DISCLAIMER: Nada de esto es mío. Excepto los errores de gramática. Esos sí son míos…

Notas de Autor: OK! No suelo poner notas de autor al comienzo de la historia porque creo que espantan lectores. Pero estas eran necesarias para aclarar unas cosas. Primera: usaré nombres humanos, obviamente Y será UA. Segundo: no diré que parejas se irán armando, para mantener la tensión (por lo que es un fic multichapter) Pero juro que no haré demasiado crack… Tercero: pondré notas al final de algunos concepticos y lugares que vale la pena explicar. Cuarto: es el primer fic multi-capítulo que hago y que juró por la bufanda que estoy tejiendo que lo terminaré. Así que sed buenos… Quinto: Un personaje morirá (de nuevo no diré quien… la tensión dramática, you know)

Ahora sí… let's get the party started!

INTRODUCCIÓN

"La vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está en saber elegir qué se olvida"

Roger Martin de Gard

―¿Te demoraras mucho? ―preguntó su acompañante en cuanto él se bajó del auto. Un helado viento le pasó por entre los huesos, calando dentro de su pesada chaqueta. Le lanzó una mirada desconfiada al gigantesco castillo que frente a él estaba, con sus altas paredes de piedra y sus largas ventanas como ojos.

Le causaba la misma sensación de inseguridad y respeto que tuvo cuando se había bajado de otro carro hacía ya casi unos diez años en ese mismo lugar. Era más joven, claro. Más asustado, también. Y ese sitio se encontraba vivo. No como ahora, que sus paredes, sus rejas altísimas y negras parecían más bien el esqueleto de un dinosauro, congeladas en el tiempo. Imponente, sí, pero muerto de cualquier manera.

―No, no creo ―respondió―. Sólo daré una vuelta, y mirare unas cosas. Prometo apurarme… Enciende la calefacción de cualquier manera.

Cerró la portezuela de su Porsche negro brillante. El hacerlo, el escuchar el golpe del metal cuando la puerta se volvía a cerrar, el chasquido de los seguros acomodándose en su lugar, como los únicos sonidos que se escuchaban le generaron exactamente la misma sensación de desasosiego que había tenido así casi diez años atrás cuando se había bajado del auto que les había llevado a su padre y a él desde Ginebra.

Cuando había llegado nevaba. Los árboles ya no tenían hojas, y una capa de blanca nieve cubría todo el camino desde la reja hasta la entrada del colegio como tal. El automóvil que su padre había alquilado en Ginebra paró frente al gigantesco portón y apagó el motor. Una mujer de cabello rubio como la paja, recogido en un apretado moño que estiraba la piel de su frente de manera casi dolorosa les esperaba al lado de la puerta entreabierta. Tenía guantes de cuero negros y un pesado abrigo. Kiku no hizo ningún comentario, pero sentía que algo no estaba bien en esa mujer.

Le recordó la sensación de frío en el estómago que tuvo cuando su padre les había presentado un socio de negocios: su abuela y él fueron sorprendentemente fríos con el hombre, con una cordialidad helada. Cuando su padre le había preguntado a su Obaa-san el por qué dicho comportamiento, ella le había mirado con sus ojos helados (esos mismo que él había heredado) y sólo había contestado con un escueto "A mí no me presentes animales de sangre fría, Kiyo" y había seguido con su partida de Go. Hizo una pausa y empezó a subir las escaleras. Sí, eso era. Un animal de sangre fría. Y lo que él sentía no era más que el miedo naturalmente instintivo del que es cazado.

Lentamente su padre y él fueron subiendo los escalones de piedra lisa hasta llegar al rellano de la puerta. Ambos hicieron una leve reverencia que la mujer apenas respondió con una sonrisa de lado.

―¿Kiku Honda y Kiyoaki Honda? ―preguntó mirando una carpeta de cartón llena de papeles que tenía entre sus manos. Kiku respondió, puesto que el inglés de su padre no era el mejor.

