Objetivo: distracción/inspiración. Pueden enviarme solicitudes de oneshots, ¡las que quieran! Y los escribiré en mis ratos libres. Cualquier idea que tengan, aunque sea pequeña, rara o gigante, y quieran que la escriba, dejen un review. Las viñetas quedan libres para que cualquiera que se inspire en ellas, las continúe o haga con ellas lo que quieran. Saludos.
Pingüinos
Lessa Dragonlady
—¿A dónde me llevas, papá? Este no es el camino a casa. Tampoco es el atajo que pasa por el barrio de Lucas, mi mejor amigo de la escuela muggle. ¿Vamos al supermercado? Pero tenemos todo en la alacena. Ayer revisé la lista de víveres que mamá recién compró. ¿Piensas cambiar de improviso la cena? Oh, Tempy no estará feliz, ¡hoy tocaba su favorito! ¿Puedo elegir qué cenaremos? Quiero tarta de manzana con helado. ¡Papá, ya te pasaste! El supermercado quedó atrás. ¿Entonces a dónde vamos? ¡Papá!
—Si me das oportunidad de responder, lo haré con mucho gusto, Terry.
El niño levantó sus grandes ojos hacia su padre, como un par de avellanas; el cabello negro y rizado le caía sobre la frente, dándole un aspecto muy tierno. Se sonrojó igual que Hermione cuando se daba cuenta de que habló sin parar un segundo.
—¿Estamos huyendo de casa, papá?
—¿De dónde sacas esa idea? —replicó Harry, sorprendido. Desaceleró en el semáforo, aprovechando para mirar de nuevo por el retrovisor a su hijo. El pequeño Terry jugaba nervioso con las agujetas de sus zapatitos.
—La señora Johnson escapó de su casa. Un día dijo: voy a comprar la leche. No volvió.
—¿Cuándo pasó eso?
—La semana pasada. Pero mamá dice que debo ser comprensivo con la señora Johnson. Dice que a veces la presión familiar y social, junto con la responsabilidad de criar hijos, puede quebrar a personas que ya tienen problemas mentales, como la señora Johnson. Yo le dije: pero mamá, mi amigo Lucas está muy triste desde que se fue su madre. Ella me dijo: entonces sé un mejor amigo para él, apóyalo en todo y comparte tus experimentos con él. Yo le contesté: bueno, pues ya qué. Sabes que no me gusta compartir mis experimentos, pero la situación lo amerita. Además, logré que mamá prometiera explicarme qué tipo de trastorno mental tiene la señora Johnson. Dijo algo así como TDM, ¿sabes qué es eso, papá?
Harry negó, sin dejar de manejar por la avenida. No estaba sorprendido de la cantidad de información que su hijo de siete años podía manejar. Estaba claro que Terry era un genio.
—Papá… ¿estamos huyendo de casa o no? ¿Iremos adonde la señora Johnson escapó? ¿Podemos avisarle a Tempy? A mamá seguro no le tenemos que avisar, ¡ella siempre sabe todo! No podrías esconderte de ella, ni con toda tu magia, papá. Este plan es muy mala idea.
—No estamos escapando, Terrance —interrumpió Harry, divertido—. Y tienes razón, sería imposible esconderme de tu madre, aunque jamás se me ocurriría hacerlo. Ella y yo siempre estaremos juntos, ¿de acuerdo?
—¿Seguro?
—Lo prometo.
—Bueno. Entonces ya dime a dónde vamos.
—A un lugar especial. No será mucho tiempo.
Terry lo miró sospechoso —¿Especial? No es mi cumpleaños. ¿Estoy enfermo de cáncer y no lo sé?
Harry, de nuevo, se armó de paciencia —¿De dónde sacas eso?
—Así le pasó al señor Robert, el abuelito de Lucas. Un día estaba muy bien, luego ya no. Total que a la semana lo llevaron de sorpresa al zoológico, donde hace siglos conoció a la señora Maggie, abuelita de Lucas, y toda la familia se sacó fotos con él y le dijeron cosas bonitas. ¡Tenía cáncer! Él no lo sabía. Cuando se enteró se enojó mucho y dijo: ¡sólo me prestan atención porque voy a morir! Entonces Lucas le pidió que por favor no se muriera. Pero el señor Robert no es como tú, papá, así que murió. Le dije a Lucas que la muerte es muy bonita y brillante, y que seguro el señor Robert lo estaba pasando muy bien. Lucas me preguntó cómo sabía eso y le expliqué que tú moriste hace muchos años, papá, y que me contaste de King Cross blanco y de tu antiguo profesor. Lucas me dijo que era imposible que hubieras muerto porque seguías vivo. Yo le dije que honestamente, obvio eres un zombi. Luego nos fuimos por un helado.
Harry casi frena de golpe el carro —¡¿Cómo que soy un zombi?!
Terry asintió, mirando por la ventana sin dejar de hablar —Moriste cuando tenías diecisiete años. Esa historia me la sé muy bien, ¡todos me la han contado! Incluso mamá lo hizo una noche, aunque no me explicó qué pasó con las reliquias de la muerte. Dijo: Terrance Potter–Granger, hablaremos de eso cuando tengas por lo menos diez años. Y yo le dije: ¡bueno, ya qué!
—Sigues sin explicarme por qué soy un zombi.
—Ay, es cuestión de lógica, papá. Moriste, reviviste. Zombi.
—No soy un zombi.
—¿Usaste la piedra para revivir, papá? ¿Aún la conservas?
—Te lo diré en unos años.
—¿Podemos usarla para revivir al Señor Bigotes?
—No. Señor Bigotes está en el cielo de los hámsters, debemos dejarlo descansar.
