Bien, empezemos por el principio;

Los personajes de esta historia no me pertenecen (al menos la mayoria)... Bla bla bla.

El principio puede ser algo pesado pero creo que no me ha salido tan mal XD

Lean y critiquen.


Todos conocemos bien la historia de las sacerdotisas del sol y la luna, todos recordamos hasta el más mínimo detalle, el más tierno beso, la más bella palabra, el eterno cariño de sus miradas…

Todos lo conocemos todo en la vida de las sacerdotisas del sol y la luna hasta el momento en el que fueron separadas, e incluso nos atrevimos a imaginar que se reencontraron.

Lo único seguro es que Chikane prometió volver y Himeko, esperarla.

Pero en cambio somos muy pocos los que osamos imaginar que pasó con ellas después.

O incluso antes.

Sobre la luna, hay un santuario abandonado del cual no se sabe nada.

Aquel lugar fue el inicio de todo.


Venecia, ciudad de luces y fantasmas, donde acontecen juegos para dos, juegos de magia y fantasía. Sus estrechas calles, sus bellos puentes y sus tradicionales balcones te hacen imaginarte atrapado en una ciudad de cuento de hadas, atrapada en algún punto de la historia. Esa ciudad de ensueño en el que todo joven soñador ha deseado pertenecer alguna vez.

Donde los milagros a veces ocurren.

Pero a Chikane no le parecía una ciudad tan fantástica como la pintaban.

Recordaba como casi con claridad la ilusión y la felicidad que la había embargado cuando sus padres le dijeron que pasarían las vacaciones juntos en Venecia. Le había faltado solamente dar saltos de alegría.

De todos los países y lugares del mundo que había visitado en sus cortos 16 años, siempre había deseado visitar esa ciudad. Pero, ante todo, lo que más la había alegrado era el hecho de que hacía años que no se iba de vacaciones con sus progenitores.

Viajaba con ellos a América para que comprobaran los avances del mercado, viajaba con sus abuelos a Francia, España e Italia, visitaba Londres para mejorar su inglés e incluso se había marchado a algún que otro campamento de verano fuera del país, pero desde que ella había cumplido los 10 años sus progenitores habían decidido que las vacaciones con su hija eran algo prescindible si así podían darle todo lo que ellos consideraban lo mejor para ella.

Amaba a sus padres con locura y sabía que ella era lo más preciado de sus vidas, pero lo cierto es que el dinero y el buen nombre que le daba su familia a cambio de su ausencia sólo la hacían sentir más vacía.


Venecia es una ciudad hermosa en la que, cuando sobre ella la noche cae y las luces visten sus calles, salen fantasmas cogidos de sus brazos que te invitan a conocerla en su mayor esplendor, fantasmas tan atrapados en el tiempo como su propia cuidad, fantasmas que disfrutan de su tiempo sempiterno contando el recuerdo de viejas leyendas que sólo ellos pueden oír.

Donde los milagros a veces ocurren.

Pero a Himeko no le parecía una ciudad tan fantástica como la pintaban.

-¿Sabes cuánto dinero es eso, Hinata?- gritó su padre enfadado.

-También es mi dinero y soy libre de gastarlo como mejor me parezca.- respondió su madre usando el mismo tono.

Himeko estaba sentada en una de las mesas exteriores de uno de los cafés situados en medio de la plaza San Marcos. Junto a ella; sus irritados padres.

Removía con furia lo que quedaba de su helado de nata y frambuesas mientras intentaba hacer oídos sordos a otra de las incesantes peleas de sus padres.

Recordaba, con amargo disgusto, cómo ese viaje había sido ideado como una estratagema para que sus progenitores consiguieran limar asperezas.

Su crédula abuela había pensado que un viaje a un país tan hermoso y "romántico" con su hija les haría olvidar sus, últimamente continuas, diferencias.

Sobra decir que el plan no estaba obteniendo el resultado deseado.

-¡Es una estupidez! ¿Cuántas pulseras tienes ya?

Su madre miró a su esposo indignada.

-Esta pulsera está hecha de cristal de murano. ¡Típico de aquí! Cuesta lo que pagué por ella. Además, en cuanto la vi supe que quería entregársela a Himeko cuando se case.

