BODA GRIEGA.
DISCLAIMER: *COOF COOF* NECESITO SU ATENCION PORFAVOR, ESTA BIEN, AQUÍ VOY: YO NO TENGO ESTA MARAVILOSA HISTORIA QUE ME HIZO LLORAR (': Y TAMPOCO TENGO A ESTOS INCREIBLES Y ADAPTABLES PERSONAJES, ESTOS SON DE LA ASOMBROSA S.M, SI YO LOS TUVIERA CAMBIARIA VARIAS COSAS(; PERO NO LO SOY ASI QUE MIENTRAS ME DIVERTIRE JUGANDO CON ELLOS UN POCO.
CAPITULO I.
Has arruinado tu vida como hizo tu ma dre con la suya —dijo Aro Vulturi.
Bella miró a su abuelo, griego, con sus ojos color mar. Estaba muy nerviosa, pero había ido a suplicarle algo y, si dejarle que se metiera con ella lo ponía de mejor humor, so portaría cualquier ataque.
Esbelto y fuerte para sus setenta y tantos años, el canoso anciano paseaba por la lujosa suite del hotel de Londres.
—¡Mírate, aún soltera con veintisiete años! Sin marido ni hijos. Hace diez años, yo te abrí mi casa y traté de hacer lo mejor para ti...
Cuando se detuvo para respirar, Bella supo lo que iba a continuación y se puso más pálida.
—¿Y cómo me pagaste mi generosidad?—continuó el anciano—. Tú deshonraste el ape llido de mi familia. Me hiciste caer en desgra cia, destruiste tu reputación e insultaste de ma nera imperdonable a la familia Cullen.
—Sí...
Bella estaba lo suficientemente desespe rada como para suicidarse incluso si con eso calmaba a su abuelo y le daba la oportunidad de rogar por la causa de su madre.
—¡Vaya un matrimonio que te conseguí... Y en su momento estuviste muy agradecida por tener a Edward Cullen! Lloraste cuando te dio el anillo de compromiso. ¡Recuerdo muy bien esa ocasión! Y luego lo tiraste todo por la borda en un momento de locura. Me avergonzaste a mí y a ti misma...
—Diez años es mucho tiempo...
— ¡No lo suficiente como para que yo lo olvi de! Sentía curiosidad por volverte a ver. Es por eso por lo que accedí a hacerlo cuando me es cribiste. Pero deja que te diga ahora, para no perder más el tiempo, que no recibirás ninguna ayuda económica de mí.
Bella se ruborizó.
—No quiero nada para mí... pero mi madre, tu hija...
Aro la interrumpió antes de que ella pu diera mencionar el nombre de su hija.
—¡Si mi hija te hubiera criado para ser una joven decente, de acuerdo con las tradiciones griegas, tú no me habrías deshonrado! —Ante esas palabras, Bella decidió que no iba a permitir que su madre pagara por sus peca dos, así que levantó la barbilla decididamente.
- Por favor, déjame hablar...
—¡No! ¡No te voy a escuchar! Quiero que te vayas a casa y pienses en lo que has perdido para ti y tu madre. Si te hubieras casado con Edward Cullen...
—¡Lo habría castrado! —exclamó ella sin poder contenerse.
Su abuelo levantó las cejas sorprendido y ella se ruborizó.
—Lo siento.
—¡Por lo menos él te habría enseñado a man tener la lengua quieta cuando te está hablando un hombre! Ahora solo te puedes ganar mi perdón casándote con Edwad.
—¿Y por qué no me pides también que escale el Everest?
—Ya veo que te haces a la idea.
—Si yo pudiera hacer todavía que se casara conmigo, ¡tendría acceso todavía a la fortuna de la familia Vulturi?
—¿Qué estás sugiriendo? ¿Hacer que se case contigo? ¿Edward Cullen, al que insultaste tan gravemente, el que puede tener a cualquier mujer que desee...?
