba el silencio y envolvía los instantes con su bella –pero triste– melodía.
No pudo, por mucho esfuerzo que hizo, ponerse de pie. La herida ya le había hecho perder mucha sangre. Siguió esperando a que la muerte llegase, imaginando que la música del violín sería un himno a su vida, aunque al sonreír amargamente, lo que menos pasó por su cabeza fue eso.
(*~*~*~*)
Sus lacios cabellos rubios le caían sobre la espalda en una cascada de oro. Mantenía los azules ojos cerrados, y su rostro mostraba cierta consternación al ver que este lugar, antaño lleno de vida, ahora se sobrecogía con la muerte. Guardó el violín en su estuche y miró hacia el cielo.
Probablemente, pensó, sería muy peligroso si continuaba en aquellos desolados paramos. Sonrió como si fuera un chiste propio solo contado para él, después de todo, nadie lo pillaría por sorpresa y lograría matarlo. Su mano se movió instintivamente hacia el cinturón donde llevaba una espada, el mango era de oro y la punta de éste llevaba una diamante azul, muy parecido a sus ojos.
De todos modos, mejor era irse. Los Yokai podían aparecer en cualquier momento, dispuestos a un nuevo ataque, pese a estar perdiendo contra las tropas de Iwa.
Se puso el estuche en los hombros y suspiro resignado. Hace años su madre le había traído todos los días a ese lugar. No podía sino dedicarle una canción triste al lugar de su infancia, ahora muerto por la guerra.
Iba caminando cuando de repente, notó los cuerpos de los humanos y Yokai que se amontonaban cerca del camino. Algo de lo que siempre se habían quejado sus hermanos, su abuelo y su padre respecto a él era su tremenda curiosidad. Con pasos cautelosos, el rubio se acercó al camino y se asomo.
Había muchos cuerpos ahí tirados, como era de imaginarse. Pero tan solo uno llamo su atención: Era el pelirrojo que había caído instantes antes. Deidara parpadeo sorprendido al ver que la espalda de l Yokai aún subía y bajaba lentamente. Y se impresiono al corroborar, gracias a las orejas del pelirrojo, que efectivamente él era un Yokai.
Sabía que debía de detestarlos a todos. Ōnoki, siempre le había querido implicar en la mente que ellos eran monstruos deseosos de poder controlar a los humanos. Pero había algo en ellos que Deidara admiraba… tenían una especie de conexión con la naturaleza, la vida…
Se acercó todavía más, cauteloso y llevando su mano a la espada, preparado para sacarla si era necesario. Cuando estuvo a un metro del pelirrojo notó que éste tenía los ojos cerrados, apretados finamente. Un charco de sangre yacía bajo de él y eso le hizo estremecer. Se agachó y lo puso boca arriba.
Se sorprendió –y sonrojo– al ver lo apuesto que era. Tenía la boca ligeramente abierta, de la comisura de sus labios salía una mancha de sangre seca. Notó que tenía una profunda herida en el abdomen y frunció el ceño. No tardaría en morir con una herida como esa si no se detenía inmediatamente la hemorragia. Pero, ¿eso qué iba a importarle a él?
Su madre siempre había hablado bien de los Yokai, pese a todo lo que dijera la demás gente. Deidara había escuchado sus palabras con una sonrisa pintada en su rostro. Hasta hace dos años, cuando su padre por fin le permitió salir del palacio en que vivían, descubrió las muchas y duras realidades que había fuera de aquellas paredes de lujo.
También había sido la primera vez que había visto a un medio espíritu. Su nombre era Itachi. Un poderoso Yokai con orejas de gato, así, justo como las de este pelirrojo que sostenía entre sus brazos, que había escapado del calabozo donde planeaban interrogarlo después de que Deidara lo ayudara. Y es que en un principio, había sido Itachi quien lo había ayudado cuando unos soldados, al no reconocerlo como el nieto de Ōnoki, comenzaron a golpearlo. Itachi era un Yokai muy amable, y pensar en él le traía buenos recuerdos.
Pese a esto, conocer a Itachi también sumo una tragedia a su vida: Porque fue entonces cuando él, se impuso contra su abuelo, el solo hecho de que Ōnoki se hubiese enterado de que Deidara había liberado a Itachi, lo hizo una fiera y tomando su espada había surcado con una herida el rostro del rubio, dejándole una marca horrible donde se cubría con su cabello. Ahora, Deidara había querido regresar para enfrentarse nuevamente a su abuelo, y tratar de disuadirlo para terminar con una guerra sin sentido, a según su juicio.