Akito Kurusugawa agarró la muñeca de su mujer para contemplar mejor la joya. Debía admitir que era hermosa, tenía una base de plata sobre la que lucían engarzados pequeños cristales azulados a los cuales el sol robaba sutiles destellos.

-¿Sólo tiene 16 años y ya estas pensando en su boda?

-¡Ya es más de lo que piensas tú en ella, que pasas el día en la oficina y luego sales con tus amigotes a, sabe quién, que hacer! ¡Ni siquiera eres capaz de pensar en que tu familia te está esperando en casa!- espetó su madre con brusquedad.

Hinata retiró la mano con indignación haciendo un gesto demasiado brusco, lo que ocasionó que la copa de helado de su hija cayera sobre su camisa. Himeko se levantó de un brinco por el susto, sintiendo como el pegajoso líquido traspasaba su camisa y se la adhería al cuerpo.

Su madre también se puso en pie y agarró con velocidad una servilleta de papel para limpiarla.

-¡Estoy bien, mamá!- Himeko levantó las manos para restarle importancia al asunto.- ¡De verdad!

-¡Mira lo que has hecho!- habló la mujer.

-¿Yo? – se defendió él. –Yo ni siquiera he tocado esa copa.

Himeko soltó la servilleta que había cogido para limpiarse y se apartó de su madre, un poquito demasiado rápido como para no albergar rabia alguna.

-Miren, voy a ir al hotel a cambiarme y luego vuelvo con ustedes. – dijo mientras se alejaba.- No se preocupen si me retraso un poco.

Así se encaminó al hotel, dejando atrás a dos adultos que se sentían estúpidos porque, a pesar de haberse prometido a ellos mismos el no hacerlo, no eran capaces de dejar de discutir cuando su hija estaba presente. Solamente callaron de súbito cuando está se levantó de la mesa para irse de su lado por no poder seguir escuchándolos.

Y la verdad es que Himeko no podía aguantarlo más, se había marchado porque era demasiado duro para ella el volver a ver como sus padres se demostraban mutuamente como su vida juntos era un fracaso.

Esa discusión había sido de las más leves últimamente, pero eso le demostraba que cada vez discutían por cosas más simples. Y, ciertamente, ya estaba harta de estar siempre en medio de sus peleas.

Le dolía el corazón y dos lágrimas enmarcaron su tristeza.

Giró a la derecha y se encaminó por otra calle, tomando un camino más larga del necesario para llegar al hotel, quería retrasar su vuelta lo máximo posible. Retrasó su paso.

Entonces sus ojos se posaron en la grácil figura que avanzaba con paso ausente sobre la otra orilla del canal. Su cabello azul oscuro ondeaba al ritmo de sus pasos. Lucía un corto vestido blanco que ajustaba su perfecta cintura con un pequeño lazo.

Llevaba algo en la mano, algo que hacía girar entre sus dedos. Entonces paró su andar y miró el objeto, para después alzar la mano para arrojarlo en un elegante gesto que provocó que Himeko se fijara en la redondez de sus senos, haciendo que la rubia enrojeciera.

Pero lo que la hizo abandonar sus pensamientos fue el reflejo que el sol captó del colgante de la hermosa desconocida. Su corazón brincó de repente, sin saber bien porqué, intuía la forma de una rosada concha bailando al viento, atada en una delicada cadena al áureo cuello de su propietaria.

Echó a correr casi sin pretenderlo, sin saber bien que esperaba hacer, sin saber bien por qué lo hacía. Llegó al puente que la acercaría a esa hermosa muchacha a la misma vez que ella. Con tanta prisa que, cuando ya había cruzado casi la mitad, tropezó y cayó de bruces contra el suelo.


Chikane arrojó la piedra que había estado haciendo girar en su mano al canal, perturbando la opaca superficie del agua.

La familia Megumi se había enterado demasiado pronto de su viaje y su "amable padre" había decidido que esa era una buena oportunidad para fortalecer sus lazos amistosos y así plantearse en serio una fusión de empresas. Así que, bondadosamente, los invitó a compartir sus vacaciones con ellos.

Ahora su padre estaba haciendo un tour turístico por los canales de la ciudad junto a su ahora tan gran amigo, por supuesto sólo para conseguir aquella fusión, y su madre también ampliaba sus lazos con la señora Megumi.

