Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son obra de la magnífica Rumiko Takahashi.

La historia fue inspirada en un capítulo del libro "A tumba abierta" del autor Albert Hitchcock.

Summary: —Si no me regresan a mi casa, ¡juro que voy a denunciarlos por secuestro! —gritó con demasiada molestia.

—Está bien, Miroku. Si lo que ella quiere es un secuestro; un secuestro es lo que tendrá.

Advertencias: AU- Universo alternativo. Clasificación "M", para mayores de 16 años. Vocabulario obsceno y escenas un poco fuertes que NO deben ser vistas o leídas por menores.

Un secuestro improvisado

By Darkis-chan

Era viernes por la noche mientras caminaba sin rumbo por las tortuosas calles de Nueva York. Mi imaginación se extendía, mi mente no miraba más allá de las luces de los coches y la de los altos edificios que parecían llegar al mismísimo cielo; mi cuerpo estaba allí, pero mi mente no.

Las personas iban y venían sin imaginarse el gran problema en el que me había metido. Hice algo verdaderamente estúpido y en ese instante no veía la posible solución; eso me hacía sentir extremadamente miserable. Pero lo peor del caso, es que no sólo me había implicado a mí, sino que también a mi mejor amigo que nada tenía que ver en el asunto.

—¡Soy un imbécil! —Me detuve en medio de la calle y expresé en voz alta. Las personas me miraron extrañados por mi comportamiento, pero rápidamente volvieron a ignorarme.

Seguí caminando y antes de que me diera cuenta estaba en un bar tomando cerveza como nunca antes lo había hecho, algo verdaderamente extraño en mí, pues la bebida y yo nunca habíamos sido buenos amigos. ¿Si había mujeres? No lo sé ¿Cuanto bebí? Eso tampoco lo sé; nunca he logrado recordar nada de ese lugar, salvo que estaba bebiendo como un alcohólico. Me reproché a mí mismo esa actitud de adolescente, pues ya estaba por llegar a los treinta, así que salí del bar dispuesto a contarle todo a mi compañero y esperar a que el plazo se cumpliese para poder así terminar con mi existencia.

Al llegar lo encontré mirando la televisión, comiendo cotufas mientras disfrutaba de una película de terror, su género favorito. Entonces, las ganas de salir corriendo se apoderaron de mí, pero luché contra ellas y fue una difícil batalla.

—Miroku, tengo que hablarte —mi voz salió ronca y comencé a ver todo borroso.

—Ahora no, por favor; ya está por salir mi adorada Milla Jovovic.

Luego del comentario recibido, preferí esperar un poco, era lo menos que podía hacer, así que me acerqué a la mesa del comedor y tomé asiento. Pero estaba demasiado agotado y antes que me diera cuenta me había quedado dormido.

Al despertar, estaba tirado en el viejo sofá que había en la pequeña sala del departamento que compartíamos. El sol, por su parte, se dejaba colar por las finas ventanas de la habitación. Tenía un dolor de cabeza que se asemejaba al golpetear de un martillo, por lo que me costó en demasía ponerme de pie. Quería pegarme un tiro y morirme de una maldita vez, pero recordé a mi buen camarada, eso me dio la fuerza para buscarlo y explicarle la terrible situación en la que estábamos.

Los resultados fueron nulos; busqué en ambas habitaciones, pero no lo encontré, también en la cocina aunque sin diferentes resultados. Una alarma se encendió dentro de mí, tenía que encontrarlo y tenía que hacerlo lo más pronto posible.

Salí del lugar como alma que lleva al diablo, me dirigí a un pequeño café que se encontraba a unas calles, pensé que sería el lugar más adecuado, y no me equivoqué. Él estaba allí, sentado en una de las mesas posteriores, dando pequeños sorbos a la oscura bebida mientras hojeaba un periódico. No pude evitar soltar un suspiro de alivio, ya que temía lo peor.

Me acerqué a su mesa, él levantó la mirada y me sonrió.

—¿Qué haces aquí, Inuyasha?

—Tengo que decirte algo muy importante —le dije rápido mientras tomaba asiento al frente suyo.

Me miró desaprobatoriamente, eso me hizo sentir más nervioso, aunque estaba decidido a enfrentarlo.

—Sango está a punto de llegar —mencionó dejando claro la ansiedad que sentía.

