Envidia

El ser abrió los ojos. O los habría abierto de haber tenido, porque en realidad a esas excrecencias bulbosas en lo que vagamente parecía una frente no se les podía llamar ojos.

Delante suyo había un hombre rubio de mediana edad. Lo estaba observando, y tenía la boca abierta en una mueca de horror. El ser lo recordaba vagamente, pero no sabía de qué. Hasta que el hombre pronunció la palabra James.

Una oleada de recuerdos invadió la mente del ser. En uno era un niño jugando con una versión más joven del hombre que contemplaba; los dos parecían muy felices. En otro era un adolescente llorando por mal de amores, y el hombre lo estrechaba entre sus brazos y le decía palabras de consuelo. En otro más parecía tener unos dieciocho años, y miraba con ternura al hombre y a una mujer que estaba a su lado.

El ser recordaba. Y por un fugaz instante también recordó su antigua identidad.

"¡Padre!", gritó, o lo habría hecho de haber tenido cuerdas vocales con las que poder reproducir ese sonido. En su lugar surgió un horrendo e inhumano gemido. El aterrado hombre, al oírlo, no pudo resistir más y se marcho corriendo.

Pasaron muchas horas. El ser se estaba muriendo. Necesitaba desesperadamente algo para sobrevivir, pero ni siquiera sabía que era. Y de nada le habría servido saberlo, porque apenas podía moverse.

De repente oyó un ruido de pasos. El ser dirigió su mirada al lugar de donde provenía y percibió una sombra entre la penumbra. Más pasos. La cara de la sombra se hizo visible. Estaba sonriendo.

"Pobre Envidia", dijo.

Y le ocurrió algo muy similar a lo que le había ocurrido al oír la palabra James. Toda clase de recuerdos invadieron su mente, pero estos eran muchos más vagos y difusos. Pero recordó lo que necesitaba. Piedras rojas... lo mismo que le estaba ofreciendo el extraño.

El ser alargó un seudópodo para cogerlas y comió con avidez.