—No negaste que aún tenías la piedra…
—Terrance…
—Bueno, ya. ¿Me dirás a dónde vamos? ¿Por qué es especial?
—No te diré a dónde, ya casi llegamos. Ten paciencia.
—Odiooo la paciencia, papá. Oye, por aquí ya no es Londres muggle, ¿cierto? Lo sabía, ¡ahí está la tienda de cofres mágicos! ¿Vamos a comprar otro cofre, papá? El de mamá está a punto de llenarse. Sé que ahí esconde todo lo que no quiere que yo estudie todavía. Me parece injusto. A Tempy no le esconden sus libros.
—Tempy no está interesada en aprender alquimia —respondió Harry, echándole una mirada de advertencia a su hijo— ni saber dónde están las reliquias de la Muerte.
—Técnicamente —se defendió Terry, ofendido—, soy el heredero de las reliquias, ya que tú has sido su único maestro. ¡Quiero investigarlas, papá!
—Tienes suficientes proyectos activos por el momento, hijo. No hablaremos de esto de nuevo. Las reliquias son tema prohibido.
—Pero…
—Prohibido.
—¿Hasta qué edad?
Harry por fin encontró dónde estacionar el carro —Hasta que cumplas cien años.
—¡Ay, falta tantísimo! Espera, ¿ya llegamos? ¿Qué es este lugar, papá?
—Pronto lo sabrás.
Terry esperó a que su padre le abriera la puerta y lo tomara de la mano. Sabía las medidas de seguridad que tenía que acatar fuera de casa, donde la gente mala con mamá y papá podían hacerle daño. Pero Terry no tenía miedo, ¡su papá era el héroe del mundo! Nadie podía contra él, a excepción de mamá, por supuesto. Eso le daba gracia a Terry.
Entraron a un edificio con varios hechizos anti muggles. Terry esperó a que la recepcionista, tras ver a Harry Potter parado frente a ella, pasara de la sorpresa al coqueteo infinito. ¡Siempre lo mismo!
—Disculpe, señorita —interrumpió el niño, desesperado—, mi papá está casado con mi mamá. Ellos se aman mucho. Por favor no intente seducirlo. No funcionará.
La joven mujer pareció muy avergonzada tras el comentario de Terry. El resto de la gente en la recepción la miró indignada. Harry se aclaró la garganta, acostumbrado a las punzantes observaciones de su hijo.
—Estamos aquí para ver al sanador Ferrand, tenemos cita.
Terry lo miró traicionado —¡Sanador! No, papá…
—Compórtate. Será rápido, lo prometo.
—¡Prometiste no traerme al sanador sin decirme la verdad! —sus ojos castaños se llenaron de lágrimas— ¡No me gustan los sanadores!
Harry se acuclilló frente a su hijo, sin soltar su mano —Es para mí, no para ti, ¿de acuerdo? Una revisión rápida y volveremos a casa con Tempy y tu madre.
—¿Estás enfermo, papá?
—No. Es una tontería que me pidieron del trabajo. Todo está bien.
—¿Por qué no me dijiste antes? —Terry miró bien los ojos verdes de su padre— Mamá no sabe de esto, ¿verdad?
—No. Primero quiero que me entreguen los resultados. Pórtate bien, por favor.
Terry asintió, confundido. Escuchó la conversación entre su padre y la recepcionista, luego se sentó en la salita a esperar que los llamaran. Pensó que esto era fortuito, se suponía que su madre lo recogería de la escuela ese día, pero tuvo una emergencia del trabajo y por eso su padre terminó yendo por él. Era obvio que había planeado ir solo con el sanador.
—Querías guardar el secreto —le dijo a su padre, tras reflexionar—, por si son malas noticias.
Harry abrazó la pequeña espalda de su hijo, jalándolo hacia su pecho —Eres demasiado inteligente. Lamento traerte aquí, hubiera querido evitarlo, pero igual te ibas a enterar.
—¿Qué pasó, papá? ¿Fue en la última misión?
—Eso parece.
—Mamá te dijo que no volvieras al Departamento de Seguridad Mágica —canturreó, sabiendo que su padre afrontaría las consecuencias—. Te dijo que esa misión era peligrosa.
—Ella nunca se equivoca.
—¿Entonces por qué lo hiciste, papá? Pocas veces te he visto no seguir el consejo de mamá.
Harry perdió la mirada hacia la entrada de la clínica, recordando aquel día cuando tuvo que informarle a su esposa que de nuevo se pondría la túnica de Auror.
—Lo más importante para mí es dejar un mundo seguro para ti y tus hermanos.
Terry bajó el rostro. Ese era el único inconveniente de tener un papá héroe.
—Sabes que no importa cuál sea el resultado, papá, yo le diré a mamá que estuvimos aquí.
—Por supuesto, jamás te pediría que le mientas a tu madre. Esto sólo apresuró todo, pero no te preocupes.
—Estoy aburrido, papá. ¿Qué hacemos mientras esperamos?
Su padre, por supuesto, sacó la varita —¿Listo?
Terry amaba ese juego: tenía que observar el movimiento de la varita y mencionar el hechizo. Ya se sabía los del primer y segundo grado de Hogwarts.
—Ese es muy fácil, papá, ¡levicorpus! Ese es… ¡no tan rápido, papá! —dijo entre risas, intentando atrapar las manos de Harry. Él le sonrió, divertido.
—¿Harry?
Ambos voltearon hacia la voz femenina. Terry no reconoció a la mujer. Era alta, de cabello rojo y túnica negra. Se veía pálida.
—¡Qué sorpresa! —dijo su padre, sonriendo de manera incómoda, como cuando saluda al Ministro de Magia.
Ella parece tener un limón en la boca —Eso es lo que pienso. Escogí esta clínica por su discreción, a diferencia de San Mungo. ¿Qué haces aquí?