Por eso, cuando vio el gemido que lanzaba el pelirrojo no dudo en comenzar a ayudarlo.
(*~*~*~*)
Las vendas ya estaban en su lugar. Deidara había prendido una fogata y calentaba sus manos estirándolas hacia el fuego. Miraba de reojo al pelirrojo, y en especial a sus orejas. ¡Cuántas ganas tenía de acercarse y apachurrarlas un segundo! Solo para comprobar que fueran reales.
Sasori estaba apoyado en el tronco de un árbol, donde Deidara lo había dejado para que descansara. Ya había recuperado un poco del color de sus mejillas, y parecía tan solo dormitar… Muy, pero muy profundamente.
Deidara, que no aguantó más la tentación, comenzó a gatear hacia el pelirrojo, tragando saliva ruidosamente mientras se hincaba frente a Sasori y estiraba las manos hacia encima de su cabeza. Le temblaban mucho, y mientras se mordía el labio inferior con nerviosismo y una gota de sudor corría por su sien, echaba miradas de reojo para cuidar de que Sasori no despertará y lo fuera a golpear. No había sido tan descuidado de dejarle al Yokai sus armas, pero contaba con que estos medios espíritus eran doblemente más fuertes que el humano más poderoso.
Por fin alcanzo las orejas. ¡Eran tan suaves! Las apretó repetidamente, como si estuviera haciendo ejercicio para desentumecer las manos. Juraría que escuchaba un sonido de peluche acolchonado mientras jugaba con ellas y las pasaba entre sus dedos.
–¡Kya!– exclamó en un susurro –¡Son tan lindas, hum!
En ese momento, Sasori abrió los ojos. Deidara no tuvo tiempo de darse cuenta de cómo había hecho el pelirrojo para empujarlo lejos de sí y ponerse de pie para retroceder –un poco torpe, por la herida– hacia atrás. Había lanzado un gruñido gutural, y dejaba que asomasen unos colmillos más largos y filosos de lo que era común en un humano.
–¡Auch!– gritó el rubio, mirando a Sasori. El pelirrojo lo asesinaba prácticamente con la mirada. Había llevado su mano al cinturón y al no encontrar arma alguna se dispuso a atacarlo con los puños –¡Espera! ¡No quiero hacerte nada, hum!
Sasori frunció el ceño y se quedo inquisitivo por un momento, al ver que Deidara levantaba las manos, en señal de paz. El pelirrojo movió la nariz graciosamente, olisqueando algo, luego de unos segundos volvió a su rostro una mueca de asco y disgusto.
–¡Repugnante que es el hedor a humano que expiras!– gruñó con voz ronca. Deidara entrecerró los ojos, ofendido.
–¿Repugnante?– repitió el rubio, antes de ponerse de pie, enojado –¡¿A quién llamas repugnante, remedo de gato, hum!
En los ojos de Sasori hubo un destello al notar la espada que asomaba del cinturón de Deidara. El rubio fue consciente de eso y llevo su mano al mango de esta, aferrándola con fuerza, sin apartar un segundo la mirada del pelirrojo.
Entre la oscuridad que se había alzado –sin luna, como siempre– cubriendo sus cabezas, Deidara no se había dado cuenta de cómo el pelirrojo había pasado de enfrente a atrás suyo. Sasori le sujeto el brazo que sostenía la espada y le propino una patada que lo impulso hacia delante con fuerza mientras soltaba la empuñadura y el pelirrojo se hacía del arma.
–Au– susurro al caer de cara contra la tierra. El pelirrojo levantó el arma, dispuesto a matarlo, pero Deidara se volteó y le golpeó el pecho, justo en la herida.
Sasori lanzó un grito ahogado y soltó la espada debido al dolor.
–¡Ya te dije que no te quiero hacer nada, hum!– gritó cuando el pelirrojo cayó de rodillas –Después de todo te he salvado la vida, hum.
–¿Salvarme la vida? ¡Un maldito humano no le salva la vida a ninguno de los míos!
–¡Pues ya ves que sí!– reprochó el rubio, corriendo para recoger su espada, agradeciendo la suerte de haber tenido a su ventaja la herida del pelirrojo –¡Y con esta van dos veces, hum!
El pelirrojo lo miró con el ceño fruncido y una clara mueca de disgusto.