En consecuencia, ella estaba ahora allí, dando un paseo por las callejuelas de la cuidad, completamente sola. Disfrutando de sus perfectas vacaciones en Venecia.

Escuchó de pronto unos pasos apresurados que se dirigían hacia donde ella se encontraba. Miró a su derecha, donde se encontró con los ojos amatistas de una muchacha cuyos cabellos refulgían como el sol de media tarde. Quedó atrapada en ellos hasta el momento en el vio un pequeño colgante que ondeaba sobre el pecho de la chica.

La visión de aquella a la que Chikane bautizó como diosa, se desvaneció al instante, cuando la susodicha cayó al suelo causando un gran estrépito.

Corrió entonces hacia ella para cerciorarse de que nada grave le había pasado a la chica. Se arrodilló a su lado mientras la otra comenzaba a sentarse en el suelo, frotándose la cabeza en señal de dolor.

Chikane colocó una mano sobre su hombro y Himeko alzó la vista hacia ella.

Entonces sus miradas volvieron a encontrarse, sus ojos bajaron a la clara concha que colgaba sobre sus pechos, y volvieron a encontrarse. Nuevamente, después de tanto tiempo, por fin se habían vuelto a encontrar.

Los recuerdos volvieron rápidamente mientras notaron como sus ojos comenzaban a humedecerse.

-¡Himeko!

-¡Chikane-chan!

Y se fundieron en un tierno y desesperado abrazo a la vez que las lágrimas comenzaban a desbordarse de sus ojos. Sus brazos se rodearon mutuamente, atrayendo los cuerpos entre sí cómo si se dijeran que ya nunca más se separarían.

Himeko olió el dulce aroma que desprendía el cabello de su amada y esta se refugió en el cuello de la rubia.

Volvieron a fijar sus miradas. Las mejillas de ambas estaban sonrosadas por el llanto de alegría. El zafiro y la amatista se cruzaron sin querer.

Se acercaron la una a la otra, muy lentamente, cómo queriendo que esa sensación no las abandonara nunca, queriendo retrasar la escena para que esta no acabase.

Sus labios se rosaron, sólo se rosaron. Himeko cerró los ojos, Chikane retrocedió unos milímetros antes de hacer lo mismo con los suyos y repetir el contacto.

Esta vez al roce lo siguió una caricia. Y se unieron en un beso desesperado, que las hizo estremecer de gozo.

Himeko abrazó los hombros de Chikane, y esta colocó una mano en su cintura, acercándose más, y deslizó la otra desde hombro de Himeko hasta su suave mejilla.

Sintió como su lengua rosaba sus labios y los entreabrió para darle paso a la luna. Sus lágrimas siguieron cayendo y se deslizaron hasta adentrarse en medio de ese beso, haciendo que el nuevo recuerdo que estaban formando tuviera un sabor un poco menos dulce y sí un poco más salado.

Se olvidaron del presente y se volvieron a sumir en sus sentimientos pasados. Olvidaron sus penas actuales para dejarse inundar por su vieja felicidad. Felicidad que volvía a ser sólo suya.

Porque por fin volvían a ser Kannazuki no Miko.

Cuando sus bocas dejaron de sentir el contacto abrieron nuevamente los ojos. Y se admiraron ante la imagen de su amada.

-Chikane-chan- susurró Himeko mientras volvía a ocultarse entre sus brazos.

-¡Lo hiciste, Himeko!- la felicitó la morena.- ¡Me encontraste! Y ya nunca más me apartarán de tu lado.

La antigua sacerdotisa del sol se separó nuevamente. Entonces notó como el vestido blanco de la chica estaba teñido de rosa y recordó hacia donde se dirigía antes de encontrarse.

-¡Oh! Lo siento mucho.

La rubia agachó la cabeza mientras sus mejillas volvían a teñirse de rojo. Chikane no entendió sus palabras hasta que ella le señaló su vestido, pero sólo fue capaz de sonreír, recordando que había añorado demasiado esa inocencia.

-No pasa nada, Himeko. Ahora sólo me importa el haberte encontrado después de tanto tiempo.

Se volvió a tirar sobre ella para atrapar sus labios.

-Te he extrañado tanto. Aún sin saber que eras tú la que me faltaba.