—Pocas mujeres pueden ofrecer una dote tan grande como la que tú ofreciste como compensación hace diez años.
—¿,Es que no tienes vergüenza?
—Cuando tú trataste de venderme como uno de tus petroleros, yo perdí todas mis ilusiones. Y aún no has respondido a mi pregunta.
—¿Pero a qué viene una pregunta tan tonta?
—exclamó el anciano.
—Solo lo quiero saber.
—Yo le habría pasado el control de la empre sa familiar a Edward el día de vuestra boda, ¡y to davía lo haría con gusto si fuera posible! Mi único deseo era dejar en buenas manos el nego cio al que le he dedicado toda mi vida. ¿Era eso mucho pedir?
Bella decidió que aquello no tenía senti do, así que empezó a dirigirse a la puerta, pero entonces, pensó que debía hacer un último in tento.
—La salud de mi madre no es buena...
Aro gruñó algo en griego y Bella lo miró echando chispas por los ojos:
—¡ Si ella muere en la pobreza, espero que la conciencia te castigue hasta la tumba y más allá, porque eso es lo que te mereces!
Él la miró por un segundo con ojos inexpre sivos. Luego le dio la espalda.
Bella abandonó la suite y se metió en el ascensor, donde se derrumbó. Minutos más tar de, ya había recuperado el control y salió a la calle. Pensó que, si tuviera dinero, haría que raptaran a Edward Cullen y ella misma se encar garía de torturarlo, ya que realmente odiaba a ese hombre. Lo odiaba de verdad.
Aunque ya era inmensamente rico, la avaricia lo había hecho comprometerse a los diecinueve años con una chica regordeta que no tenía otro atractivo para él más que ser la heredera de la fortuna de los Vulturi. Edward Cullen le había roto el corazón, destruido su orgullo y se había asegurado de que Aro no la perdonara nunca ni a ella ni a su madre.
Pero tal vez su madre hubiera nacido bajo una estrella desafortunada. Durante los prime-ros veintiún años de su vida, Renée había estado inmersa en un mundo de dinero y privilegios. Luego había cometido el error fatal de enamo rarse de un inglés. Se encontró con una fuerte oposición familiar, pero ella se fue a Londres para reunirse con él. El día antes de su boda, el padre de Bella se había estrellado con su moto y se había matado.
Poco después, Renée había descubierto que estaba embarazada. Desde entonces no había habido vuelta atrás, estaba esperando un hijo y estaba soltera y no sabía hacer casi nada en la vida. Aun así, había criado sola a Bella y a lo largo de su infancia ella solo podía recordarla con cara de agotamiento. Todos esos años de agotador trabajo físico habían arruinado su sa lud y debilitado el corazón.
Cuando Bella fue lo suficientemente ma yor para trabajar, las cosas fueron mejor. Durante unos años, habían sido felices en un pisito que les había parecido un palacio a las dos Pero bacía año y medio, la empresa para la que trabajaba quebró y, desde entonces, ella solo había podido conseguir empleos temporales e incluso eso les estaba fallando ían tenido que marcharsedel piso y susahorros habían desaparecido hacía ya tiempo.
El ayuntamiento las había realojado en un suburbio. A su madre le daban tanto miedo las pandillas de jóvenes desocupados que ya no se atrevía a salir de la casa y era como si se hubie ra rendido y no quisiera vivir más.
Bella creía que se estaba muriendo poco a poco. Siempre estaba pensando en el pasado, ya que el presente era demasiado desagradable.
Un apartamento barato y ruinoso en el que no se podían permitir tener calefacción ni telé fono ni televisión. Nada.
Si ella hubiera podido predecir el futuro ha cía diez años, ¿habría tomado la misma deci sión? ¡Seguramente ahora estaría casada con un magnate! Su madre podría haber disfrutado de nuevo de la seguridad y comodidades, antes de que su salud se viera arruinada del todo. Ahora sabía que, si hubiera tenido esa bola de cristal, se habría casado con un monstruo por su ma dre.
