Prólogo
La carta llegó exactamente a las 3:33 de la madrugada. La tripleta perfecta, decían los hechiceros.
Yaoyorozu Momo estaba cómodamente dormida en su espaciosa cama, sus padres se habían hecho cargo de que nada molestara a su pequeña, ni siquiera el insistente ruido de las lechuzas picoteando las ventanas de la casa.
La familia Yaoyorozu era reconocida entre toda la comunidad mágica, era una de las familias más poderosas, sin mencionar la calidad sangre pura que poseían. Así que, como toda familia adinerada y poderosa, la madre de Momo sabía sin duda alguna que ese día llegaría la carta de su pequeña.
—¡Buenos días! — La preadolescente de once años iba bajando las escaleras rumbo al comedor. Los elfos domésticos la saludaban con una sonrisa y una respetuosa inclinación.
—Buenos días, señorita. — La aguda voz de Sally, su elfo personal, la sacudió a su derecha. Momo sonrió e inclinó la cabeza en modo de saludo. — ¡No, no! — Gritó, asustada. — ¡La señorita Yaoyorozu no debe inclinar la cabeza hacia un simple elfo doméstico! — Dijo con su voz aguda y lastimera, pampaneaba como una campana que se sacudía de un lado a otro, perdiendo el ritmo y recuperándolo.
— Es un saludo Muggle. —Aclaró la niña, aún sonriendo y un poco sorprendida por el miedo del elfo. — Los Muggles tienden a agachar la cabeza como un saludo, sin importar si es inferior o no a la persona. No tiene nada de malo, Sally…— Su inocente y aniñada voz era casi un susurro. ¿Una sangre pura hablando de Muggles tan familiarmente?, ¡su madre la colgaría de los pulgares si se enteraba!
— Por favor, señorita Yaoyorozu, su familia la espera en el comedor. — Sally terminó inclinándose de nuevo, desapareció y reapareció más cerca de la puerta para abrirla. — Adelante.
Yaomomo, como le decían sus amigos más cercanos, sonrió mientras negaba, apenada. Sin duda, Sally era la elfa doméstica menos golpeada o maltratada de la casa. Sus padres se la dieron cuando tenía apenas seis meses de edad, y ella se encargaría de educarla a como quisiera; sería ella quien la azotara cuando desobedeciera una orden. Pero Momo nunca azotaría a quien ha estado toda su vida a su lado. Aunque eso no lo sabrían sus padres.
— Buenos días, mamá… papá. — Inclinó la cabeza mientras esperaba que el elfo retirara la silla para sentarse. La mesa era todo un festín, desde comida hasta dulces, pan tostado, pastel, pollo al horno, y un sinfín de platillos.
— Buenos días, Momo. — Saludó su padre, detrás del periódico que leía. Su madre sólo le dedicó una mirada y una sonrisa, tenía la boca ocupada y una mujer de tan alta alcurnia jamás emitiría palabra alguna con comida en su boca.
— ¿Cómo amaneciste? — Habló la mujer cuando terminó de masticar. Se pasó una servilleta por la boca y tomó un poco del jugo que había en su vaso. — ¿Estrás esperando algo? — Sonrió con complicidad.
— ¿Disculpe? — Momo se quedó pensando unos segundos con la boca entreabierta. — ¡Mi carta! — Gritó, para enfado de sus padres.
Tan rápido como se sentó, volvió a levantarse y correr hacia el recibidor de la casa. Alcanzó a escuchar un gruñido de su padre y un 'no corras' de su madre, pero se tomó la libertad, al menos por ese momento, de ignorar a sus progenitores.
Tropezó con Sally, quien había intentado detenerla de mostrar tal escándalo a tan tempranas horas del día, pero si había ignorado a sus padres, no habría diferencia con la pequeña elfa. Pasó sobre ella y reanudó su carrera hacia las afueras de la casa, después tendría tiempo de lamentar haberla lastimado. Tampoco le importó la cantidad de flores que aplastó al tomar un pequeño atajo, ni las miradas de los elfos sobre ella.
Llegó por fin al buzón de su enorme hogar cuando se dio cuenta de un terrible hecho, del cual se había olvidado por la emoción… su padre ya había recogido el correo esa misma mañana.
Empuñó la mano. Agachó la cabeza y volteó. Sally corría detrás de ella con un sobre en la mano.
—¡Señorita Yao… — La elfa perdía el aliento mientras corría hacia la niña. — ¡S-Seño… — La embestida cariñosa de Momo la silenció. La pequeña había volado hasta su elfo para darle un gran abrazo, seguido del arrebato del sobre.
—¡Mío! — Gritó, infantilmente, mientras lo robaba de su mano. La niña abrió desesperada el sobre, aún había miradas reprochadoras sobre ella de los elfos que trabajaban en el jardín.
Apresurada, abrió el sobre con el sello de Hogwarts, donde, obviamente, estaba su aceptación.
—¡Sí! — Saltó. Volvió a abrazar a Sally, la levantó en el aire y empezó a dar vueltas. — ¡Entré!, ¡Estaré ahí, Sally! — La pobre sirvienta más que contenta, estaba preocupada de que llegaran los señores y viera a un simple elfo en los brazos de su preciada hija. — ¿Puedes creerlo, Sally?... yo… yo iré a Hogwarts en unas semanas. ¡Unas semanas! — La emoción volvió a ella y empezó a saltar, esta vez sin el elfo.
Su madre apareció detrás de ella.
— ¿Se puede saber por qué dejaste la mesa de esa manera? — La mirada reprochadora no concordaba con la sonrisa en su rostro. Momo dejó de saltar para abalanzarse a los brazos de su madre con una enorme sonrisa en su rostro.
—¡Entré, mamá!, ¡entré!
—¿Y cómo no ibas a entrar?, lo raro hubiera sido que no fueses aceptada. — Su madre, orgullosa, colocó su mano en la cabeza de su hija y la agitó sobre sus negros y largos cabellos. — Ahora ve con tu padre. — Dijo más suavemente. — Estará enojado por haberlo dejado así.
Momo volvió al comedor con su madre tras ella. Su padre le reprochó el comportamiento de esa mañana, pero no fue severo con ella. Él entendía su emoción, y como ese fue el primer desplante de su mala conducta, decidió dejarlo pasar, después de todo, su pequeña no merecía castigo alguno.