—Preferiría no responder eso.
—Claro, claro… —mira nerviosa hacia el resto de la gente que espera en la sala, luego a Terry— Oh, es idéntico a ti, pero con los ojos de… su madre.
—Soy Terrance Potter–Granger —se presentó—, ¿tú quién eres?
—Ginny —responde.
Terry entrecerró los ojos, molesto. Quedaron en silencio. Finalmente, Harry habló —¿No te vas a sentar?
—Sí… yo… ¿Hace cuántos años no nos vemos?
—Un par —responde Harry.
Ginny lo mira fijamente —Doce años, por lo menos. Envejeciste bien.
—Gracias.
Terry mira a cada uno, confundido —¿De dónde se conocen?
—Hogwarts —dice Ginny, sonriéndole.
—Entonces también conoces a mi mamá.
La sonrisa de la pelirroja se deshace —Tengo el placer. Igual que el resto del mundo mágico…
—Sí, mis padres son muy famosos. Aparecen en todos los libros de historia mágica. Mamá también aparece en algunos libros muggles. Ella es importante en ambos mundos. ¡Es la mejor! ¿Sabías que gracias a ella los elfos domésticos tienen derechos? Y los hombres lobo, los semigigantes, los thestral y la gente del agua. Ahora se dedica más a la política. Quiere cambiar las leyes del Estatuto del Secreto y del Wizengamot. El otro día alguien la amenazó por eso, pero mamá no se asustó. Le dijo a ese mago malo: ¡ni siquiera podrías quebrar mi escudo antes de que yo te desarme! El mago malo sacó su varita y quiso hacer un hechizo. Todo ocurrió muy rápido. Mamá le echó un expelliarmus. Y ¡bam! el mago malo salió volando contra la pared. Fue muy gracioso. La bruja que iba con él dijo que se vengaría y desapareció. Le pregunté a mamá si estaba preocupada. Ella me dijo que no porque eran enemigos comunes. Por cualquier cosa, papá se encargó de encontrar a esa bruja y mandarla a Azkaban, ¿verdad, papá?
—Sí, Terry. Recuerda respirar entre las palabras, hijo.
El niño, agitado tras su anécdota, asintió veloz.
Ginny lo miró sorprendida —Tienes un enorme vocabulario para la edad que aparentas, jovencito.
—Tengo siete años. A punto de cumplir ocho.
—¿Te puedes sentar? —repitió Harry, ahora un poco irritado.
La bruja se deslizó en el sillón frente a ellos —¿Cómo has estado, Harry? No debe ser fácil para ti la situación del país.
—No es fácil para nadie.
—Lo digo porque tú querías una vida tranquila, lejos de la atención pública. Sé que tu familia se encuentra en peligro por culpa de Hermione.
Terry frunció el ceño —¿Por culpa de mamá?
—No —respondió Harry a su hijo, revolviendo su cabello—. Tu madre no tiene la culpa de que existan personas malas en el mundo —le echó una mirada cortante a la pelirroja.
Ella ignoró dicha mirada —Por supuesto, pero sí es su culpa que no haya paz. Las facciones han querido llegar a varios acuerdos con el Ministerio, y Hermione se ha negado…
—Piden a cambio la rendición del gobierno, Ginebra. Es normal que el Ministro se niegue a aceptar. Hermione sólo es la portavoz del gabinete. Es su trabajo.
—Todos sabemos que el Ministro se deja llevar por lo que sea que Hermione diga. La adora. Cualquiera pensará que incluso está enamorado de ella.
Harry la miró incrédulo —¿Te estás escuchando? Qué absurdo.
—Digo lo que todos piensan. Incluso Luna lo hace. El otro día en la Madriguera nos comentó que el Ministro Dawson estuvo encerrado con Hermione durante horas para decidir la respuesta a las facciones. Esa misma mañana el Ministro quería aceptar ciertos acuerdos, pero tras hablar con Hermione, se negó a todo. Esto también provocó el ataque a Diagon, ¿o me lo negarás?
Terry se apretó al cuerpo de su padre. No le gustaba esa mujer pelirroja.
Harry hizo un gesto, como alejando las palabras de la bruja —No voy a comentar sobre la vida laboral de mi esposa. Ni creas que olvido que trabajas para El Profeta… qué orgullo.
—Sí me enorgullece mi trabajo.
—Felicidades.
—¿Y sobre tu vida? ¿No puedes ni siquiera decirme si eres feliz?
—En realidad te voy a ignorar a partir de este momento.
Ginny alzó las cejas —Qué maduro. ¿Tanto te duele que te recuerden el amorío de tu esposa con el Ministro?
Terry abrió la boca —¿Qué es amorío, papá?
Harry apretó los puños —Cuando una persona traiciona el acuerdo monógamo que tiene con su pareja, sin decírselo.
—Ah, ya entendí. Pero mamá y tú son como los pingüinos: monógamos.
—Así es.
Ginny miró apenada al niño, como si apenas hubiera recordado que estaba ahí.
—¿Por qué regresaste al cuerpo de Aurores, Harry? Sé que eras muy feliz como profesor de Hogwarts.
—Deja de hacerme preguntas y dirigirte hacia mí como si fuéramos amigos. Menos después de lo que acabas de implicar sobre mi esposa, frente a mi hijo.
—¿Por qué la defiendes tanto? ¿No sospechas ni un poco de ella? ¿Tanto sigue manteniendo en ti ese hechizo?
Terry volvió a interrumpir —Mamá no tiene ningún hechizo en papá. Se requiere de mucha magia para hacerle eso a papá. Dice mamá que algún día yo podré hacerlo, pero que somos pocos con esa habilidad. Él es muy poderoso. Un día…
Harry lo cortó —Se refiere a si sigo enamorado de tu madre. Es una expresión común entre brujas.