¿Y qué si Edward había tonteado con una pre ciosa modelo italiana no lejos de ella?
¿Y qué si Edward le había dicho a su prima se gunda, Rosalie, que ella era gorda, estúpida y asexuada, pero que valía su peso en oro?
¿Y qué si él fuera a serle infiel durante todo el matrimonio y se dedicara a ser un cerdo arro gante con el que fuera insoportable vivir?
¿Y qué si le dijo a la cara la mañana después de esa noche famosa que ella era una zorra y que él, Edward Cullen, se negaba a casarse con las sobras de otro hombre?
Se detuvo delante de un escaparate y pensó que Edward debía de estar en Londres por la misma razón por la que estaba su abuelo. Había leído en la prensa que se iba a producir una reunión de magnates griegos con intereses en negocios británicos. Al contrario que Aro, Edward tenía unas grandes oficinas en la City, donde debería estar en ese mismo momento.
¿Qué tenía ella que perder? Él seguía solte ro. Y Aro Vulturi nunca bromeaba con el dinero. Su abuelo pagaría millones de libras por verla casada con Edward Cullen. Las personas no contaban para nada en eso, lo primero era unir los dos enormes imperios económicos. Y con eso, incluso ella podía ser capaz de hacer la última oferta. ¿Estaba loca? No, se lo debía a su madre. Renée había sacrificado mucho por ella.
Miró su reflejo en el escaparate. Una mujer morena de altura media, con una falda gris y una chaqueta vieja. Incluso con lo poco que coima, nunca sería delgada. Debía de haber heredado sus generosas curvas de su padre, ya que su madre era muy delgada. Bueno, pero valía su peso en oro, se recordó a sí misma. Y, si había algo en lo que Edward sobresaliera, era en su capacidad para aumentar sus ya importantes riquezas.
Edward estaba planeando un gran trato.
Había ordenado que no le pasaran ninguna llamada. Así que, cuando llamaron levemente a la puerta de su despacho, miró irritado a su ayudante británico, Jasper, cuando se acercó y le susurró algo al oído.
—Lo siento, pero hay una mujer que pide verlo urgentemente, señor.
—He dicho que no quiero interrupciones, so bre todo de mujeres.
—Dice que es la nieta de Aro Vulturi, Bella. Pero la recepcionista no está conven cida de que sea cierto. Supongo que no lo pare ce, señor...
¿Bella Swan?
Edward frunció el ceño. Ese nombre aún desper taba en su interior una cierta ternura a la vez que rabia. ¿Cómo se atrevía esa zorra a preten der verlo?
Se puso en pie repentinamente, y todos los demás hicieron lo mismo.
Se acercó a los ventanales y pensó que Aro le había dicho que nunca la perdonaría, y era un hombre de palabra.
Incluso en esos momentos Edward se estremecía al recordar la humillación que había sufrido al verse enfrentado públicamente con el hecho de que su novia, supuestamente virginal, había sali do con su coche con un amigo borracho y se ha bía acostado con él. Era asqueroso. De hecho, solo recordarlo le hacía lamentar el no haber tenido la oportunidad de castigarla como se merecía.
- ¿Señor...?.
Edward se volvió.
—Que espere.
Su ayudante contuvo la sorpresa con dificul tad.
—¿A qué hora le digo a su secretaria que la verá?
—Deje que espere.
Mientras pasaba la hora del almuerzo y em pezaba la tarde, Bella era consciente de que
alguna gente pasaba con sospechosa lentitud por la zona de recepción y la miraba extrañada.
Mantuvo la cabeza alta aparentando indife rencia. Se dijo que había logrado entrar y que iba a aprovechar su oportunidad. Edward no se ha bía negado a verla. Después de todo, tenía que intentarlo, él era su última oportunidad y tenía que tragarse el orgullo.