Chikane se incorporó y le ofreció su mano para que se levantara. Cuando ambas estuvieron en pie se besaron nuevamente. Porque hacía tanto que no lo hacían que sólo podían desear recuperar el tiempo perdido.

-Iba hacia mi hotel para cambiarme la camisa.

-Bien- Chikane le sonrió.- Te acompaño entonces, después de todo no tengo otra cosa que hacer, y no quiero separarme de ti tan pronto.


El hotel de Himeko daba al Gran Canal. La recepción era amplia y luminosa, y la habitación en la que ella se quedaba estaba anexa a la de sus padres.

Su maleta estaba hecha, aunque con signos de ser utilizada con regularidad. Chikane pensó que se iría pronto.

-¿Cuánto vas a quedarte en Venecia?- preguntó con repentino desánimo.

Himeko agachó la vista, abordada por la misma tristeza.

-Sólo dos días. Llegamos ayer por la tarde- dijo mientras elegía una nueva camisa -, y nos iremos el jueves por la mañana.

Su felicidad duraba bien poco, acababan de encontrarse y apenas tendrían tiempo para estar juntas. Tan absorta estaba en esos pensamientos que dejó la camisa nueva sobre la cama y comenzó a quitarse la que llevaba puesta.

En cambio Chikane no pasó por alto el gesto y, en respuesta, enrojeció.

Entonces recordó la última vez que la había visto en ropa interior, recordando también que esa misma vez no tardó en ver su cuerpo desnudo por entero. Ese pensamiento la inundó de tristeza.

Himeko, aún sumida en sus pensamientos, se sobresaltó cuando sintió los brazos de la chica deslizarse por sus hombros a modo de abrazo.

-Chikane-chan…

-Himeko- susurró en su oído-. Lo siento.

Al ver que no entendía su disculpa siguió, sin dejar que la chica contestara.

-La última vez que pude verte así yo… yo… te hice cosas horribles. Lo siento, Himeko, lo siento mucho.

Himeko notó cómo algo húmedo caía sobre su hombro. Entonces se deshizo de su abrazo y la miró a los ojos.

-No tienes porqué pedirme perdón, Chikane-chan- apartó una de las lágrimas-. Ya te perdoné en su momento. Aún antes de que me explicaras el porqué lo hiciste, yo ya te había perdonado. Porque lo único que deseaba era volver a verte sonreír.

Chikane apartó la mirada y Himeko atrajo su rostro por la barbilla para besarla.

-Sonríe, Chikane-chan, o esta vez no voy a poder perdonarte- la amenazó con picardía-. ¡Vamos! Ahora tenemos que ir a que te cambies tú.


-¡Sí, papá! No, no es un chico.

Chikane sonrió inconscientemente. `Si él supiera…´, pensó para ella.

-Ya te he dicho que no la conoces, es una amiga que conocí en la playa con la abuela. Sí, además…- pareció pensar lo que iba a decir durante unos instantes-... así les dejo a ustedes solos.

Cuando Himeko colgó el teléfono móvil sus ojos parecieron oscurecerse un poco.

Chikane la abrazó.

-¿Así que esta tarde te tocaba visitar el Palacio Ducal, no?


-¡Pues a mí no me hizo ninguna gracia Chikane-chan! ¡Casi me matas del susto!

-Venga, Himeko. ¿De verdad creías que iba a ser capaz de encerrarte en esa celda?

Himeko le golpeó el hombro de broma, y Chikane sonrió porque había sido capaz de distraerla y no la mataría por haberla hecho subir los 97 metros de la torre por las escaleras.

-Estaba demasiado angustiada escuchando al guía decir todo eso sobre "los prisioneros que suspiraban justo antes de MORIR"

Acentuó mucho la palabra morir, a lo que Chikane no pudo más que reírse.

Himeko enmudeció. Chikane reía con una alegría y despreocupación que, estaba segura, muy pocos le habían visto antes. Preocupada por la cara que había puesto la otra chica cayó de repente.

-¿Pasa algo? Sólo era una broma, no quería…

Himeko negó con la cabeza a la vez que le sonreía.

-¿Para qué me has traído aquí, Chikane-chan?

-Este es el punto más alto de la ciudad- dijo mientras se acercaban a la barandilla-. Mira.