—Ah, expresiones sociales. Ya entendí.
Ginny remiró a Terry —Se comporta como Hermione cuando era una niña.
Eso logró hacer sonreír al moreno —Sí. Son insufriblemente adorables. Tempy es aún peor. ¡Me volverán loco! —al terminar de hablar le hizo cosquillas a su hijo.
Terry se agitó entre risas —¡Mamá dice que así nos amas!
—Ella nunca se equivoca —replicó Harry, dejando de hacerle cosquillas.
Ginny se acomodó mejor en su silla, intentando ignorar la escena —¿Te gusta el Quidditch, Terry? ¿O eres igual que tu madre en eso también?
El niño se encogió de hombros —Ya sé montar una escoba. Dicen que soy bueno, pero prefiero estudiar. Tempy, en cambio, adora el Quidditch.
—Será una gran buscadora —dijo Harry con orgullo.
—Señor Potter —llamó la recepcionista—, ya puede pasar. Sala cuatro, por favor.
—Perfecto —suspiró Harry, levantándose.
Terry lo siguió, de su mano —Adiós, señora Ginny.
—Hasta luego, Terry.
Harry no se despidió de ella, caminó directo a la sala donde lo esperaban. Se detuvo frente a la puerta, temeroso de entrar.
Terry miró a su padre —¿Tú qué piensas sobre el Ministro y mamá?
—¿Pensar de qué? —replicó, arrancado de sus temores.
—Ya me han dicho muchas personas que el Ministro está enamorado de mamá. También lo he leído en varios periódicos.
—¿A qué hora lees el periódico?
—En la madrugada, cuando mamá se prepara para ir al Ministerio. Ella se toma una taza de café, yo me tomo un vaso de leche. Juntos leemos los tres periódicos a los que estamos suscritos, aunque ella sólo me deja ver algunas secciones. Un día, sin que ella se diera cuenta, vi esa nota. Estaba escrita por la mujer de la recepción: Ginebra Weasley.
—Eres demasiado listo…
—Luego mamá se va a trabajar, me da un beso en la frente y me dice que regrese a la cama. Por eso siempre me despiertas tú, unas horas después. O Peppy, si estás dando clases. Como sea, ¿tú qué piensas? ¿Crees que el Ministro está enamorado de mamá? Sé que los asuntos de política sólo podemos hablarlos en casa, pero también sé que esta pregunta no es buena idea hacerla en casa. Así que…
—¿Por qué te interesa saber eso? ¿Cambiará algo si el Ministro ama o no a tu madre?
Terry asintió —Necesito saberlo, papá. No quiero que un día ustedes se divorcien porque mamá encontró el amor con otro pingüino. Los tíos de Lucas se amaban mucho, pero un día se separaron porque ella dijo que su jefe la "llenaba" más que el tío de Lucas. ¿Qué quería decir con "llenar"?
—La familia de Lucas es muy grande, ¿verdad?
—Sí. Lucas tiene familiares en todo Reino Unido, ¡incluso en América! Van a Ilvermorny. Uno de sus primos…
—Terry —se inclinó hacia él, casi quedando a su altura—, tu madre y yo no nos vamos a divorciar. Somos pingüinos normales que van a estar juntos siempre. Ya te lo prometí.
—¿Pero y si el Ministro está enamorado de mamá?
Harry pensó unos segundos si era buena idea responder eso. Al final, decidió que la honestidad era la mejor opción con su hijo genio; ya había aprendido a la mala que verdades a medias o mentiras se complicaban demasiado con su curioso hijo.
—Yo creo que Dawson sí ama a Hermione. Lleva años enamorado de ella.
Terry dejó caer los hombros —Oh, no…
—Tranquilo, déjame te explico algo. Dawson no es el primer hombre que conozco que está enamorado de tu madre. En realidad, hay varios magos que sienten eso por Hermione. Es normal, ¿sabes por qué? Porque ella es asombrosa. Ha dedicado su vida en mejorar nuestra sociedad y gobierno. Jamás toma una causa por perdida, lucha hasta el final por lo que cree. Eso resulta muy atractivo. Es una de las muchas razones por las que yo la amo, así que no puedo juzgar a otros por sentir lo mismo por ella. Nada de eso tiene que ver con nuestro matrimonio. No importa si todos los hombres del mundo aman a tu madre, lo único relevante es que ella decidió amarme a mí, casarse conmigo, ser la madre de mis hijos y envejecer a mi lado. Pingüinos, ¿de acuerdo?
—¡De acuerdo! —replicó sonriente.
Harry, muy distraído por toda esa conversación, entró a la sala donde lo esperaban.
—Señor Potter, bienvenido. Oh, veo que trae a su hijo, ¡el famoso Terrance Potter–Granger!
—¡Hola! —saludó el niño, feliz de ser reconocido— ¿Yo también soy famoso? Pero no aparezco en ningún libro.
El sanador, un hombre de barba gris y túnica verde crema, le sonrió amable —Todavía.
Harry se sentó frente al escritorio —Qué tal, sanador Ferrand, ¿ya están los resultados?
—Sí, señor Potter —miró apenado al niño—. Dime, Terrance, ¿te gustan los libros de medicina sobre ranas?
Terry asintió, emocionado —¡Con las ranas hacemos muchas pociones!
—En esa esquina tengo muchos libros divertidos sobre ranas, ¿por qué no los revisas mientras hablo con tu padre?
—Oh, ya veo. No quiere que escuche sobre sus resultados. ¿Quieres que te deje hablar a solas con el sanador, papá?