–Eres un humano– dijo con desdeño.
–Se dice gracias, hum– replico el rubio, respingando la nariz.
Sasori lo miró en silencio y luego sonrió.
–¿Por qué te habría de decir eso?
–Te he salvado la vida, hum.
–Yo no te pedí que lo hicieras– contestó, esfumándose en el instante la sonrisa que había enmarcado en su rostro.
–Pero lo hice, hum.
–Entonces, tan solo arruinaste mi muerte, mocoso idiota.
–¿Mocoso?– el rubio plantó fuerte el pie en la tierra y levantó el puño –¿A quién llamas mocoso? ¿Cuántos años tienes tú?
–25.
Deidara se quedo callado, en la misma posición de su reproche.
–Debes estar bromeando, hum– susurro, con una gota bajando por su nuca –Eres tan bajito. Y encima te ves más chiquillo que yo.
Una vena saltó en la sien del pelirrojo.
(*~*~*~*)
Como se había hecho hábito esos días, le llevaba a Sasori un poco de fruta y comida, su rostro estaba surcado de unas pocas magulladuras recientes. La comida la robaba de los soldados, y aquella tarde lo habían cachado y tuvo que enfrentarse a varios de ellos. No se atrevía a entrar a Iwa y someterse a una entrevista con su abuelo. Por el momento, su mente se había decidido concentrar en ayudar a Sasori. Levantó la mirada en el camino, aferrando la fruta que llevaba. ¿Por qué estaba haciendo esto por el Yokai?
Lo encontró como los últimos dos días: sentado en el árbol, mirando la nada.
–¿Cómo estás hoy, hum?– preguntó, amable. El silencio del otro fue como siempre su respuesta –Te he traído comida, hum.
–No necesito eso de ti. Detesto la comida humana.
–¿De verdad?– preguntó el rubio mientras la dejaba a un lado y comenzaba a quitarle la cascara a una pera –Uno diría que te gusta, por la forma en que comes cuando me voy de aquí, hum.
El pelirrojo siempre tenía la mirada perdida en Iwa, en algún punto que el rubio no sabía reconocer, fruncía el ceño, como si pudiese ver algo que él no podía. Hasta ahora desconocía su nombre y su procedencia, aunque a juzgar por su carácter frío, orgulloso y soberbio, juraría que provenía de la Aldea de la Arena, cuando ésta todavía existía como una aldea.
–¿Cómo te llamas, hum?– preguntó Deidara mientras se sentaba a un metro frente a Sasori. No esperaba que le contestara, e incluso sabía que el pelirrojo se limitaría a chasquear la lengua e insultarlo en su idioma de medio espíritu. Pero le sorprendió lo que dijo entonces el Yokai.
–¿Quién te hizo eso en el rostro?– preguntó. Deidara frunció el ceño, extrañado. Sasori torció el rostro –Claro que no es necesario que me lo digas. Es mera curiosidad.
Las orejas del Yokai se movieron y eso le produjo una enorme ternura a Deidara. Sonrió.
–Bueno. ¡Ya estamos progresando, si te das cuenta, hum!– exclamó feliz –No te responderé, sin embargo, a tu pregunta. Porque es algo personal, hum.
Sasori sonrió de lado, sin mirarlo.
–¿Qué tan personal puede ser que te den una paliza de lo lindo?– preguntó, burlón. Y entonces dejó de sonreír –¿A caso ha sido una pelea por una chica?
Deidara se sonrojo de inmediato, y escandalizado comenzó a sudar, riendo nerviosamente. El pelirrojo ladeo la cabeza y luego lo miro. ¡Qué bonitos ojos, pese a estar ensombrecidos por el dolor, tenía Sasori! El corazón se le detuvo al rubio por unos segundos, antes de que sus facciones se relajaran y pudiera contestar con un susurro de voz, apenas sí audible para el sentido auditivo altamente desarrollado de Sasori.
–¿Y entonces?– volvió a insistir.
–No es nada de eso, hum– contestó Deidara, sin poder evitar que un sonrojo se estableciera en sus mejillas.
–Ya veo…
Un profundo silencio cayó sobre ambos. Deidara estaba a punto de abrir la boca para comentar algo sobre el frío que hacía aquel día, cuando fue interrumpido por el pelirrojo.
–Sasori– dijo de pronto, mirando hacia otro lado.
–¿Qué cosa, hum?– preguntó el rubio.
