¿Cuándo te enamoraste de mí?

Ja'far abrió los ojos. Se incorporó un poco para girarse. El choque con las sedas de la amplia cama fue más bien un contacto suave, provocando una ligera brisa por el movimiento. Sinbad estaba mirándole; sus ojos, algo taciturnos pero pensativos, seguían su contorno. Ja'far carraspeó.

—¿A qué viene eso? —Se inclinó sobre él, depositándole un beso en la nariz, el primer lugar que sus labios quisieron reposar—. No es algo que se me venga a la memoria tan rápido.

—Lo entiendo —dijo Sinbad a la vez que con sus brazos invitaba a Ja'far a descansar a su pecho. El muchacho respondió a la invitación más que complacido, y se recostó sobre Sinbad con un leve suspiro—, yo creo que, en mi caso, fue cuando tenía dieciséis años.

—¿Ajá? —susurró Ja'far. Dormitaba, pero no quería dejar de escuchar lo que Sinbad decía.

—Tú tenías —Un pequeño silencio se hizo eco. Sinbad necesitaba acomodarse entre las almohadas—, doce años. Fue cuando volví a verte tras… Ya sabes.

El incidente de Maader. Eso hizo que Ja'far abriese los ojos de nuevo y los llevara a Sinbad, mas esta vez curioso y preocupado por su reacción. Sin embargo, Sinbad no mostraba en su gesto ninguna señal de alarma. Se percató y agitó la mano, como queriendo apartar el aire de angustia del ambiente:

—Oh, no. No lo decía en ese sentido —Ja'far se tumbó aún mirándole, más relajado—. Tras verte, cuando bajé del barco, cuando me recibiste, creo que ahí me sentí como en «casa». Y ya luego, cuando me pegaste…

—Eso que lo dices en ese sentido —la voz de Ja'far salió ronca, quizá porque decidió ocultar su rostro entre las almohadas. Sinbad soltó una carcajada, pasándose la mano por la mandíbula.

—¡Me sigue doliendo hoy día! —Se acercó a Ja'far, aún con la cara oculta, y acomodó la suya en su pelo plateado. Buscó la mano de Ja'far, y la apretó suavemente— Cuando caí al suelo, cuando me dijiste todo eso, sentí que no podía haber persona que me pudiera querer más. Una parte de mí lo comprendió.

Sinbad le besó el pelo con afecto, y tras aquellas palabras cerró los ojos satisfecho. Sintió una tranquilidad rejuvenecedora simplemente por expresar ese hecho a Ja'far, que le transportaba a una paz en la inmensidad de la noche. De repente, notó un movimiento brusco. Era Ja'far, que se incorporaba. Los ojos de Ja'far se veían más relucientes que nunca, pensó Sinbad. Ja'far se quedó pensativo un rato, clavándole sus ojos sin descanso. Sinbad sonreía, halagado por merecer tal atención.

—Yo tenía diez. Tú, catorce —la voz de Ja'far sonaba más a resolución que a respuesta.

—Oh. ¿Tan pequeño y querías desnudarme, Ja'far-kun? —con Sinbad, sonaba más a atrevimiento que a mofa.

—Fue cuando me salvaste de haber caído —Sinbad le miró sorprendido. Quería preguntarle, pero Ja'far le impidió realizar una pregunta en ese instante—. Ibas a entregar tu vida por mí, solo por haberte dicho que quería ser tu subordinado. Sin conocerme, me quisiste salvar. A mí. Cómo no iba a…

No pudo continuar. Sinbad le había abrazado, temblando, y le había tumbado entre el mar de almohadas y sedas de aquella cama amplia. Una ligera fiereza, de pasión y devoción, que era suya y solo suya. De pensarlo no le salían palabras, sino una ínfima aspiración de placer. Sinbad le estaba mirando, le estaba acariciando, le estaba venerando; se lo gritaba. Le cogió de las manos, y las llevó a su pecho. La piel canela la sentía tersa y cálida, tan viva como los jaspes amarillos de sus ojos. Se besaron, en un intenso acuerdo, y en una suave paz. Sinbad entonces habló:

—Empecé a los dieciséis, pero, Ja'far —Su nombre lo pronunciaba en murmullo, con una musicalidad diferente y pasional—, todos los días me enamoro de ti de nuevo. Lo consigues siempre.

Ja'far sonrió. Su respiración fue apaciguada, mientras le contestaba:

—Me pasa lo mismo, Sin.