Harry asintió —Pondré un hechizo para que no escuches, hijo.
—Bueno, ya qué.
El sanador soltó una carcajada —Muy listo el muchacho, veo que no se le puede mentir.
—No, eso dejó de ser útil cuando cumplió dos años.
—Una paternidad difícil, supongo.
—No sé qué haría sin Hermione…
Terry dejó de escuchar: su padre puso el hechizo sobre ellos. Suspiró frustrado, sabiendo que no había manera de romper ese hechizo… aún. Fue hacia el librero e ignoró los libros sobre ranas, ¡esa era lectura para principiantes! Tomó un libro sobre infecciones por acromántulas.
Estuvo leyendo casi una hora, cuando de pronto sintió a su padre frente a él.
—¿Ya nos vamos? —preguntó sin dejar de leer.
—Ya. Ese no es un libro sobre ranas.
—¿Cuáles son los resultados?
—Primero hablaré con tu madre. Luego, juntos, les diremos a tu hermana y a ti todo al respecto, ¿bien?
Terry metió el libro en el hueco donde pertenecía. No quiso mirar los ojos verdes de su padre —Eso quiere decir que son malas noticias.
Harry lo cargó sobre sus hombros, arrancándole una carcajada —Todo estará bien.
Salieron de la sala, encontrándose de lleno con otro mago.
—Oh, ¡Harry Potter! —sonrió ladino el viejo hombre, barrigón, con el olor de cigarro arraigado en su gabardina usada. Las luces blancas del pasillo se reflejaban en su cabeza calva— Qué gusto encontrarte aquí, ¡de todos los lugares!
—Huggs —respondió Harry, nada feliz—. Sin comentarios.
—¡Ni siquiera pregunté algo!
—Estabas por hacerlo.
El oloroso hombre soltó una risa hueca —Sí, sí, gajes del oficio, ¿qué puedo decir? Pero no hoy. Estoy demasiado contento. No quiero que arruines este día con uno de tus famosos hechizos silenciosos en mi trasero…
Terry escondió su sonrisa en el cabello de su padre.
Harry puso cara de inocencia —¿Yo? ¿Magia silenciosa? Ya no sabes qué inventar, Huggs.
—Me ofendes, Potter. Mentir no es propio de un hombre en mi posición.
—Claro, el director de El Profeta es pura honestidad. De ahí la calidad de su periódico.
Huggs torció los labios, en un gesto parecido al de un sapo viejo —¿Qué tal tu esposa y el Ministro de Magia? Hoy desayunaron juntitos en el Parlour de Nott.
—¿Creí que no harías preguntas hoy?
—La Hechicera Granger es muy popular, ¿cierto? Debo admitir, yo soy uno de sus admiradores. Me encanta cómo se ve con el cabello revuelto tras uno de sus acalorados discursos. Da muchas ideas.
Harry puso la mano en el hombro de Huggs. Se miraron unos segundos.
—Te sorprenderá saber lo intolerante que soy con esos comentarios sobre mi esposa.
—No tiene nada de malo, Potter. Deberías tomarlo como un halago. La Hechicera Granger es un ídolo. Tan firme, intachable y apasionada. Con el marido más poderoso de la historia. Con el Ministro ciego por ella. Es muy tentadora.
Harry sacó su varita. Huggs sonrió.
—Papá, no ataques al dueño del periódico. Mamá se enojará por tu imprudencia —dijo Terry desde sus hombros.
—El niño es muy inteligente, como su madre. Si no fuera tan parecido a ti, Potter, sospecharía que quizá es de Dawson…
Harry lo golpeó en el rostro. El viejo periodista cayó de nalgas al piso, sangrando de la nariz.
—¡Gary! ¡Por Merlín! —gritó Ginny, llegando en ese momento— Te descuido un maldito segundo y ya recibiste otro golpe. ¡Estoy harta de esto!
—Saca una fotografía, pequitas. La quiero de primera plana mañana —chilló Huggs desde el piso.
—Olvídalo. Qué vergüenza, Gary. Y deja de llamarme pequitas.
—Es que las tienes en todo el cuerpo, ¿de qué otra manera quieres que te llame? —la miró sugestivo, acariciando los tobillos femeninos.
Ginny casi brincó lejos de él —¡No hagas esto peor! Estaba ebria, sino jamás…
—No digas eso, algún día sucedería.
Harry los miró confundidos —¿Son pareja?
—No.
—Sí. Vamos a tener un hijo —informó Huggs.
La pelirroja empalideció —¡No digas eso!
—Por eso venimos. Los resultados son positivos. Te preñé.
—¡Soy una mujer, no una maldita vaca, Gary!
Terry miró a cada uno, curioso —Pero el señor Huggs es muy grande para la señora Weasley, ¿no, papá?
—Eso sólo pueden determinarlo ellos, hijo.
Huggs le sonrió al niño —Sigue mi consejo: entre más jóvenes mejor. De hecho, pequitas ya está madura para mi gusto, ¡pero qué se le hace!
—¡Sigo en la flor de mi juventud, Gary! ¿Cómo puedes decir que estoy madura? Me llevas treinta y seis años. Es el colmo…
Harry comenzó a retroceder —Felicidades por el embarazo.
Ginny lo miró furiosa —¡Vete, por favor! No necesito que hoy me restriegues a tus hijos genios y tu esposa perfecta.
Terry no pudo evitar corregirla —Tempy no es un genio, aunque está muy adelantada para su edad. Pero mamá ya le hizo todas las pruebas y resultó que sólo es súper inteligente, no genial como yo. Aún así creo que es la mejor hermanita del mundo. El otro día me regaló un piedra en forma de dinosaurio que encontró en el estanque de la casa. Yo amo a los dinosaurios. Puse la piedra en mi escritorio, junto a la fotografía de Einstein.
