El destino dice no.

Llantos quedos resonaban contra las baldosas de aquel estrecho cuarto de baño; lagrimas amargas de dolor e impotencia se escurrían por las mejillas arreboladas de rojo escarlata por el insistente llanto. Los vivaces ojos verdes eran tapados con fuerza por los tensos parpados. El cuerpo tiritando incesante como una hoja de árbol a punto de caerse en medio de una terrible tromba compuesta de los más terribles rayos truenos lluvia y granizo que hayan asolado a las indefensas criaturas de la tierra.

Las manos delgaduchas y algo pálidas que con ternura eran clasificadas como dulces manitas delicadas se aferraban con brusquedad a la tela desgastada por el uso de la camiseta negra con estampados rojos. Gemidos lastimeros eran consolados por las largas y algo callosas manos de aquel muchacho semi adulto que rondaba poco más o poco menos de los veinte años. El esbelto cuello hacía de refugio y cuna a la carita pecosa de su amado compañero. Su rebelde pelo negro le caía con agraciado desorden a los lados del atractivo rostro y parte de la frente, casi tapándole uno de sus intimidantes e hipnotizantes ojos verde toxico.

Dedos con olor a cielo y metal peinaban con dulzura el castaño pelo descuidado y revuelto del adolescente entre sus protectores brazos. No eran necesarias las palabras. El cálido abrazo transmitía el consuelo que a las palabras les sería imposible expresar.

"Positivo"

Rezaba al final de la hoja con términos médicos a los cuales los dos muchachos en ese cuarto les eran completamente ajenos. Salvo dos palabras que sentenciaban a una condena peor que la muerte al joven de apenas dieciséis inviernos.

"Cáncer cerebral."

No es justo… No es justo… no es justo… — musitaba entre llantos e hipidos una y otra vez casi como un mantra. Maldiciendo su suerte. Su maldita y perra suerte.

La enfermedad estaba casi a término, no había cura y el tratamiento solo lo consumiría para matarlo con más dolor y lentitud.

El joven hombre de pelo azabache no tenía nada para dar. Su vida, al igual que a sí mismo no tardaría demasiado en apagarse.

— No tengas miedo. — susurro el azabache sin moverse del abrazo en el que refugiaba celosamente a su más preciado tesoro.

No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir no quiero… — repetía otra vez en medio de su desesperación dejando de lado el siempre creativo y alegre carácter que lo marcaba como persona.

— No tengas miedo. — repitió con dulzura. — no voy a dejarte solo, porque a donde tu vayas yo iré también. —

"Deficiencia cardiovascular"

De todos modos, ninguno dejaría solo al otro, no al menos por un largo tiempo, según entendieron por las no claras palabras de los médicos, apenas si unas pocas semanas si no es que días de diferencia. Se irían tal cual como han estado por mucho tiempo: juntos.

Intentaron vivir, trabajar y soñar pero el destino es caprichoso y egoísta.

El destino les dijo: "No".