NA: Este fic participa en el desafío de octubre de la batalla de fuego y hielo, del foro Alas Negras, Palabras Negras.

Me he visto en la obligación de bautizar a Sangre y a Queso, pero lo cierto es que los personajes no me pertenecen, son todos de su ilustrísima señoría George R.R. Martin.

Añadiré que el límite de 500 palabras como máximo me ha roto en mil pedazos, yo necesito más.

Quentín Obst había trabajado demasiado tiempo entre las paredes de La fortaleza roja cazando ratas y controlando las plagas. Tal era su pericia que le llamaban Queso, ya que atraía a las ratas como aquella comida.

Tendido sobre la cama de aquel burdel del Lecho de pulgas, los ojos de Obst se posaban en las manos de una prostituta que fingía ser dorniense. La muchacha, que no debía superar los diecisiete años, estaba sentada sobre él, con el busto descubierto y sujetando un pequeño látigo entre sus dedos.

— ¿Qué dices tú? ¿Es un arma o es un juguete? — la sonrisa de la chica era un poco exagerada. Quizá podía llegar a decirse que era guapa, pero lo cierto era que estaba demasiado delgada y tenía dientes de caballo.

Obst le quitó el látigo de las manos, fijados en las cuerdas de piel que salían de su extremo y la golpeó con este sobre las costillas sin ejercer apenas fuerza. La tez morena de la chica se enrojeció ligeramente mientras ella exageraba un gemido. El hombre dejó escapar un suspiro, no era demasiado buena fingiendo, pero después de todo un agujero era un agujero.

— Supongo que sea lo que sea, no nos va a ser útil — dijo él agarrándola por la cintura y colocándola contra el desgastado colchón de paja. Seguidamente se desató los calzones y se colocó sobre ella mientras se agitaba el pene.

Antes de que tan siquiera pudiera bajarse los pantalones la puerta de la habitación de abrió de golpe. Obst volteó la cabeza con cierto hastío, no tenía ni idea de quién podía ser pero empezaba a estar harto de no poder ni echar un polvo.

Hans Mares, también conocido como Sangre entre los capa doradas de la ciudad, acaba de romper la puerta con su brutalidad habitual. Tras de él un hombre menudo que sacó un par de monedas y tras entregárselas a la chica para que se marchara se sentó en la cama como si no hubiera pasado nada.

El bastardo cerró la puerta y después de arrastrar una silla hacía dónde se encontraban los otros dos hombres se sentó en silencio.

—Me han dicho que conoces todas las ratoneras de La fortaleza roja— dijo aquel hombre menudo sin nombre para Queso, que escuchaba sentado a su lado y preguntándose qué diablos hacía aquellos dos allí.

—Dependerá de a quien le esté hablando — contestó Obst. Mares le empujó hacia atrás y colocó una daga sobre su cuello. El metal frío acariciaba su piel y Queso casi se arrepentía de haber sido tan insolente.

El menudo se levantó y sacó una bolsita de cuero del interior de su chaqueta.

—Le está hablando el oro mismo— sonrió afable y le indicó a su acompáñate que se sosegara.

El guerrero soltó la daga y se sentó de nuevo.

— Supongo que entonces, sí — contestó Obst mirando de refilón a Mares.

El cazador de ratas pudo leer los labios del menudo diciendo "Perfecto". En dos noches moriría un príncipe Targaryen.