—¿No tendrás una fotografía de tu madre que me quieras regalar, niño? —preguntó Huggs.
Harry casi lo patea ahí mismo, pero Ginny le ganó.
—¿Para qué quieres una fotografía de Hermione Granger?
—Me gusta, es muy sensual…
Ginny lo volvió a patear —¡No puedo creer que tú…! ¡Te odio, Gary Huggs!
Harry alejó a su hijo de la discusión. Fueron directo al automóvil y se encaminaron a su hogar. En el trayecto Terry no paró de hablar sobre su mejor amigo Lucas y su familia. Harry le respondía lo necesario, pero no dejaba de pensar en los resultados de sus análisis.
Por fin llegaron a casa. En la sala se encontraba Temperance jugando con un unicornio de peluche. Terry corrió hacia su hermana, platicando todo lo que hizo en la escuela. La niña lo miró ilusionada, como siempre que su hermano mayor le contaba algo.
Harry besó la frente de hija antes de quitarse la gabardina y tomar asiento. Qué día...
Tempy se acercó a sus rodillas y le pasó un pergamino —¡Teddy escribió!
Terrance se subió de un brinco al sillón, arrancando el pergamino de las manos de su padre para leer la carta —Dice que está muy triste porque Victoire se hizo novia de un chico de Ravenclaw. Pregunta si puede pasar aquí el fin de semana.
Harry asintió —Responde que sí. Deja que tu hermana le mande un dibujo…
—Y una galleta, ¡pobre Teddy! —suspiró Temperance.
—Quizá Victoire no es el pingüino de Teddy —reflexionó Terrance, volviendo a leer la carta—. Puede que Victoire ni siquiera sea un pingüino.
Tempy lo miró condescendiente —Claro que son pingüinos. Vi está dándole celos a Ted, ¡se lo merece por haber ido con Jordan al baile de Navidad!
—Ella lo invitó primero, no podía rechazarla a la mitad del Gran Comedor. Mamá dice que eso no es de caballeros —defendió a su hermano mayor—. Vi debió ser más comprensiva con él.
Comenzaron a discutir sobre la inexistente vida amorosa de Ted. Harry se relajó entre sus gritos y argumentos, acostumbrado a su familia: tenían una obsesión por estar en lo correcto.
—Además, la teoría de los pingüinos ya caducó.
Eso llamó la atención de Harry. Miró a su hija —¿Por qué lo dices, cariño?
—En clase me enseñaron un video de unos pingüinos que se separan —explicó Tempy—. Ella deja a su esposo pingüino por otro pingüino, y el esposo pingüino se va a caminar solo por la orilla del mar, sufriendo.
Terry la miró incrédulo —¿Entonces los pingüinos no están juntos para siempre?
Su hermanita asintió, muy seria —Es la cruda realidad. Por eso digo que esa teoría ya caducó. No se puede confiar en que los pingüinos estarán siempre juntos.
Harry se sintió un poco triste. Le encantaba esa metáfora sobre su matrimonio y los pingüinos, durante años fue lo que le dijeron a sus hijos, incluyendo a Ted.
Terry se removió inquieto en su lugar —¿Papá, crees que mamá se irá con otro pingüino?
Antes de que Harry pudiera responder, su hija le ganó —Hay que considerar que papá es un zombi, no un pingüino. Quizá eso haga que mamá lo deje.
—No soy un zombi. Y su madre no me va a dejar.
—¿Y dónde está mamá? —preguntó la niña— Antes siempre llegaba a comer con nosotros. Ahora sólo está con el Ministro.
Terry la miró alarmado —Tienes razón. Además, el Ministro está enamorado de ella.
Tempy soltó una exclamación —¡Se irá con él!
—No —cortó Harry, confundido de cómo llegaban a esas conclusiones—. Terry, acabo de hablar contigo: tu madre me eligió como su pareja, eso significa que así será para siempre. Temperance, te prometo que tu madre y yo seguiremos juntos.
La niña bajó los brillantes ojos verdes —Es que la extraño mucho, papá. Ya no viene a comer con nosotros. Llega después de que nos dormimos y se va antes de que despertemos. ¿Ya no nos quiere?
Harry cargó a su hija, angustiado —Hermione los ama más que a nada en el mundo. Sé que es complicado comprender esto, pero ustedes son muy inteligentes, así que confío que harán un esfuerzo por entenderlo: su madre está trabajando todo el tiempo para evitar que los magos malos le hagan daño al país. Su trabajo es muy importante porque significa que ustedes tendrán un lugar seguro dónde crecer. Cada minuto que ella está fuera de la casa, es porque desea lo mejor para ustedes.
Terry asintió —Sabemos que mamá es importante.
Tempy no dijo algo, pareció más triste aún. Harry agarró al unicornio y lo acercó a su hija.
—Pronto todo volverá a la normalidad.
—¿Qué tan pronto, papá?
Harry no tenía idea. Ni siquiera era una posibilidad que el gobierno llegara a un acuerdo con las facciones. Besó la frente de su hija y se armó de valor para responder.
—Lo necesario.
Y era un término muy extraño para que un par de niños lo entendieran, ni siquiera con sus intelectos podían abarcar todo lo que significaba esa expresión, porque no conocían la guerra, la ambición de poder que tantos hombres tenían, lo conflictivo y cruel de la política. Por fortuna, aún eran tan pequeños para confiar ciegamente en la palabra de su padre.
—¿Quieren ir a jugar al estanque?
Sus hijos respondieron que sí, felices. El resto de la tarde estuvieron en el jardín, corriendo detrás de los sapos y chapoteando a la orilla del estanque. Tempy hizo magia accidental y empapó a Terry. Al final, los tres terminaron dentro del agua, temblando entre risas.