–Mi nombre– respondió como si fuera lo más obvio del mundo, volvió la mirada hacia Deidara –Sasori es mi nombre.
Los ojos de Deidara destellaron de excitación al haber progresado tanto con el Yokai. Sonrió y estiro la mano.
–Soy Deidara, hum– dijo en tono simpático. Sasori miro su mano y luego a él, arqueo una ceja. Deidara puso una cara de disculpa –Ah…Lo siento. Se supone que debes estrechar mi mano.
–¿Por qué?– preguntó cortante.
–Porque… No sé…– dijo, notando su ignorancia en el asunto –Se supone que eso debes de hacer cuando conoces a alguien, hum. Es como…– se detuvo a buscar las palabras exactas –Dar un reconocimiento de su igualdad, hum.
El Yokai volvió a alzar las cejas.
–Me niego a hacerlo– contestó el pelirrojo, volteando a ver a otro lado, de manera déspota, alzando las orejas, altivo –Yo no trato de iguales a seres tan inferiores como los humanos. Es increíble que pienses de otra manera.
Deidara lanzó un gruñido de frustración mientras un tic se hacía presente en su ojo. Volvió el silencio. Deidara volvía a mirar las orejas de Sasori –ahora pegadas a su cuero cabelludo–, curioso y tentativo de apachurrarlas de nuevo
–¿Por qué me ayudas?– preguntó Sasori, de nuevo para sorpresa de Deidara.
–Porque…– susurro –Me recuerdas a alguien, hum.
Sasori levantó la mirada, por un momento su rostro se había contorsionado y parecía como si en vez de haber dicho algo bueno, Deidara lo hubiera mandado al infierno –lo que, en realidad, no creía que fuera su reacción, porque seguro que lo tomaría de manera indiferente… o lo mandaría más lejos a él–
–¿Qué pasa?– preguntó, un poco alterado el rubio. Sasori carraspeo y volvió a su rostro inmutable.
–Qué ridiculez. Los humanos son dominados por tantas nimiedades.
Deidara decidió no replicar nada, porque tenía un extraño presentimiento de que por ahí, no saldría nada bueno.
Una media hora más tarde, Deidara se ponía de pie y recogía las cascaras del suelo. Sasori permanecía mirándolo. Le parecía curioso y extraño aquel humano. Por muy a pesar de que lo insultara y hablara mal de él, seguía trayéndole comida y haciéndole compañía, incluso había armado una especie de casa de campaña con algunas ramas y le había traído una manta.
A veces, incluso aunque la primera vez lo dudo seriamente, Deidara tocaba con su violín cerca de él, para que Sasori lo escuchara y se durmiera –a lo que en realidad, Sasori tenía bastante miedo, pues sus sueños eran acosados por horribles pesadillas de una pérdida de algo importante, aunque no sabía qué… Sus sueños eran oscuros y solo lo cubrían el dolor y el fuego, los gritos y las tragedias–
–¿Sasori?– preguntó el rubio en un susurro.
–¿Qué?
–¿Puedo pedirte algo?
Sasori lo miro con el ceño fruncido. ¿Qué se creía que era? Sin embargo, en vista de todos los favores que había tenido de él, debería de al menos, considerar la pregunta.
–¿Qué quieres?– contestó, tajantemente. Deidara se sonrojo tanto, que Sasori creía que toda la sangre había abandonado el resto de su cuerpo para subir a su cabeza.
–¿Podría tocar… tus… orejas, hum?
Sasori se escandalizo por la petición.
–¿De qué estás hablando, mocoso?
–¡Por favor!– suplico el rubio, juntando sus manos en una plegaria –¡Es que son tan lindas, hum!
–¡Che!– gritó Sasori, mientras retrocedía –¡Mir orejas no las puede tocar nadie!– diciendo esto, con ambas manos bajo sus orejas, cubriéndolas en el acto –¡Es como si me tocaras en una parte íntima!
Deidara se sonrojo todavía más y Sasori no pudo evitar sonrojarse al recordar que Deidara ya había tocado –sin permiso– sus orejas.
–¿Quieres decir que…– comenzó Deidara, con voz atropellada –…Tocar tus orejas te produce… placer?
–¡¿Qué? ¡NO, IDIOTA!– gritó Sasori, rojo como sus cabellos –¡Che! ¡Mocoso pervertido!
Unos minutos más tarde, ya que ambos se habían relajado de los comentarios anteriores, Deidara decidió retomar su tarea para con las cascaras de la fruta que había comido.