―Sí señora

―Perfecto, les estábamos esperando. Sigan, por favor ―les dijo, mientras abría la pesada puerta de madera.

Una ola de calor y olor a cedro les golpeó en la nariz en cuanto ella abrió la puerta. Definitivamente en ese lugar se sentía una atmósfera diferente. ¡Incluso los colores! Dentro del castillo todo era de castaños, naranjas y ocres, mientras afuera el azul y el blanco mandaban. Kiku se preguntó si eso era lo que sentía un bebe al nacer. Dejar el cómodo útero-casa de la madre por él helado mundo que nunca le iba a reportar felicidad. Las alfombras de tupida lana tejida seguían diseños de trenzas y cadenetas. A los lados podía ver el brillo de un pulido piso de madera. Las puertas estaban recién brilladas y su reflejo redondo se veía en cada perilla de pulido metal dorado. Sobre sus cabezas, miles de lámparas de arañas les iluminaban el camino, creando brillitos cuando alguna oscilaba y sus cristales de bohemia tintineaban.

Finalmente llegaron a una puerta más grande y más pesada que las demás. Un aviso en metal dorado con letras grabadas en negro anunciaba "Director's Office" y un poco más abajo "Bureau du Directeur". La mujer extendió su mano, de la que ya se había removido el guante y como si sus dedos fueran garras giró la perilla y abrió la puerta. Ambos hombres entraron y se sentaron en unas cómodas sillas colocadas frente a un escritorio. Un hombre de unos setenta años levantó los ojos de una expediente y lo dejo sobre la mesa. Kiku pudo reconocer un joven (quizás mayor que él) de cabello blanco y ojos rojos como la sangre. Otro animal de sangre fría, pensó. A pesar de sólo ser una foto podía notar la ira contenida en esos dos ojos como si fueran dos diques que trataban de esconder un animal demasiado salvaje para el mundo. No alcanzó a leer su nombre cuando el director cerró la carpeta y la volvió a guardar en un cajón donde había más de esos separados con papeles de colores.

Él hombre le sonrió afablemente y la mujer (que se había presentado como Madeimoselle Alina Genoulaz, prefecta de disciplina) se paró detrás de él. Sus ojillos azules lo escrudiñaron detrás de sus gruesas gafas de pasta negra.

El Director era un hombre de unos setenta años ya pasados, con un prominente bigote de morsa (aunque no tan prominente como su redonda barriga), narinas muy rojas lo que (luego se entero) le había ganado el apodo de Rudolph el Reno y apenas un poco de cabello en la coronilla, como si sólo esos escasos diez pelos hubiesen sobrevivido a un ventarrón que se llevó a los demás. No solía molestar a sus estudiantes pero si tenías la mala suerte de quedar entre aquellos que no gozaban de su simpatía estabas jodido.

―Señor Kiyoaki, joven Kiku. Permítanme presentarme: soy el director de esta noble institución, Monsieur Friedman. Bienvenidos al Institut Le Tulipey[1] ―dijo el Director en un elegante francés.

Era la primera vez que Kiku salía de Japón, y no le parecía que hubiese sido casualidad la muerte de su abuela, acaecida hacía seis meses. Ella nunca hubiese permitido que su padre se lo hubiera llevado de su país. "Nunca olvides quién eres, Kiku-chan, nunca olvides de dónde vienes" le repetía su abuela en sus últimos días. Casi como un mantra lo repitió en su cabeza, mientras el hombre les empezaba a dar una charla acerca del Institut Le Tulipey. La recordaba a partes, porque la había considerado a partes iguales inútil y aterradora. Ya había sido aceptado, sino no hubiera venido. Y si se había matriculado (o su padre lo había hecho) es porque sabía los beneficios que traía el estudio en ese prestigioso internado. El hombre siguió hablando, y su padre respondía con monosílabos.