Regresaron a la casa. Harry los mandó a bañar, para evitar un resfriado; mientras, revisó qué tocaba hacer de cenar hoy. El teléfono de la casa lo distrajo. Contestó, aún escurriendo en agua. Era la asistente de su esposa, Francesca Luc. "Madame Granger me pidió avisarle que no llegará a cenar, monsieur Potter. ¿Hay algo en que pueda ayudarlo? ...Muy bien. Pase una excelente noche. Au revoir."
—Au revoir —respondió, desanimado.
Colgó el teléfono. Sabía que sus hijos no tomarían bien la noticia. Volvió a descolgar, marcando de memoria el teléfono de los Granger. Su suegra respondió alegre; al escucharlo unos segundos, aceptó que fueran a cenar a su casa.
—Eso alegrará a los niños, ¿verdad? Mi hija sigue muy ocupada con el Ministro.
Harry intentó no girar los ojos —No con el Ministro. Con su trabajo, sí.
—¿Todo bien, Harry? No suenas tranquilo.
—Lo lamento. Estaremos ahí en unos minutos.
Colgó. Se sintió avergonzado por haber contestado así a Cameron. Quizá ya estaba un poco harto de toda la conversación sobre Dawson y su esposa. Le avisó a sus hijos del cambio de plan. Ellos se emocionaron de ir a ver a los abuelos y en menos de media hora, ya estaban en la chimenea de los Granger.
Los abuelos, consentidores como siempre, pidieron la comida favorita de cada nieto. Harry se conformó con acabarse el plato que cada uno de sus hijos definitivamente no se terminaría. Conversó con Richard, mientras Cameron escuchaba muy atenta las aventuras de los niños. No se dio cuenta de la hora hasta que su hija lo abrazó y quedó dormida de inmediato en su pecho.
—Es momento de volver a casa —dijo, cargando a Tempy.
Su suegra lo miró con cautela —¿Y si permites que los niños duerman aquí hoy? Tendrías la noche disponible para hacer… lo que quieras.
Harry se preguntó qué significaban esas palabras. Terry se colgó de su brazo.
—¿Podemos, papá? ¿Por favor? La abuela siempre nos hace panqueques para desayunar, por favooooor.
Sin más remedio, aceptó. Dejó a los niños acostados en la habitación de huéspedes. Richard insistió en permanecer despierto un par de horas más, por si los niños necesitaban algo. Harry sabía que era una medida extra para que él se fuera de la casa con tranquilidad. Por cualquier cosa, revisó los hechizos de seguridad en cada pared de la casa y que el traslador estuviera listo para cualquier emergencia. No era muy entusiasta de permitir que sus hijos durmieran en otra casa, pero con los Granger sabía que era una guerra perdida.
—Tendré el celular a la mano, por si necesitan algo.
—Vete tranquilo —dijo Richard, casi empujándolo en la chimenea—. Aprovecha el rato libre. Arregla lo que debas arreglar.
—¿Qué? —preguntó, confundido.
Richard aventó los polvos flu a sus pies —¡Potter–Granger Household!
Salió despedido en la sala de su casa. ¡Vaya!
Por costumbre empezó a limpiar y organizar el desastre de sus hijos. Luego revisó los expedientes que tenía en su oficina, sobre los atentados de las facciones. Se entretuvo un rato ahí hasta que el reloj de la casa marcó las dos de la mañana. Y su esposa seguía sin llegar.
Lo embargó una larga frustración. ¿Qué podía seguir haciendo su esposa en el Ministerio a esa hora? En algún momento debía dormir, ¿no?
Sabiendo que no era lo correcto, pero valiéndole un knut, tomó su capa y su varita. Volvió a entrar a la chimenea, ahora en dirección al Ministerio.
El atrio estaba vacío. Sólo había dos Aurores, quienes dormitaban cerca de la fuente. Harry se aseguró de aprender sus rostros para regañarlos al día siguiente. Pasó de largo, oculto por su capa. Se convenció de que era una excelente oportunidad para determinar el nivel de seguridad del Ministerio, no para espiar a su esposa. Tras un pequeño brinco en el elevador, salió al piso indicado. Los pasillos apenas estaban iluminados, no había gente en las oficinas; el único ruido provenía de la oficina principal: una radio en la estación de clásicos mágicos.
Harry se deslizó por el parqué, insonorizando sus zapatos. Le preocupó lo absurdamente fácil que fue llegar hasta ahí sin ser detectado. ¡Su esposa podría recibir cualquier atentado con esa ridícula seguridad! La puerta de la oficina del Ministro estaba entreabierta, así que sólo tuve que apretar los hombros para entrar.
Dawson estaba sentado sobre su escritorio. No traía la túnica puesta, ni la corbata. Su camisa blanca tenía arrugas y estaba arremangada hasta los codos. Se veía muy cansado. El cabello le caía en ondas sobre la frente, enmarcando los ojos azules que le valieron la candidatura a su puesto. Miraba con atención a Hermione, quien estaba sentada en una mesa conjunta. Ella parecía aún más cansada, traía el cabello hecho un desastre y las mejillas rojas. Harry miró, aprensivo, que se soltó los botones de su túnica, dejando ver el escote de su camisa borgoña. Se veía hermosa.
—Mañana daré el comunicado —dijo Dawson—. Pediré una conferencia de prensa.
—Debe haber otra solución —respondió Hermione, dejando caer su peso en el respaldo de la silla. Parecía abochornada—. Debe haber otra… —susurró, adormilada.
—Si la hay, no se te ocurrirá en este momento. Debemos dormir.