Ciertamente, aquella afirmación no ayudaba a mis nervios. Necesitaba hablarle lo antes posible y tenía que hacerlo en un lugar dónde nadie pudiera escucharnos. Su noviecita resultaba un problema para mí, al menos en ese momento.

Me levanté de la silla tan rápido como me senté, le di una mirada mientras le mencionaba que lo esperaría en el departamento y salí del lugar refunfuñando.

Lo esperé, lo hice por alrededor de dos horas. Pensé en la mejor manera de soltarle las cosas, lo hice una y otra vez, pero cuando llegó el momento, no dije nada de lo que había estado ensayando. Me frustré mucho, de eso no hay dudas.

—¡¿Que hiciste qué? —exclamó cuando comenzaba a relatarle lo ocurrido— ¿No te he dicho que Naraku nunca va hacer bueno para nosotros?

Naraku era, nada más y nada menos que, el contrabandista de arte más grande de la ciudad. Nos unimos a sus filas luego de haber pasado meses de miseria, porque el dinero se nos había hecho escaso. Ya de eso habían pasado seis años, pero Miroku nunca estuvo de acuerdo en colaborar con el mafioso y decidió abandonarlo en poco tiempo.

Él era un hombre sombrío, sólo se interesaba en el dinero y en las obras de artes. Cuando Miroku informó de su decisión, se volvió como loco y amenazó con matarle, mas yo intercedí ante él y llegamos a una tregua amistosa. Sin embargo las cosas habían cambiado y la vida de ambos corría peligro.

—Yo no hice nada —me defendí—. ¡Todo fue una trampa!

Mi amigo se tumbó en una de las sillas caoba del comedor, posó sus codos en la mesa mientras se agarraba la cara con indignación.

—¡No quiero morir! No ahora, cuando le propuse matrimonia a mi adorada Sango —se repetía en murmullo. Me sentía un maldito bastardo y sé que mi amigo creía lo mismo.

La verdad es que no fue mi culpa. Me encargaron un negocio, iba en representación de Naraku, pues me venderían una carísima pintura de un ángel que era de un autor bastante conocido, evidentemente, era robada. Llegué al lugar acordado para el intercambio, un sótano de un viejo edificio. Yo sólo tenía que entregar el dinero y recibir la pintura, algo bastante sencillo; pero no conté con ser traicionado. Recibí un golpe fuerte en la nuca y me desmallé de ipso facto. Cuando me desperté habían desaparecido la pintura y el dinero.

Traté de advertirle a Naraku, pero alguien se me había adelantado y le metió ideas falsas en la cabeza. Aquel hombre me dio tres días para que le devolviera el dinero o, en su defecto, le entregara el cuadro; sino las cosas se pondrían feas para mi amigo y para mí. ¡Y ya estaba transcurriendo el segundo!

—¿Cuánto dinero necesitas? —me preguntó bastante pensativo.

—doscientos de los grandes.

Sí, el cuadro era bastante costoso y sabía de antemano que aunque Miroku y yo uniéramos nuestros ahorros, jamás llegaríamos a sumar esa cantidad.

—Tenemos que irnos —me dijo decidido.

—¡No! —le grité— Hay que reunir el dinero y entregárselo a Naraku, tal vez así nos deje en paz.

—A un lugar dónde Naraku no pueda encontrarnos —continuó ignorando mi comentario.

Su idea era más cuerda que la mía, de eso no había dudas; pero yo estaba seguro que aquel hombre no se iba a rendir hasta encontrarme y mandarme al mismísimo infierno. En ese instante pensé que no había solución a nuestro problemas y que al cumplirse la fecha prevista, ambos moriríamos en sus manos. Claro, Miroku siempre había sido demasiado positivista para mi gusto y en ese caso nos sirvió de algo.

—¿No dijiste que tu primo tenía una hacienda en Texas? —preguntó como si su mente estuviese maquinando algo grande.

—No es exactamente una "hacienda" —le expliqué—. Fue alguna vez una pequeñísima granja, pero está quebrada y nadie vive allí.

—Es perfecta para escondernos mientras logramos conseguir el dinero.

No estaba de acuerdo, aunque sabía que era mi única salida. Huir como un cobarde no era precisamente algo que me agradara del todo, sin embargo, Miroku logró convencerme y en menos de una hora estábamos empacando todo.