―Veo que Kiku estudió en la Escuela Peers[2]… un promedio verdaderamente alto, señor Kiku. Excelente recomendaciones de sus profesores y un muy bien ensayo hecho en inglés ―comentó el hombre, hojeando su expediente―. ¿Qué más idiomas maneja?

―Inglés y un poco de francés, señor. Nada demasiado impresionante… ―contestó, agachando los ojos.

El hombre le sonrió y se levantó. Extendió su mano de dedos gordinflones y apretó las manos con su padre y luego con él.

―Es un honor para el Institut Le Tulipey tenerlo con nosotros, señor Kiku. Espero que esta experiencia sea gratificante tanto como para usted como para nosotros ―le dijo con voz áspera― Madeimoselle Genoulaz le llevará a su cuarto. Su padre y yo firmaremos unos cuantos papeles más. Su equipaje ya lo debe haber llevado un conserje a su habitación.

Kiku asintió suavemente y se despidió de su padre. Se preguntó cuando tardaría en volver a verlo. La mujer volvió a abrir la puerta, y salió primero que él que empezó a seguirla. Súbitamente ya no se veía tan relajada como antes, ni eran sonrisas.

―Su habitación será la número 7. La compartirá con dos estudiantes que llevan en esta institución toda la vida, para facilitar su adaptación. En su cama hemos dejado un manual de estudiantes que estaría muy bien que leyera. Si algo caracteriza a nuestra institución es su alta calidad: el desconocimiento de una regla no implica su incumplimiento. Compartirá horario con sus dos compañeros así que asegúrese de averiguar a qué aulas debe asistir mañana. A partir de pasado mañana se le considerará alumno de esta institución y deberá llevar sus tareas. También se le asignará un tutor de curso mayor para que le acompañe. ―la voz de la mujer era dura, y golpeada, y por algún motivo Kiku sintió que lo odiaba. Pararon frente a una puerta, con un elegante número 7 marcado en la madera. La mujer abrió con una llave (luego se enteró que era una llave maestra) pesada y antigua. Escuchó como el cerrojo cedía y la puerta se empezaba abrir. De un bolsillo de su chaquetilla azul, sacó otra llave más pequeña y se la puso a Kiku en la mano―. Su llave. Sus compañeros ahora no están, volverán a eso de las tres de la tarde. Póngase cómodo por favor.

Él dio un paso adentro de la que ahora sería su habitación y detrás de su espalda la puerta se cerró de un golpe, generando una brisa que desordenó unas hojas que había sobre la cama del medio.

Y por primera vez en su vida Kiku entendió que era sentirse verdaderamente solo. Solo porque verdaderamente se sentía como Teseo cuando lo había echado al laberinto del Minotauro. Trató de recordar el camino hacia la salida, pero le resultaba imposible. Recordaba haber recorrido un amplio pasillo, luego iba la escalera que chirriaba (donde Madeimoselle Genoulaz le había regañado por apoyar los dedos en el pasamanos. Se engrasaba, según ella), luego a la derecha… ¿o a la izquierda? Estaba solo y atrapado. Un nudo se le fue formando en la garganta, que él deshizo a punta de tomadas de aire pausadas y relajantes.

Su habitación era un poco pequeña para lo que estaba acostumbrado en Tokio, pero no estaba mal. Tenía una alta ventana, con dos pesadas cortinas de raso ocre y borde dorado. Las paredes tenían un papel de colgadura posiblemente nuevo, de un blanco impoluto con flores muy del siglo XIX en dorado también. Había tres camas, ubicadas contra la pared. Tenían un grueso edredón blanco con el logo del colegio (un tulipán dorado) bordado en una de las esquinas, igual que los forros de las almohadas. Al otro lado había un gran escritorio con una pequeña máquina de escribir. Se preguntó si la máquina era del colegio o de uno de sus compañeros. En el mismo escritorio había un cuaderno con unos cuantos ejercicios de matemática escritos y una carta cerrada con sello de Roma y una pequeña estampilla del Coliseo. Casi en el centro, había dos sillitas, también muy cómodas según veía.