–De acuerdo– suspiro Deidara mientras enterraba las cascaras bajo la tierra –Tus heridas parecen estar sanando con rapidez, ¿no es verdad?
–Sí.
–De todos modos, si planeas irte, será mejor que lo hagas por la noche, hum. Escuche por ahí que quizá ronden unos bandidos.
–No es nada de lo que no me pueda encargar.
Deidara lo miró con una sonrisa.
–Cierto, hum– comentó.
–Eres un niño de palacio, ¿verdad?
–¿Ah?– Deidara parpadeo, confundido –¿Por qué dices eso?
–La manera en que caminas y haces las cosas es de un niño de palacio. Pero… tus atenciones (si es que puedo llamarlas así) son más de un medio espíritu que de un humano. En vista de que tienes todos esos andares altivos no puedes ser un chico de pueblo. ¡Pero vaya sorpresa si resultas ser un niño mimado!
–¡Oye!– replicó –No soy un niño mimado. Me he matado para mantenerte con vida, así que no te quejes, hum.
–¿Y por qué haces eso? Yo soy un Yokai. Deberías de odiarme… como lo hacen todos los de tu especie.
Hubo un silencio.
–No te conozco mucho– dijo Deidara –Pero no has hecho nada para que te odie… pese a todos los insultos que me lanzas, hum. Y no creo que merezcas menos ayuda que cualquiera de las personas a las que quiero, hum.
Deidara se dio media vuelta.
–Sabes que eso… no tiene sentido, ¿cierto?– volvió a hablar Sasori. Deidara no le dirigió ninguna mirada.
–No. No lo tiene– hizo una pausa –Si te vas… asegúrate de cuidarte.
Y diciendo esto, fue a donde su violín, lo recogió y se marcho.
(*~*~*~*)
Deidara tenía razón, su herida estaba ya prácticamente curada. Seguía sintiendo entumecida la zona del pecho, pero ya era menor. Apenas si se había ido Deidara hace unos minutos, y perdiéndose en la oscuridad de la noche que ya caía sobre su cabeza, pero Sasori decidió echar un leve vistazo hacia el camino por donde se había ido.
–¡Qué humano tan peculiar!– exclamó mientras se rascaba las orejas. Y entonces al dar media vuelta, vio claramente como a unos metros pasaban cinco sombras, veloces como leopardos y que se dirigían por el camino a Iwa.
Se extraño bastante. Olisqueo el aire. Olía a Yokai. Así que esos eran medios espíritus, de momento, quizá podía aprovechar la confusión que causaran ellos para poder penetrar a Iwa sin ser descubierto y matar a Ōnoki. La simple idea hizo estremecer su cuerpo de emoción.
(*~*~*~*)
Estaba seguro de que Sasori se iría esa misma noche, ya que sus heridas estaban completamente curadas. Quizá no debería de pensar que lo extrañaría, pero la verdad era que sí. Se había acostumbrado a preocuparse por ese Yokai tan grosero y altivo. Sonrió mientras pensaba en eso.
De pronto, cinco sombras pararon frente a él, bloqueándole el paso. Automáticamente llevo su mano a la espada.
–¿Quiénes son ustedes, hum?
–¡Miren nada más!– gritó una mujer con voz extremadamente aguda –Es ni nadie más ni nadie menos que un humano. Y no cualquier humano, mis hermanos. ¡Es el nieto de Ōnoki!
–Yo que tú hablaría con menos audacia, mundano– habló una voz masculina, mientras el dueño de ésta se acercaba y de un golpe tumbaba a Deidara al suelo –Estás en desventaja.
–¿Te parece, hum?– gritó el rubio, mientras sacaba de la manga de su camisa una aguja y la aventaba hacia el cuello del hombre. Este logro esquivar de poco el ataque, haciendo que la aguja golpease en su hombro.
–¡Uy! ¡Como duele!– gritó burlón el hombre, sacándose la aguja –Ahora me toca metértela por el…
Deidara ya había sonreído antes de que el cuerpo de aquel hombre comenzara a temblar. Ahora, ya se había parado y le cortaba el cuello a la primera mujer que hablaba, en lo que el hombre caía en el suelo.
–¡Qué!– gritó otro hombre al verlo.
–¡Es un veneno instantáneo que hace explotar las células del cuerpo, hum!– gritó Deidara mientras hundía la espada en la pierna del sujeto y este gritaba –No vendría por aquí donde pasean los Yokai sin un… instintivo, hum.