Ella sonrió —No subestimes mi capacidad mental en las fechas límite de entrega…
—Esto no es Hogwarts, cariño.
Harry tragó pesado. ¿Cariño? ¿Se hablan de esa manera cuando están solos?
Su esposa no pareció sorprendida o incómoda por el mote cariñoso —Lo sé. Es la maldita política —abrió los ojos, de pronto muy despierta—, ¡es nuestro país en juego! ¡No puedes acceder! ¡A la mierda la conferencia de prensa! Seguiremos aquí hasta que encontremos una solución.
Harry se sintió mal. ¿Qué rayos hacía espiando a su esposa? Ella estaba dando todo por cumplir su deber y proteger al país.
Dawson alzó las manos en señal de paz —Bien, bien. Pero debemos distraernos un poco.
—¿Qué propones?
Harry quiso hacer la misma pregunta. No le gustaba cómo Dawson seguía mirando el escote de Hermione.
El Ministro fue hacia la radio y movió un par de estaciones hasta que encontró algo que le gustó. Luego le extendió la mano a la castaña.
—¿Me concede esta pieza, señora Granger?
Hermione soltó una carcajada —¿Bailar? Qué ridículo…
—¿Me vas a dejar con la mano extendida?
Ella giró los ojos —Ya. Una canción y seguimos pensando cómo solucionar esto.
Dawson asintió.
Iniciaron el baile. Harry observó que la distancia entre ellos era la prudente. Hermione, además, parecía perdida en sus pensamientos.
—Quizá si pedimos apoyo a Rusia… no —murmuraba la castaña—, mejor a Portugal… podríamos perdonarles un porcentaje de la deuda que tienen con nosotros, aunque puede verse como un abuso de nuestra parte…
Dawson se detuvo —¿No tienes calor?
La bruja se sorprendió —Ahora que lo dices, sí…
—Quítate la túnica. Sólo de verte me siento sofocado.
Hermione deslizó la túnica fuera de sus hombros. Su blusa borgoña era de escote en triángulo, pegada hasta la cintura, donde comenzaba una falda negra que le llegaba a las rodillas. Volvió a tomar la posición de baile, aún perdida en sus cavilaciones. Dawson, en cambio, bajó las manos por la cintura femenina y se inclinó un poco más hacia ella.
Harry avanzó un paso, embargado por la ansiedad de separarlos. ¿Acaso su esposa era ciega o qué rayos?
De pronto, el Ministro cerró los ojos y siguió inclinando el rostro hacia la bruja. Al mismo tiempo, la canción de la radio cambió.
Hermione se separó de golpe del Ministro —Oh, no puedo bailar esa canción contigo —dijo entre risas. Ni siquiera notó que él la estuvo a punto de besar.
Dawson alzó una ceja —¿Por qué no? Es linda, aunque un poco triste.
Harry sonrió, conmovido. Era su canción.
—No me refiero a eso. Adoro esa canción —respondió la castaña, de pronto mirando hacia el reloj de la oficina—. Mi esposo y yo la bailamos hace años, en una tienda de campaña. Bueno, en esa época aún no estábamos casados, pero fue un momento muy especial. Creo que ya es muy noche. Me retiro.
Dawson pareció completamente confundido —Pero dijiste… ¿por qué?
Hermione miró con cariño la radio —Extraño a mi familia. No sirve de nada que salve al mundo, si no estoy con ellos para disfrutarlo. Solicita la rueda de prensa. Te veré mañana.
—¡Hermione, espera! —la frenó el Ministro, tomando su mano.
La castaña miró, primero sorprendida, luego precavida, sus manos entrelazadas.
—¿Pasa algo?
El Ministro no quitaba los ojos de la sortija en la mano de la bruja. Pareció golpeado por algo, y la soltó.
—No. Nada. Descansa.
—Gracias.
Harry tuvo que quitarse para que su esposa no chocara contra él. Ella se frenó un segundo.
—Huele a… —susurró, pero no terminó su pensamiento, sonrió de nuevo hacia la radio y salió de la oficina.
Harry corrió detrás de ella. Encantó los elevadores para retrasarla y que él llegara primero al atrio. Usó las chimeneas y enseguida se encontró en su casa. Escondió la capa de invisibilidad detrás del sillón y tomó asiento justo cuando su esposa salió de la chimenea.
—¡Harry! —sonrió ella, alegre y aliviada de verlo ahí. Corrió a sus brazos, trepando en su pecho para besarlo.
Él la envolvió en un abrazo caliente, girando su peso para ponerla en el sillón, debajo de su cuerpo. La miró cariñoso.
—Hola, pingüino.
—Hola, pingüino —respondió ella, como llevaban haciendo años—, ¿qué haces despierto?
—Te extraño. Ya no quiero dormir sin ti. Trabajas mucho —le dijo, honesto.
Ella asintió —Arreglaré mejor mis horarios. Ya no estaré tan ausente.
—Dejé a los niños en casa de tus padres. Estamos solos —informó, acariciando el rostro de su esposa.
Ella comenzó a cerrar los ojos, relajada por la caricia y el calor de su esposo —Podríamos tener sexo en la sala, entonces… ¿hace cuánto…?
—Años, seguro —replicó, viéndola caer dormida.
Esperó unos minutos para que ella entrara a sueño profundo, luego la cargó hacia la habitación principal. Se acostó junto a ella en la cama. Pensó que aún debía informarle de los resultados de sus análisis, que también debía confesar que la fue a buscar al Ministerio, que los niños ya no creían en la monogamia de los pingüinos por un absurdo video, y que se encontró a Ginny Weasley ese día. Pero lo haría mañana. Esa noche, sólo eran ellos dos, de nuevo, igual que hace años en la tienda de campaña. Harry y Hermione.