Al lado, una pequeña puerta indicaba el baño de la habitación. Entró con cautela. Todo parecía en orden. Dos cepillos de dientes, una rasuradora Gillete y dos toallas (blancas con el logo del colegio... también). La ducha se veía limpia, con una bañera más bien amplia. Se acarició la mejilla, dudoso. Aún no le salía barba y eso que ya tenía casi diecisiete años. Al menos ya le había cambiado la voz.

Se empinó un poco y estiró la nariz para ver por el tragaluz del baño. A unos veinte metros, se veía la ventana de otro cuarto. Estaba abierta de par en par y un muchacho se apoyaba sobre el filo. ¿No era el mismo del expediente del Director? Estaba fumando. El humo salía formando espirales a su alrededor. Se le secó la garganta. Él nunca había fumando, y a lo mucho sólo tomaba sake cuando brindaban. Y ahora… el muchacho le dio un golpe a la cola del cigarrillo y levantó la vista. Por un momento sus miradas se cruzaron. Y Kiku se agachó de una, súbitamente apenado. Se sentía como un voyerista, mirando trozos de vida ajena. Una vocecita muy dentro de su cabeza, le recordó que ahora lo único que vería serían eso: trozos de vida ajena con lo que él esperaría hacer su vida.

Suspiró y caminó hacia su cama, la de la derecha contra la pared. Sus dos maletas de cuero estaban sobre esta, hacía los pies. Descorrió la cremallera de una de ellas, y sacó la foto de su abuela. Era una foto en blanco y negro que la mostraba de joven sentada frente al Monte Fuji. Tenía un kimono blanco, y parecía que fuera una con la montaña, que daba la impresión de ser más una corona de heladas cumbres que bamboleaba sobre su cabeza y bajaba como un río por sus hombros. Suspiró y dejó el portarretratos sobre su mesita de noche y se recostó en la cama. El colchón se deformó bajo su peso y rechinó un poco, pero no molestaba.

Frente a él estaba un armario empotrado a la pared de tres puertas. En una estaba escrito en una letra prolija y muy recta "Ludwig" en un papel blanco, pegado con una puntilla. En la otra, en una letra cursiva y más bien redonda "Feliciano". Volvió a levantarse y cogió un marcador y una hojita del escritorio. Primero escribió "Kiku" bien grande y con letra bonita. No tan pulcra como la del tal Ludwig, pero tampoco infantil como la del tal Feliciano. Y abajo, más pequeños, el kanji. Un leve sonrojo se instaló en su mejilla. Nunca le había molestado que su nombre fuera de flor pero siempre estaba el idiota que se burlaba [3].

Para recordar quién era y de donde venía.

Dio un paso hacia atrás. Y la puerta se abrió de golpe.

―¡Como odio la clase de deportes! Tú, en cambio, eres tan bueno, ve

Había llegado el momento de socializar.

-.-.-.-

Notas de Autor: ¡Yeih! Un fic largo. No suelo hacerlos pero estoy tan feliz con este. Ahora las aclaraciones.

Institut Le Tulipey: Esta basado en el Institut Le Rosey, un colegio en Suiza (el más caro del mundo, btw, 56000 euros al año) conocido por ser el colegio de la realeza Europea. Tiene dos campus y mucho del sistema de enseñanza de Le Tulipey se basa en Le Rosey. (Un 10 a Babel por esa originalidad)

Instituto Peers: Este sí existe. Es el colegio donde estudian la aristocracia (y eventualmente) plebeyos extremadamente ricos en Japón.

Crisantemo: Quizás lo sabían… quizás no… Kiku es crisantemo en japonés. El crisantemo es una flor muy bonita que además, es el emblema de la familia real de Japón.

Como esta titulado, "Introducción" esto sólo es un abrebocas a lo que será el fic. En el próximo capítulo ya explicare que es el Institut Le Tulipey, a quienes recibe y quien es cada quien. Y ya saben… ¡Dejar review adelgaza!

Babel Bárbara