—No será por mucho tiempo, amigo mío. —Trataba de darme ánimos aunque con poca suerte —.Debo regresar para casarme con el amor de mi vida. —Me dio una sonrisa cálida y tranquilizadora; él siempre había sido bastante apacible y en ese momento lo demostró excelentemente.

Partimos esa misma noche, sabía que Naraku, en cierta forma, confiaba en mí; eso me hice sentir menos preocupado, pues sentía que no me estaría vigilando a esas horas. Él sabía que no era un cobarde y que ese no era mi estilo, por lo que se relajaría en ese aspecto. Yo sólo pensaba en la mejor forma de reunir el dinero, no quería huir el resto de mi vida.

Antes de salir de la ciudad, nos detuvimos en una estación de servicio, a unas pocas cuadras se escuchaba un estruendo bastante fuerte, parecía venir de una discoteca o de un bar; el alboroto parecía ser grande allí, pero a mi amigo y a mí no nos interesó. Llenamos el tanque de gasolina, compramos algunas golosinas en una tienda de esas de veinticuatro horas y partimos inmediatamente.

Conducíamos un neón 2001. Nos dirigíamos al sur del país, más específicamente a Texas, dónde las granjas siempre han sido la fuente económica más importantes. Sabíamos que Naraku jamás nos seguiría hasta allí; él y su gente no eran bien recibidos en ese lugar.

Habíamos conducido más de seis horas y el sol ya comenzaba a hacer acto de presencia. Yo estaba en el asiento del copiloto mientras mi amigo conducía y tarareaba una canción que sonaba en el radio. Pero algo me tenía inquieto, sentía un extraño sonido zumbarme en los oídos. No le prestaba demasiada atención, el paisaje, la música y el tarareo eran suficientes para distraerme. Sin embargo, y debido a mi persona curiosa, bajé el volumen y le pedí a mi compañero que guardara silencio un minuto.

—¿Qué te pasa, Inuyasha? —contestó algo molesto porque la canción parecía gustarle bastante.

—¿No escuchas eso? —Ambos nos quedamos en silencio, atentos al misterioso sonido.

—¿Ronquidos? —susurró luego de un rato, sin dejar de ver hacia la vía.

Un temor se adentró en mí, de inmediato imaginé a un secuaz de Naraku en la parte trasera de nuestro coche. Me quité el cinturón de seguridad y traté de mirar hacia atrás. Un pequeño bulto estaba enrollado con las sábanas que traíamos en los maletines. Sin ni siquiera pensar, grité:

—¡Miroku, detén el coche!

Mi compañero luego de unos rápidos desvíos, debido a los nervios, se orilló en la carretera. Agarré la pistola, que era de mi pertenencia y estaba en un pequeño bolso de mano, mientras salí instantáneamente del auto.

Miroku me miró con expresión preocupada, yo estaba igual por lo que no podía culparle. Él se acercó a mí y se colocó al frente de la puerta de atrás. Yo tomé aire y lentamente abrí la puerta donde se encontraba "el sujeto".

Nadie salió. Mi amigo y yo nos miramos un segundo y luego yo comencé a gritar.

—¡Sal de ahí, maldito! —Estaba furioso— ¡Sal del maldito coche y enfréntanos como un hombre! —grité nuevamente, pero no recibí respuestas. El bulto seguía tan tranquilo como siempre.

—Tranquilízate, Inuyasha —mencionó Miroku con su tono relajado que tanto me molestaba—. Es probable que esté armado, hay que hacer todo con calma.

Pero la calma nunca había sido mi principal característica, así que me lancé hacia el individuo y le arrebaté el objeto que me impedía su visión. Ambos nos quedamos de piedra al ver la figura que perezosamente comenzaba a levantarse... Era una mujer, y no cualquiera, era una hermosa y muy sensual.

Continuará.

N/A: Sé que no he terminado mi otro fic, pero me vino esta idea, luego de leer el libro, y tuve que ponerme manos a la obra. Espero que les guste. Prometo que será emocionante, o tal vez no, y lo más seguro es que no sea muy larga.

Me gustaría leer sus opiniones. ¿Es una estupidez? ¿Mejor dejo de escribir tonterías y me dedico a estudiar? ¿O quieren que lo siga? Bah, ustedes deciden.

Saludos.