Antes de poder decir cualquier cosa, Deidara ya blandía la espada en dirección al hombre. Pero entonces, una mujer le dio una patada en las costillas, y esto lo tiro hacia un lado.
–¡Maldito humano!– gritó ella mientras se agachaba a recoger el cuerpo de su amigo herido –¡Los ha matado a ambos! ¡Hay que darle muerte!
El hombre la hizo a un lado y se dirigió hacia su otro compañero.
–Eso es justo lo que planeamos hacer.
(*~*~*~*)
Había escuchado el grito y no había dudado ni un instante de que se trataba de Deidara. Pese a que se quería resistir, no logro imponerse ante los sentimientos de protección hacia el rubio que había adquirido en los dos días que lo había visto.
–Maldición– susurro mientras saltaba de la rama de un árbol a otra –Esto me pasa por ser tan blando.
Sin embargo se había dicho a si mismo que tan solo era una… devolución de los favores.
Encontró que Deidara estaba siendo golpeado con un látigo por una mujer que claramente era una de su especie. Sasori, hace mucho tiempo había dejado de ver a los suyos como una especia más benévola que los humanos. Deidara gemía mientras la mujer le surcaba el rostro de golpes.
El estomago de Sasori se retorció mientras los veía, de sus labios ya asomaban los colmillos y se preparaba para atacar, cuando escucho gritar a la Yokai.
–¡Vamos, nieto de Ōnoki! ¡Pide misericordia!
En el instante, todo el cuerpo de Sasori se congelo, su furia se apago y sus labios volvieron a cubrir los colmillos. Las garras en las que se habían convertido sus uñas desaparecían, y en su corazón había un agujero horrible que parecía quitarle la respiración.
¿Deidara era el nieto de Ōnoki? ¿¡Lo había estado cuidando el nieto del imbécil a quien debía todas sus desgracias!
–¡Deja de llamarme así!– gritó Deidara, molesto –¡Sí, soy el nieto de Ōnoki, pero tengo nombre!
La Yokai le dio otra cachetada, haciéndolo callar.
–Para mi seguirás siendo el nieto de ese bastardo.
Deidara apretaba los dientes, los otros dos hombres lo mantenían arrodillado en el suelo, sosteniéndolo con fuerza.
–¡Soy tan solo Deidara, hum!
Soy tan solo Deidara. Soy tan solo Deidara.
Sasori volvió a gruñir, atrayendo la atención de ambos Yokai.
(*~*~*~*)
El último sonido que había sido producido, había sido del cuerpo del Yōkai cayendo al suelo cuando Sasori le había cortado en dos con la espada de Deidara. El rubio, observó la espalda de Sasori, pues durante veinte segundos el pelirrojo no se había dignado a mirarlo
–Gracias…– susurro Deidara, haciendo una reverencia –Sasori yo…
–¡Silencio!– atajó el Yōkai, volteando hacia él, a Deidara le corrió un escalofrío por la espalda al ver los llameantes ojos miel de Sasori –No pienses que ha sido éste un favor, mocoso. Esos cinco Yōkai no saben lo que valdrías. Pero yo sí… Desde ahora serás mi rehén y sirviente, puesto que me debes la vida.
TO BE CONTINUED.
Listo! nwn espero que les haya gustado el primer capítulo y dejen sus muy queridos reviews.
ACLARACIONES:
*El titulo: Según mi querida alumna Ookami chan, se puede traducir como "Amor de demonios" ó, por lo mismo, y el que se aplicara: "El amor del demonio"
*Amaterasu, Susanoo y Tsukoyomi si son dioses de los que he investigado un poco en momentos de ocio. Lo que respecta al caballo se supone que en la mitología japonesa sucedio, (aunque por distintas razones) de las que he cambiado para hacerme con una "leyenda" del comienzo de los Yokai.
*Ehm...Para aquellos que conocen y han visto Inuyasha ^^U, me he basado en la historia de Sesshomaru y Rin como Sasori y Deidara (respectivamente), pero no significa que todo vaya a ser desde aqui semejante, ya que carezco de más capitulos de conocimiento de Inuyasha a partir del 35 ^^U
Sin más que decir, espero leerlos en un review. nwn ¡Procuraré publicar también Luz de Mis Ojos el 8 de noviembre, como "regalo" de cumpleaños para Sasori danna y si no, me leen en otro fic más corito de la misma fecha xD!