Justo antes de las cinco, la recepcionista se levantó de la mesa y le dijo:
—El señor Cullen ha abandonado el edificio, señorita Swan.
Bella se puso pálida. Luego recuperé la dignidad y se levanté. Mientras bajaba en el as censor, decidió que al día siguiente haría lo mismo. Y al otro. Todos los días que fueran ne cesarios.
En el autobús, pensó que Edward ya no era el guapo adolescente del que una vez se había enamorado. Ahora era ya un adulto. Como su abuelo, no debía ver la necesidad de justificar su propio comportamiento. No le habían dicho que no la atendería. La había dejado concebir esperanzas. Eso había sido algo cruel, pero ella debería haber estado preparada para esa táctica.
A la mañana siguiente, Bella tomó posi ciones en la sala de espera de las oficinas de Edward tres minutos después de las nueve en punto.
Pidió verlo como el día anterior y la recep cionista no la miró. Bella se preguntó si ese sería el día en que Edward perdiera la paciencia y haría que la echaran del edificio.
A las nueve y diez, Jasper se acercó a Edward, que, como siempre, había empezado a trabajar a las ocho de la mañana.
—La señorita Swan está aquí de nuevo hoy, señor.
Edward se tensó casi imperceptiblemente.
—¿Tiene el archivo Tenco? —le preguntó Edward como si el otro no hubiera dicho nada.
El día continuó con Bella esperando que su humildad impulsara a Edward a dedicarle cinco minutos de su tiempo. Para cuando terminó el día, la recepcionista le dijo de nuevo que Edward se había marchado y ella experimentó semejan te oleada de frustración que hubiera querido gritar.
Al tercer día, Bella deseó haberse lleva do unos sándwiches de casa, pero eso habría despertado las sospechas de su madre.
Sorprendentemente, a mediodía, cuando vol vió de una visita al cuarto de baño, se encontró con una taza de té y tres pastas esperándola. Sonrió y la recepcionista la miró conspirativa mente. Para entonces, ella estaba convencida de que todo el mundo había pasado por allí para echarle un vistazo. Todos menos Edward.
A las tres, cuando ya había desaparecido lo que le quedaba de paciencia, la desesperación empezó a apoderarse de ella. Edward volvería a Grecia pronto y quedaría aún más lejos de su alcance. Tomó una decisión repentina y se le vantó. Pasó por delante de la mesa de recepción y empezó a caminar por el corredor que daba a los despachos.
—¡Señorita Swan, no puede pasar ahí!—le gritó la recepcionista.
Pero ella sabía que, hiciera lo que hiciese, ya estaba perdida. Obligar a Edward a enfrentarse a ella no era lo más adecuado. A ningún hombre le gustaba que una mujer se enfrentara a él. Po dría reaccionar como un hombre de las caver nas.
Cuando estuvo delante de una de las puertas, unas manos masculinas la sujetaron por los bra zos.
—Lo siento, señorita Swan, pero nadie entra ahí sin permiso del jefe -dijo una voz con acento griego.
—Emmet... -dijo ella reconociendo la voz del guardaespaldas de Edward—. ¿No podría mirar para otro lado solo por una vez?
—Vuelva a casa, por su abuelo. Por favor, há galo antes de que se la coman viva.
Emmet dudó un momento y, sin pensarlo, ella aprovechó la oportunidad. Se soltó de re pente y entró por la puerta.
Edward se levantó sorprendido de detrás de su mesa.
Bella supo que tenía solo un segundo an tes de que Emmet volviera a intervenir.
—¿Eres un hombre o un ratón que no se atre ve a enfrentarse a una mujer? —le espetó.
Ok, esto es todo por hoy, hasta hoy era virgen en esto de las adaptaciones hahaha así que sean amables por favor, espero que les haya gustado, a mi me encanto, por eso pensé en adaptarla y subirla a FF. Dejen su Review (; es el botoncito súper sexy de aquí abajo.