En efecto, El Campanario tenía una de las mejores vistas de Venecia.

Desde su cima se podía ver toda la Plaza de San Marcos, dónde, cómo centro turístico, las diferentes personas, los aromáticos cafés, las confiadas palomas y el sonido de la música que ofrecían sus locales se desplazaban entremezclándose y ajetreando la vida de esa hermosa ciudad.

Se veía también el Gran Canal, con sus coloridas góndolas que, si bien atadas a los embarcaderos o bien hondeando sobre las gráciles aguas, se mecían en pos a la corriente. Y una espectacular vista de la laguna se extendía ante ellas.

-¡Es precioso!- Dijo Himeko.

Chikane la abrazó por la espalda mientras ella se alongaba para ver mejor.

-Mira- dijo algo nerviosa por el contacto-, ese es tu hotel, Chikane-chan.

-Sí. ¿Qué te parecería cenar conmigo esta noche? ¿Hasta qué hora puedes quedarte?

La chica volvió a fruncir el gesto con una dolorosa nostálgica.

-Últimamente mis padres no están muy encima de mí. Creo que quieren hacerme un poco la pelota.

-¿Por qué dices eso, Himeko?

-Las cosas no les están yendo bien. Como sigan así pronto se separarán. Y como no hacen más que meterme por delante creo que intentan hacerme las cosas un poco más placenteras.

-Lo siento- le respondió abrazándola más fuerte.

-¿Y a ti te dejan llegar al hotel a la hora que te plazca?

Esta vez fue a la morena a la que le tocó entristecerse.

- A mi me pasa algo parecido- dijo besando su cabello, agradeciendo el ser algo más alta que la otra-. Este viaje iba a ser unas vacaciones sólo con mi familia, pero, no sé cómo, mi padre se las ingenió para traerse el trabajo con él. Invitó a la familia Megumi para ver si conseguía la fusión y, aprovechando eso, se las arregló para entrevistarse con los inversionistas italianos que colaboran con él. El primer día lo pasé sola con mis padres, el segundo lo pasé ya con mi madre y el tercero en compañía de los Megumi. Desde entonces ya sólo los veo en las comidas. En resumen, llevo tres días aquí dando vueltas por la ciudad completamente sola.

-¡Oh!- dijo de pronto Himeko- Entonces preferirás cenar con ellos, ¿no?

Se dio la vuelta para encararla, de la misma forma que lo había hecho en el hotel. Chikane solamente sonrió, mirándola con adoración. Pero le respondió con algo de añoranza.

-Ya ceno con ellos en casa, no me hace falta irme hasta Venecia para sólo verlos por las noches. Además- dijo tras besar momentáneamente sus labios-, ahora que te he encontrado tú eres mucho más importante.

Himeko enrojeció furiosamente ante ese beso. Estaban en un lugar público como para hacer eso, también lo estaban en el lugar de su reencuentro, pero esa vez no contaba, estaban demasiado felices como para percatarse del mundo que las rodeaba en ese momento. Miró a su alrededor algo alarmada, pero, sorpresivamente, apenas habían un par de personas a su alrededor. La mayoría demasiado ocupadas en sus propios asuntos como para prestarles atención.

Chikane volvió a soltar una estruendosa carcajada, que atrajo más miradas que su beso.

-Tranquila, Himeko. Aquí nadie nos conoce- la volvió a abrazar-. ¿Entonces te vienes a cenar conmigo?- le preguntó juntando sus frentes.

La mencionada sonrió también, devolviéndole el abrazo. La miró a los ojos, deslumbrándola con su amatista mirada. La besó, un poco más apasionadamente de lo que estaban acostumbradas. Cuando Chikane pudo reaccionar Himeko ya había abandonado sus labios.

La miraba con ojos burlones.

-¿Responde eso a tu pregunta, Chikane-chan?

Continuará


Espero que les halla gustado.

La verdad esque quería que la parte en Venecia darara sólo un capítulo, pero creo que se me fue un poco la mano y creo que serán tres. je je je... (gota).

Gracias por haberle dedicado su tiempo a este fic, espero que no sientan que lo han perdido.

Acepto todo tipo de críticas, ya que lo que intento al publicar es mejorar mis fallos.

Muchas gracias por todo.